Ya va siendo hora
La ilusión tiene cuatro dimensiones: tres que marcan el espacio y la cuarta que es el tiempo. El tiempo representa un gran desafío en nuestra meditación. Al pronunciar las palabras del simran, una tras otra, en silencio, transcurre el tiempo mientras intentamos trascenderlo. Simran es una delimitación del tiempo en nuestro recorrido hacia el Shabad, que al fin y al cabo, es atemporal: no tiene principio ni fin. Hacer simran como el maestro quiere que lo hagamos, requiere de toda nuestra atención y consideración. Estas deben ser liberadas de la ilusión, de nuestra historia.
La meditación es una confrontación con nuestro paso por el tiempo. Es la práctica de ser, estar en el tiempo para que podamos conocer nuestro ser más allá del tiempo. Nuestra muerte es el final de nuestro tiempo. Cuando morimos, se nos acaba el tiempo, no nos queda nada. Si nuestro saldo kármico así lo determina, la entidad kármica que es el núcleo de nuestro ser, inmediatamente será absorbida por el siguiente fragmento de tiempo o será disuelta en el mar de Shabad.
Los gobiernos de todo el mundo han adoptado medidas de confinamiento en un intento por controlar la propagación de la pandemia. Todos hemos tenido que cambiar nuestros estilos de vida. Tenemos que guardar entre uno y dos metros de distancia. No debemos reunirnos en grupos mayores que un número pequeño. Tenemos que hacer cola para comprar nuestra comida diaria. Se nos anima a llevar mascarillas. ¡Cambios significativos!
La palabra “pandemia” proviene del griego “pan” que significa “todo” y “demos” que significa “personas”. Esta pandemia del coronavirus está afectando a todas las personas, todo el tiempo, de una forma u otra. La mayoría de nosotros hemos tenido que “autoaislarnos” en algún momento por nuestro encuentro con el fenómeno que amenaza la existencia. Que es precisamente lo que tenemos que hacer de todos modos, como meditadores: aislarnos durante dos horas y media al día. Tenemos el poder de poner la ilusión del tiempo en espera durante dos horas y media. Se nos ha conferido una licencia para meditar.
El cambio es la manifestación del tiempo. El movimiento de las agujas de un reloj parece mostrarnos algo real. Me preguntas qué hora es; miro mi reloj y te informo. Son las nueve o lo que sea. ¡Parece real! Pero no es más que una comodidad compartida.
Es fácil ver lo abstracto e ilusorio que es el tiempo. Antes de que se construyeran los ferrocarriles en el Reino Unido, no había una hora estándar; cada ciudad o localidad tenía la suya, a menudo con muchos minutos de diferencia con respecto a la hora de Londres. Con la implantación de la línea principal entre Londres y Bristol en 1840, existía el peligro de que los trenes colisionaran porque operaban de acuerdo con zonas horarias diferentes. Se volvió necesario que todas las estaciones de la línea vigilaran que sus relojes marcaran las nueve en punto a la misma hora; así pues, se implantó una hora ferroviaria uniforme. Esta comodidad compartida se extendió por todo el mundo dándonos la Hora del Meridiano de Greenwich, la hora estándar del este, la hora estándar de la India y así sucesivamente.
El tiempo es un concepto, concebido por el hombre. Por muy ilusorio que sea el tiempo, debemos operar según él. De hecho, desde un punto de vista místico, el tiempo que tenemos en la tierra es un regalo y una bendición. Paradójicamente, tenemos que llegar a tiempo para meditar. Tenemos que ser esclavos del tiempo antes de poder liberarnos de él.
Tal y como escribió Aldous Huxley:
El hombre debe vivir en el tiempo para poder avanzar hacia la eternidad, no ya en el plano animal, sino en el espiritual; debe tener conciencia de sí mismo como de un yo separado para poder trascender conscientemente esta separación; debe dar la batalla al yo inferior para poder llegar a identificarse con ese Yo superior que está en él y que es afín al divino No-Yo. Y finalmente debe hacer uso de su talento para ir más allá de su talento, hasta la visión intelectual de la Verdad, el conocimiento inmediato, unitivo de la divina Base1.
Podemos considerar que Huxley se refiere al Shabad cuando dice “divina Base”. Puede ser un ser humano con su propia historia mundana a la vez que es amor eterno, una realización eterna. Su manifestación mundana demuestra cómo nosotros también podemos vivir en este calamitoso embrollo, pero no ser parte de él. El tiempo que se nos da es un recurso finito con el que podemos convertirnos en el océano infinito.
Se nos aconseja sentarnos a meditar en las primeras horas del día y a la misma hora todos los días, así es la mente amante de los hábitos. De esta manera nos sentamos con la mente relativamente libre de la compleja narración que ama, narrar nuestras propias historias. (Las historias son también una manifestación del tiempo; no hay historia si no hay tiempo).
La historia más grande y larga es la historia, el estudio y el relato del pasado. Somos parte de eso. La historia de la pandemia, sin duda, ya se está escribiendo, relatando cómo el mundo ha cambiado dramáticamente en los últimos meses. La costumbre compartida sobre cómo nos relacionamos unos con otros se ha visto seriamente alterada: ahora no podemos abrazarnos y debemos guardar una distancia de al menos un metro. Muchos de los placeres mundanos en los que antes buscábamos consuelo se nos niegan ahora que estamos encerrados.
El único refugio está dentro de nosotros, más allá del tiempo. La única salida es el simran.
Todo esto nos anima a sentarnos y a activar el arma mística secreta, el interruptor de la historia mágica que es el simran. Los seres humanos hemos estado transmitiendo nuestras historias desde el principio de la humanidad. Igual que con Netflix, podemos poner la historia en “espera” presionando el botón del simran mientras nos liberamos de nuestros muchos apegos y entretenimientos.
El simran es el camino que lleva del tiempo al amor, de estar involucrado en todo a solo existir, del aislamiento a la salvación. Mientras estamos en el tiempo, el simran es todo lo que hay. En cuanto nos quedemos sin tiempo, el amor es todo lo que habrá. La conexión entre nuestra existencia temporal y nuestro ser eterno es el satgurú.
Sin duda, es hora de que nos pongamos con nuestra meditación.
- Aldous Huxley, La filosofía perenne, traducción de C.A. Jordana, Edhasa. 2010, p. 177