Amaos los unos a los otros
En Philosophy of the Masters, el Gran Maestro ha narrado la siguiente historia:
Cuando San Juan se hizo tan viejo que no era capaz de andar y hablaba, pero con gran dificultad, otro discípulo de Cristo le llevó a una reunión de niños para impartir un discurso. Levantó su cabeza y dijo: “Pequeños, amaos los unos a los otros”. Una vez más dijo lo mismo y más tarde volvió a repetirlo por tercera vez, después de lo cual se quedó callado.
Viendo esto, la gente más cercana a él dijo: “Buen hombre, ¿no tienes nada más importante que decir a estos niños?”. A esto él respondió: “Imparto este consejo una y otra vez, porque de todas las cualidades, el amor es lo que la humanidad más necesita. Si os amarais los unos a los otros y las corrientes del amor llenaran vuestras mentes, poseeríais todos los demás atributos positivos. El amor, y todas las cosas se os darán por añadidura”1.
En esencia, este es el mensaje de todos los místicos y santos: amarse los unos a los otros y llenar nuestra mente y corazón de la corriente del amor. Nada es más importante que moldear nuestras vidas según los principios de estos dos mandamientos, porque el amor es nuestra gran necesidad y el amor es lo único que da valor y significado a la vida humana.
Como San Pablo escribió en su primera carta a los Corintios:
Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios –el saber más elevado–, aunque tuviera tanta fe como para mover montañas, si me falta el amor nada soy.
Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve2.
Una vez más, el Gran Maestro dice:
El amor es el tesoro más preciado de todos. Sin él no existe nada y con él existe todo. El que carece de amor en su corazón no es merecedor de llamarse ser humano... Allí donde reina el amor, hay vida. Donde no existe el amor, la vida carece de sentido3.
Para llenar nuestros corazones y mentes de amor, en el que no solo yace nuestra única necesidad, la vida humana se nos ha concedido debido a esa finalidad, como maravillosamente se expresa en El libro de Mirdad, donde el maestro les dice a sus discípulos:
El amor es la ley de Dios. Vivís par que podáis aprender a amar. Amáis para que podáis aprender a vivir. Esa es la única lección que se exige al hombre. Y, ¿qué es amar, sino que el que ama absorba lo amado para siempre, de modo los dos sean uno?4.
El amor es la ley de Dios. El Gran Maestro explicó esto de la siguiente manera:
El mundo es hermoso y nosotros naturalmente nos sentimos atraídos por él, debido a que el Creador de ambos, el hombre y el mundo, es el mismo Dios, que es amor. Dios ha llenado a los dos, al hombre y al mundo, con corrientes de amor, y el mundo es sostenido por el amor. El poder magnético del amor se manifiesta por toda la creación. El sol, la luna, las estrellas, el cielo; todos transmiten corrientes de amor a los demás5.
Así que la dulce fragancia del amor permea toda la naturaleza, el universo entero. Es la fuerza vinculante, no solamente entre todas las vidas, sino que es el poder que proporciona vida a todas las formas. En La llamada del Gran Maestro, Daryai Lal Kapur cita al Gran Maestro en un satsang diciendo:
Mira el cuerpo humano. Con qué habilidad los cinco tattwas (elementos): tierra, agua, fuego, aire y éter, por naturaleza antagónicos unos de otros, se han mezclado para formar el cuerpo humano. A la tierra la destruye el agua; el fuego seca el agua; al fuego lo consume el aire y a este lo absorbe el éter. ¡Qué hábilmente estos cinco enemigos se unen en un amoroso abrazo para gobernar el cuerpo!”6.
¿Acaso no es sorprendente que, aunque el amor divino está presente en cada pequeña partícula del universo y en todas las células de nuestro cuerpo y de todo nuestro ser, nuestra mente y corazón no estén impregnados de él, según como nos cuenta San Juan? A consecuencia de esto, vivimos en conflicto con nosotros y los demás, causando toda clase de sufrimientos. ¿Cómo es posible esto?
