Nada más tiene importancia
Este discurso es sobre la idea de que nada más tiene importancia. Es un tema que vemos subyacente en todas las escrituras, discursos y sesiones de preguntas y respuestas de los maestros. Nos dan una perspectiva espiritual desde el nivel más elevado de conciencia, y esto nos abre los ojos hacia un mundo nuevo de espiritualidad, un mundo que nunca hubiésemos conocido por nosotros mismos. Y para aquellos que quieren vivir en esta realidad espiritual, los maestros se muestran claros sobre lo que importa y sobre lo que no.
Comparado con los maestros, nuestra visión es muy limitada, pero hay algunas cosas que podemos saber simplemente por mera observación. Por ejemplo, sabemos que somos seres humanos, sabemos que hemos nacido y sabemos que vamos a morir, y que ahora nos encontramos en un punto intermedio; y para muchos de nosotros, quizá más cerca del final. Lo que no sabemos es lo que ocurrió antes de que naciésemos, si acaso hubo algo, y lo que pasará después de nuestra muerte, si es que pasa algo. Muchos creen que no había nada antes de nuestro nacimiento y que no habrá nada después de nuestra muerte. Esto es porque nos identificamos con el cuerpo.
Pero los santos nos dicen algo muy diferente. Nos dicen, que no somos este cuerpo; somos la conciencia que habita en el cuerpo, y que podemos experimentar esta diferencia a través de la meditación. Nos dicen, que durante vidas incontables hemos vivido en el cuerpo de muchas especies distintas. Pero el tiempo establecido en la forma humana es muy especial ya que únicamente los humanos tienen asignada la oportunidad de conseguir la unión con el Señor, que significa que finalmente, después de millones de vidas sufriendo podemos obtener la liberación. De hecho, este es el único propósito de la vida humana.
Todos los santos hacen hincapié en que el estado más elevado de unión, la realización de Dios, se logra únicamente a través de un maestro verdadero. Y solo a través de la gracia del Señor somos lo suficientemente afortunados para llegar a conocer a un maestro verdadero y recibir el don de la iniciación de él en esta vida.
El alma nunca ha tenido interés en nada de este mundo. Solo tiene un deseo, y a través de la iniciación recibida de un maestro verdadero, su único deseo –regresar a su morada verdadera– está a punto de convertirse en realidad. Por tanto, desde el punto de vista del alma, nada más tiene importancia.
La responsabilidad de devolver el alma a su hogar verdadero se le ha otorgado al maestro, y él se asegurará de que esto ocurra. Pero en todo este proceso nosotros también tenemos una responsabilidad, un papel que desempeñar; así que, es esencial que entendamos que es lo que se requiere de nosotros. Es por ello que Baba Ji nos pide que pensemos detenidamente en cuál es nuestro objetivo en esta vida, para que nuestra decisión de seguir este sendero –o de persistir en seguirlo– sea una decisión consciente.
Yogi Berra, un gran jugador de béisbol americano, entrenador y gerente, dice: “Si no sabes hacia dónde vas, acabarás en otro lugar”1. Cuanta más claridad tengamos sobre nuestro objetivo, más nos comprometeremos a buscar las formas y medios de poder conseguirlo. Este tipo de reflexión es poco común, pero sin ella, ¿cómo podremos tomar decisiones sobre lo que realmente importa y lo que no? ¿Cómo podremos adoptar el profundo compromiso que se requiere para poder emprender el sendero? No es un compromiso insignificante; el viaje espiritual en el interior del cuerpo humano se extiende desde este plano material hasta el plano más elevado de espíritu puro.
El sendero comienza en los dedos de los pies y termina en la coronilla. La primera parte del sendero, hasta el centro del ojo, es lo que debemos recorrer en esta vida. Consiste en concentrar la mente y mantener la atención en el centro de los ojos. Es un proceso mediante el cual las corrientes de la atención se retiran de la parte inferior del cuerpo y se enfocan completamente en el centro del ojo. Es aquí donde comienza el sendero interior, y cuando lleguemos a este punto ocurrirá una gran transformación: la luz que contemplemos será tan gozosa y la melodía que escuchemos será tan cautivadora que el equilibro de nuestra atención, que antes se inclinaba por su peso hacia el mundo, pasa del exterior hacia el interior.
