Tocado por la quietud
Cuando el poeta alemán Rainer Maria Rilke visitó Rusia en los veranos de 1889 y 1890, los viajes lo transformaron. Encontró una profunda devoción en su inmensidad, y descubrió que la poesía le llegaba de forma espontánea desde lo que sentía como un espacio sagrado. Haciéndose pasar por un monje ruso, plasmó estas palabras, que se publicaron como El libro de horas, denominación utilizada para los libros de oraciones que se recitan en los monasterios siete veces al día.
En uno de los poemas1, Dios se dirige directamente al monje, que es el devoto que todos llevamos dentro, hablándole de las angustias que nos mantienen alejados de él. Según lo interpreta Rilke, Dios simplemente nos dice:
¡Soy yo, ansioso!
Somos presos de nuestras ansiedades. Buscamos frenéticamente la manera de abrir las húmedas celdas de nuestros temores y preocupaciones, pero lo único que conseguimos es estrechar aún más nuestros apegos.
Sin embargo, siempre que logramos detenernos un poco, podemos oír una voz, la voz de nuestro Dios. Nos dice simplemente: “Yo soy”. Esto es todo lo que necesitamos oír, todo lo que necesitamos saber. Hay un ser inmenso y poderoso, un “Yo soy” que está más allá de cualquier cosa que nuestras mentes asustadas puedan conjurar. Cuando Dios llamó a Moisés y Moisés le preguntó quién era, Dios respondió simplemente: “Yo soy, el que soy”2.
Este “Yo soy” es maravilla, asombro y majestuosidad. Cualquier preocupación o ansiedad se disuelve en su inmensidad. Aunque en todas las religiones se reza una y otra vez para alabar el poder y la gloria de Dios, las oraciones que repetimos no pueden acercarse a la realidad divina. Dios no se puede concebir a través del pensamiento.
El pensamiento no puede comprender a Dios. Por eso, prefiero abandonar todo lo que puedo conocer, optando más bien por amar a aquel a quien no puedo conocer. Aunque no podemos conocerle, sí que podemos amarle. Por el amor, puede ser alcanzado y abrazado, pero nunca por el pensamiento.
La nube del no-saber3
Podemos abrazar a Dios. Podemos abrazarlo con amor. Este amor es lo que nos permite llegar hasta él. Sin embargo, en realidad no "llegamos" hasta él, pues no se le alcanza con la acción. Simplemente dirigimos nuestra mirada hacia él y esperamos.
Él es nuestro Padre. No hay nada real en nosotros que no venga de él. Le pertenecemos… No podemos dar un solo paso hacia él. No caminamos en vertical. Solo podemos volver los ojos hacia él. No tenemos que buscarle, solo cambiar la dirección de nuestra mirada. Es él quien debe buscarnos.
Simone Weil4
Esta idea de que no podamos dar pasos para llegar a él puede resultar desalentadora. Si no podemos, ¿cómo fomentar el amor por él? Rilke nos da algunas pistas al continuar el poema, haciendo que Dios nos haga tres preguntas importantes. La primera es:
¿No me percibes, dispuesto
a nacer a tu contacto?
Mis murmullos te rozan como alas sombrías.
El maravilloso “Yo soy” se puede sentir, se puede tocar. De hecho, solo “nace” cuando lo tocamos. Damos vida a Dios en nosotros mismos cuando nos atrevemos a sentirlo dentro de nosotros. Él está siempre en nosotros. Cuando aquietamos nuestro pensamiento, cuando vaciamos nuestra mente de todo concepto, nuestro sentido del tacto interior se purifica, se vivifica y se sensibiliza lo suficiente como para tocar a Dios, para sentirlo, para experimentarlo. Y este sentir, este tocar, es amor. Así como en el mundo físico a menudo expresamos y experimentamos el amor a través del tacto, lo mismo ocurre en el reino espiritual. Nuestra conciencia en contacto con Dios, acariciándolo, abrazándolo, es puro amor.
Lo maravilloso es que no tenemos que sentir el amor para abrazar a Dios. De hecho, como no “nace” hasta que lo tocamos, necesitamos tocarlo para sentir amor por él. Es nuestro deseo de amarlo lo qu e hace que se haga presente para nosotros, y en cuanto lo sentimos, no podemos evitar sentir amor.
Cuando tocamos a Dios, cuando sentimos el gran “Yo soy” que lo impregna todo, empezamos a sentir lo que Rilke llama “los murmullos” de Dios, su presencia rozándonos como “alas sombrías”. La presencia de Dios es sutil, pero puede experimentarse. Si nos mantenemos lo suficientemente quietos, podremos oír sus murmullos y sentir su suave roce.
