Yo y mi Padre somos uno - RSSB Satsangs & Composiciones

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Yo y mi Padre somos uno

En Sant Mat, las enseñanzas de los místicos y santos, el maestro vivo es esencial. Hazur Maharaj Charan Singh Ji ha explicado la razón de una forma muy bella, en el libro Luz sobre San Juan. El evangelio comienza así:

“En el principio era el Verbo
  y el Verbo estaba con Dios,
  y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio con Dios
Todo se hizo por él;
  y sin él no se hizo nada
  de cuanto existe”1. (Juan 1:1–3)

Hazur explicó:

Antes de que hubiese ninguna creación, solo existía el Señor. Él creó todo este universo por medio de la Palabra, y no hay diferencia entre el Señor y la Palabra, el Espíritu Santo, (…) el Shabad, el Nam (…), o la divina corriente del sonido. El Creador y el poder creativo son uno y lo mismo. La Palabra no puede ser escrita, no puede ser pronunciada, no puede ser tocada. No son los ojos físicos los que la ven, ni los oídos físicos los que la oyen. Está dentro de cada uno de nosotros2.

Hazur citó otro pasaje del evangelio:

“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en las tinieblas;
Y las tinieblas no la comprendieron”3. (Juan 1:4–5)

Hazur más adelante explicó:

La Palabra a la que se refiere Cristo tiene sonido y luz. En algún otro lugar del evangelio, Jesucristo alude a la luz de la Palabra: “Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz”4. Esto significa que podemos percibir la luz de esa Palabra y gozar de ella cuando retiramos nuestra conciencia al centro del ojo. También indica que podemos disfrutar de las delicias del sonido de esa Palabra, cuando afirma: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va”5. Aquí Jesucristo está realmente describiendo la voz interior de Dios, y el fulgor de la luz que emana de la Palabra de Dios6.

Místicos y santos como Hazur Maharaj Ji son testigos de la verdad de que Dios existe. Dios es el amoroso poder que nos da la vida. Sin este amor nada puede existir. Dios es la vida de cada partícula de la creación, la luz que brilla en todo. Curiosamente, no somos conscientes de la omnipresencia de este poder. Cuando cerramos los ojos, no vemos esta luz divina. Solo vemos oscuridad absoluta. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo podemos estar tan ciegos ante la verdadera esencia de toda forma de vida? Los místicos explican que se debe a la agitación e impureza de nuestras mentes. Nuestra mente es como un velo de oscuridad que nos impide ver y disfrutar la luz divina, así como oír la voz de Dios en nuestro interior. Y esta es la causa de todo nuestro sufrimiento humano. Los místicos también nos dicen que el verdadero propósito de la vida humana es el de apartar este velo, de eliminarlo, para que podamos percibir la presencia de lo divino, experimentar su amor y felicidad suprema.

¿Cómo podemos apartar este velo? En otras palabras, ¿cómo podemos disipar esta oscuridad interior, esta agitación? ¿Cómo puede la mente aquietarse y hacerse pura? Los místicos dicen que es por medio del amor y la devoción hacia lo divino. Pero ¿podemos adorar lo divino, siendo algo que no podemos ver? ¿Es posible amar un poder del que no somos conscientes?

San Juan revela que podemos eliminar este velo de tinieblas y ver dentro de nosotros la luz del Señor únicamente, cuando por su gracia, nos ponemos en contacto con alguien que haya venido del Padre y que, habiendo bajado a nuestro nivel, se halle también al nivel del Padre. De no ser así, ¿cómo podríamos adorar a aquel al que nunca hemos visto, y al que nunca hemos conocido desde que vinimos a esta creación? ¿Cómo podemos amarle si no sabemos cómo es? De aquí surge la necesidad del maestro vivo. De no ser así, no habría lazo de unión entre nosotros y el Padre7.

Las Odas de Salomón, una serie de himnos atribuidos a un místico cristiano del siglo I a. C., expresan de forma poética la enseñanza de que Dios se nos da a conocer por medio de un maestro vivo.

