Descansa un poco
Cuando alguien le preguntaba a Hazur sobre sus dificultades en la meditación, su respuesta a sus problemas generalmente se podía reducir a dos palabras: “medita más”. En una de las sesiones de preguntas y respuestas de la página web, una mujer comenta todas sus dificultades para meditar y Hazur le respondió diciendo que podría compartir con ella la solución, revelarle el gran secreto: “meditar” y todo el mundo se echó a reír.
Este es el consejo permanente de los maestros. También parece ser el consejo permanente de todos los maestros espirituales de todo el mundo. Ya desde los primeros místicos cristianos, conocidos como “Los padres del desierto”, leemos:
Un hermano preguntaba con frecuencia al abad Sisoés:
“¿Qué debo hacer padre,
porque he caído en desgracia?”.
Y él respondió: “Levántate otra vez”.
El monje volvió poco después y dijo:
“¿Qué debo hacer ahora, pues he vuelto a caer?”.
Y el anciano le dijo:
“¡Levántate de nuevo!
¡No dejes de levantarte!”1.
Dicho de otra manera, la única solución a una meditación dispersa y desmotivada es meditar más. Para los monjes de los primeros monasterios cristianos, el estudio, la repetición y la reflexión sobre sentencias como esta, era parte de su disciplina espiritual diaria. Cientos de sentencias como estas se recopilaban en manuales de instrucción para los monjes. Cada día, además del tiempo que dedicaban a la oración y al silencio, es decir, a la contemplación interior, elegían una de estas sentencias para memorizarla por la mañana, y luego repetirla y reflexionar sobre ella a lo largo del día. Del mismo modo, cuando la meditación nos resulta difícil, nos debemos imaginar a nosotros mismos, recordándonos una y otra vez: “¡Levántate de nuevo! ¡No dejes de levantarte!”.
Con todo, cuando estamos cansados de luchar contra un enemigo que simplemente no cede ni un ápice, ¿de dónde sacamos el entusiasmo para poner en práctica la única solución que nos ofrecen los maestros: más meditación? Puede que nos ayude una sugerencia que aparece en otra de las sentencias que los monjes estudiaron y repitieron. Esta sentencia pertenece a uno de los primeros místicos cristianos, Juan de Dalyutha:
Si estás cansado y agotado
por tus trabajos para tu Señor,
posa tu cabeza sobre su rodilla y descansa un poco.
Recuéstate sobre su pecho,
respira el espíritu fragante de la vida,
y deja que la vida impregne tu ser.
Descansa sobre él, porque es una mesa de refrigerio
que te servirá la comida del Padre divino 2.
El consejo de Juan de Dalyutha suena diferente, pero en realidad es igual al que nos dan nuestros maestros: “Si estás cansado y agotado por tus trabajos para tu Señor”, es decir, de la meditación, medita más. Es una metáfora, pues, de qué otra manera, si no es meditando, podemos reposar la cabeza sobre las rodillas del Señor. ¿Acaso la meditación no es nuestra manera de entregar nuestro agotado ser a su misericordia y “recostarnos sobre su pecho”?
A veces, cuando nuestras dos horas y media de meditación han sido una viva y convincente imagen de lo que nos dicen los santos, cuando afirman que no somos más que meros esclavos, esclavos de la mente, dispuestos a bailar a su son, y, nos sentimos desabridos, desolados y desorientados, puede ser útil aferrarse a la imagen de la meditación como un lugar de descanso y refugio. El motivo por el que los monjes dedicaban un día entero a reflexionar sobre una misma sentencia era para profundizar cada vez más en su significado, y observar así cómo se aplicaba a sus propias luchas en el sendero espiritual.
Así que podríamos preguntarnos: ¿Por qué los maestros nos dicen que la única solución a una meditación desmotivada es meditar más? ¿Por qué nos dicen que la única solución a una meditación inquieta, agitada, de “déjame salir de aquí”, es meditar más? Porque, como dice Juan de Dalyutha, es en esa práctica de meditación donde podemos “respirar el espíritu fragante de la vida”.
Atrapados en la vasta y enmarañada red del mundo, impulsados por nuestro propio guion kármico y reaccionando a todo lo que nos entra por los sentidos, no estamos vivos. Como esclavos de la mente, somos muertos vivientes. Todo el día interpretamos el papel que se nos ha asignado en el drama del mundo siempre cambiante que nos rodea, pero, nuestro tiempo de meditación es, o podría ser, nuestro tiempo para “descansar un poco” y dejar que la “vida” impregne nuestro ser. En la meditación es donde podemos nutrirnos. Como dice Juan de Dalyutha, si queremos disfrutar del alimento divino en esa “mesa de refrigerio”, tenemos que “descansar en él”.
- The Book of Mystical Chapters: Meditations on the Soul’s Ascent, from the Desert Fathers and other Early Christian Contemplatives. McGuckin, John Anthony, translator. Boston: Shambhala Press: 2003, p. 46
- The Book of Mystical Chapters, p. 25