En la siguiente pregunta, Dios nos hace saber que el maravilloso “Yo soy” está aquí con nosotros, aunque esté oculto:
¿No me ves ante ti
envuelto en la quietud?
Dios, la quietud suprema, se envuelve en un manto de silencio: así se disfraza cuando quiere manifestarse en este mundo. Es cuando entramos en contacto con la quietud, cuando la tocamos, podemos ver y sentir a Dios. Todo el ser de Dios está envuelto en el silencio, y este ser es todo lo que realmente existe en nuestro mundo y en nuestro corazón. No podemos verlo porque no estamos lo suficientemente quietos como para sentir la quietud. Cuando el “yo” individual deja de luchar, cuando permanece en silencio, puede encontrarse con el “Yo soy” envuelto en el manto de la quietud.
En un relato evangélico, una mujer que acude a Jesús para que le sane le dice con total fe y confianza: “Si solamente tocare su manto, seré sanada”5. El autor de La nube del no-saber comenta la expresión de fe de la mujer:
Por tocar el borde del manto de Dios, ella fue sanada físicamente; pero tú serás sanado infinitamente más porque tu alma será sanada por la labor alentadora de la contemplación, mientras tocas espiritualmente el propio ser de Dios, su propio ser amoroso. Da un paso adelante y sé valiente. Prueba esa medicina. Levanta tu frágil ser, tal como eres, y entrégaselo todo al Señor y a su compasión, tal como es. Deja de analizarte a ti mismo y a Dios. Puedes prescindir de malgastar tanta energía decidiendo si algo es bueno o malo, si viene otorgada por la gracia o por el temperamento, si es divino o humano. Lo único importante es la simple conciencia de tu ser desnudo y ofrecérselo alegremente a Dios con voluntad de amar. Esto te conectará con el Señor en espíritu y te unirá a él en gracia. Te encontrarás vinculado con el asombroso ser de Dios, simplemente como es, nada más6.
Thomas Merton dice que no solo nosotros tocamos a Dios en nuestra contemplación, sino que Dios nos toca a nosotros; lo desencadena nuestra espera silenciosa:
La contemplación alcanza el conocimiento e incluso la experiencia trascendente e inexpresable de Dios. Conoce a Dios supuestamente tocándolo. O más bien lo conoce como si hubiera sido tocada invisiblemente por él... ¡Tocada por aquel que no tiene manos, sino que es la realidad pura y la fuente de todo lo que es verdadero!
Thomas Merton7
Rilke continúa su poema con la tercera pregunta de Dios. Habla del amor que descubre esta realidad, este ser infinito, el gran “Yo soy”. Dice:
¿No ha madurado en ti mi anhelo
desde el principio
como la fruta madura en rama?
Este amor, el anhelo que experimentamos, no es nuestro anhelo. Es el anhelo de Dios, su gran regalo para nosotros, que ha estado siempre con nosotros, madurando lentamente, lo sepamos o no. La semilla del anhelo se ha plantado en cada alma “desde el principio”, para que a lo largo de nuestras muchas vidas pueda crecer y desarrollarse hasta el punto en que seamos conscientes de ella y empecemos a fomentarla conscientemente. Cuando lo hacemos, lo adoramos o, como dice Hazur, “Él se adora a sí mismo a través nuestro”8.
Así, según el misterioso plan de Dios, el mundo entero le rinde culto a todas horas. En este mundo de dualidad, la semilla del anhelo madura no solo cuando nos va bien, sino también cuando “transgredimos” contra él, como dice la oración del Señor, cuando fracasamos y cuando otros nos perjudican a nosotros y a nuestro mundo. Parece contradictorio, pero el anhelo es de suma importancia en el camino hacia Dios. Atravesar tiempos oscuros y sentir lo horrible que es apartarse del amor y la positividad ayudan a alimentar el anhelo de aquello que está más allá del bien y del mal, de la justicia y la injusticia. Es parte de su plan, y debemos recordar que en esta vida y en vidas anteriores hemos estado en el lado oscuro y, por tanto, no podemos juzgar a otros que trabajan en la oscuridad. Todo es grano para el molino del anhelo.
En el fondo del corazón de todo ser humano, desde la más tierna infancia hasta la tumba, hay algo que sigue esperando indomablemente, a pesar de toda la experiencia de crímenes cometidos, sufridos y presenciados, que se haga el bien y no el mal.
