Por la gracia del Gurú - RSSB Satsangs & Composiciones

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Por la gracia del Gurú

En los Upanishads leemos:

En la rueda infinita de Brahman en la que todo vive y descansa, el alma peregrina o el ser reencarnado se arremolina cuando piensa que ella y el regente supremo son diferentes o están separados. Alcanza la inmortalidad cuando es bendecida o favorecida por él1.

Este antiguo texto explica que nuestra alma, atada por su entrelazamiento con la mente que corre tras los placeres sensuales, experimenta un continuo cambio de estados, migrando de un cuerpo a otro, como un prisionero obligado a moverse entre celdas en confinamiento. Como nuestra atención no está puesta en el inamovible Señor y se dispersa hacia fuera en la creación, esta alternancia de estados continúa y es interminable. Bien sea de cuerpo en cuerpo, o de una emoción a otra, o de un pensamiento a otro, no conseguimos descanso ni felicidad.

Nuestros pensamientos se suceden como vagones de un tren que sube y baja en círculos, de izquierda a derecha, como en una montaña rusa de un parque de atracciones, sin otro objetivo que el ego experimente placer y evite el dolor, y sin otro propósito que el ego siga reafirmándose como punto central de la creación. Además, la mayoría de nuestros pensamientos son sobre el pasado y el futuro, eludiendo en el proceso el eterno ahora, el estado en el que tanto la mente como el alma son capaces de permanecer quietas en silencio, atrapar el Shabad y saborear su dulzura.

A su vez, mientras nuestros pensamientos siguen tejiendo las redes de significado que nos enredan en esta creación, nuestros sentimientos también siguen su ejemplo, alzándose y recogiéndose como olas en un océano turbulento. En un momento conducimos nuestro coche sintiéndonos felices y al siguiente nos sentimos frustrados porque estamos atascados en el tráfico. Al estar ociosos, y matar el tiempo, como se suele decir, podemos recurrir a revisar nuestro teléfono para inyectarnos con una dosis momentánea de información desconcertante, o podemos recordar nuestras obligaciones sociales pendientes, las cuales desencadenan ansiedad o autocrítica. Por la tarde, cuando vemos las noticias se nos revuelve el estómago con lo que ocurre en el mundo. Y por la noche puede que nos relajemos viendo una película que nos haga sentir bien. Finalmente, al caer la noche, nos relajamos, cerramos los ojos y nos dormimos, para recargarnos de nuevo y repetir este carrusel kármico al día siguiente.

Rumi nos escribe un poema con mucho amor:

La brisa del amanecer tiene secretos que contarte. No vuelvas a dormirte. Debes pedir lo que quieres. No vuelvas a dormirte. La gente va y viene a través de la puerta donde convergen dos mundos. La puerta es redonda y está abierta. No vuelvas a dormirte2.

Como seres humanos, a menudo reflexionamos sobre nuestras vidas y decimos con pesar: “Ah, si pudiera volver atrás en el tiempo y hubiera tomado decisiones ligeramente diferentes; un pequeño cambio aquí y un pequeño cambio allí, Ah, qué diferente sería mi vida hoy”. Pero no nos detenemos a pensar cómo ahora, en el presente, “si hiciéramos un pequeño cambio aquí y un pequeño cambio allí”, qué diferente sería nuestra vida en el presente y en el futuro; un cambio tan pequeño como el aleteo del ala de una mariposa. No nos detenemos a reflexionar que "¡ahora!" es el momento de entrar en el laboratorio interior de la forma humana para descubrir quiénes somos realmente y de dónde venimos realmente. No más tarde. Ahora es el momento de despertar hacia la verdad. No más tarde. Ahora es el momento de alimentar la semilla del Nam que nuestro maestro plantó en nosotros en el momento de la iniciación. Ahora que tenemos este cuerpo humano, este es el momento de entrar en comunión directa con el Señor que mora dentro de este cuerpo, no más tarde. Como dice Gurú Amar Das:

Oh oídos míos, el Señor verdadero os envió al mundo para escuchar el Nam. Destinados a escuchar la verdad, se os unió al cuerpo para escuchar la Palabra verdadera3.

Sin buscar refugio en el Señor verdadero, volvemos a dormirnos. Y lo hacemos sin pensar que a la noche siguiente, cuando volvamos a dormir, seremos un poco más viejos, y la noche siguiente un poco más viejos aun, hasta que inevitablemente un día cerraremos los ojos y nos durmamos, esta vez para siempre, olvidando todo aquello por lo que hemos vivido, y renaceremos en otro cuerpo con un nuevo rostro y un nuevo nombre, para vivir un nuevo drama en un teatro completamente diferente, que será el que se determine en función del almacén de nuestros karmas y de la naturaleza de nuestros pensamientos, sentimientos y apegos en esta vida.

Así, mientras gira la rueda del samsara, nuestra mente también lo hace, dejándonos perdidos y confundidos. Como una persona borracha que es incapaz de caminar derecho, hablar y pensar con claridad. Hemos perdido la conciencia de nosotros mismos y el discernimiento, y hemos olvidado tanto nuestro hogar como el camino a casa. Así que la pregunta lógica que debemos hacernos es: ¿cómo recuperar la sobriedad y despertar de este hechizo onírico de maya que cautiva y fragmenta nuestra atención? ¿Cómo apartamos la mirada y nos desenganchamos de esta “imagen móvil de la eternidad”, que fue como Sócrates describió una vez al tiempo?

