Apegos
Vamos donde están nuestros apegos… Si amamos esta creación y estamos muy apegados a ella, entonces tendremos que volver aquí. Si amamos al maestro y nuestra devoción es hacia él, entonces iremos donde él esté y no tendremos que volver.
Evidentemente –como aún estamos aquí– podemos asumir que nuestros apegos por el mundo han sido muy fuertes en vidas pasadas.
Y por eso seguimos volviendo, vidas tras vida. Nuestra adicción al mundo, nuestras relaciones mundanas y los objetos materiales nos mantienen encarcelados aquí. El camino real de vuelta a casa es muy estrecho y la puerta de salida muy pequeña. Por ello, cuando muramos no podremos llevarnos nada con nosotros: todo lo dejaremos aquí. Y si los apegos que dejamos atrás son muchos, entonces no podemos esperar ir hacia dentro y hacia arriba; volveremos inexorablemente al mundo.
Aquellos de nosotros que usamos correo electrónico sabemos lo frustrante que a veces resulta intentar mandar un mensaje a alguien con un archivo adjunto. Si el archivo es demasiado pesado para su buzón nos lo “devolverá”. Quizá su política sea la de no recibir archivos adjuntos, así que a no ser que eliminemos el archivo adjunto, el mensaje no se enviará.
La política para los apegos en sach khand es cero. Sencillamente, si tenemos algún apego no podrán recibirnos allí. En tanto que nuestros apegos permanezcan aquí, nosotros también lo haremos. Seguiremos en la creación, en esta prisión del mundo. Atrapados en la bandeja de salida, esperando salir, pero incapaces de hacerlo.
Este no es nuestro verdadero hogar, todos somos habitantes de sach khand, somos espíritu puro, prisioneros de la mente y atados al cuerpo físico. A través de nuestra asociación prolongada con este plano de existencia nos hemos acostumbrado a él y creemos que esta celda fría y húmeda, oscura y sucia es nuestra casa. Todas nuestras vidas nos hemos ocupado constantemente en las cosas del mundo; cada hora del día nos hemos preocupado y obsesionado con los aspectos ilusorios de este plano material, así que cuando morimos volvemos a lo que estamos apegados.
Como se dice en la Biblia: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”1. Y el alma siendo esclava de la mente no tiene otra opción que la de permanecer aquí.
Cuando nos sentamos a meditar en casa, en ese acogedor y tranquilo entorno familiar, todos sabemos cómo luchamos con la mente y lo difícil que es enfocarnos y concentrarnos; todas las cosas del mundo danzan en la pantalla de nuestra mente, incluso el acontecimiento más trivial puede reproducirse una y otra vez. Si esto es ahora dificultoso, entonces, ¿cómo podemos pensar que en el momento de la muerte –que es sin lugar a dudas el momento más estresante y desafiante de la vida–, cómo podemos pensar que entonces será posible concentrarnos en el maestro y soltar nuestros apegos? ¿No nos estamos engañando a nosotros mismos? Ciertamente él estará allí para ayudarnos, pero si aún tenemos apegos profundos por el mundo entonces quizá tengamos que volver.
¿Cómo estamos de apegados? Vamos a reflexionar por un momento. Todos hemos visto esas escenas traumáticas en las noticias televisivas donde una comunidad bajo la inminente amenaza de un ejército intruso o por un desastre natural, tienen que abandonar sus casas sin previo aviso, quizá les avisen unos días antes, puede que tan solo unas pocas horas o posiblemente solo minutos. Y en un corto espacio de tiempo tienen que recoger lo que es más importante para ellos y dejar el resto atrás. Puede que tengan una carretilla o un coche, puede que un camión o una mula, o solo lo que puedan llevar, ¡piensa en eso! El resto –la mayoría de las cosas que poseen– tienen que dejarlo atrás. Fíjate en el terror y el miedo en sus caras, la desesperación; no tienen ni idea de hacia dónde se dirigen, qué les espera, ¡y lo han dejado todo atrás! Terrible… esto nos conmueve.
Y si nosotros estuviéramos en esa situación tan desgraciada, ¿qué nos llevaríamos? ¿Qué sería más importante para nosotros? Seguro que la familia y los seres queridos. Después qué… ¿Dinero, comida, ropa? Cuanto más tiempo tuviéramos, más larga sería la lista. Y si ojeáramos rápidamente esa lista nos revelaría dónde están nuestros mayores apegos.
