Amantes del abandono
Ven, ven, quienquiera que seas,
Errante, devoto, amante del abandono.
Estas líneas –atribuidas a Rumi– llama a los buscadores a reunirse. El poeta los describe como personas que deambulan –quizá físicamente, quizás espiritualmente– y como personas que veneran. También utilizó una frase ligeramente desconcertante. Definió a cada uno como amante del abandono. ¿Que quiere esto decir? ¿Podría ser que los satsanguis son amantes del abandono? ¿Es esto algo positivo, algo que nos hace sentir más próximos a nuestro maestro? ¿O es algo negativo, algo que nos hace sentir separados de él?
Bueno, tal vez sean ambas cosas. A menudo decimos –seamos totalmente sinceros o no– que nos encantaría dejar este mundo atrás. Nos encantaría simplemente entregarnos al maestro y dejarle todas nuestras preocupaciones. ¡Y a veces incluso podemos hacerlo con una o dos preocupaciones menores; simplemente dejarlas ir y decidir que el maestro lo va a arreglar como quiera, o no! En ocasiones nos rendimos y nos encanta dejar las cosas en sus manos. En este sentido, ser un amante del abandono es algo muy bueno para cualquier satsangui o buscador.
Por otro lado, parece que nos “encanta” abandonar la concentración durante nuestra meditación y vagar alrededor del mundo en nuestras mentes. De hecho, a menudo hacemos eso. Este vagabundeo mental hace que nuestra meditación sea inquieta y nuestra paz mental aun más difícil de alcanzar. En este sentido, ser un amante del abandono no nos sirve para nada.
Otro tipo de abandono afecta a la presencia física del maestro. Cada vez que le vemos, al final nos va a abandonar. ¿Cómo podemos ser amantes del abandono mientras vemos al maestro levantarse del satsang? Eso no tiene ningún sentido; ¿cómo podemos estar encantados de que nos abandone?
Pero si pensamos un momento, si nunca se fuese, nunca anhelaríamos que volviera. Ese anhelo es oro espiritual, mucho más valioso que una cuenta rebosante en el banco. Tal anhelo aumenta nuestra conciencia de la presencia interior del maestro.
Una vez alguien le pregunto a Hazur Maharaj Ji sobre la tremenda pérdida que los discípulos iban a sentir cuando se fuese de su país, después de una visita oficial. Hazur respondió: “Hermano, ¿estás seguro de que me voy?”. Y añadió: “Cuanto más echamos de menos a alguien, más cerca estamos de la persona que nos falta. Solo nos vamos para encontrarnos de nuevo. Nunca estamos separados”1.
Los satsanguis están muy apegados a la hermosa forma física del maestro. Sin embargo, Baba Ji a menudo nos recuerda que el maestro no es el cuerpo; que su cuerpo está envejeciendo, su pelo se va poniendo gris, e incluso puede ponerse seriamente enfermo. A pesar de ello, no dejamos de querer estar cerca de él, queremos que el maestro nos mire, que venga a nuestro sangat.
Sin embargo, vivimos en este mundo físico con sus leyes físicas, igual que los maestros. Ellos eligen obedecer las leyes naturales del universo. Nos abandonan físicamente. Algunas veces simplemente salen de la sala de satsang. Otras veces se van de Dera. Y otras visitan nuestro país y se despiden después de unos días.
Y, claro está, si visitamos Dera, al final tenemos que volver a casa. Hacemos nuestras maletas, nos metemos en una furgoneta, taxi, o coche y le echamos una última mirada a las hermosas calles de Dera mientras nos despedimos. Puede que nos vayamos a regañadientes o con ganas, tal vez ansiosos de volver a ver la familia, pero ya echando de menos al maestro.
El hecho de echarlo de menos es un regalo que se nos da cuando nos vamos. Es un sentimiento que hay que apreciar y mantener cerca.
Una vieja historia ilustra el valor de este regalo.
Una amante del Señor tenía la costumbre de levantarse todas las mañanas, de madrugada, para sus oraciones antes de empezar su trabajo. Todos los días el ángel Gabriel vigilaba con alegría sus oraciones.
Sin embargo, una mañana, la discípula, cansada por sus numerosos deberes familiares, no pudo levantarse antes del amanecer. De repente, el mismísimo demonio apareció y le sacudió el hombro a la mujer, diciendo en voz alta: “¡Despierta! ¡Despierta!”.
El ángel Gabriel estaba atónito. ¿Por qué iba el demonio a querer que alguien se levantase a rezar? Sin duda eso es exactamente lo que no querría.
Cuando Gabriel le pidió al demonio que se explicara, el demonio respondió: “Si no la hubiera despertado y hubiese dormido durante su tiempo de oración, la mujer habría sentido un anhelo tremendo por lo que se había perdido. Ese anhelo vale por mil oraciones”.
Cuando abandonamos la presencia física del maestro, el anhelo de estar otra vez con él nos puede impulsar al interior, donde nunca vamos a sentir la separación. Como la devota en la historia, nuestro anhelo tiene un valor inestimable, vale más que mil oraciones piadosas u ofrendas.
Así pues, la declaración del poeta de que somos “amantes del abandono” empieza a tener un timbre muy dulce, ¿no creen?
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol. III, #84