El mayor acto de valentía
El tema de esta charla trata sobre nuestro mayor acto de valentía y se basa en una pregunta que se le hizo a Hazur Maharaj Ji hace muchos años cuando al maestro le preguntaron:
¿Qué clase de heroísmo se necesita –hablando de valentía–, qué clase de heroísmo se necesita, en nuestra meditación?
La respuesta fue una sorpresa. Él respondió:
...Debemos tratar de ser tan regulares y puntuales como podamos. Como algo rutinario, como una obligación y cumplir con nuestra meditación sin ninguna expectativa por ver algo. Debería convertirse en una parte de nosotros mismos. Debería convertirse en parte de nuestras obligaciones diarias. Entonces, automáticamente, empezará a reflejarse en nuestra vida1.
Entonces, ¿por qué nos sorprendió? Sabemos que la meditación es la respuesta a la mayoría de las preguntas, ¿pero por qué nuestra meditación es un acto de valentía?
- Podemos pensar en un soldado que se dirige a la batalla,
- O en un explorador escalando el Monte Everest,
- O tal vez en una persona que tiene una enfermedad terminal y que se enfrenta a la muerte con valentía.
Un soldado que lucha valientemente recibe una medalla por su valor, y uno que hace el mayor de los sacrificios, y que muere en la batalla, recibe una medalla especial. Un explorador que conquista el Monte Everest pasa a formar parte de la historia por su valerosa hazaña. Y un enfermo terminal que fallece después de enfrentarse a la muerte con serenidad es elogiado por haber demostrado un gran valor.
Así que si estamos realizando nuestro simran y bhajan con regularidad y puntualidad con amor y devoción, ¿cómo puede ser esto un acto de valentía? Porque:
- Somos ese soldado, pero luchamos contra el más formidable e insidioso de todos los enemigos: la mente.
- Somos el explorador que intenta escalar la más difícil de todas las montañas: la montaña de la luz en el interior de este cuerpo.
- Somos ese enfermo terminal que se enfrenta a la muerte, no solo a la muerte del cuerpo, sino a la muerte del yo, del ego y a nuestra existencia separada que ha sido la causa de todos nuestros sufrimientos.
El Soldado
Respecto a ser un soldado, se le preguntó a Hazur:
P. ¿Puedes explicar si hay alguna diferencia entre ser un guerrero en el sendero y ser un satsangui?
R. Ser un guerrero en el sendero es solo una forma de expresar la idea de que tienes que luchar contra la mente, contra los sentidos, igual que un guerrero lucha contra el enemigo, y no teme ni siquiera a su muerte. No importa las dificultades por las que tenga que pasar, él quiere luchar, y mira hacia adelante. Del mismo modo, nuestra actitud debe ser luchar contra la mente, luchar contra nuestros sentidos y luchar contra nuestras debilidades igual que un guerrero. Solo es una forma de expresarse.
P. Entonces, ¿no hay diferencia entre un guerrero y un satsangui?
R. Cada satsangui es un guerrero2.
En respuesta a otra pregunta acerca de los satsanguis que viven la vida de un guerrero, dice:
Un guerrero nunca teme a la muerte, y sacrifica muchas cosas. No mira hacia atrás en absoluto. Nunca está preocupado por: ¿Qué le pasará a mi esposa, qué le pasará a mi hijo, y si me matan, cómo vivirán? Su único objetivo es luchar, vencer y salir victorioso. Del mismo modo, nuestro objetivo en la meditación debería ser como el de un guerrero. No debería preocuparnos: Si dejo esta creación, ¿qué les pasará a mis hijos, qué le pasará a mi esposa? He reunido mucha riqueza, ¿qué pasará con ella? Tenemos que apartar completamente nuestra mente de todas estas cuestiones y estar preparados para sacrificar cualquier cosa y lograr nuestro objetivo3.
Y en respuesta a otra pregunta sobre la meditación, dice:
El general arma a sus soldados para luchar contra el enemigo, y quiere que cada uno de ellos luche. Él está detrás para guiarlo, para equiparlo, para darle munición, para ocuparse de todas sus necesidades, pero el soldado tiene que luchar. El soldado no puede decirle a su general que vaya a luchar al frente por él. Tenemos que hacer nuestra parte. Tenemos que desempeñar nuestro papel. Y estamos capacitados para desempeñar nuestro papel; tenemos que luchar contra nuestro enemigo, la mente, que está apegada a esta creación4.