Pensemos en una balanza. El peso de una de las partes representa la parte de la atención que le damos al mundo a través de nuestros deseos y apegos. Y la otra parte del peso representa el interés que tenemos por nuestra práctica espiritual. Al principio, la balanza tiende por su peso hacia el ámbito mundano. Nuestros pensamientos, y nuestro amor, están con el mundo. Pero a través de nuestra meditación, acudiendo a los discursos espirituales, realizando el seva y viviendo acorde al modo de vida de Sant Mat, gradualmente, conforme vayamos consiguiendo la concentración, nuestro interés empezará a trasladarse. Experimentamos cierta paz, dicha y felicidad en nuestra meditación incluso antes de haber obtenido algún progreso, y esto nos proporcionará una perspectiva desapegada sobre todo lo que hay en el mundo.
En algún momento de nuestras vidas, el ojo interno se abrirá y accederemos al interior, ya sea durante nuestra vida o quizá llegando hacía su final, y nos encontraremos con el maestro allí. Es aquí donde nuestra perspectiva cambiará enormemente. Cuando Hafiz se interiorizó y vio a su maestro, esto es lo que dijo:
Tengo poco interés en esa piedra sagrada o en el arco correspondiente. Para mí, la frente de mi maestro es el santuario de la Kaaba, y sus cejas son el arco sagrado. A lo largo y ancho de estos está mi mundo confinado. Todo lo demás no me importa. Que el mundo sobreviva o perezca, que la barca del mundo navegue o se hunda, que las fortunas del mundo aumenten o disminuyan, yo seguiré casado contigo, solo te valoraré a ti. Estoy enamorado de tu rostro atractivo. Estoy embriagado por tu belleza resplandeciente2.
Cuando los devotos se encuentran con su maestro en el interior, pierden el interés por todo lo demás. Para ellos el maestro se convierte en todo, y nada más importa. Para alcanzar este estado, debemos pasar en nuestra meditación por el mismo proceso que se pasa durante la muerte, cuando todas las corrientes del alma se retiran de las partes inferiores del cuerpo y se recogen en el centro del ojo. A esto nos referimos como morir en vida. Este es el objetivo de nuestra meditación y este es el estado que todos los santos y místicos glorifican. Hazur Maharaj Ji dijo:
Retirando nuestra conciencia al tercer ojo y escuchando la música de la corriente del sonido, la corriente audible de la vida, nuestra mente y nuestra alma, juntas, se levantan de la tumba de este cuerpo y se liberan de él. Mediante la gracia del maestro, eliminamos nuestros apegos mundanos y nos olvidamos de sus problemas y aflicciones. Morimos diariamente mediante la práctica de la meditación. Morimos para vivir, para disfrutar de la dicha eterna y de la paz de nuestro hogar verdadero, para vivir para siempre3.
Por tanto, este acto de morir antes de nuestra muerte, o de llegar al centro del ojo antes de que el tiempo se agote, se convierte en nuestro objetivo. Y el único medio para poder conseguir este objetivo es a través de nuestra meditación. Puesto que no sabemos cuándo nuestra vida finalizará, necesitamos abordar nuestra meta con un sentido de urgencia, entendiendo que nada más tiene importancia, y esto nos hará centrarnos más en esta meta.
Pensemos en una persona que está bajo el agua e intenta llegar a la superficie. Tiene únicamente una cantidad limitada de oxígeno en sus pulmones, y si no llega a la superficie antes de que esta se agote, se hundirá. El aire de sus pulmones equivale al tiempo del que disponemos en esta vida, y el esfuerzo de subir a la superficie, es nuestra meditación: el trabajo para traer nuestra atención al centro del ojo. Si él llega a la superficie, finalmente podrá respirar. Encontrará la vida. Vivirá.
