¿Puedes verme ahora?
Un sábado por la mañana, mi sangat local recibió la noticia de que estábamos invitados a una sesión de preguntas y respuestas en vivo con Baba Ji, y que se llevaría a cabo en el Centro de Estudios de la Ciencia del Alma de la región. Me alegré mucho por la noticia, pero el momento fue inoportuno, ya que estábamos en medio de una insólita escasez de gasolina que afectaba a esta zona del país. Alrededor del 60-70 % de todas las gasolineras del estado en el que se encontraba el centro se habían quedado sin gasolina.
Por suerte, acababa de llenar el depósito y sabía que con el depósito lleno llegaría al centro. Estaba dispuesto a conducir cinco horas para el zoom darshan. Espera, ¿el zoom darshan existe? Mientras metía algunos artículos de aseo y bocadillos en mi bolsa, sentí la presencia de Baba Ji, no en mi alma (donde, según nos dicen, reside su forma de Shabad), no en Dera, no dondequiera que estuviera geográficamente (o espiritualmente), sino en el estado de Carolina del Norte, donde se iba a celebrar la sesión de vídeo. Eso es un estado geográfico, amigos míos, no el estado de mi alma. Lo que sea. Él estaba en la red mundial y yo también, e íbamos a conectarnos allí, a través de una pantalla de vídeo a una distancia de una tarde en coche, yo arrastrando mi pobre alma descuidada como una joya llena de suciedad en una maleta destartalada.
Conduciendo a toda velocidad por la autopista, me pregunté si estaba loco. Estaba viajando casi 300 millas (480 km), con la incierta posibilidad de rellenar el depósito de gasolina para poder volver a casa, solo para sentarme en una sala con otros cientos de personas y ver una proyección digital de Baba Ji. Claro, sería una pantalla grande, pero su cuerpo estaría en otro lugar. ¿Cuenta eso como darshan? ¿Y qué hay del viaje a casa? ¿Y si no pudiera rellenar el depósito de gasolina? ¿Y si me quedara sin gasolina en algún lugar de la autopista?
Al diablo con eso. Dios proveería, o no. Se trataba de una invitación para sentarse con el gurú en una charla en directo, y no pensaba perdérmela. Me sentía como si fuera a ver a Baba Ji en persona, y resultó que así fue.
Si Jesucristo pudo distribuir suficiente comida –los míticos panes y peces– a una multitud en una ladera hace 2000 años, Baba Ji pudo arreglárselas para ponerse a disposición de unos cientos de personas mientras estaba sentado en su propia habitación a miles de kilómetros de distancia.
Llegué a mi hotel sano y salvo, con medio depósito de gasolina de sobra. A la mañana siguiente, resulta que la gasolinera de enfrente disponía de mucha gasolina. Sé que no debemos contar historias de milagros, así que esta no es una historia de milagros. Tampoco es un milagro que unos sevadares ansiosos y llenos de alegría se hayan reunido en el centro con un día de antelación para organizar nuestra videoconferencia con el gurú. A nuestra entrada en la sala, los sevadares se aseguraron de que todos tuviéramos puesta la mascarilla y comprobaron quién de nosotros tenía tarjeta de vacunación; los que acomodaban nos condujeron a nuestros asientos y, lo más importante, los técnicos orquestaron el verdadero milagro (aunque esta no es una historia de milagros): una conexión a Internet en directo entre nosotros y Baba Ji, dondequiera que estuviera.
De repente, apareció en los dos grandes monitores de vídeo suspendidos del techo. Parecía, bueno, adorable. ¿Se me permite decir eso? Parecía tener un poco de esa mirada inquisitiva y torpe que tienen las personas de cierta edad cuando hacen clic en una videollamada técnicamente difícil. Era entrañable. Y también lo era la enorme máquina de ejercicio que asomaba por encima de su hombro izquierdo, y la pequeña foto en blanco y negro de Hazur sobre su derecha, muy al fondo.
Sin lugar a dudas, estábamos viendo a Baba Ji en persona. Estaba animado. Voy a decirlo: se sentía como darshan; se veía como darshan; parecía darshan; era darshan, zoom darshan. Tan íntimo, tan personal, y sin embargo estábamos separados por varios miles de kilómetros. Pero no cabe duda de que nuestras almas no están separadas; el tiempo y el espacio son ilusiones, conceptos mentales. Ahora estamos conectados no solo místicamente con nuestro satgurú interior, sino en la red mundial de amor y unidad que vibra a través del ciberespacio. Si el Shabad lo impregna todo en esta creación, no cabe duda de que el Shabad puede llegar a impregnar Internet.
Sinceramente, no sé de qué estoy hablando. Pero ahora, un día después, sé que ayer me senté en presencia de nuestro Baba Ji. No era imaginario, no era “solo” su imagen en una pantalla de vídeo, estaba con nosotros. Él quería que sucediera, y nosotros queríamos que sucediera. Él ordenó a los sevadares que iniciaran la conexión, y respondió, haciendo clic en el enlace correcto (con nosotros), cerrando así el círculo. De repente apareció ante nosotros, un aparente milagro de la era cibernética. Lo más sorprendente de todo es que parecía perfectamente normal. Le hicimos preguntas y él las respondió. Mientras él miraba a cada uno de los que le preguntaban y cada uno de ellos le miraba a él, los demás podíamos mirarle también. Respondió a todas las preguntas con su habitual amor, atención, perspicacia y encanto, pero sus palabras no eran realmente la cuestión.
Este fue el primer satsang al que asistimos la mayoría de nosotros en más de un año. Sentarse juntos después del trauma y la dificultad del año pasado fue un lujo en sí mismo, pero tener a Baba Ji vivo y respirando allí con nosotros fue... bueno, fue realmente genial. Las palabras no pueden describir lo que es estar con nuestro maestro dentro o fuera, tanto si ese “fuera” está en el tiempo como en el espacio o en alguna otra dimensión.
A un viejo amigo satsangui le gustaba llamar a Hazur Maharaj Ji “el moderno santo místico de Beas”. Hazur ciertamente era un santo de una nueva era y fue el primero de la línea de maestros de Radha Soami en viajar por todo el mundo. ¿Qué es entonces Baba Ji? ¿El santo místico posmoderno del ciberespacio? Los maestros vienen a enseñar a sus discípulos en todas las épocas, y entregan sus enseñanzas adaptadas al tiempo y al lugar en que viven. Su seva es entregar las enseñanzas de todos los santos, de todos los tiempos y lugares. Nada puede impedirles hacer su seva de animarnos a hacer nuestra meditación y ser buenos seres humanos. Ni una pandemia de un virus mortal, ni una escasez de gasolina, ni nuestras propias creencias limitadas sobre quién es el maestro, qué hace o cómo lo hace.
La red mundial no tiene fronteras. Baba Ji quiere que con el tiempo nos graduemos del espacio exterior, donde reinan el tiempo y la materia, al espacio interior, donde nos fundiremos para siempre con su forma de Shabad y donde no existe el tiempo. Mientras tanto, el ciberespacio parece un medio feliz, un espacio fronterizo donde la enfermedad, las condiciones meteorológicas y la escasez de gasolina no nos impiden conectarnos con nuestro maestro con el clic de un enlace. Nuestra mística posmoderna del ciberespacio utiliza las herramientas que tiene a su alcance para impulsarnos hacia nuestra conexión suprema, donde no son necesarios ni los enlaces ni las pantallas de vídeo, ni la gasolina.