¿Quién empuja nuestro columpio?
¿Quién empuja nuestro columpio?
A menudo, nos envuelven pensamientos sobre el cómo y el porqué de las cosas que nos ocurren. En esos momentos, la fe se convierte en una palabra de libro de texto sobre la que se amontona el polvo. El otro día, mientras ojeaba los libros en mi estantería, me encontré con un ejemplo sorprendente sobre la importancia de la confianza.
Pensemos en un columpio. “A los niños les encanta columpiarse. No hay nada igual. Empujar los pies hacia el cielo… árboles que giran. Cuando éramos niños solo confiábamos en unas pocas personas para que nos columpiaran. Cuando a mí me columpiaban las personas con quienes tenía confianza (como mi madre o mi padre), ellos podían hacer lo que les diera la gana conmigo, hacer que diera vueltas, girarme, pararme… ¡Me encantaba! Me encantaba porque confiaba en la persona que me empujaba. Ellos velaban por mi seguridad incluso antes de que yo supiera lo que es la seguridad. Estaba tranquilo y despreocupado. Pero, en cuanto me columpiaba un extraño, por ejemplo, un familiar lejano o unos invitados, la sensación era… ¡Eh, cuidado!... ¿Quién sabía lo que podía hacerme el recién llegado? Cuando es un extraño el que empuja nuestro columpio, nos ponemos tensos… No es divertido cuando el que controla el columpio es un desconocido”1.
Un mundo tempestuoso
En la actualidad, vivimos en un mundo tempestuoso. Un mundo donde el futuro está lleno de incertidumbres. No es fácil vivir así. Pero precisamente, son los momentos como estos los que nos hacen reflexionar y darnos cuenta de: ¿quién empuja nuestro columpio? Debemos confiar en él. No podemos tener miedo o dudar. Cuando nos ponemos en sus manos encontramos la paz incluso en la tempestad… porque, ¡él está empujando nuestro columpio! Sabemos que el columpio de nuestras vidas está en sus manos, aun así, dudamos.
Deberíamos permitirle columpiarnos. Puede que nos dirija a través de una tormenta a los treinta años para que podamos sobrevivir a un huracán a los cincuenta. La herramienta solo es útil si tiene la forma adecuada. Un hacha desafilada o un destornillador torcido necesitan atención, y nosotros también. El buen herrero mantiene preparadas sus herramientas. El también.
Sintonizando con nuestro ancla
Sin embargo, ¿cómo podemos mantener el recuerdo constante de que él nos cuida? ¿De que él nos columpia? ¿Qué podemos hacer para que la fe no se reduzca a una palabra de libro de texto, sino a algo que vivimos cada día?
En el sendero, al igual que la gracia, la fe es una calle de doble sentido. La meditación nos ayudará a fortalecer nuestra fe y vivir según las enseñanzas. A medida que aumente nuestra fe en el sendero, daremos más prioridad a nuestra meditación automáticamente. Cuando, en nuestra vida, somos indiferentes a nuestra meditación, cuando no es lo más importante de nuestro día a día, desperdiciamos la oportunidad de desarrollar la fe que necesitamos para seguir el sendero.
Así que necesitamos aferrarnos a nuestro ancla. Podemos tomar el ejemplo de la música clásica india, en la que es importante mantener nuestra atención en sintonizar con un solo tono, el sa. Un sinfín de bellas composiciones, ragas que elevan el alma, bellísimas interpretaciones nacen de esa sintonización única. Todos los intérpretes afinan la atención para sintonizar con ese tono invariable antes de comenzar el concierto. Y esta sintonización se mantiene a lo largo de toda la actuación. Y, lo mismo ocurre con nosotros. Si podemos sintonizar con el único poder divino mientras interpretamos la actuación de nuestras vidas, todo el bullicio, el caos y la confusión permanecerán fuera de nosotros. Podremos retirarnos a un oasis de paz interior en medio y a través del clamor.
El filósofo danés Soren Kierkegaard, se hizo eco de un pensamiento similar:
El estado actual del mundo y de la vida en general es de enfermedad. Si yo fuera un doctor y me pidieran mi opinión, les diría: “creen silencio”.
Poseemos la capacidad de acceder a este silencio creativo dentro de nosotros. No importa lo que pase a nuestro alrededor, mientras estemos con él, estaremos en paz; siempre y cuando lo recordemos, siempre y cuando sepamos mantenernos en su presencia. Hazur a menudo decía: “El maestro está incluso más cerca que nuestra siguiente respiración”. En la vida, el Señor nos cuida a cada segundo, no se le escapa nada de nuestras vidas, no hay nada en ella con lo que no esté estrechamente comprometido. Solo tenemos que ahondar en el interior y sentirle ahí. Él es omnipresente. Él es nuestro único amigo, a quien podemos amar como a ningún otro. Con quien podemos contar incondicionalmente.
- Max Lucado, On the Anvil: Thoughts on Being Shaped into God's Image, Tyndale House Publ. 1994, p.55