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Permanece cerca

Existe una fotografía en la que Hazur Maharaj Charan Singh, quinto en la línea actual de maestros espirituales de Beas, India, está de pie en el desierto. A su alrededor y, hasta donde la vista alcanza, no hay nada excepto arena blanca; suaves colinas de arena con ondas dibujadas por el viento que se pierden en el horizonte. Hazur, con las manos en la cintura, se encuentra en primer plano. El sol brilla y el viento debe estar soplando, porque el kurta y la barba ondean hacia uno de los lados. En toda esa expansión de arena solo hay una huella a la vista, y está justo al lado del pie de Hazur.

Dicha fotografía podría haber sido la ilustración perfecta de uno de los tratados escritos por sufíes medievales sobre la relación maestro-discípulo. Los sufíes tenían una metáfora con la que describían el sendero espiritual. Decían que el sendero espiritual es como una ruta a través del desierto que no ha sido trazada, en la que la arena está en constante movimiento. El viento sopla y la arena se mueve, por lo que no deja rastro visible, no hay sendero. Se trata de una ruta a través del desierto que solo pueden distinguir aquellos que la han transitado muchas veces.

El paisaje del desierto está en cambio y movimiento constante. El montículo de arena que hoy se encuentra en un lugar determinado, mañana podría estar en otro. Sin embargo, alguien que haya viajado y alcanzado el destino muchas veces podrá guiar al viajero. Ese alguien es el maestro.

Los sufíes solían decir que en el principio del mundo 124 000 profetas habían pasado ante el profeta Muhammad. Sharafuddin Maneri, un sufí del siglo XIII maestro de Bihar, escribió en una carta a un discípulo:

¡Imagina como debe ser el camino por el que 124 000 profetas han pasado y, aun así, no queda ni rastro de su viaje! Sin un guía que conozca el camino es imposible transitar por él1.

No hay rastro. No hay pistas. No hay huellas. Por lo menos no hay huellas que sean visibles a nuestro nivel de conciencia.

Así que, en esta analogía, ¿cuáles son esas colinas con sus ondas dibujadas en la arena que se mueven por el paisaje del desierto?

Son nuestros conceptos, las ideas que tenemos sobre el sendero espiritual. Con nuestras ideas acerca de lo que es la espiritualidad construimos un paisaje por el que discurre el sendero. Pero son conceptos, no es la realidad. No son fijos. No son permanentes.

Por poner un ejemplo: solemos decir, por lo general, que tenemos que elevarnos, que tenemos que ir a niveles de conciencia más elevados para reunirnos y fundirnos con el Señor, aquel que ya existía con anterioridad al principio de los tiempos, quien todo lo creó, quien sostiene la creación a cada momento, quien es el motor detrás de todo movimiento, quien, más allá de toda dualidad, es Uno, quien es la Unidad.

Los místicos taoístas generalmente dicen que debemos bajar, ir a los niveles más profundos de la conciencia hasta que lleguemos al Tao y nos fundamos en él, en ese Tao que ya existía con anterioridad al principio de los tiempos, que creó todo lo que existe, que mantiene la creación a cada momento, que es el motor detrás de todo movimiento, que más allá de toda dualidad es Uno, que es la Unidad.

Es posible que las palabras sean diferentes, pero el destino debe ser el mismo. Así que ¿hacia dónde vamos, hacia arriba o hacia abajo? ¿Ascendemos a niveles más elevados de conciencia o bajamos a niveles más profundos de conciencia? Si algo tan básico como los conceptos de arriba y abajo son construcciones mentales –diferentes formas de pensar acerca del sendero espiritual–, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que todo lo que creemos saber acerca del sendero espiritual tiene una base conceptual, una forma de ver del sendero.