Según todos los místicos y santos, esto es debido a que poseemos una consciencia muy limitada. Nuestra consciencia es limitada porque nuestra mente está firmemente inclinada hacía los objetos mundanos y apegada a lo visible y tangible. Está repleta de impresiones que hemos estado acumulando desde que comenzamos a vivir en esta creación. Si fuéramos capaces de retirar nuestra atención del mundo y centrarla en Dios, y si nuestra mente se pudiera limpiar y purificar de sus impresiones, nuestra consciencia se ampliaría. Así el amor divino se consagraría en nuestros corazones y fluiría incondicional y automáticamente hacia todos y cada uno. El Gran Maestro aclara esto de la siguiente manera:
El amor es una cualidad del alma y es innata en todos nosotros, pero no todo el mundo es capaz de aprovecharlo… Tan pronto como el alma se desprende de la suciedad y las ataduras del mundo, el amor verdadero automáticamente aparece7.
Huzur Maharaj Charan Singh más adelante explica:
Hay una carga tan pesada sobre el alma que su amor se ve aplastado bajo ese peso… Así que tenemos que levantar la carga de los sentidos, de la mente, de los karmas o pecados, antes de ser capaces de experimentar ese amor. Y sentimos amor verdadero cuando nos elevamos por encima del reino de la mente y la ilusión, cuando no existen capas sobre el alma, cuando el alma brilla, cuando se conoce a sí misma. El amor posee la cualidad de fundirse en el otro ser, transformándose en otra entidad. Finalmente, nos despojamos de nuestra propia identidad e individualidad y nos convertimos en uno con el Padre8.
En el momento en que nos fundamos con el Padre, nuestro corazón y mente serán capaces de llenarse completamente de amor; amor que fluirá incondicional y automáticamente hacía todos y cada uno, porque entonces veremos al divino en todos. Eso significará el fin de todo sufrimiento.
Así que la pregunta es cómo liberarnos de esta carga sobre nuestra alma, que limita nuestra conciencia, y capacitarnos para darnos cuenta de quién y qué somos realmente; y que así el amor divino pueda llenar nuestro corazón, nuestra mente y todo nuestro ser hasta el extremo.
…la única manera de experimentar ese amor es retirarlo de los sentidos mediante el simran y dhyan y apegarlo a la divina melodía interior9.
La clave está en cambiar nuestro enfoque de amor y atención. En vez de centrarnos sobre objetos mundanos, deberíamos concentrarnos en el Verbo, el divino en nuestro interior, rememorando y contemplando sobre la forma del maestro (dhyan). ¿Por qué contemplamos sobre el maestro y no sobre Dios? El Gran Maestro explica:
No hemos visto al Señor, y no sabemos cómo amarlo…Un maestro es un amante de Dios. Dentro de él existen corrientes insondables de amor verdadero. Él es la forma física de ese amor. Amarlo es hallar el medio más importante para desarrollar amor por Dios, porque él es una manifestación de Dios, y su corazón está repleto de amor por él. Su rostro brilla con la luz y energía de Dios. Al verlo, el amor y el anhelo por Dios se profundiza. Amar a esa persona es amar a Dios mismo, porque al amarle siempre recordamos a nuestro Señor10.
Más adelante el Gran Maestro continúa citando a Maulana Rum, diciendo:
Si estás buscando la realidad de Dios, mira el rostro de tu maestro, y al contemplar a Dios a través del lustre de la frente del maestro, te enamorarás de él (Dios)11.
Cuando nos enamoramos de Dios y manifestamos ese amor a través de la práctica de la meditación, viviendo la vida de Sant Mat y siendo un noble ser humano, amoroso y benévolo hacía todos, Dios responde a este amor con abundancia para que siga intensificándose cada vez más. Es ese amor el que limpiará nuestro corazón y purificará nuestra mente. Es ese amor el que nos despojará del ego y ayudará a someternos al divino, para que podamos ser uno con él.
Claro que esto no ocurrirá sin cierto esfuerzo. Tenemos que ser conscientes de que habrá que esforzarse, ya que nos parece difícil desplazar este amor y atención del mundo y enfocarlo en el Verbo. Es difícil para nosotros desprendernos de todos nuestros apegos mundanos. Lo bonito es que esta lucha en sí es purificadora. Nos conducirá al punto de darnos por vencidos, inclinando nuestra cabeza ante el Amado, y entregándolo todo. En su evocativo y característico estilo poético, Kahlil Gibran, el escritor libanés de principios del siglo veinte, habló de este sendero del amor, este sendero del maestro, y el proceso purificador del amor:
Cuando el amor os llegue, seguidle,
Aunque sus senderos sean arduos y penosos.
