La lucha nos hace fuertes
Érase una vez un agricultor que cuidaba bien su tierra. Sin embargo, estaba frustrado porque no importaba cuánto esfuerzo pusiera en hacer crecer sus cultivos, su éxito dependía de la cantidad de lluvia que cayera esa temporada, o si había un huracán, una sequía o una plaga de langostas. Se sintió tan frustrado que fue al Señor y le dijo que él, el Señor, estaba haciendo un trabajo lamentable al administrar el mundo. Le dijo a Dios que debería avergonzarse de sí mismo por planificar tan mal. Le dijo que había sufrimiento innecesario en el mundo y que todo era culpa de Dios. El agricultor dijo entonces: pero si escuchas mi consejo, al menos nadie en tu creación tendrá que sufrir de hambre.
Luego le dijo al Señor que si garantizaba un año sin clima extremo, suficiente sol y lluvia, entonces él, el agricultor, garantizaría que el hambre desaparecería y la gente tendría suficiente para comer. El Señor dijo que no. Él dijo: “Vive en mi voluntad”. El agricultor discutió y argumentó, y finalmente el Señor accedió a permitir un año con circunstancias ideales para el cultivo. El agricultor dijo que trabajaría duro para cumplir su parte del trato.
Fue el año más perfecto. El clima era hermoso, llovía lo suficiente y no había calor ni heladas extremas. El agricultor trabajó duro y sus cultivos prosperaron. Se veían saludables y fructíferos con el trigo dorado y alto. Así que, nuevamente, acudió al Señor y le dijo que la cosecha sería abundante. Dijo que habría suficiente grano para diez años de pan y que nadie pasaría hambre.
Dios dijo: “Muéstrame”. El agricultor cortó entonces un tallo de trigo y abrió una vaina para mostrarle al Señor la abundancia que había dentro. Pero el grano era pequeño y arrugado y tenía la mitad del tamaño de uno normal. El agricultor se quedó atónito. Exclamó: “¿Cómo pudo suceder esto?”. Entonces Dios dijo que debido a que no había circunstancias desafiantes o adversas, el trigo no tenía que luchar para sobrevivir. Se volvió débil en lugar de fuerte, bonito por fuera, pero atrofiado por dentro.
Somos como ese grano de trigo. Necesitamos circunstancias desafiantes en la vida para crecer y madurar. Si la vida es demasiado fácil, nos volvemos perezosos y complacientes. Los errores y el sufrimiento son nuestro mal tiempo y nuestro sol abrasador. Nos brindan las experiencias necesarias que nos ayudan a comprender quiénes somos. El dolor que sentimos por los karmas desafiantes es lo que nos hace mejores seres humanos. Si nuestra vida fuera demasiado fácil, entonces esperaríamos que la vida fuera siempre así, sin incidentes y sin problemas. Entonces, cuando sucediera algo desafiante, no tendríamos la fuerza para adaptarnos al evento. Y lo que es peor, nos sorprenderíamos cuando tuviéramos que afrontar una enfermedad o a la muerte de un ser querido. No tendríamos la madurez y la perspectiva que se adquiere al adaptarse a las tormentas de la vida.
Un amigo dijo una vez que se convirtió en el adulto positivo que es ahora debido a la muerte de su hermano cuando tenía once años. Su hermano sufrió mucho y su muerte fue una liberación de ese sufrimiento. También fue la experiencia más dolorosa de la vida de mi amigo. Sin embargo, también está agradecido, ya que le puso en el camino que lo llevó a convertirse en satsangui. Quería entender por qué había tanto sufrimiento en el mundo. Sus respuestas y consuelo vinieron de las enseñanzas y del maestro.
Al aceptar la muerte de su hermano, dio pequeños pasos para aprender a vivir en la voluntad de Dios, al aceptar los malos momentos de la vida. Todos necesitamos desafíos para encontrar nuestra fuerza interior. La positividad y la esperanza vienen de aceptar que todo lo que nos sucede en la vida es para nuestro bien. No hay karmas buenos ni karmas malos. El ciclo kármico es una oportunidad constante para aprender y madurar. Nos damos cuenta de que la vida está llena de dificultades y que la aceptación de estos cambios en el karma, ya sean desafiantes o fáciles, nos brinda satisfacción y equilibrio en cualquier situación que la vida nos presente. Nos damos cuenta de que todo lo que sucede es inevitable y que todos son regalos de él. Estos dones son oportunidades para crecer, oportunidades para madurar. Ningún karma es un castigo. Es el resultado de acciones del pasado, nada más y nada menos.
El Señor solo tiene en cuenta lo que es mejor para nosotros. Él es todo amor. Su amor se manifiesta en nuestro interior como el apoyo y la fuerza que experimentamos durante las tormentas de nuestro drama kármico. Nos damos cuenta de la prueba de las enseñanzas si nos mantenemos equilibrados y contentos en medio de las circunstancias difíciles. El maestro está en el centro de nuestras enseñanzas. Él nos da fuerza. En su forma de Shabad es el poder del amor dentro de nosotros. Él es estímulo, gracia y amor.
El agricultor se equivocó. Pensó que podía cambiar el orden fundamental de la vida, el ciclo de placer y sufrimiento. Pensó que sabía lo que necesitábamos, que conocía nuestras necesidades mejor que Dios. Sin embargo, aprendió que el plan divino es aquel que nos acerca lenta pero constantemente al gozo eterno. Necesitamos decepciones y desafíos para darnos cuenta de que la base de la creación es la esperanza y el amor. La vida es perfecta tal y como es. No hay necesidad de enojarse o frustrarse con nuestras circunstancias. Nuestras circunstancias nos brindan la oportunidad perfecta para aprender y madurar.
Ahora podemos relajarnos y disfrutar del viaje. Vivir en su voluntad no tiene por qué ser un reto o un ejercicio de disciplina. Puede ser una alegría, un placer.