Todo, excepto lo que hemos experimentado por nosotros mismos, tiene esa base conceptual. Es posible que hayamos experimentado un sentimiento de felicidad durante la meditación; eso es una experiencia. Es posible que hayamos experimentado esa atmósfera de paz y de quietud en satsang; eso es una experiencia. Es posible que hayamos oído la risa de Hazur, esa carcajada tan relajada y tan libre y, a pesar de que no hayamos sido capaces de atribuirle ningún significado, eso también es una experiencia. Sin embargo, todas las ideas sobre el sendero espiritual que van más allá de nuestra propia experiencia son como esas dunas de desierto, con sus ondas dibujadas en la arena, a las que el viento va moviendo.

No es de extrañar que Baba Ji diga que está aquí para confundirnos. Si estar en el sendero es como estar en el desierto con un guía, lo peor que nos podría pasar es que nos alejáramos de él creyendo que nos sabemos el camino. Supongamos, por ejemplo, que hemos leído un libro en el que se dice que debemos girar a la derecha al llegar a la gran duna de arena pero, aun así, ¡nosotros insistimos en continuar por nuestro camino!

Así que tiene que confundirnos porque, cuando estemos completamente desorientados y nos demos cuenta de que no entendemos nada, nos rendiremos y diremos: dime lo que tengo que hacer; entonces realizaremos esa práctica que nos traerá la realización y él nos podrá guiar.

Imagina que estuvieras en el desierto con un guía que conoce la ruta –una ruta sin señalizar– y que en toda esa vasta extensión de arena solo pudieras ver una huella, y esa huella está justo al lado del pie del guía. ¿Qué harías? Probablemente te quedarías muy cerca del guía, y tendrías mucho cuidado para no perderlo de vista. A lo mejor, hasta te agarrarías con fuerza a la punta de su chal y no lo soltarías. Es más, si una tormenta de arena estallara o si se hiciera de noche, te seguirías agarrando a los flecos del chal para asegurarte de que no estas perdido.

De una forma u otra, te asegurarías de permanecer cerca del guía. Para nosotros, eso es nuestro simran, porque repetirlo y recordar al maestro nos mantiene a su lado.

Narhari Sonar tiene varios poemas en los que, de una forma recurrente, nos habla de permanecer cerca del místico. Narhari fue un santo místico de Maharashtra cuyos poemas aparecen en Many Voices, One Song. En uno de sus poemas escribe:

El pintor sobre el muro la brocha desliza;
  el mundo es así, pues nada es real aquí…
Si en verdad algo real deseas obtener,
  al lado de los místicos debes permanecer,
  y el Nombre repetir, dice Narhari2.

Narhari dice que todo en este mundo es temporal, efímero. Todas las cosas por las que tanto trabajamos en el mundo son transitorias, no perduran y en ese sentido no son reales, no son permanentes. Nos dice que si de verdad queremos alcanzar algo que sea real y duradero hay dos cosas que debemos hacer:

  • En primer lugar repetir el Nombre. “Repetir” significa que se trata de una práctica, algo que debemos hacer una y otra vez. Hacer la meditación. Hacer el simran y el bhajan. Hacerlo todos los días.
  • En segundo lugar, debemos permanecer cerca de los místicos. Simplemente estar cerca de ellos y si el místico nos confunde… hay que perseverar y seguir a su lado.
¿Qué es todo esto de permanecer cerca del místico?

Si echamos la vista atrás, todos los místicos sufíes del medievo escribieron sobre la relación maestro-discípulo. En particular, hay una cita de Al-Qushayri, –sufí del siglo XI de Nishapur– que creo que lo dice todo. Nishapur escribió: “Todo viajero necesita un maestro de quien aprender el sendero, aliento a aliento”3.

Así que leer un libro no significa que lo vayamos a entender definitivamente, o que al entender los principios esenciales y pedir la iniciación ya lo sepamos todo sobre el sendero. Descubrimos el sendero por medio del maestro vivo, con cada aliento. Ni siquiera él dice que descubramos el sendero a través del maestro; no, el viajero descubre su propio sendero por medio del maestro. Cada discípulo aprende su camino por medio del maestro, con cada respiración.

