Normas, normas, normas
El problema con las normas es que hay muchas, y nos las inculcan desde que somos demasiado pequeños para comprenderlas. Pasan los años y vivimos dentro de los confines de las normas de nuestras religiones, escuelas, padres, amigos, lugares de trabajo y medios de comunicación, todos ellos con el objetivo principal de convertirnos en criaturas que quizá puedan desenvolverse satisfactoriamente en la vida, pero de acuerdo a sus criterios. Puede que un día nos demos cuenta de que, básicamente, vivimos mediante normas y reacciones no examinadas ante expectativas externas. Nos hemos convertido en maestros del mero “llevarse bien”.
¿Nos hemos aquietado alguna vez lo suficiente como para permitir que el sonido externo se desvanezca y escuchar a nuestro ser interior? ¿Hemos examinado las normas por las que nos regimos? ¿Por qué estamos en este tiovivo, en esta vida de palo y zanahoria, que a veces es deliciosamente dulce y otras tan inquietante, que lo único que podemos hacer es contener la respiración hasta que pase nuestro siguiente karma pasajero? Sin embargo, son estos momentos los que nos pueden mostrar claramente quiénes somos y dónde estamos. El carácter no se forja mediante la adhesión irreflexiva a una serie de normas por el hecho de cumplirlas. Somos demasiado propensos a dejarnos llevar por nuestras emociones, nuestros deseos, el mundo, para construir el tipo de carácter necesario para dirigir nuestra atención hacia el interior y mantenerla allí.
¿Y si solo hubiera una norma para vivir? ¿Cuál sería? ¿Sería como los cuatro votos que hacemos durante la iniciación: no comer carne, pescado, huevos ni nada que los contenga? Sería vivir una vida moral pura –¿cómo sería eso? ¿Sería no consumir estupefacientes ni drogas? ¿Meditar? O sería más bien algo paliativo: “¿Sé lo mejor que puedas ser?”.
El filósofo del siglo XVIII, Immanuel Kant, luchó toda su vida con esta misma noción: buscaba la norma más imperativa que se convirtiera en el fundamento o base para todas las otras normas que nos conducirían a la humanidad en nuestro interior, en el interior de los demás y más allá. En última instancia, sostenía que como humanos poseemos en nuestro interior la capacidad de saber lo que está bien y lo que está mal. Sin embargo, también quería ayudarnos a encontrar el “territorio” al que acudir cuando nos viéramos tentados por las tormentas de nuestras propias pasiones. Su única norma se llama Imperativo Categórico, y dice: “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal”1. Él mantiene que es el respeto y la adhesión a esta norma por la humanidad que hay en nosotros, y en los demás, la que nos guía al estado trascendental que estamos buscando. Dice que debemos ir a nuestro interior para comprobar esta norma por nosotros mismos e incorporarla en nuestra vida cotidiana y en nuestro comportamiento. Por ejemplo, si quiero pedirte dinero prestado y sé que no voy a poder devolvértelo, y aun así digo que lo haré, te estoy mintiendo; no respeto la humanidad en tu interior al hacerlo. Kant mantiene que para comprobar este imperativo, debo preguntarme a mí mismo: ¿sería correcto si todo el mundo mintiera para obtener lo que desea?
Realmente, podríamos pensar que el imperativo categórico de Kant no parece nada más que una Regla de oro ampliada (haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti), o el juramento hipocrático (no hagas daño). Pero examinemos su imperativo categórico con las normas que nos dieron en el momento de la iniciación y veamos lo maravillosamente profundas que son:
- No comer carne, pescado, huevos ni nada que los contenga: esta norma es la más obvia en el sentido de que matar a cualquier ser aumenta nuestra carga de karmas, tanto mental como física. Nos inquieta el mero hecho de matar. Uno de los Diez Mandamientos de la Biblia dice: “No matarás”. No existe una lista de lo que debemos o no matar. Es simplemente: “No matarás”. ¡Y punto!
- No consumir intoxicantes: esta norma es muy protectora para nosotros como individuos, ya que podemos ver el daño que estas substancias nos hacen, a nuestro discernimiento, salud, capacidad para aprender, relaciones, habilidades. Entonces, ser coherentes con la construcción de nuestro carácter, y de cuan negativamente impacta a los juicios que hacemos día tras día. Destruyen nuestra determinación como seres humanos y muy a menudo destruyen a aquellos con los que entramos en contacto. ¿Cuánta miseria hemos soportado y cuánto dinero hemos gastado en reparar el daño que estos intoxicantes han provocado a nuestras familias, niños, sociedad? ¿Nos gustaría un mundo donde todos estuviéramos intoxicados por una substancia u otra?
- Llevar una buena vida moral: Esta es posiblemente la norma más ambigua de todas las que tenemos. Basándonos en nuestra comprensión de lo que significa “bueno”, a menudo escogemos el sendero de menor resistencia y nos justificamos respecto a cómo actúa la sociedad. Pero afortunadamente, no estamos en el sendero de convertirnos en uno con la sociedad, estamos en el sendero de convertirnos en uno con el Señor, con el objetivo final de descansar en silencio en su presencia sin forma. Debemos tener un ancla.
