Una vida con propósito
En la creación todo se ha diseñado con un propósito específico; la naturaleza nunca es extravagante. El Creador ha definido un papel preciso para todos y cada uno de los seres vivos. Incluso los insectos más pequeños que se alimentan de la vegetación en descomposición tienen un lugar específico en el universo; si no estuvieran allí, algo estaría desequilibrado. Como un complejo motivo en un hermoso patrón, también forma parte de un diseño aún más grandioso.
Todos los seres existen como parte esencial del todo. Sin saberlo, todos participan en una danza divina, actores en el gran escenario de la eternidad, trabajando en armonía para cumplir con el gran designio del Creador. En la naturaleza, a este trabajo realizado de forma automática o instintiva para el beneficio mutuo, lo denominamos un “ecosistema”. Desde nuestra perspectiva como seres humanos observamos los intrincados mecanismos de la naturaleza, y vemos cómo cada uno desempeña un papel esencial en el apoyo y la existencia del conjunto.
Hay un dicho popular: “así como el microcosmos, también el macrocosmos”, que puede haberse originado en los antiguos griegos. Significa que cada parte del universo refleja el universo entero. Implica que a cualquier escala que observemos la actividad en el universo, ya sea material, mental o espiritual, todo funciona de acuerdo con el plan divino del Creador o su orden divino. Siempre y cuando cada parte actúe de acuerdo con su verdadero propósito, hay paz y armonía dentro de la estructura. Pero si un participante individual va en contra de este orden natural, entonces se produce un desequilibrio, y esto se percibe de forma aguda por ese individuo y también a cierta escala en el conjunto del sistema.
En este universo, todas las criaturas inferiores a los seres humanos trabajan precisamente de acuerdo con su propósito natural. A través del impulso de sus instintos básicos, cada criatura desempeña su papel maravillosamente. Una mariposa es perfectamente una mariposa y un elefante es perfectamente un elefante. Se comportan como uno esperaría, ya que operan dentro de los parámetros de sus capacidades físicas y mentales.
¿Pero qué hay del hombre? Dependiendo de la perspectiva de cada uno, los seres humanos estamos bendecidos o maldecidos con el gran don de la autoconsciencia. En lugar de desempeñar nuestro papel dentro del gran ecosistema como lo ideó el Creador, intentamos expresar nuestra propia individualidad y hacer que todo gire a nuestro alrededor, en nuestro propio “EGO-sistema”.
Impulsados por el sentido de la separación que puede causar esta conciencia de uno mismo, nos empeñamos en doblegar y deformar todo lo que nos rodea según nuestra voluntad individual. Al hacerlo, trastocamos el mundo en el que existimos, causando desequilibrio y perturbación a todos los seres vivos. Vemos el efecto de esto a diario en nuestros titulares: guerra, hambruna, contaminación y fracaso económico, y la lista sigue.
Observemos los árboles, por ejemplo. Siendo plantas, están en el espectro inferior de la creación, y sin embargo pueden trabajar juntos cooperando en lugar de compitiendo. Intercambian nutrientes y cuidan de sus vecinos enfermos. Los seres humanos están en el extremo superior del espectro de los seres creados, y qué hacemos, ¡todo lo contrario! Competimos con nuestros vecinos y rara vez cooperamos.
Externamente quizá no percibamos la desarmonía que creamos a nuestro alrededor, pero sin duda todos la sentimos internamente. Fortalecidos por nuestro intelecto superior y nuestra habilidad para tomar decisiones, nos hemos alejado de los confines del orden natural de las cosas, y como consecuencia nos desviamos mucho de comportarnos incluso como buenos seres humanos, y mucho menos como seres perfectos. Bajo la fuerte influencia de las tendencias negativas de la mente, nos hemos desviado mentalmente, nuestra atención continuamente atraída hacia abajo y hacia afuera por los sentidos. Cuanto más nos alejamos de nuestro verdadero propósito, más deprimidos e infelices nos sentimos.