Es posible que lo anterior signifique que vamos descubriendo el sendero a cada momento con el ejemplo del maestro vivo; un ejemplo que podría ser completamente diferente de las ideas preconcebidas que tenemos. También es posible que signifique que descubrimos el sendero con la atmósfera de la que nos impregnamos cuando estamos en su presencia. Esa atmósfera que se genera en la presencia del maestro y en la que se respira una especie de quietud; de nuestro pensamiento confuso emerge una cierta claridad que nos hace recordar nuestras verdaderas prioridades. Puede que ir descubriendo el sendero con nuestro maestro, a cada aliento, signifique, simplemente, tomarnos en serio lo que dice, seguir sus instrucciones y ponerlas en práctica en todo momento. Como Soami Ji nos dice en el Sar Bachan (prosa):

Dejando todo lo demás de lado, se debe obedecer implícitamente al satgurú de la época y seguir fielmente sus instrucciones. Eso conducirá al éxito. Eso es todo4.

La frase clave aquí es “el satgurú de la época”, se trata de una relación viva con nuestro propio maestro, no con palabras escritas por algún maestro del pasado.

En una cita de Hafiz que se utiliza a menudo, se dice: “Si el maestro te dice que empapes tu alfombra de oración en vino apresúrate a hacerlo, pues es él quien conoce el camino”5.

A todos nos encanta mencionar esta cita. Nos encanta utilizarla pero, de hecho, si el maestro nos pide que hagamos algo que no está en consonancia con nuestra manera de pensar, lo pasamos mal al hacerlo. Por ello, para ir conociendo el sendero con el maestro con cada aliento, debemos formalizar lo que Narhari llama “El contrato sagrado”. Nahari escribe:

¿Cómo puedo yo, que soy tan vil,
  a alguien tan grande como tú describir?
De gracia y misericordia eres tesoro,
  solo una maravilla existe: tú;
  pues nadie más tan lleno de compasión está.
Oh amigo, el contrato sagrado firma,
  aférrate al Nombre que en tu interior habita,
  de esta forma escaparás
  y de interminables regresos al útero te librarás.
El método para el ser humano consiste
  en considerar a los demás como iguales, en amar, en anhelar,
  en servir al maestro y en meditar.
Cuando en el maestro se concentra mi mente,
  mi visión de Dios firme se mantiene6.

¿Por qué necesitamos ese contrato sagrado con el maestro? Narhari explica que es porque el maestro está muy lejos de nuestra comprensión, y nos dice:

¿Cómo puedo yo, que soy tan vil,
  a alguien tan grande como tú describir?
De gracia y misericordia eres tesoro,
  solo una maravilla existe: tú.
  Pues nadie más tan lleno de compasión está.

Decimos que Sant Mat es un sendero para realizar a Dios. Nos gusta decir que estamos en un sendero que conduce a la realización de Dios. Pero siendo sinceros, si no tenemos ni idea de qué o quién es Dios ¿qué es entonces lo que queremos decir? Decimos que nos encontraremos cara a cara con Dios…, que nos fundiremos en Dios o que realizaremos a Dios, pero son solo palabras, conceptos. En realidad no sabemos lo que queremos decir. Incluso cuando decimos que el maestro ha realizado a Dios o que es uno con él, no se trata sino de una charla filosófica, metafísica. El poeta sufí, Mahmud Shabistari nos dice de una forma poética:

Aferrándose a la túnica del dueño de la posada
El sufí se libera tanto de las incoherencias metafísicas
como del insípido ascetismo7.

¡No significa que, literalmente, nos tengamos que agarrar a su túnica! Pero, poéticamente, es una metáfora muy gráfica de lo que significa estar en presencia del maestro. Es una imagen fantástica; agarrados a su faldón y volando tras él en cualquier dirección que vaya, probablemente sin entender nada, simplemente agarrados a él. Shabistari nos dice que, además, al hacerlo, ¡nos liberamos de todas las metafísicas sinsentido!