Cuando se dice que un boxeador tiene “mucho valor” significa que nunca se rinde. Le pueden derribar, pero sigue levantándose para luchar de nuevo. Puede estar ensangrentado, pero no se detiene. Lo da todo y aunque pierda el combate, se le respeta por su valor y perseverancia.
Deberíamos encarar nuestra meditación con “mucho valor”. La mente es muy poderosa, y constantemente nos “golpea”; pero si afrontamos la meditación con “mucho valor”, siempre volveremos a nuestro simran y dhyan. Perderemos muchas batallas, pero cada vez nuestra voluntad se fortalecerá. Nuestro deseo por llegar al centro del ojo y estar con el maestro crecerá.
Tenemos que entender el mérito del fracaso. Si fracasamos, significa que lo hemos intentado; y si lo hemos intentado, significa que hemos crecido. Por eso el Gran Maestro dijo: “Tráeme tus fracasos”5. ¿El niño que aprende a caminar fracasa cuando se cae? Es parte del proceso que lleva al éxito. Muchos de los personajes importantes y famosos consideran el fracaso como la clave de su éxito.
Había un jugador de baloncesto que llegó a la NBA, pero falló más de 9000 lanzamientos en su carrera. Perdió más de 300 partidos. Confiaron veintiséis veces en él para que realizara el lanzamiento que ganaría el partido, y falló. Se llama Michael Jordan y dijo:
He fallado muchas veces en mi vida. Y ese es el motivo por el que tengo éxito6.
Se cuenta que Thomas Edison realizó 10 000 experimentos antes de construir una batería que funcionara. Un periodista le preguntó qué se sentía al fracasar 10 000 veces en sus esfuerzos. “¿Fracasar?” respondió Edison, “No he fracasado 10 000 veces, he tenido éxito al encontrar 10 000 formas que no funcionan”7. Así que si perseveramos, al final la mente se inmovilizará y lograremos nuestro objetivo. Al final, estamos destinados a tener éxito.
Mientras tanto, debemos reconocer que la mente es nuestro enemigo mortal porque nos causa mucho dolor y sufrimiento, y se interpone entre nosotros y alguien a quien amamos. ¿No deberíamos estar enfadados con la mente por todos sus trucos, para mantenernos esclavizados en el mundo, por todo el sufrimiento que nos ha causado, y por mantenernos alejados de la persona con la que queremos estar en nuestro interior? Sabemos que esta mente no es nuestra amiga. Así que, ¡basta ya! ¿No es hora de decir que “Estoy muy enfadado y no voy a tolerarlo más”?
Hazur escribió:
No te sientas impotente o desesperado, sigue luchando y sé valiente como un soldado. Dile a la mente que no vas a ceder más ante ella, que vas a llevar una nueva vida por completo8.
Como practicantes de la meditación tenemos que decirle “no” a la mente cuando desee cualquier cosa que nos pueda hacer retroceder. Evitemos retrocesos mayores viviendo una vida recta y moral, absteniéndonos de la carne, el pescado y los huevos, las drogas y el alcohol. La meditación que practicamos es decirle “no” a la mente en su raíz, el plano del pensamiento, porque la mente quiere pensar en otra cosa, y reemplazamos esos pensamientos con el simran. Así que empezamos repitiendo el simran, luego nos olvidamos del simran y empezamos a pensar en cosas mundanas. Y luego volvemos a llevar nuestra mente al simran. Seguimos llevándola de vuelta, una y otra vez.
Es una lucha constante, porque la mente quiere volver a sus viejos hábitos, pero con el simran y dhyan reprogramamos la mente con un nuevo hábito mucho más beneficioso. El Gran Maestro dijo:
La mente es nuestro único enemigo en este mundo... no te desanimes y sigue meditando. El simran es muy poderoso. Cuando se perfecciona, tiene el poder de detener un tren en movimiento9.
La mente es una oportunista. Espera un momento de debilidad cuando bajamos la guardia. Así que un satsangui necesita estar atento en cada momento de cada día. Sería mucho más fácil si la necesidad de actuar y ser consciente se limitara a un día o un momento. Pero para un satsangui ese acto de valentía lo realiza todos los días:
Atender a nuestro simran y bhajan de forma regular y puntual.