Él entiende que nada más tiene importancia salvo llegar a la superficie. Si utiliza su oxígeno valioso para cualquier otra cosa, estará poniendo en riesgo sus oportunidades de llegar a la superficie. Como indica el filósofo alemán Goethe:
Lo más importante no puede quedar a merced de lo menos importante4.
Por tanto, este entendimiento, de que nada más tiene importancia, es el que nos hace cuestionar todas aquellas cosas en este mundo que roban nuestra atención. Es el amor que la mente tiene hacia el mundo el que nos retiene. Nuestros apegos, nuestros deseos, nuestro amor están firmemente arraigados en el mundo, y nos impiden elevarnos.
Deberíamos preguntarnos si alguna vez este mundo nos ha proporcionado felicidad. Hay unas líneas muy perspicaces del Eclesiastés, que se le atribuían al Rey Salomón unos 1000 años antes de Cristo. Nos dice:
He visto todas las obras que se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y aferrarse al viento5.
Otra palabra para la “vanidad” es “irrelevante”, y “bajo el sol” significa en este mundo. Así que nos dice que todo lo que hacemos en este mundo es irrelevante. Hemos estado corriendo tras todas estas cosas durante tanto tiempo, y nunca hemos encontrado lo que buscábamos. Es como aferrarse al viento, que cuando abrimos la mano, allí no hay nada.
Por tanto, Soami Ji Maharaj nos aconseja:
Ahora, mientras tienes este cuerpo humano,
haz algo para ti mismo.
No te afanes inútilmente en este mundo,
que es solo un sueño pasajero.
Tanto el cuerpo como el hogar son irreales;
¿Por qué te afliges por una ilusión?6
Si queremos tener éxito, si queremos llegar a nuestro objetivo antes de que se agote nuestro tiempo –y estamos corriendo a contra reloj– no podemos tratar al sendero como si fuese un pasatiempo. No puede ser solo una parte de nuestra vida. Tiene que convertirse en toda nuestra vida. Tiene que ser la prioridad sobre todo lo que hacemos. Todo lo que hacemos tiene que hacerse en relación con el sendero y nuestra práctica.
Hemos escuchado que la meditación es un asunto de veinticuatro horas. ¿Y qué significa esto? Significa que cada momento estamos viviendo en el recuerdo de nuestro maestro, nuestro único amigo. Significa que él es nuestro compañero en todo momento, que pensamos en él. Que estamos haciendo simran o escuchando el sonido. Que le estamos obedeciendo y viviendo según sus principios. Que siempre estamos haciendo lo que él quiere que hagamos, lo que le complace. Que cada decisión que tomamos y que cada elección que realizamos se hace desde el punto de vista de si nos ayudará en nuestra meditación. ¿Me acercará a mi maestro? ¿Le agradará? ¿Será servicio hacia él?
Tenemos que vivir el día a día y ganarnos la vida, cumpliendo con nuestro deber hacia a aquellos que son nuestra responsabilidad. Tenemos que cuidar de nuestros cuerpos, nuestras casas y de muchas otras cosas. Pero mientras realizamos todo esto, le estamos recordando. Debemos recordar que todas estas cosas nos las ha dado él. Él es el que ha escrito nuestras vidas y por tanto depende de nosotros el desempeñar nuestro papel bien. Cumplir con nuestro “dharma” (deber moral). Hacerlo todo lo mejor que podamos, especialmente en nuestra meditación que es la que requiere nuestra total concentración.
La concentración se define como el acto de entregar la atención a un objeto u actividad en particular, y la exclusión de todo lo demás. Cuando tenemos una concentración profunda sobre algo, todo lo demás parece haber desaparecido de nuestra conciencia. La mente está constantemente pensando a través de las palabras, y todos estos pensamientos nos impiden la concentración en el tercer ojo, por eso el maestro nos ha dado el simran. El propósito del simran es remplazar todos los otros pensamientos que pueden entrar en la mente, para que retrocedan a su lugar de origen detrás de los ojos. Esto únicamente ocurrirá si el simran es constante e ininterrumpido.
El simran es la manera de recordar al maestro, de vivir en armonía con él. El simran es el reconocimiento de su presencia en nuestro interior. Es hablarle en el idioma que él quiere escuchar. Es nuestra oración hacia él. Es pedirle ayuda y confiar en ella. Y el simran nos llevará cada vez más cerca de él.