En lugar de pasarnos la vida en charlas filosófica vacías, o de consumirnos en ascetismos insípidos, solo tenemos que engancharnos al maestro vivo y seguirlo. Creo que esto es a lo que Narhari se refiere cuando habla de permanecer cerca del místico y, dicho de otra forma, es también lo que Soami Ji llama: obedecer implícitamente al maestro de nuestro tiempo.

El maestro sufí, Shafaruddin Maneri, de hecho se atreve a decir que es la presencia del guía vivo la que insufla vida al sendero espiritual. En una carta dirigida a uno de sus discípulos, escribió que toda la práctica espiritual de un buscador “que carece de guía está desprovista de originalidad y se convierte en rutina. No le ayuda ni a madurar ni a progresar”. Y va todavía más allá cuando dice que si el buscador quiere conocer el sendero leyendo libros, “es como la persona que se asocia con los muertos; en el fondo, ella también muere”8.

Si queremos ser más conscientes, estar más despiertos, más vivos, debemos absorber todas esas cualidades de quien las tiene. Soami Ji dice que todo en el universo puede clasificarse bajo una de las siguientes categorías: chaitanya –vivo, alerta, despierto, consciente– o jar –carente de vida, inerte, inconsciente–. Solo el satgurú es chaitana, todo lo demás es jar, inerte. ¡En esa categoría estamos todos nosotros!

Servicio a chaitana (vivo o consciente) conduce a la vida, y el servicio a jar (sin vida o inerte) conduce a la falta de ella. Todos, salvo el gurú, se pueden clasificar como jar (inertes). Por tanto, todos aquellos que buscan su bienestar y deseen ser uno con chaitana, deberían entregarse al servicio del satgurú9.

Así que Narhari nos dice que debemos entrar en contacto con aquel que está consciente, despierto y vivo.

Oh amigo, el contrato sagrado firma,
  aférrate al Nombre que en tu interior habita,
  de esta forma escaparás
  y de interminables regresos al útero te librarás.

Un contrato tiene dos partes. Las partes se dan la mano, llegan a un acuerdo y cada una se compromete a hacer algo. ¿Cuál es nuestra parte del contrato? Narhari nos dice que es la de aferrarnos al Nombre en el interior. Aferrarnos al Nombre, al Shabad, darle nuestra atención, enamorarnos del Nam.

Y a continuación nos resume los principios básicos de la vida espiritual:

El método para el ser humano consiste
  en considerar a los demás como iguales, en amar, en anhelar,
  en servir al maestro y en meditar.

Qué forma tan sencilla de decirlo y cómo lo abarca todo. Finaliza el poema diciendo:

Cuando en el maestro se concentra mi mente,
  mi visión de Dios firme se mantiene.

No sabemos qué es Dios. De hecho y siendo honestos, tampoco sabemos lo que es el maestro, pero podemos verlo y, de alguna manera, experimentarlo. Podemos pensar en él. Podemos recordarlo. Podemos hacer el simran que él nos ha dado. Podemos seguir sus instrucciones. Esto es a lo que se refiere Narhari cuando nos habla de permanecer cerca del maestro. El mismo Narhari nos decía: “Cuando en el maestro se concentra mi mente, mi visión de Dios firme se mantiene”.

En otro poema, que lleva por título “Acércate”, Narhari escribe:

Repetir el Nombre y escuchar el sonido;
  esa es de toda religión la base.
Vive en el perdón, la misericordia y el contento
  y procura el darshan de un maestro.
Encuéntralo pronto y permanece cerca,
  pues así es como a Dios te acercas.
Este cuerpo humano podría no volver,
  así que al maestro entrégate.
No te sumerjas en el mundo
  el Nombre de Dios repite sin parar.
Todo lo demás pasará;
  solo el Nombre es verdad.
Vithoba, aquel que al ignorante luz da,
  algún día hacia la libertad te guiará.
Entendido esto, Narhari se inclina, con amor,
  ante los pies de su maestro10.