Mi dicha es el Señor, y mi rumbo es hacia él:
  este sendero mío es hermoso.
Porque tengo un ayudante del Señor.
Él se dejó conocer,
  sin rencores, con su generosidad.
Porque en su bondad,
  apartó a un lado su grandeza.
Se volvió como yo,
  para que pudiera aceptarle.
En apariencia, era como yo,
  para que me sintiera arropado por él.
Y no temblara al verle,
  porque tuvo compasión por mí.
Transformó su naturaleza en la mía
  para que le pudiera conocer,
Y su forma como la mía,
  para que no me alejara de él8.

Cada maestro verdadero vivo, a los que Jesucristo llamó la Palabra hecha carne9, ha sido un ayudante de Dios, un puente, un vado hacia la realidad divina a través del río de la vida; llena de rápidos y remolinos de felicidad y dolor. Mientras da testimonio de la existencia de lo divino desde su propia experiencia, nos enseña también cómo podemos consagrarnos a Dios. Nos muestra cómo retirar nuestra atención del mundo y concentrarla en lo sublime a través de la práctica de la meditación. Pero, sobre todo, a través de su propio ser, nuestros corazones se llenan de amor por lo divino, y nos impregnamos con el anhelo de hacer realidad esa pasión. ¿Cómo podemos conseguirlo? A través del indescriptible amor que emana de los santos, descrito con belleza por el místico hindú, Saint Paltu, quien escribe:

Dulces y tiernos son los santos,
Nadie en el mundo es como ellos,
No hay nadie igual;
Son gentiles y misericordiosos con todos.
Enemigos y amigos son lo mismo para ellos,
Y lo mismo es la buena y la mala suerte.
Son tan delicados como las flores;
Ni siquiera en sueños ven las faltas de los demás.
Siempre desean el bien a otros,
Ya que saborean el vino del amor divino.
Amables con todos, con una tierna sonrisa,
Suaves y dulces en su forma de hablar.
Contentos pase lo que pase, emanan frescura;
A cada momento irradian compasión.
Ante cualquier cosa que se les diga, oh Paltu,
No se alteran lo más mínimo.
Dulces y tiernos son los santos,
No hay nadie en el mundo como ellos10.

El sagrado amor que emana del maestro abre nuestro corazón, resuena en nuestro ser, e incrementa nuestro amor por lo divino, amor que culmina en la práctica diaria de la meditación, que se hace más profunda e intensa con su gracia. Y esto se nutre de los momentos en que nos encontrarnos en su presencia física –momentos preciosos que nunca debemos dar por hechos– como hemos aprendido en estos tiempos de covid con tanta claridad. El Dr. Julian Johnson, un discípulo del Gran Maestro, escribió sobre los valiosos momentos que estuvo con su maestro. En sus cartas podemos percibir el maravilloso amor del maestro y la cariñosa respuesta del discípulo.

Desde que le vi no puedo pensar en ninguna otra cosa. Su imagen permanece todo el tiempo delante de mí. Nunca he visto antes una cara semejante, ni me imaginaba que hubiese una como ella entre los hijos de los hombres. Si alguna vez existió un rostro que combinase la vejez (él tiene ahora setenta y cuatro años) con la belleza, la majestuosidad, y la serenidad, ese es el suyo. Pero además de todo eso, hay una especie de fulgor espiritual que no pueden describir las palabras, pero que dan a uno la sensación de profunda paz como si en su presencia ya no fueran posibles las discordias en la tierra.

Mirando a su cara uno pierde todo deseo de hablar, incluso de hacer preguntas. Simplemente te quedas absorto en la luz. Su voz vibra de amor y su sonrisa parece iluminar la habitación. …Su actitud hacia todos nosotros es muy parecida a la de una madre confortando a sus hijos cansados y mimándolos para que descansen. A mi entender, su manifiesto amor es su cualidad suprema, y esa es también la misma esencia de su evangelio11.

No hay lugar más sagrado que estar a los pies de un santo vivo. Quien tiene el privilegio de sentarse allí, es más afortunado que todos los demás. Mirar a los ojos del amor divino, escuchar su voz llena de resonancias de la suprema ciencia espiritual, sentir en las profundidades de la propia alma el cálido resplandor de su sagrada luz, eso es algo que no se olvidará una vez experimentado. Qué momentos tan valiosos12.

