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Explorar

A todos nos encanta explorar, no importa dónde vivamos, el tipo de personalidad o la edad que tengamos. Los niños pequeños van de la cocina al salón para ver qué hay de interesante allí. Los más mayores exploran el vecindario y los adolescentes su ciudad. Una vez maduros, los adultos exploramos los mundos de las ideas y el trabajo, de las relaciones y la comunidad. Todo eso es natural y creativo; estamos acostumbrados desde la infancia a dar un salto hacia lo desconocido.

Explorar es universal, pero surge la pregunta: ¿estamos explorando o simplemente deambulando? Albert Einstein, uno de los más grandes científicos del siglo XX, amaba la exploración académica de la física. Buscaba respuestas claras a preguntas profundamente complejas.

También le encantaba navegar, tanto que su familia le compró una pequeña embarcación. Cada vez que estaba libre en el verano, salía a navegar. Él era feliz, pero su familia se preocupaba. Nunca sabían dónde terminaría y estaban preocupados de que pudiera tener un accidente.

Los amigos cercanos conocían a Albert bastante bien como para darse cuenta de que, una vez relajado en el lago, su atención se centraría en abstractas nociones complejas de matemática y física. Su mente estaba entrenada para hacer eso. Pero, en un lago, olvidaría de su memoria dónde está el norte y el sur, y podría perder la dirección de su casa. Su atención vagaría sin rumbo.

Bueno, puede que no tengamos mucho en común con Einstein el científico, pero ¿no es nuestra meditación como su navegación? ¿No pasamos incontables horas divagando? Al igual que Einstein, tenemos presiones en nuestra mente y deseos de tener éxito al realizar nuestro trabajo. En la meditación, relajamos nuestro cuerpo y luego deambulamos hacia donde nos lleven nuestros intereses y deseos mundanos.

Por supuesto, que la navegación no fue siempre solo una forma de diversión. En la antigüedad, era un asunto serio y los exploradores corrían grandes riesgos para navegar los mares hacia destinos lejanos. Por ejemplo, hace más de 2500 años, los fenicios navegaron con éxito no solo a puertos en todo el mar Mediterráneo, sino también alrededor de todo el continente africano. Su intención clara y enfocada era encontrar oro y otras mercancías para su nación.

Sin embargo, a diferencia de Einstein, no navegaban sin rumbo, simplemente para disfrutar del mar y la brisa. Les importaba mucho adónde iban. En ese sentido, somos como los fenicios, ya que también tenemos una clara intención de alcanzar una meta. Queremos retirar nuestra atención del mundo de la mente y el cuerpo y encontrar los tesoros espirituales del radiante mundo interior. Para hacer eso, necesitamos un enfoque.

Al igual que los fenicios y todos los marineros desde entonces, si miramos al cielo en una noche clara, podemos encontrarnos con las constelaciones de la Osa Menor. Una vez localizadas esas estrellas, podemos identificar la estrella polar, también conocida como Polaris. Esta estrella es famosa por permanecer inmóvil mientras todo el cielo boreal se mueve a su alrededor. Al estar ubicada cerca del polo norte celeste, es el punto alrededor del cual gira todo el cielo boreal. Esta estrella era vital para las navegaciones de los antiguos fenicios, que no disponían de la brújula ni de otros instrumentos para la navegación. ¿Cuál es nuestra estrella polar espiritual?

A medida que envejecemos, nuestras exploraciones y acontecimientos cambian. La muerte se acerca y no podemos evitar saberlo. Vemos morir a otros y, tal vez, nosotros mismos enfermamos. Es un hecho que este cuerpo acabará por morir. También nos volvemos profundamente conscientes de nuestro proceso interno y de esta mente que intenta bloquearnos para que no tengamos éxito en nuestra meditación. Nuestra mente es un adversario formidable. Sin embargo, al mismo tiempo, tenemos un maestro que siempre nos recuerda que no debemos vagar sin rumbo. Nos aconseja centrar nuestra atención en el tercer ojo.

El centro del ojo es nuestra Polaris espiritual; es el hogar radiante de los santos. Es el punto alrededor del cual revolotea nuestra mente, y es el lugar que debemos ubicar si queremos poner fin a nuestro deambular y asegurar nuestro objetivo. En la meditación, tratamos de dirigir nuestra atención porque también nos preocupamos por nuestro objetivo. Queremos que nuestra atención alcance y permanezca en el centro del ojo. Nos parecemos a los marineros fenicios, en el sentido de que haremos muchos sacrificios de tiempo y energía para alcanzar nuestro objetivo. Al igual que ellos seguían la estrella polar para la navegación oceánica, nosotros seguimos el Shabad. Queremos obtener la dicha, la satisfacción y la experiencia interna que se encuentran en nuestra meta, ese punto detrás y entre nuestros ojos, el tercer ojo.

Comenzamos nuestro viaje espiritual con curiosidad y confianza. Queremos conocer el mundo que hay en el interior de nuestro cuerpo y creemos que podemos conquistar la mente y encontrar la forma radiante de nuestro maestro. ¿Por qué no? El maestro nos ha iniciado y sabe todo lo que hay que saber sobre el viaje del alma a casa. Confiamos en su autoridad. Pero aun así, nos enfrentamos a desafíos.

Sin duda, aquellos antiguos marineros también se enfrentaron a desafíos. Tempestades y tormentas pudieron aparecer inesperadamente y poner en peligro sus barcos. Los marineros podían enfermar; los mástiles o las cubiertas podían rajarse o romperse. Sin duda, las peleas entre marineros estallaban en momentos de estrés. ¿No tenemos cada uno de nosotros nuestros desafíos? Mala salud, dificultades económicas, conflictos en las relaciones. Sabemos que todo esto es parte de nuestra experiencia humana.

Los antiguos exploradores se aseguraban de que su barco se construyera con maestría y estuviera abastecido con todo tipo de suministros, desde comida hasta velas de repuesto y medicinas. Nosotros también nos aseguramos de estar preparados. Una dieta vegetariana, un estilo de vida libre de drogas y alcohol y decisiones morales positivas mantienen nuestra mente y nuestro cuerpo lo suficientemente fuerte y saludable para nuestro viaje.

Estamos preparados para ser exploradores espirituales y conocemos nuestra meta. Es posible relajarse mientras nos enfocamos en nuestro objetivo, el tercer ojo. Es allí donde el maestro nos espera, y a ello se refiere Baba Jaimal Singh Ji cuando dice: “El sonido del Shabad-dhun que llega desde nuestro hogar original, del maravilloso Anami Radha Soami”1.


  1. Cartas espirituales, #97, p. 146