Percibir la verdadera realidad
Por muy maravilloso o espantoso que nos parezca el mundo, la realidad tal y como la percibimos, sabemos que, en el fondo, no es más que una ilusión. Esto es lo que dicen los místicos por experiencia propia. Nos dicen que hay una realidad más auténtica, una realidad que trasciende a la desgracia causada por los cambios radicales impuestos por esta pandemia. Nos dicen que podemos por nosotros mismos y en nosotros conocer esta realidad más verdadera. La repentina y drástica emergencia global nos empuja a buscar, a hacer realidad, a percibir la verdadera realidad del amor. En este sentido, ¡el virus es una bendición!
Nuestra realidad, del mundo, o más bien, nuestra percepción del mismo, tiene muchos y muy poderosos efectos sobre nosotros, efectos que nos impulsan a creer que es verdadero, efectos que nos hacen reaccionar. Como dice Baba Ji, siempre estamos reaccionando a lo que creemos que ocurre. Si me hace tanto daño, si me enfurece de esta manera, si me seduce tan a menudo, si me asusta tan profundamente, si mata a tantos, si me distrae de mi meditación con tanta rapidez, entonces debe ser verdad. Lo tocamos, lo sentimos, lo olemos y no podemos dejar de mirarlo.
Nosotros, los humanos, estamos en crisis, ¡menuda novedad! Hay momentos de la pandemia, en los que parece que estemos como en una película sobre un cataclismo desastroso. Al igual que en el cine, creemos que, una vez que Superman haya rescatado el planeta y se enciendan las luces, todo se acabará y seguro que pronto podremos volver a casa, ¿a la supuesta normalidad?
Pero, al igual que este mundo no es más que una ilusión, no hay vuelta atrás a la “normalidad” propiamente dicha. En cualquier caso, eso es lo último que queremos pues, ¿era “normal” que nosotros, los seres humanos, estuviéramos llevando la vida al borde del exterminio? Aunque la crisis nos ha puesto bruscamente al filo de nuestra ilusión, también nos ha enfrentado cara a cara con la oportunidad, y, el hambre, de buscar una realidad verdadera en nuestro interior, de meditar.
Los místicos saben qué es y dónde está la verdadera realidad. ¿Cómo lo saben? Es un secreto para nosotros, es simple y llanamente misterioso, por eso los llamamos místicos. Ellos nos dicen que la verdadera realidad está dentro de nosotros y que podemos encontrarla, conocerla por nosotros mismos en esta misma vida. Lo único que tenemos que hacer es meditar, es decir, ¡deshacernos de la ilusión!
Los filósofos occidentales nos dicen que la realidad es todo aquello que nosotros o cualquier persona conoce como verdad. Todo lo que conocemos como verdad. Todo lo que yo conozco. Todo lo que nosotros conocemos. ¡Todo ese conocimiento! No es más que la mente.
El hecho es que el mundo en que vivo yo y mi mente son inseparables. Podríamos decir que el mundo existe en nuestras mentes, y por supuesto debido a nuestras mentes. Dicho de otra manera: la existencia de algo que creemos que es físico depende, de alguna manera inexplicable, de que la mente sepa que existe. Esto es ilusión. La relación entre cada uno de nosotros y lo que hay “ahí afuera” es ilusión.
¡Hay una realidad aún más verdadera que todos podemos realizar, y realizaremos! Va más allá del tiempo y el espacio. Su ingrediente esencial es el amor, el amor que vive nuestro satgurú y con el que nos bendice. Él está ahí (y aquí), para hacer que nos demos cuenta de la inalterable verdad del Shabad en nuestro interior. Esta es la relación de amor por excelencia; por excelencia porque subsiste más allá del tiempo y el espacio. Es infinita.
Nuestras relaciones mundanas, ya sean con personas, ideas, ambiciones o fantasías, son eco de este enlace divino. Todo aquello a lo que prestamos atención, los conceptos que concebimos, las cosas que amamos, pensamos y nos preocupan creemos que son verdad y permanecen como tal porque pensamos obsesivamente en ellas. Pensamos con el lenguaje, y el lenguaje del mundo es nuestro simran del mundo, del espacio, del tiempo.
El covid-19 es una realidad que no podemos apartar de nuestras mentes. Reaccionamos tras el conocimiento de que cientos de miles de personas han muerto y continuarán muriendo por su causa. La ciencia busca las respuestas al cómo y el porqué. Para detener su expansión todos nos hemos visto obligados a ser confinados. Como un enloquecido tren al que le fallan los frenos, el virus se dirige directamente a la estructura de nuestro día a día de una forma que nos es muy difícil de comprender. ¿Es un castigo por delitos que no somos conscientes de haber cometido? ¿Es una lección difícil que tenemos que aprender?
Los castigos los impone el juez y el jurado, no el Señor. Lo que nos sucede no es un castigo, sino el resultado de lo que hemos hecho anteriormente. Puede que parezca una sutileza pero, no lo es, hay una diferencia imperceptible pero importante entre un castigo y un resultado kármico. El universo espacio-temporal no puede existir sin karma. El karma es el resultado inexorable de lo que ha ocurrido con anterioridad. Un castigo, como ir a prisión, es lo que hace la sociedad para mantener el orden. El karma nos ofrece una lección que nos permite regresar al aula del amor.
Hay una diferencia esencial entre el conocimiento adquirido en el interior a través de la introspección y el adquirido en el exterior observando los resultados de las maniobras de la mente. El exterior es ciencia unida a incertidumbre: cuanto más nos acercamos, como observó Heisenberg, más inciertos son nuestros conocimientos; mientras que la introspección es directa y lo que ve es cierto, porque es un conocimiento directo. La palabra “gnosis” tiene el mismo origen que “conocimiento”, y significa: conocimiento profundo, conocimiento interior de las verdades místicas. La gnosis es innegable. Es la ausencia del yo. Nosotros podemos ser gnósticos.
Hay una ciencia sobre la gnosis. Nuestro maestro nos sugiere que posiblemente encontremos la verdad en nuestro interior, siempre que entremos en el laboratorio privado de nuestro cuerpo humano y hagamos el experimento de la meditación. Si lo hacemos siguiendo las instrucciones del maestro, iremos dentro, ahí donde se puede ver, tocar y sostener la verdad. Este conocimiento interior no es el de la historia que nos contamos continuamente a nosotros mismos, no es esa fantasía. No, es el conocimiento como unidad, como ser único, como Shabad. El conocimiento que absorbe toda incertidumbre, agonía y temor de estar ahí fuera en la tierra de la plaga.
A menudo describimos a un maestro como un alma completamente realizada. Él ha creado su alma, el Shabad, completamente real. Por muy global y horrible que sea la pandemia en nuestros mundos, es simplemente, aunque extrema, otra consecuencia del tiempo y el espacio. Una historia extremadamente llamativa, pero eso es todo, solamente una historia. La verdadera realidad del amor del maestro nos provoca una compasión imperiosa y práctica hacia los cientos de miles cuyas vidas se han visto directamente afectadas. Nos muestra que la plaga nos esta brindando la oportunidad de realizar una realidad más auténtica.