Y cuando os envuelvan bajo sus alas, entregaos a él.
Aunque la espada escondida entre sus plumas os hiera.
Y cuando os hable creed en él.
Aunque su voz sacuda vuestros sueños como hace el viento del norte,
que arrasa los jardines.
Porque incluso si el amor os regala, así os crucificará.
Porque así como os hace prosperar, así os siega.
Así como se remonta a lo más alto y acaricia
vuestras ramas más delicadas que tiemblan al sol.
Así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá
desarraigándolas de tierra. Como mazorcas de maíz os recogerá
Os desgranará hasta dejaros desnudo.
Os cernerá hasta libraros de vuestro pellejo.
Os molerá hasta conseguir la indeleble blancura.
Os amasará para que lo dócil y lo flexible brote de vuestra dureza.
Y os destinará luego al fuego sagrado,
para que os convirtáis en el pan sagrado para el sagrado festín de Dios. Todo esto os hará el amor para que conozcáis
los secretos de vuestro corazón y así lleguéis a
convertiros en un fragmento del corazón de la Vida.
Mas si vuestro miedo os hace buscar solo la paz del amor
y el placer del amor,
Entonces mejor sería que cubrierais vuestra desnudez
y os alejarais de sus umbrales,
Hacia un mundo sin estaciones donde reiréis,
pero no toda vuestra risa; donde lloraréis,
pero no todas vuestras lágrimas. El amor no da sino a sí mismo, y nada toma sino de sí mismo.
El amor no posee ni quiere ser poseído;
Porque el amor se basta con el amor.
Cuando améis no digáis: “Dios está en mi corazón”,
sino: “Estoy en el corazón de Dios”.
Y no penséis que podéis controlar los caminos del amor,
porque el amor, si os encuentra dignos, guía vuestro rumbo.
El amor solo aspira a realizarse a sí mismo. Pero si amáis y experimentáis deseos,
permitid que estos deseos sean los vuestros:
Fundiros con la melodía nocturna que canta
el caudaloso arroyo.
Al experimentar el dolor de un desbordamiento de la ternura.
La herida que portáis solo se debe a vuestra incomprensión del amor;
Y al dejar corretear los adentros gozosamente.
Despertad al alba con el corazón elevado y dar gracias
por otro día de amor.
Meditad al mediodía sobre el éxtasis del amor;
Regresad a vuestra morada al atardecer con gratitud;
Y luego dormid con una plegaria para el amado en vuestro corazón
y cantando una loa en vuestros labios12.
Este es el sendero del amor que todos estamos invitados a seguir, para que realmente podamos aprender a amar al maestro y por tanto, a Dios, con todo nuestro corazón, toda nuestra mente y toda nuestra alma, y desde ese punto, amar a todo ser vivo. Entonces el propósito de nuestra vida se podrá alcanzar y nuestro viaje por la creación llegará a su fin. ¡Qué afortunados somos! Cuanta gratitud podemos sentir. Reflexionemos sobre esto y saquemos el máximo provecho de esta vida cambiando nuestro enfoque del mundo al Verbo, e intensificando este amor por Dios con la ayuda y respaldo de nuestro amado maestro.
- Maharaj Sawan Singh, Philosophy of the Masters, Vol. 2, Beas: RSSB, 2009, p. 118
- Nueva Biblia Americana, Corintios 13 1-3
- Philosophy of the Masters, Vol. 2, pp. 113–114
- Mikael Naimy, El libro de Mirdad, Ediciones del Lectorium Rosicrucianum, p. 39
- Philosophy of the Masters, Vol. 2, p. 114
- Daryai Lal Kapur (citando un satsang del Gran Maestro), La llamada del Gran Maestro, Beas: RSSB, junio 1996, p. 63
- Philosophy of the Masters, Vol. 2, p. 119
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol. 3, Beas: RSSB, 2010, p. 386
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol. 3, p. 386
- Philosophy of the Masters, Vol. 2, pp. 144, 146–147
- Philosophy of the Masters, Vol. 2, p. 147
- Kahlil Gibran, El Profeta, 1923, (versión Kindle)