Entonces, según el plan divino de Dios, ¿cuál es nuestro verdadero propósito? El místico indio del siglo XVIII Dariya Sahib describe nuestra situación de la siguiente manera:
Excepcional es el nacimiento humano en este mundo;
Con gran fortuna se obtiene,
Su propósito es alcanzar la salvación.
Tras recorrer el ciclo de los ochenta y cuatro [lakhs1 de especies]
se obtiene un gurú sabio en el mundo que puede impartir la sabiduría2.
Estos “gurús sabios” o santos han proclamado lo mismo a lo largo de los tiempos, independientemente del país al que pertenecían o de su legado religioso. Nos dicen que los seres humanos tenemos un objetivo supremo. Por encima de todas las criaturas de este universo, el Señor nos ha bendecido con la oportunidad de reunirnos con él y de abandonar la rueda de la transmigración.
Estos santos también nos dicen que el reino de Dios está dentro de nosotros. El Señor Dios, el supremo Creador, no puede encontrarse en el exterior sin haber sido manifestado en el interior. Nuestro cuerpo humano es la mansión del Señor, el templo del Dios vivo. Aquellos que lo buscan fuera deambulan en la ilusión.
Este cuerpo es más que carne y huesos. Su verdadera maravilla reside en la capacidad de llevar nuestra conciencia al interior y saber que no somos ni cuerpo ni mente, sino la misma esencia del Creador. Nuestra alma es una gota de ese océano de amor al que llamamos Dios.
Para sumergirse de nuevo en ese océano y experimentar la comunión divina, no necesitamos ir a los templos construidos a mano del hombre. En cambio, ya nos encontramos en el lugar más sagrado, este cuerpo –hari mandir– la casa de Dios, moldeada por el mismo Señor.
Por desgracia, no somos conscientes de nuestro verdadero potencial. En cada vida, en todas las formas, hemos luchado para sobrevivir y sustentarnos; hemos tenido familias y hemos tenido que luchar por nuestra existencia. Aunque estas actividades todavía forman parte de nuestras vidas humanas, cuando las observamos desde la perspectiva de los santos, también vemos que ciertamente no son el principal propósito de la vida humana. Los santos proclaman inequívocamente que el objetivo principal de la vida humana es volver a nuestro verdadero hogar y lograr la unión con el Padre. Este es el “verdadero trabajo” para el cual hemos venido a este mundo. Todo lo demás es simplemente ocuparnos de nuestros karmas; saldando viejas deudas y creando nuevos haberes.
Hazur Maharaj Ji solía decir que el cuerpo humano es el peldaño más alto de la escalera de la creación. Desde aquí, a través de nuestras acciones, podemos descender a las especies inferiores o podemos elevarnos y regresar al Señor y escapar para siempre del ciclo de nacimientos y muertes.
Entonces, ¿qué es este sendero y dónde podemos encontrarlo? A través de la ciencia hemos aprendido mucho sobre esta creación, así como sobre el cuerpo que habitamos. Incluso las mentes más brillantes de la ciencia se maravillan cuando consideran la inmensidad y complejidad de la creación. Muchos de los grandes científicos de hoy en día empiezan a pensar que la mayor parte de la creación, alrededor del 95 %, es lo que llaman materia “oscura” y energía “oscura”; y la denominan “oscura” porque permanece invisible y desconocida para ellos. Y del 5 % que posiblemente “conocen”, bueno, incluso eso es un festival constante de especulación, descubrimiento y revaloración.
En cualquier caso, todo esto se relaciona con el mundo externo y por lo tanto con el “nosotros” externo, nuestra limitada realidad física. Pero los maestros verdaderos desean apartar nuestra atención de esta identidad ilusoria y en su lugar reorientarnos hacia nuestro verdadero ser, nuestra realidad interior, y a través de esto acceder al reino de Dios en nuestro interior.