Ahora malas noticias: ¡Podemos tirar esa lista! A todos nos llegará el día en que nuestra situación será precisamente esa. Podremos –o quizá no– darnos cuenta de que estamos a punto de partir. La muerte siempre está acechando, y cuando nos llame nada vendrá con nosotros, ni un solo objeto de esa lista. ¡Ni siquiera la mano que escribió la lista nos acompañará! Estos cuerpos a los que estamos tan apegados también se quedarán aquí. Si en el momento en que llegue nuestra hora, no miramos hacia delante y no estamos felices con continuar el proceso, sino que miramos atrás con melancolía, ¡entonces podremos volver!
En lo más profundo todos estamos muy solos. Sentimos un profundo anhelo por algo, algo que no podemos expresar, algo, algún lugar o Alguien al que hemos olvidado. Ese deseo nos lleva a buscar para llenar ese vacío, y atrapados como estamos en el mundo, lo buscamos aquí. Maharaj Charan Singh dice:
Este constante sentimiento de soledad y de que algo nos falta es en realidad la escondida sed y deseo del alma por Dios. Siempre persistirá en nuestra alma, mientras esta no haya regresado a su hogar original y se reencuentre con su Señor. Únicamente entonces obtendrá contento y paz eterna. Este sentimiento ha sido colocado deliberadamente en el corazón del hombre2.
Por desgracia, la dulzura que buscamos en el mundo es muy pegajosa. Nos pegamos a ella y dejamos que penetre en cada parte y poro de nuestro cuerpo; nos saturamos de ella y nos pesa. Sintiéndonos tan cargados, es muy difícil para nosotros avanzar y por eso nos quedamos aquí; vida tras vida se repite el mismo patrón y no podemos movernos. Necesitamos ayuda. Profundamente en nuestro interior nuestra alma es muy infeliz y llora por el Señor. Entonces el Señor escucha la llamada y viene a rescatarla.
Hazur Maharaj Charan Singh solía contar una bella historia sobre el niño que visita la feria con su padre. El niño va cogido de la mano de su padre y ve todas las luces brillantes y las atracciones, escucha la música ensordecedora, el bullicio y a la gente vociferar. Y el niño disfruta de todo lo que le rodea. Pero por desgracia, en medio de todo esto, el niño se despista y se suelta de la mano de su padre. Cabizbajo, se pierde en la multitud. Mira alrededor de él, lleno de miedo. Todas las cosas que antes pensaba que eran tan geniales y encantadoras ahora le parecen terribles y aterradoras. Sobrecogido, solo intenta encontrar alguna esquina segura o a alguien que le conforte y que le haga recordar ese sentimiento que tenía en la compañía de su padre. Pero no hay nada ni nadie; ¡nada que pueda reemplazar a su padre! La fortaleza de la mano del padre hacía que el niño se sintiera seguro, y bajo su cuidado él era un simple espectador. Una vez que suelta la mano, todo cambia.
Ahora bien, en el momento en que el niño se da cuenta de que se ha soltado de la mano de su padre y que nada puede reemplazarla, entonces llora y el padre acude inmediatamente en su ayuda. La meditación es la manera en que llamamos al Padre.
El niño en la historia, nuestra alma, en realidad nunca ha estado perdida. Aunque a nosotros nos lo pueda parecer, el hecho de no poderle ver no quiere decir que él no nos pueda ver a nosotros. Él siempre nos ha estado observando, nos tiene vigilados de cerca y camina con nosotros. Entonces ese indescriptible sentimiento de pérdida o soledad nos azota y lloramos para que él nos ampare. De repente, ahí estaba él a nuestro lado. Llegamos al camino. Él había estado ahí todo el tiempo, observando y esperando. Nosotros estábamos simplemente mirando en la dirección equivocada; buscando una salida incorrecta en el mundo, en las multitudes de caras desconocidas y de luces baratas de este lamentable parque temático al que llamamos hogar. Lo único que necesitábamos era girarnos –mirar hacia dentro– y ahí estaba él.
Este mundo puede asemejarse a un parque temático (Estudios de la Mente Universal), donde el tema es la sobrecarga sensorial. Está lleno de un sin número de atracciones. El propietario (la mente) quiere mantenernos a todos encerrados bajo llave; para él nosotros somos valiosos pagadores, gastamos nuestra preciada riqueza (nuestro tiempo y atención) en lo que son en definitiva actividades inútiles. Imitaciones de la realidad. Entonces él emplea sus armas de distracción masiva: amor al cuerpo, familia, riqueza, posición social, sensualidad. Todos los trucos posibles nos mantienen ocupados y distraídos de quiénes somos verdaderamente, de nuestra verdadera identidad. Nos hemos enganchado y obsesionado con las “atracciones” de todas nuestras vidas y las baratijas que nos ponen delante.