Así que mantener el simran en nuestra mente, sin permitir que otros pensamientos se entrometan, es nuestro trabajo verdadero. Pero es difícil. Es una lucha, y muchos piensan que es imposible. A algunos les parecerá tan difícil que se darán por vencidos, lo cual es algo desafortunado.
Hemos escuchado la expresión que dice que tenemos que escoger nuestras batallas. De todas las batallas que uno pueda elegir para luchar, esta es la que merece nuestros esfuerzos. Esta es la que el maestro quiere que libremos, y cuando realmente lo intentamos, él está muy satisfecho con nosotros. Y si realmente queremos agradar al maestro, por aquí debemos empezar. Requerirá confianza, determinación y fuerza de voluntad para poder lograr el éxito. Pero él está siempre detrás de nosotros, para animarnos y decirnos, de muchas maneras, que lo podemos lograr.
Y también nos ayuda de tantas formas. Por ejemplo, nuestras vidas están llenas de problemas, responsabilidades y preocupaciones que agobian a nuestra mente, pero el maestro nos dice que, si realizamos nuestro trabajo espiritual, él cuidará de todas esas cosas. Podemos desprendernos de todo y soltar nuestras cargas y preocupaciones, y se convertirán en sus problemas. Si tenemos fe en él podemos dejar nuestras mentes vacías y ocuparnos de la repetición de los cinco valiosos nombres. Tulsi Sahib dice:
De tu atención quita todo lo demás
para que él pueda sentarse ahí7.
El objeto del simran es atraernos hacia la órbita magnética del Shabad, para que podamos escuchar el sonido y que nos pueda empezar a elevar. Y es el Shabad el que finalmente nos elevará por encima de la mente y de maya, y nos llevará de regreso a nuestro origen.
Como se dice en el Adi Granth: shabad guroo surat dhun chelaa8. El Verbo es el gurú, y el alma sintonizada con el Verbo es el discípulo. La forma verdadera del maestro es el Shabad y la forma verdadera del discípulo es el alma. Este sendero es del Surat Shabad Yoga, que significa unir el alma con el Shabad. ¿Y qué es lo que realmente nos une? Es únicamente el amor en su forma más elevada y sublime, ya que Dios es amor y el alma es una partícula de él.
Es el maestro quien nos muestra cómo amar. Él nos enseña a amar. Él nos llena con su amor y –el milagro de los milagros, el mayor de todos los milagros– nos convertimos en amantes del Señor. Esto es todo por su gracia y es por lo que estamos aquí. Es la única razón por la que estamos aquí.
Mirdad hace el mismo planteamiento:
El amor es la Ley de Dios.
Vivís para que podáis aprender a amar. Amáis para que podáis aprender a vivir.
Esa es la única lección que se exige al hombre.
¿Y qué es amar, sino que el que ama absorba lo amado para siempre, de modo que
los dos sean uno?9.
Para concluir, cuando finalmente entramos en el interior y nos encontramos con la forma radiante del maestro allí, nos llenamos de amor y nos quedamos tan absortos en su belleza que la mente pierde el interés por todo lo demás. Para el amante nada más existe. Hay un deseo de perder nuestra identidad para que no estemos separados de él; queremos eliminar todo lo que se interpone entre nosotros y él. Nos damos cuenta de que solo el satgurú merece nuestro amor y nada más importa.
- Ken McFarland, I Don't See it that Way: It Looks a Little Different from Up Here, p. 81
- Maharaj Sawan Singh, Discourses on Sant Mat, 2nd ed., p. 287
- Maharaj Charan Singh, Muere para vivir, 1ª ed., 1994, p. 287
- Meditación viva, p. 43
- The Bible (New King James Version), Ecclesiastes 1:14
- Maharaj Charan Singh, Discursos espirituales, Vol. II, p. 293
- Ibíd., p. 148
- Adi Granth, M1, p. 943
- Mikhail Naimy, El libro de Mirdad, cap. 11, p. 84