Este es el campo de actividad que solo los santos conocen. Estos mensajeros divinos del Señor, sus amados hijos e hijas, son expertos en este campo, al haber recorrido ellos mismos por completo el sendero interior y haberse fundido de nuevo en el Creador. Ellos hablan de lo que saben. No es una especulación o una colección de textos y dichos antiguos. Vienen a nuestro nivel y nos instan a buscar dentro de nosotros mismos y a conocer a través de la experiencia directa lo que hay dentro. Acerca de esto, el Gran Maestro escribe:
Tus sueños o imaginaciones más extraordinarias nunca podrán representar la grandeza que hay en el interior. Pero el tesoro te pertenece y está ahí para ti; puedes conseguirlo cuando vayas al interior. Puedes creerme de una vez por todas, todo está dentro de ti, incluyendo al mismo Creador, y todos los que lo han experimentado, lo han conseguido entrando dentro del foco del ojo3.
Para saber cómo aplicarnos para lograr este noble objetivo, primero tenemos que entender lo que hay dentro de nosotros. Dado que el Creador ha asignado un propósito específico para todas las criaturas, también las ha equipado perfectamente para que puedan cumplir con ese propósito; y lo mismo ocurre con el hombre. Mientras que el marketing moderno busca recordarnos constantemente que somos deficientes de alguna manera, y que solo con la adquisición de su producto seremos verdaderamente felices y satisfechos, los maestros por otro lado no ven absolutamente ninguna carencia en nosotros. Dicen que todos estamos plena e igualmente equipados y tenemos el potencial para alcanzar el mayor propósito concedido a un ser en esta creación, que es hacer realidad nuestra verdadera naturaleza, que en esencia no somos más que amor.
Otro nombre para Dios es amor. Todas las escrituras expresan esta misma verdad de una forma u otra: que Dios es amor y el amor es Dios. El Creador no está separado de su creación; existe en el corazón de todos los seres vivos y es la fuerza vital que les da vida. Es la fuerza que está en el centro de cada elemento de la creación, proyectándose hacia el exterior como las innumerables formas que bailan ante nuestros ojos.
En esta dinámica forma creativa, el Señor se conoce por muchos nombres, por ejemplo, Shabad, Kalma, Tao y otros muchos. Él es la “Palabra” de la Biblia que creó “todas las cosas”; la expresión divina que produjo todo lo que vemos. Este mismo poder continúa fluyendo del Creador sosteniendo toda esta creación. Solo en el hombre puede conocerse este poder. Bajo la adecuada guía de un maestro verdadero, nosotros, los seres humanos, podemos contactar conscientemente con el Creador en nuestro interior y experimentar directamente esta fuerza vital, o corriente audible de la vida, que se manifiesta en nuestro interior como una melodía gloriosa y una luz resplandeciente.
Si es así, ¿por qué no la vemos todos? Es porque nos hemos sumergido en y apegado a este mundo a través de tres actividades básicas: ver, hablar y escuchar. Y es a través del proceso de meditación enseñado por el maestro que aprendemos a reorientar estas tres facultades, dirigiéndolas hacia dentro, y al hacerlo retiramos nuestra rebelde atención del mundo material y la llevamos hacia nuestro interior.
En el momento de la iniciación, recibimos cinco nombres sagrados para repetir en silencio en nuestro interior. Al utilizar este simran ocupamos la facultad de hablar de la mente. A través de la contemplación interna, dhyan, nuestra facultad de ver se mantiene ocupada. Y, en tercer lugar, cuando el simran y el dhyan están completos, se manifiesta el Shabad dentro de nosotros y podemos concentrarnos exclusivamente en escuchar la melodía divina interna.
A través de esta probada técnica de meditación, la mente dispersa es atraída de nuevo a su asiento natural en la frente, la décima puerta, tisra til; ojo único o tercer ojo. Al unir las tres facultades, se juntan en un solo punto. Este punto es la puerta de la casa del Padre, y al cruzar su umbral, nos despertamos a la gloria de los mundos espirituales en nuestro interior. Aquí nuestra alma vuelve a conocer ese amor inexpresable del que se originó. Al encontrar esta dicha suprema dentro de nosotros mismos, nos desprendemos instantáneamente de los atractivos bajos del mundo y en su lugar nos apegamos profundamente al Señor interior.