Las obligaciones y responsabilidades que hemos llevado a cabo en nuestras vidas pasadas –en cualquiera de los ocho millones cuatrocientas mil especies (o roles)– han sido más o menos las mismas. El CV o currículum de cada vida es más o menos el mismo: de una manera u otra hemos tenido padre y madre, hermanos y hermanas. Hemos comido, hemos luchado para sobrevivir y nos hemos reproducido. El ciclo de la vida nos hace bailar como a títeres. Ritmos diferentes, canciones diferentes, formas diferentes, siempre en movimiento, dando vueltas y más vueltas sin tener la oportunidad de pararnos, mirar y reflexionar, estamos distraídos constantemente. ¡Insensatos ajetreados que cavan sus propias tumbas!
Pero hay buenas noticias. La marea ha cambiado. Nuestro vagar interminable ha llegado a su fin. Sin nosotros saberlo y sin que nos lo hayamos propuesto, nos encontramos en la cima de la creación. Hemos recibido la promoción más alta, el puesto más alto, somos seres humanos. El cargo más alto para cualquier alma en esta creación.
Entonces, ¿en qué se diferencia esta vida de otras que hayamos tenido? Soami Ji dice:
Esfuérzate por cumplir con tu verdadero empeño,
no te enredes en los asuntos de este mundo3.
Hemos malgastado todas nuestras vidas pasadas trabajando para otros, cuidando de las necesidades de todos excepto de nuestro ser verdadero. Nuestro verdadero ser no se define por los que nos acompañan, ni por las cosas de las que nos hemos rodeado. Tampoco es nuestro cuerpo o nuestra mente. Ni siquiera ese estrecho sentido de individualismo al que llamamos ego. Este no somos nosotros. Nuestro ser verdadero es el alma. Como seres humanos hemos de entender el trabajo –la tarea verdadera– para la que hemos encarnado en este cuerpo. Vamos a echar un vistazo a la descripción de nuestro trabajo:
Cargo: Ser humano. Informe para: Dios, el Padre. Finalidad del trabajo: Buscar la verdad. Realizar la divinidad que yace en nuestro interior y volver a nuestro verdadero hogar. Obligaciones y responsabilidades:
- Meditar al menos dos horas y media cada día.
- Ser lacto-vegetariano.
- Abstenerse del alcohol, el tabaco y las drogas que alteran la mente.
- Vivir una vida pura y de moral intachable.
- Ser un buen ser humano.
- Saldar todas nuestras deudas kármicas.
¡Eso es todo!
Para concluir: definitivamente como parte de nuestro deber para ser buenos seres humanos deberíamos llevar a cabo todas nuestras responsabilidades en lo que respecta a cuidar a nuestra familia, compromisos profesionales y todo lo demás. Pero recordemos, estas cosas –o algo parecido– las hemos tenido en todas nuestras vidas anteriores; lograrlas no es nuestra finalidad.
Recalcar que nuestro propósito es: buscar la verdad. Realizar la divinidad que mora en el interior de cada uno de nosotros, hacernos uno con el Padre y volver a nuestro verdadero hogar. Esta es nuestra prioridad. Esta es la razón de que estemos aquí. Si priorizamos esto, entonces el maestro, a su vez, nos promete que se hará cargo del resto, tanto de nuestras necesidades espirituales como mundanas. Como dice la Biblia:
Mas buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura4.
Búscalo en primer lugar… no en segundo o tercer lugar, o cuando mis hijos hayan crecido, o cuando tenga ingresos estables, o cuando me jubile. No, busca primero el reino de Dios y todas las demás cosas se darán por añadidura.
Las elecciones que hacemos diariamente reflejan nuestras prioridades. Cuando hacemos nuestra lista de quehaceres diarios, al comienzo de la misma debería de estar nuestra meditación; recuerda que está en la descripción del trabajo. Todo lo demás debería ser posterior. Si fuésemos a tener una entrevista con el maestro sobre lo que hicimos el año pasado, ¿Qué le mostraríamos? ¿Nos hemos tomado en serio nuestro trabajo? Si tan solo le presentamos una lista con las necesidades básicas de la vida, como reuniones, responsabilidades familiares, mantenimiento de nuestros hogares, conseguir un estatus profesional, etc., entonces, ¿cómo vamos a hacer el mejor uso de la oportunidad que nos ha dado? Él sabe de lo que somos capaces y por eso nos ha ascendido a ser humanos.