El explorador
También nosotros somos el explorador. Así como los grandes exploradores quisieron escalar las montañas más altas, nosotros intentamos escalar a través de la montaña de este cuerpo hasta el punto más elevado detrás de los ojos. Un explorador va donde pocos se atreven a llegar. Intenta encontrar un mundo nuevo y desafiante en el exterior, así como nosotros intentamos entrar en el mundo del espíritu en el interior.
¿Qué distingue a los grandes exploradores y aventureros del mundo de los demás? Una fe inquebrantable y una voluntad indomable. Sin la fe en su aventura, su misión sería imposible. Sin fe nunca habrían podido sufrir todas las dificultades y penurias a lo largo del camino.
De la misma manera, la fe absoluta en el maestro es un prerrequisito para lograr el progreso espiritual. Comenzamos con un poco de fe y confianza en el maestro y sus enseñanzas, lo que nos da el estímulo para realizar nuestro simran y bhajan regular y puntualmente. Baba Ji siempre dice: “simplemente hazlo”. Quiere que nos dediquemos y empecemos. Tenemos que dejar de lado todas nuestras dudas y ponernos manos a la obra. La “fe absoluta” solo vendrá de la experiencia interna. Jesús dijo:
Si tenéis fe del tamaño de un grano de mostaza, diréis a este monte: Desplázate de aquí a allá, y se desplazará, y nada os será imposible10.
Dice que si podéis desarrollar solo un poco de fe en el maestro del tamaño de un grano de mostaza, tendréis tanto poder dentro que incluso podréis mover montañas de un lugar a otro.
Los enfermos terminales: morir para vivir
Todos somos enfermos terminales. Todos debemos enfrentarnos a la muerte. Nadie se escapa de ella. El miedo a lo desconocido, y el terror a la muerte ensombrecen prácticamente todo lo que hacemos en nuestras vidas. Para ayudarnos a enfrentar el miedo a la muerte, cerramos los ojos a la realidad y nos consolamos falsamente con ciertas ilusiones. Los ritos de nuestras religiones también nos dan falsas esperanzas.
La mente es capaz de hacernos ignorar nuestra muerte, aunque veamos a nuestros amigos y familiares irse de este mundo. Intelectualmente sabemos que sucederá, pero actuamos como si estuviéramos aquí para siempre. Permanecemos en la negación, como lo ilustra la conocida ironía:
No es que tenga miedo a morir; simplemente no quiero estar ahí cuando suceda11.
El mundo ve la muerte como un accidente, una casualidad, una tragedia, algo que no es natural, un fracaso, algo que se supone que no debe suceder. Para la mayoría de la gente la idea de la muerte es deprimente. Nos cuesta mucho aceptarla ya que nos aferramos a la idea de quizás haya alguna manera de remediarla, de aplazarla, o de esperar que uno tenga alguna forma de sobrevivir a la disolución del cuerpo. Podemos solucionar muchas cosas en la vida y podemos resolver muchos problemas, pero hasta ahora nadie ha podido resolver el problema de la muerte. Cuando alguien a quien amamos muere, decimos: “Lo hemos perdido”, como si hubiera sido nuestro para poder perderlo, porque vivimos en la creencia ilusoria de que nos pertenecemos y que nuestras relaciones no acaban. Pero Hazur dice:
Debemos aceptar los hechos; las relaciones son un ajuste kármico de las cuentas. Uno es una esposa, otro es una hija; vienen y van en el escenario, tal como se oye todos los días en el satsang. Debemos aceptar la escena de la muerte cuando llegue, y que este drama ha terminado ahora. Es inútil llorar sobre la leche derramada. Debemos aceptar los hechos y enfrentarnos a la vida tal y como viene12.
Se nos enseña la práctica de “morir en vida”. Al retirar nuestra conciencia al tercer ojo y escuchar la música de la corriente del sonido, la corriente audible de la vida, nuestra mente y nuestra alma se elevan juntas de la tumba de este cuerpo y se liberan de él. Por la gracia del maestro, cortamos nuestros lazos con el mundo y olvidamos todos sus problemas y miserias. Hazur dijo:
Debes retirarte al centro del ojo, y entonces vivirás para siempre. De lo contrario, solo estás viviendo para morir. Cada vez que vives, tienes que morir, así que muere para vivir. Aprende a morir para que puedas empezar a vivir, y vive para siempre13.
El Gran Maestro escribió:
Uno de los beneficios de las enseñanzas de los santos es que el discípulo cruza la puerta de la muerte en un estado de felicidad y así la conquista... Pierde todo el miedo a la muerte, porque cada día cruza su puerta14.