Sin embargo, no es tan fácil escapar de las ataduras que hemos creado a nuestro alrededor. Nos hemos enredado durante muchas vidas en este aparentemente interminable juego del mundo, y nuestro vasto catálogo de experiencias nos ha marcado, nos ha dejado cicatrices. Estas impresiones se han vuelto tan profundas que el Shabad –el sonido y la luz dentro de nosotros– se ha vuelto totalmente imperceptible. Sin la claridad de la visión interna, tropezamos en la oscuridad, cayendo constantemente, olvidando totalmente nuestro verdadero hogar y enredándonos así aún más en el mundo y perdiendo totalmente de vista nuestro verdadero propósito.
A través de nuestra miopía espiritual, hemos actuado, y seguimos actuando, de maneras que a menudo van contra nuestro propio interés. Como resultado de esto, puede haber consecuencias significativas que tenemos que sufrir. En la Biblia leemos:
No os engañéis; de Dios nadie se burla: que todo lo que el hombre sembrará, eso también segará4.
Tanto si lo llamamos karma, la ley de causa y efecto, o siembra y cosecha, esta ley es infalible, y todos estamos dominados por ella. Bajo su influencia, todas las formas inferiores al hombre están en sus cuerpos simplemente pagando el karma. No lo crean; solo se comportan de forma automática o instintiva. No tienen elección, y cumplen su destino bajo la influencia directa de sus karmas. Siendo así, ¿cuándo sembraron estas semillas para las que ahora cosechan tan amargos frutos? La respuesta es significativa para nosotros: es en esta forma en la que residimos ahora, la forma humana.
La forma humana es la única en la que se crean y se reciben karmas. Es aquí, en este cuerpo, donde sembramos las semillas de nuestro futuro. Cuando tomamos las decisiones equivocadas y realizamos acciones negativas, sin saberlo, nos preparamos para un largo viaje de vuelta a la creación y a la rueda de la trasmigración.
O bien, podemos seguir la orientación que los santos nos ofrecen sobre la “vida correcta”. Nos exhortan a adoptar cuatro sencillos principios (o votos) para que las elecciones que realicemos y las acciones que llevemos a cabo nos permitan realizar nuestro potencial, liberarnos de la esclavitud material, y liberar nuestra alma para que regrese a su hogar original.
Ya hemos hablado de nuestro gran potencial, y en consecuencia el Señor nos ha conferido el poder latente para lograr todo lo que conlleva. Lo que el maestro nos pide que hagamos está a nuestro alcance; no es nada excesivo. Simplemente nos aconseja que nos comprometamos firmemente a vivir la vida de un buen ser humano. Esto implica adoptar un estilo de vida basado en cuatro principios sencillos. Estas son las sencillas instrucciones de “cómo empezar” a utilizar esta forma humana para su verdadero propósito. Sí, las hemos oído todas antes, y todos sentimos que las conocemos de memoria, pero al igual que cuando nos damos cuenta de que no le estamos sacando el máximo partido a algún aparato tecnológico en casa, una segunda lectura de la primera parte del manual de usuario puede revelar en qué nos estamos equivocando, y algún pequeño ajuste puede permitirnos optimizar su rendimiento. Así que aquí los tenemos.
En primer lugar, debemos adoptar y atenernos a una dieta lacto-vegetariana, absteniéndonos de comer carne, pescado, aves, huevos (fértiles o no) y cualquier alimento derivado de ellos. Además, no debemos formar parte de ninguna cadena de actividad que se oponga a este principio.