Simone Weil9
La creación de Dios no es más que bondad. En la Biblia dice que cuando Dios hizo la creación, en el sexto día la describió así: “Vio Dios todo lo que había hecho, y vio que era todo bueno”10. No exclamó: “¡Qué horrores he creado!”. No tuvo en cuenta cómo la humanidad se infiltraría en la creación con crímenes y maldades. Incluso nosotros, los seres humanos, que a menudo tenemos problemas para ver la creación de Dios como algo bueno, sabemos en algún nivel profundo que todo está bien. Hay algo, como dice Simone Weil, que sabe que en medio del mal, “se hará… el bien”.
Así, todo en este mundo tiene su propósito, y todo está planeado para que la semilla del anhelo pueda madurar en nosotros y llevarnos de vuelta a la conciencia de lo divino. Él ha puesto ese anhelo en nosotros para que podamos adorarlo. ¿Y qué adoración quiere? Quiere que ayudemos a madurar su anhelo, regándolo y fertilizándolo con nuestra contemplación silenciosa, con nuestra espera y paciencia, con nuestra aceptación plena de todo lo que él ha querido para nosotros. Cuando nuestros deseos mundanos se aquieten, cuando nuestro anhelo de cualquier cosa que no sea Dios se purgue, entonces podremos sentir la quietud de Dios, podremos tocar a Dios y Dios podrá tocarnos.
En esta maduración de nuestro anhelo encontramos capas cada vez más profundas de quietud. Los budistas tibetanos hablan de tres niveles de inmovilidad. El primer nivel de inmovilidad, el del cuerpo, conduce al segundo, en el que los sentidos se vacían. La mente deja de fabricar pensamientos y nos convertimos en conciencia pura, tranquila y clara. Al relajarnos en esta quietud, nos volvemos transparentes. Y con este estado de quietud, invitamos al tercer nivel de inmovilidad, que es la quietud que toca la presencia pura.
La "tercera inmovilidad" llega ahora, de improviso. Es la quietud de la presencia misma, la quietud de la claridad pura que siempre está aquí, detrás y dentro de todo. Es lo que permite que todo aparezca. También está vacío, no está hecho de nada, pero su presencia es imponente y radiante. Es el primer momento. Es el ser, sin serlo11.
Cuando el fruto madura plenamente, se convierte en pura existencia, un “es, sin ser un sujeto”. Se vuelve igual que Dios, el “Yo soy, el que soy”.
A continuación, Rilke explica con más detalle lo que sucede a medida que madura nuestro anhelo y experimentamos el “Yo soy”:
Yo soy el sueño que estás soñando.
Cuando quieres despertar, yo soy ese querer:
Me fortalezco en la belleza que contemplas.
Este mundo es un sueño, una ilusión. Pero Dios está ahí en la ilusión; de hecho, él es la ilusión. Todo es obra suya. Cuando quiere que despertemos, se convierte en nuestro querer: lo infunde con su presencia. Cuando empezamos a despertar, empezamos a ver la belleza en la ilusión, y empezamos a ver a Dios, la belleza suprema, en todo. Con asombro y amor "contemplamos" esa belleza dentro de la belleza. Nuestra visión de Dios se aclara y Dios se hace “fuerte” en nosotros. Los filósofos griegos hablaban a menudo de Dios como “belleza”. Platón dice que, a medida que purificamos el ojo de nuestra alma, llegamos a poder ver el “océano de la belleza”12 y nuestro amor “se deleita en el placer de la contemplación del verdadero ser y la realidad”13.
Rilke termina su poema con estos versos:
Y con el silencio de las estrellas envuelvo
tus ciudades hechas por el tiempo.
Nuestras ciudades hechas por el tiempo: ¡qué hemos forjado los seres humanos! En nuestra búsqueda incansable de belleza y de pertenencia en lugares donde no existen –en el placer y la comodidad y la estimulación–, creamos artilugios cada vez más complicados y construimos entornos cada vez más artificiales, y al hacerlo destruimos la creación de Dios. En nuestra ansiedad e inseguridad cada vez mayores, intentamos controlar y manipular nuestro entorno, y los resultados son trágicos. Las ciudades se construyen, se destruyen y se disputan. Vemos edificios bombardeados en los telediarios y lloramos, pero gran parte del sufrimiento que los seres humanos causan a otros seres humanos, en sus intentos de control y poder, ni siquiera aparece en las noticias.
Nos hundimos cada vez más en la energía negativa del tiempo con nuestras acciones, kal en oposición a dayal (misericordia), que inevitablemente provocan reacciones y ciclos interminables de renacimientos. Nos vengamos del pasado y tratamos de manipular el futuro, perdiendo lo único que verdaderamente nos pertenece y nos aporta paz: el momento presente.