Este amor no solo se nutre de los momentos en que estamos físicamente con el maestro. También se hace más profundo e intenso cuando estamos separados de él. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo puede este dolor por la separación ser beneficioso para nosotros? Huzur Maharaj Ji nos explicó esto a la luz de las palabras de Jesucristo, quien dijo a sus discípulos antes de morir:

“Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Confortador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré”. (Juan 16:7)

Como Maharaj Ji explicó más adelante:

Cristo explica: Ahora corréis día y noche detrás de mí. Estáis locos de amor, pero no estáis intentando dedicar vuestro tiempo al espíritu interior. Sin embargo, sin apegarte al Confortador, el Espíritu Santo, nunca podrás volver al Padre. Así que, cuando os deje físicamente, no me hallareis en ningún lugar del exterior y no tendréis más opción que buscarme en el interior. Entonces estaréis en contacto con el Confortador, quien tirará de vosotros hasta mi nivel, el nivel del Padre.

El maestro baja a nuestro nivel para llenarnos de devoción y ponernos en el sendero, y nos llena de tanto amor que no podemos vivir sin él. No podemos estar siempre con él físicamente, de modo que el amor que genera en nosotros nos conduce finalmente hacia el interior. Cuando nos volvemos hacia dentro, estamos en contacto con el Confortador, quien nos levanta hasta el nivel del Padre. “Pero si me voy, yo os lo enviaré”. Yo os amo tanto que mi amor siempre estará tirando de vosotros hasta mi nivel.

Históricamente algunos santos a menudo tuvieron a sus discípulos apartados de ellos durante muchos años. No era por culpa de los discípulos, sino más bien era un plan un divino para llenarlos con más anhelo, más amor, más devoción, para prepararlos para algo mucho más elevado13.

Así que el maestro enciende en nosotros la llama de la realidad divina, pero nos previene para que no nos hagamos dependientes de él. Por eso, Baba Ji a menudo nos ha dicho que él no es lo importante, porque el maestro físico no es el maestro verdadero. La forma física es un medio para un fin. Él es como un dedo que apunta hacia las enseñanzas, la verdad, hacia el Shabad, la Palabra, el maestro verdadero, hacia Dios. Nosotros tenemos la tendencia de salirnos por la tangente. Preferimos ver el dedo, ignorando a lo que está apuntando. Por ello, es para nuestro interés que no se nos permita estar con el maestro todo el tiempo. En cuanto nos separamos de él físicamente, solo hay un sitio donde podemos encontrarlo, donde poder hallar alivio al dolor de la separación, y ese sitio es en nuestro interior, en el centro del ojo espiritual. De modo que la separación física nos ayuda a buscar al maestro verdadero, a enfocar la atención en el interior, donde nos espera, donde siempre está. Nos impulsa hacia delante, a seguir sus instrucciones, a practicar la meditación, a hacer seva. Al hacerlo, el amor por el maestro, y con ello el amor por el Señor, se va cultivando en nuestro interior. Y nuestra confianza y fe en el maestro, y en Dios, se intensifican. Ya que ambos son lo mismo, como Hazur Maharaj Ji explica, citando el evangelio:

“Jesús exclamó: El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió”. (Juan 12:44)

Hazur explicó:

Jesús dice: Si crees en mí, no crees en esta forma física sino en el Padre que me envió. Si me amas, si tienes fe en mí y sigues mis enseñanzas, entonces amas al Padre que me envió, porque “el Padre y yo somos uno” (10:30). Yo no necesito tu amor y devoción, lo que yo quiero es que regreses al Padre, y esta es la forma que tengo de llamarte de vuelta. Por ello, si me amas y sigues las enseñanzas, en realidad estás amando al Padre y estás en el camino de vuelta hacia él14.

Hazur Maharaj Ji continúa con el pasaje siguiente, seguido de su explicación:

“Y el que me ve, va al que me envió”. (Juan 12:45)

Todo aquel que vea mi forma radiante en su interior, en verdad, no está viéndome a mí, sino a aquel que me envió, porque yo y mi Padre somos uno. Si no has visto la forma radiante del maestro en el interior, pero has visto al maestro vivo en carne y hueso, finalmente volverás al Padre. Al ver la forma física del maestro llegarás a apegarte a él, y ese apego te permitirá ver su forma radiante en el interior. Desde allí podrás viajar hacia arriba hasta fundirte en el Padre15.