En segundo lugar, la instrucción del maestro es que debemos abstenernos del alcohol, los estupefacientes, los productos del tabaco y cualquier otra sustancia adictiva. En nuestro estado de sobriedad, ya nos enfrentamos al enorme desafío de superar la influencia negativa de nuestra mente y sentidos; ¡y eso ya es lucha suficiente! Añadir a nuestra carga y ceder el escaso autocontrol que tenemos, ¡es como mínimo, contraproducente, así como evidentemente insensato! Necesitaremos cada pizca de fuerza de voluntad para controlar e invertir el flujo de nuestra atención que va hacia abajo y hacia afuera. Se requerirá una vigilancia constante para que cada paso en el sendero sirva para alcanzar nuestro objetivo.
Hasta aquí, todo bien, y con suerte podemos poner una marca de verificación junto a estos dos primeros votos y sentirnos seguros de que vamos por buen camino. Luego llegamos al tercer voto, el más trascendental, que es el de llevar una vida pura y moralmente correcta, ganándonos la vida por medios justos y honestos, y cuando sea posible, sin ser una carga para nuestros semejantes ni para la sociedad en general. En resumen, nuestras vidas deberían ser la expresión de lo que todo buen ser humano debe ser. Este voto lo abarca todo; la aplicación estricta de este principio a nuestra vida diaria hace resaltar con luz brillante todas nuestras acciones, puede sacar a la luz mucho de lo que hemos escondido en las sombras y nos invita a remodelar nuestras vidas para que podamos estar en condiciones de sentarnos una vez más en la Casa de nuestro Padre.
Seguir esto al pie de la letra puede suponer un gran reto. Sin embargo, si nos acercamos a cada situación, y a las personas en nuestras vidas de una manera verdaderamente amable, generosa y amorosa, entonces como consecuencia natural, el bien llegará. Viviendo nuestras vidas de esta manera colaboramos con el Creador y tratamos de expresar su presencia en nuestras vidas a través de todas y cada una de nuestras acciones.
Al seguir estos tres primeros votos, empezamos a crear un ambiente de amor a nuestro alrededor que sienta las bases de nuestra actividad más esencial. Con un esfuerzo sincero tenemos que comprometernos a dedicar al menos dos horas y media diarias a nuestra meditación. Esto es solo el 10 % del tiempo que tenemos en el día; es muy poco a dar cuando hay tanto que recibir. A lo largo de innumerables vidas, 24 horas al día, 7 días a la semana, hemos cometido acciones y por lo tanto hemos acumulado karmas, y estos débitos y créditos son los que ahora nos obstaculizan el camino. Son la causa de la profunda separación que sentimos de nuestro Creador y tienen que erradicarse si queremos volver a unirnos a él.
La meditación es la acción suprema. Las acciones en el mundo material simplemente engendran reacciones iguales. Es un pésimo trato, das una, recibes una. Mientras que en la meditación hacemos lo que más le gusta a nuestro maestro, y nuestros pequeños pasos tambaleantes hacia él le hacen correr hacia nosotros. Él garantiza que, si cumplimos nuestra pequeña parte en la consecución de nuestra salvación, entonces no nos negará su misericordia y gracia, y a través de ello, un día nos encontraremos con él en nuestro hogar eterno, un lugar de amor, alegría y dicha ilimitada.
Hazur nos lo recuerda:
Como dijo Cristo, la cosecha está siempre preparada, la cosecha siempre está lista, pero tenemos que elevar nuestra consciencia a ese nivel donde podamos recolectar esa cosecha. Simplemente cambia tu modo de vida de acuerdo con las enseñanzas y atiende a la meditación. Eso es todo lo que se precisa. De la meditación vendrá el amor, la entrega y la humildad. Todo vendrá5.
- 1 lakh = 100 000
- K.N. Upadhyaya, Dariya Sahib: Saint of Bihar, Beas: RSSB, 2006, p. 122
- Maharaj Sawan Singh, Joyas espirituales, Beas: RSSB, 2004, #147, p. 241
- La Biblia, Gálatas 6:7-9
- Maharaj Charan Singh, Muere para vivir, Beas: RSSB, 1994, #353