En el Tao Te Ching, el sabio dice que, en un imperio con muchos intentos de control: muchas prohibiciones, muchas leyes, muchas armas, muchos inventos nuevos; el Estado permanece en la pobreza y la oscuridad. El sabio dice que cuando la gente permanece al margen, se queda quieta, fluye con lo que es natural y no intenta convertir sus deseos en nuevas creaciones, entonces el Tao florece:
Por eso el sabio dice: si no hacemos nada,
entonces el pueblo cambia por sí mismo.
Si amamos la tranquilidad,
entonces el pueblo se vuelve por sí mismo recto.
Si no tomamos nada,
entonces el pueblo se vuelve rico por sí mismo.
Si no tenemos ningún deseo,
entonces el pueblo se vuelve por sí mismo como madera sin tallar.
Tao Te Ching14
El Tao Te Ching a menudo contrasta la madera sin tallar con la tallada. La madera sin tallar es el Tao natural, ingenuo, sin manipular, antes de que el deseo haya incitado los intentos de cambiarlo, para tomar medidas y hacer “mejor” lo que es natural. Cuando tallamos madera, creamos objetos útiles y bellas obras de arte, pero al hacerlo también creamos conflicto y enemistad. Inflamamos nuestros deseos y luego tratamos de protegerlos. Un comentarista del Tao Te Ching dice:
Ching (quietud) es la paz de la Tierra, libre de las perturbaciones causadas por el deseo y la acción humana. Cuando los seres humanos superen el deseo de dominar y conquistar, que conduce a la agresión gratuita y a la destrucción, reinará la paz en la Tierra15.
En los últimos versos del poema, Dios nos dice que no importan los horrores que hayamos provocado en nuestras ciudades construidas por el tiempo, él las envuelve con “el silencio de las estrellas”. Hoy en día apenas tenemos ocasión de experimentar el maravilloso y glorioso firmamento de los cielos. Pero por mucho que hayamos oscurecido las constelaciones con nuestra luz y contaminación artificial, ellas están ahí, envolviendo nuestra perturbada tierra con su silenciosa majestuosidad y belleza.
Podemos elegir poner nuestra energía en las cosas pasajeras que el tiempo destruirá, o podemos elegir dirigir nuestra atención al silencio de las estrellas que siempre brillan, no importa cuántas veces y durante cuánto tiempo nos hayamos apartado de ellas. Podemos quedarnos quietos para tocar a Dios y ser tocados por él. Podemos detener nuestra actividad y nuestro juicio y simplemente contemplar y apreciar la belleza de la creación de Dios y la presencia divina que nos envuelve y nos protege. Podemos recordar el único y sencillo “Yo soy” que trasciende nuestra interminable ansiedad.
Yo, Dios, estoy en medio de ti.
Quien me conoce nunca puede caer,
ni en las alturas,
ni en las profundidades,
ni en las anchuras,
porque soy el amor,
que las vastas extensiones del mal
nunca podrán detener.
Hildegard of Bingen16
- Rainer Maria Rilke; trad. De Anita Barrows Rilke's Book of Hours (El libro de horas). I, 19 (p. 77). Penguin Publishing Group. Edición Kindle.
- La Biblia, Éxodo 3:14.
- Carmen Acevedo Butcher. The Cloud of Unknowing (La nube de no-saber) (p. 21). Shambhala. Edición Kindle.
- Simone Weil, Waiting for God (A la espera de Dios), 2009, NY: Harper Perennial Modern Classics. p. 143.
- La Biblia, Mateo 9:21.
- Butcher, Carmen Acevedo. The Cloud of Unknowing (La nube de no-saber) (pp. 178-179). Shambhala. Edición Kindle.
- New Seeds of Contemplation (Nuevas semillas de contemplación) (p. 3). New Directions. Edición Kindle.
- Perspectivas espirituales vol. 1, pregunta no. 15.
- Simone Weil, Waiting for God (A la espera de Dios), 2009, NY: Harper Perennial Modern Classics. p.17.
- La Biblia, Génesis 1:31.
- www.sufiway.org/be-still-and-know
- Platón, Simposio 210d.
- Platón, República 582c.
- Ellen Chen, Nueva traducción con comentarios de la edición alemana de Richard Wilhelm. Verso 57:3.
- Ellen Chen, Tao Te Ching: A New Translation with Commentary. Comentarios del verso 37:3. Paragon House. Edición Kindle.
- healthyhildegard.com/hildegard-bingen-quotes/, from Mary Ford-Grabowsky,Prayers for All People. Doubleday, 1995.