Este vínculo personal, sin precedentes, tan fuerte que se forma al seguir este sendero espiritual, finalmente nos lleva a un amor tan grande en nuestros corazones que nos quedará un solo deseo: ver al maestro en su forma verdadera en el interior y quedar absortos en ella. Estaremos contentos de dejarlo todo si ese único deseo puede cumplirse, como dice bellamente Soami Ji en su poema:

Revélame tu forma verdadera, maestro.
Has asumido esta forma física
  para conducir las almas hacia su salvación.
Muéstrame ahora tu otra forma,
  la que es inaccesible e ilimitada.
Déjame ver esa forma y quedarme absorto en ella,
  concédeme el regalo de la entereza…
Compasivo Radha Soami, benefactor de las almas,
  ayúdame a realizar el propósito de la vida16.

Este intenso anhelo por su forma real nos va a permitir ver al maestro en su forma radiante, como demuestra en su explicación Hazur Maharaj Ji, que está basada en las palabras de Jesucristo a sus discípulos poco antes de morir.

“Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver, porque yo voy al Padre”. (Juan 16:16)

Cristo está diciendo: Cuando deje el cuerpo físico, no me podréis ver con los ojos físicos, pero en poco tiempo me podréis ver.

Esto no quiere decir que me veréis con los ojos físicos o que yo vaya a volver a un cuerpo físico, sino que tu ojo espiritual se abrirá y serás capaz de ver mi forma radiante en tu interior.

Cuando haya dejado este cuerpo físico, me echarás de menos y anhelarás verme. Por ello dedicarás más tiempo a la práctica espiritual e intentarás alcanzar el punto en el que te fusionaras en mí y en el Padre, igual que yo me he fusionado en el Padre…

Pero tu felicidad no tendrá límites cuando me conozcas en tu interior. Entonces olvidarás por completo tus dificultades y penas. Estarás tan lleno de amor, gozo e indescriptible felicidad que no habrá lugar para nada más. Entonces ni si quiera recordarás que alguna vez estuviste triste. Entonces no tendremos esperanzas ni deseos insatisfechos sino estaremos para siempre en perfecto amor, paz, y felicidad más allá de toda descripción17.

En resumen: el maestro es un hijo de Dios, una manifestación de su amor y gracia. En su forma física nos enseña el método de meditación a través del cual nos va a ser posible enfocar nuestra atención en el interior, para recordar al Señor y dedicarnos a él. También nos sirve como ejemplo vivo y nos da buenos consejos. Y en su forma verdadera, como Shabad, purifica y aquieta nuestra mente. Todo esto lo hace solo para ayudarnos a disipar el velo de oscuridad y a comprender la verdadera esencia de toda forma de vida, la omnipresencia de lo divino.

¿Somos conscientes de lo misericordioso que es con nosotros? Hagamos el mejor uso de estos tiempos extraños profundizando en nuestra meditación, para que el amor por la forma pueda culminar con el amor por el que no tiene forma.


  1. San Juan 1:1-1:3, tal como cita Hazur Maharaj Charan Singh en Luz sobre San Juan (LoSJ), pp. 9-12. Todas las citas de este evangelio se han tomado de LoSJ.
  2. Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Juan (LOSJ), p. 9
  3. Ibíd, pp. 9-12
  4. Mateo 6:22
  5. Juan 3:8
  6. Maharaj Charan Singh Ji, Luz sobre San Juan, (LOSJ), p. 10
  7. Ibíd, pp. 14–15
  8. John Davidson, The Odes of Solomon, Ode 7, p. 30
  9. Juan 1:14
  10. Saint Paltu, His Life and Teachings, p. 182
  11. Julian Johnson, Con un Gran Maestro en la India, p. 28
  12. Ibíd, p. 98
  13. Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Juan (LOSJ), pp. 261-262
  14. Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Juan (LOSJ), p. 214
  15. Ibíd
  16. Soami Ji, Sar Bachan Poesía, Bachan 33, Shabad 15, p. 329
  17. Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Juan (LOSJ), pp. 264-267