- Meditar: este es el acuerdo más importante que hacemos en el momento de la iniciación. Hazur dice que con la meditación, todas estas buenas cualidades se manifiestan en nosotros como la nata en la leche2. Pero, ¿a cuántos de nosotros nos cuesta aquietar nuestras mentes aunque sea durante un minuto y renunciamos a sentarnos?
¿Cómo podemos hacer esto? Tal vez volviendo a centrarnos en las elecciones que hacemos día a día y que impiden que nuestro yo moral se desarrolle y crezca, transigiendo con las normas que los maestros han establecido para nosotros. El Gran Maestro, en Philosophy of the Masters, Vol. 3, escribe:
Una persona de buen carácter se convierte en una persona afortunada. La conducta correcta es una ciencia que trata del carácter, de los buenos modales y de la conducta humana3.
¿Por qué se nos dan estas normas? Para desarrollar el carácter que necesitamos para ir hacia el interior. Existe en nosotros, según el Gran Maestro y Baba Ji, la necesidad de convertirnos en buenos seres humanos, y nos dicen que hay una conexión entre cómo nos comportamos y nuestra vida espiritual interior. El santo Charandas dice:
El buen carácter es un yoga de gran mérito si uno lo conoce.
Oh Charandas, sin buen carácter, nadie alcanza la emancipación4.
Kant sostiene que nos imbuyamos de estas cualidades; no para ser felices sino para hacernos merecedores de la felicidad. Es esa felicidad la que proviene de la estabilidad de mente y cuerpo que es el resultado de vivir una vida que supone que prestamos atención a nuestro desarrollo moral. Y si “llevar una buena vida moral” es algo demasiado genérico para nosotros, entonces tal vez el imperativo categórico de Kant nos ayude:
Si creo que está bien que yo mienta, entonces creo que es correcto que todo el mundo mienta para conseguir lo que quiere; si creo que hacer trampas con las cartas es correcto para mí, entonces está bien que todo el mundo haga trampas con las cartas; si creo que está bien cobrar de más por mis productos o servicios, entonces estoy dispuesto a decir que es correcto que todo el mundo cobre de más.
Esencialmente, podemos escoger realizar una acción porque es lo correcto. La reflexión en nuestra elección de una acción moral nos ayuda en nuestra búsqueda de convertirnos en buenos seres humanos en el sendero de la liberación. La prueba del imperativo categórico nos puede ayudar cuando la elección de nuestras acciones no parece clara. Esencialmente, actuar moralmente apoya nuestra meta final de autorrealización y de realización de Dios.
En Many Voices, One Song, se resume el impacto positivo de este principio:
Cuando los discípulos meditan y amoldan sus vidas según estas cualidades, se crea un círculo virtuoso que apoya la meditación, y a su vez, genera una actitud positiva y una forma de vivir que propicia una meditación más concentrada5.
La meditación se hace más fácil por la incesante búsqueda de convertirnos en buenos seres humanos; seres humanos que crean una bonita mansión para el alma. Cuanto más concentrada esté la mente en nuestra meditación y en crecer como seres humanos, más aptos seremos para concentrarnos en un punto en el centro del ojo, y más fácil se desapegará la mente de las opiniones y hábitos del mundo. Hazur dice:
Cuanto más concentrada esté nuestra mente en el centro del ojo, más felices seremos... Así que tenemos que procurar que nuestra mente no se disperse en el mundo6.
Y si nuestra mente no se dispersa en el mundo, Hazur dice…
…entonces ya no necesitamos decirle a nuestra mente: “No debes matar, no debes hacer cosas malas, no debes mentir”, porque todo esto automáticamente se convertirá en una parte de nuestras vidas cuando (verdaderamente) vivamos de acuerdo a las enseñanzas de los santos7.
Caminando por el sendero de esta forma, el alma…
…de forma gradual es capaz de reconocer la presencia de Dios con facilidad, se recoge más fácilmente y la oración se hace sencilla, dulce, y placentera, porque sabe que conduce a Dios8.
Esta es nuestra meta final; nuestra práctica, por muy imperceptible que parezca nuestro progreso, es para acercarnos cada vez más a la presencia divina en nuestro interior y para brillar en la luz de convertirnos en los buenos seres humanos que los maestros nos piden que seamos.
- Kant, Immanuel, Groundwork for the Metaphysics of Morals, 4:421, p. 34
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol. 2, p. 54
- Maharaj Sawan Singh, Philosophy of the Masters, Vol. 3, p. 278
- Ibíd, p. 290
- Many Voices, One Song, p. 103.
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol. 3, p. 412
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives,Vol. 2, p. 54
- Guyon, Madame, citado en Awareness of the Divine, p. 139