Si meditamos todos los días, entonces habremos encontrado nuestro verdadero trabajo, nuestra verdadera tarea. No habremos malgastado nuestros días en el trabajo duro, innecesario e insustancial de otros. No habremos malgastado nuestro tiempo sobrecargándonos con la acumulación de más equipaje innecesario, que tan solo nos entorpece e impide la vuelta a casa.
Eso es lo que tenemos que meternos en la cabeza. Cuando muramos, no abandonamos la casa como esos refugiados desafortunados a los que nos referíamos anteriormente. Nos vamos a casa. No debemos mirar atrás a lo que hemos perdido; no perdemos nada. Recuerda, añoramos nuestro hogar; estamos cansados de este mundo y queremos volver a casa.
Es nuestro amor mal enfocado el que nos mantiene aquí. Si ese insignificante amor que tenemos tiene el poder de mantenernos aquí, entonces si pudiéramos volver a apegarlo a lo que está en nuestro interior: el Shabad, la divina melodía que resuena en el interior de todos nosotros, entonces habríamos alcanzado nuestro objetivo.
El maestro sabe cómo somos, comprende que solo el apego puede crear desapego. Un mendigo puede aferrarse a los pocos céntimos que tiene en su mano; ninguna palanca podría abrírsela. Esto es todo lo que tiene. Pero ofrécele a cambio diamantes y rubíes, y alegremente abrirá la mano y tirará las monedas para que sus manos puedan llenarse con el tesoro que has puesto ante él. Los maestros nos ofrecen un tesoro mucho más valioso. Nos ofrecen el acceso al Shabad, ese divino tesoro que yace oculto en el interior de cada uno de nosotros desde el comienzo de la creación. Los maestros dicen que una vez que se experimenta el Shabad, aporta tal alegría y dicha que en comparación todas las cosas que nos ofrece el mundo nos parecen insípidas.
El santo Bhika dice:
Nadie es pobre, ¡oh Bhika!:
Todos tienen rubíes en su hatillo,
pero como no saben cómo desatar el nudo
siguen siendo mendigos5.
Nuestro esfuerzo diario es así; es el resultado de una búsqueda errónea de contento y felicidad fuera, en el mundo, cuando dentro, en nuestro propio fardo, hay un tesoro inagotable de amor y dicha.
Apegando nuestra alma al Shabad –la única dicha verdadera y real– podremos liberarnos de los burdos placeres mundanos. Cuando nos interioricemos, cuando entremos en nuestra realidad interior, nos habremos desapegado del mundo y de los sentidos y nos apegaremos a él interiormente. Atravesaremos el umbral de la décima puerta y entraremos en las esferas celestiales. Por debajo del tercer ojo solo hay dolor y sufrimiento; por encima y más allá del tercer ojo estas cosas se desvanecen. Y conforme más tiempo meditemos, menos apegados estaremos al mundo. Comenzaremos a purificar nuestros sentidos, buscando las cosas más puras y sutiles de la vida. Las atracciones burdas de los sentidos lentamente se desvanecerán y encontraremos un placer mayor dedicándonos a la vida espiritual y a todo lo que apoye esa forma de vida. Nuestro amor solo será para el maestro.
Estaremos apegados a nuestra meditación; esta será nuestra máxima prioridad, que es como debe de ser. Maharaj Jagat Singh Ji dice:
Vuestro propio trabajo es el de hacer simran y bhajan (práctica espiritual), que a su debido tiempo os liberarán de esta vasta prisión en la que habéis estado confinados durante incontables eras. La vida es breve; el tiempo, huidizo. Aprovechaos plenamente de él y, si no habéis hecho ya, ‘vuestro propio trabajo’, comenzad ahora a ejecutarlo. Buscad a un maestro verdadero y, bajo su guía, sintonizad vuestra alma con el Verbo y llegad a vuestro verdadero hogar6.
- King James Bible, Matthew 6:21
- Maharaj Charan Singh, En busca de la luz; carta 10
- Soami Ji Maharaj, Sar Bachan Poesía (Selections), 1ª ed., Bachan 15, shabad 13 p. 83
- King James Bible, Matthew 6:33
- Maharaj Charan Singh, Luz divina, 7ª ed., p. 19
- Maharaj Jagat Singh, La ciencia del alma, 11ª ed., p. 85