Empieza diciéndonos que la sencilla práctica que el maestro nos enseña –la repetición del Nombre y la audición del sonido– constituye el punto de partida, la semilla de la que todas las religiones proceden. Simplemente esta sencilla instrucción: repite el Nam, escucha el sonido. Hazur solía decir que limitamos las enseñanzas, que les damos la forma de religión, de ritos, de rituales, de dogmas, de creencias rígidas. El maestro vivo nos devuelve a la realidad. Después de todo, él es el único que es chaitanya –vivo, despierto, consciente– ¡y nosotros estamos siempre tan dispuestos a adorar todo lo que es inerte y está muerto!

A continuación Narhari nos habla de los principios más básicos, sencillos y esenciales de la espiritualidad, cuando esta todavía no se ha visto atrapada por el ritual del dogma y antes de que el rigor mortis se haya instalado.

Vive en el perdón, la misericordia y el contento,
  y procura el darshan de un maestro.
Encuéntralo pronto y permanece cerca;
  pues así es como a Dios te acercas.

Nos dice: encuentra un maestro y, cuando lo hayas encontrado, mantente cerca de él. Y ¿cómo podemos pasar por la vida si perder nuestra claridad, nuestro propósito y nuestra dirección? Nos vuelve a decir:

No te sumerjas en el mundo,
  el Nombre de Dios repite sin parar.
Todo lo demás pasará;
  solo el Nombre es verdad.

¡Con cuanta facilidad nos perdemos en los detalles diarios de nuestra vida! Nos zambullimos en ellos para después darnos cuenta de que nos estamos ahogando e intentamos tomar aire, mientras, a la vez, vamos perdiendo de vista nuestras prioridades y el propósito de nuestra vida. Así que Narhari nos dice: sí, cumple con tu obligación, vive tu vida por compleja que sea, pero no te zambullas, no te hundas. Y ¿cómo lo hacemos? Simplemente, nos dice, continúa repitiendo el Nombre de Dios y pasarás por los altibajos de tu vida sin perder el equilibrio.

Entonces Narhari hace una promesa extraordinaria y dice:

Vithoba, aquel que al ignorante luz da,
  algún día hacia la libertad te guiará.

Aquel que ‘al ignorante luz da’. Aquí es donde viene la parte difícil: ¿somos capaces de vernos a nosotros mismos como ignorantes? Si somos ignorantes –ignorantes de verdad y sabiendo que no sabemos nada– el dador de luz nos puede llenar con su luz.

Cuenta la historia que cuando Sócrates era un hombre joven, pensaba que lo sabía todo. Después, al ir haciéndose mayor, se dio cuenta de que poco era lo que sabía y, al final, cuando se convirtió en anciano fue por fin capaz de decir: “Yo no sé nada”.

¿Cuánto tiempo nos costará llegar a ese punto, al punto en que seamos capaces de decir, con toda sinceridad: “Yo no sé nada?”. Si es verdad que no sabemos nada, podremos cruzar ese desierto de arenas movedizas simplemente permaneciendo cerca de nuestro guía. Si de verdad somos ignorantes, el dador de luz nos puede llenar con su luz y guiarnos hacia la libertad. Narhari concluye el poema de la siguiente forma:

Entendido esto, Narhari se inclina, con amor,
  ante los pies de su maestro.


  1. Maneri, The Hundred Letters, tr. P. Jackson, p. 26
  2. Narhari in Many Voices, One Song, p. 166
  3. al-Qushayri, “The Testament to Disciples," in The Teachings of Sufism, tr. Carl Ernst, p. 152
  4. Soami Ji Maharaj, Sar Bachan (Prosa), Bachan 116, 5a ed., p. 83
  5. Hafiz, Deewan-e-Hafiz, p. 29
  6. Narhari in Many Voices, One Song, p. 202
  7. Nurbakhsh, Sufi Symbolism, 1:165; cita a Gulshan-i Raz, 54
  8. The Hundred Letters, p. 36
  9. Sar Bachan (Prosa), Bachan 48, 1a ed., p. 66
  10. Narhari in Many Voices, One Song, p. 263