Por supuesto que se necesita un gran valor para morir mientras se vive, para dejar de aferrarse al mundo, para dejar el yo atrás y someterse a la experiencia espiritual. Pero una vez que hemos cruzado la puerta, el maestro dice que no existe el miedo:
- No existe el miedo a la muerte porque ya hemos muerto.
- No existe el miedo a lo desconocido, porque hemos perforado el velo y vemos lo que hay al otro lado.
- No existe el miedo a perder lo que tenemos, porque nos damos cuenta de que no tenemos nada.
¡Esto es libertad! Como cantaba Janis Joplin: “La libertad es solo otra palabra para decir que no hay nada que perder”15.
El santo Namdev escribió:
A través de la palabra de mi gurú
Me he dado cuenta de mi ser verdadero.
Mientras vivo, he aprendido a morir.
Ahora no tengo miedo a la muerte16.
Namdev explica que al ir al interior y escuchar el Shabad nos percatamos de nuestro ser verdadero y alcanzamos un estado de imperturbabilidad. Se cuenta la historia de un señor de la guerra al que todos temían. Cuando llegaba a una aldea, todo el mundo trataba de huir. Los que se quedaban siempre inclinaban sus cabezas por temían por sus vidas. Así que un día, mientras entraba en una aldea con su ejército, vio un hermoso templo. Entró en el templo y vio al monje principal sentado tranquilamente en meditación. Al señor de la guerra le molestó que este monje no se inclinara ante él. Así que sacó su espada y se acercó al monje. Le dijo: “¿Te das cuenta de que puedo atravesarte con esta espada sin pestañear?”. Y el monje respondió: “¿Y tú te das cuenta de que una espada puede atravesarme sin que me inmute?”.
Si estudiamos la vida de cualquier gran místico, observaremos que han alcanzado ese estado de imperturbabilidad. Muchos de ellos fueron incluso asesinados, lo que afrontaron con aceptación y aplomo. Una vez que alcanzamos ese estado, no hay necesidad de ser valiente porque el valor solo es necesario para actuar frente al miedo. En ese momento solo hay una motivación: el amor.
Para concluir: ¿qué es lo que nos da la fuerza y el valor para recorrer el sendero espiritual? ¿De dónde viene? Viene del maestro. Él ha plantado la semilla del amor en nosotros. Es esa semilla –que tira de nosotros desde el interior– la que nos da el deseo y la fuerza para dedicarnos a nuestra práctica. Esta es su gracia sin la cual, como dice Hazur, nunca pensaríamos en el Señor. Cuando el amor por el maestro crece, nos proporciona el valor para luchar contra el mayor de los enemigos, la mente, para subir por la montaña de luz dentro del cuerpo y para morir en vida, para aniquilar el ego y desprendernos de nuestra separación para poder estar con nuestro amado. Todo ello mediante la realización del mayor acto de valentía:
El simran y bhajan hechos regular y puntualmente con amor y devoción.
- Audio-recording, 31 de marzo, 1984
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol 2. Beas: RSSB, 2010. #550
- Ibíd, #549
- Ibíd, #546
- Ibíd, #541 (citando a Maharaj Sawan Singh)
- Jeff Stibel, “Michael Jordan: A Profile in Failure” en CSQ Magazine; 29 de agosto, 2017
- Erica R. Hendry, “7 Epic Fails Brought to You By the Genius Mind of Thomas Edison,” SmithsonianMag.com, 20 de noviembre, 2013
- Maharaj Charan Singh. En busca de la luz. Beas: RSSB, 2002; #455
- Rai Sahib Munshi Ram, With the Three Masters, Vol. 1. Beas: RSSB, 2019; p. 363
- Mateo 17:20, Holy Bible, KJV
- Woody Allen, Death, A Comedy in One Act, New York: Samuel French, Inc. 1975.
- Spiritual Perspectives, Vol 3, #469.
- Maharaj Charan Singh, Muere para vivir, Beas: RSSB, 1994; p. 163
- Huzur Maharaj Sawan Singh, El amanecer de la luz, Beas: RSSB, 1998; p. 77
- Kris Kristofferson, “Me and Bobby McGee,” performed by Janis Joplin in 1971
- J.R. Puri and V.K. Sethi. Sant Namdev, Beas: RSSB, 2004; p. 84