Para empezar, podemos relajarnos y bajar el ritmo. Ir de un lado a otro en esta creación de la mente y maya es como estar en una cinta de correr; no importa que corramos o caminemos. En realidad no vamos a ninguna parte. Todos estamos aprisionados en la misma línea de cintas de correr durante eones, mirando fijamente a la pantalla que tenemos delante, pasando por cualquier karma por el que merezcamos pasar. Así que podemos calmar nuestra mente y caminar con dignidad por el sendero de la vida, por los días buenos y los días malos, con pura gratitud por estar vivos en un cuerpo humano mientras sostenemos el regalo del Nam en nuestras manos. El maestro Eckart escribe: “Si un hombre no tuviera nada más que hacer con Dios que ser agradecido, eso bastaría...”4.

¿Cómo damos las gracias al Señor? Una persona nos abre la puerta y decimos “gracias” una vez. Nuestro coche se avería y un transeúnte se detiene para ayudarnos y decimos “gracias” dos o tres veces. Llevamos toda la vida endeudados con nuestros padres y no podemos agradecerles lo suficiente. ¿Cómo agradecemos al Señor que nos ha dado la vida, que nos lo ha dado todo? ¿Cómo expresamos nuestra gratitud? La única forma de darle las gracias es dedicarle tiempo - permanecer inmóvil con la atención detrás de los ojos con amor y devoción. En la Philokalia, San Thalassios el libio escribe: “La quietud, oración, amor y autocontrol son un carruaje de cuatro caballos que lleva el intelecto al cielo”5, mientras que en el texto “The Power of the Name” Kallistos Ware, un obispo ortodoxo oriental contemporáneo, explica:

Orar es pasar del estado en el que la gracia está presente en nuestros corazones de forma secreta e inconsciente, hasta el punto de plena percepción interior y conciencia consciente, cuando experimentamos y sentimos la actividad del espíritu de forma directa e inmediata6.

El simran, el recuerdo del Señor, realizado no mecánicamente sino con gratitud, humildad, amor y devoción, a lo largo del día y durante la meditación, nos llevará a las orillas del Espíritu Santo, pero mientras estemos sumergidos hasta el cuello con nuestras palabras, y mientras nos ahoguemos con nuestras ideas, por muy poéticas que sean estas palabras y por muy nobles que sean estas ideas, nunca alcanzaremos esta orilla. Solo recogiendo nuestra atención dispersa de la creación a través del simran podemos llegar a esta orilla. A partir de ahí, debemos saltar en sus aguas vivas y fluir junto con sus corrientes. Y el único poder que puede empujarnos hacia dentro es la mano de la gracia, nada más. Lo más que podemos hacer es invitar a su gracia mediante nuestro esfuerzo sincero. El Gran Maestro escribe en una carta a un discípulo “Los esfuerzos del discípulo y la gracia del maestro van de la mano. El esfuerzo se recompensa con gracia, y la gracia produce más esfuerzo”7.

Por tanto, nuestra responsabilidad es esforzarnos. Cuando todo a nuestro alrededor está en conmoción incesante, detenernos y dedicarnos a aquel que es inamovible, infinito y sin forma, es nuestro trabajo. El trabajo de un mendigo es salir a la calle, extender la mano y abrir el puño para recibir lo que la gente le dé; nuestro trabajo es retirarnos y estar solos, mantener nuestra atención enfocada en el centro del ojo y silenciar nuestra mente para recibir. En el momento de la meditación debemos suspender por completo nuestro pensamiento crítico. No estamos en posición de exigir nada al Señor, ni podemos regatear nuestro camino hacia él. Nuestro amor por él debe ser puro, más allá de la dualidad. Rabia, la santa sufí, expresa exactamente esto cuando dice:

Oh, Señor, si te adoro por miedo al infierno, quémame en el infierno. Si te adoro con la esperanza del paraíso, prohíbemelo. Si te adoro por ti mismo, no me prives de tu belleza eterna8.

Así que nuestro trabajo, nuestra tarea, es encontrarnos con él en el lugar de la cita, detrás de los ojos, con la taza vacía. Una vez allí, él sabe cuándo dar, qué dar y cómo dar. Con el tiempo, a medida que nos relajamos y bajamos el ritmo, y a través de nuestra meditación diaria establecemos un sentido de orden y propósito en nuestra vida, estamos efectivamente recuperando nuestra atención errante. Y estamos en mejores condiciones de apreciar su inmenso valor y potencial, porque donde dedicamos nuestra atención, allí estamos. La misma atención que nos mantiene aprisionados en la materia puede conectarnos con el Nam, que está más allá de la materia. Someter completamente nuestra atención al Nam es el acto más sincero de devoción al Señor, pues requiere que nos dediquemos de todo corazón a él. Es como un rey que decide visitar la casa de un campesino en las afueras de su reino, y la familia campesina hace todo lo posible por satisfacer a su invitado especial, incluso ofreciéndole toda la casa por respeto. Como escribe Mikhail Naimy en el libro de Mirdad: “No pidáis a las cosas que retiren sus velos. Retirad vuestros propios velos, y ellas perderán los suyos...”9.

A lo largo de la creación podemos observar los tres gunas (atributos) en su perpetuo juego rítmico de impermanencia. Un guna crea, el otro sostiene y el otro destruye; por consiguiente, una tormenta, un árbol o una gran montaña se crean lenta o rápidamente, parecen existir durante unos segundos, unos años o un millón de años, y luego desaparecen gradual o repentinamente. En medio de este flujo de impermanencia, la Palabra de Dios resuena continuamente, sin una sola interrupción. Puesto que jamás ha sido tocada, no hay ni una pizca de espacio en el que no resuene, y puesto que es la voz viva de Dios, nunca hay un momento en el tiempo en el que deje de sonar. Como explican los santos, un día toda la creación se disolverá y dejará de existir, pero el Shabad, como la Verdad, es permanente.

Por lo tanto, no podemos confiar en nuestros sentidos, nuestra mente o nuestras ideas, ya que van y vienen. Solo podemos confiar en el Shabad, que es constante, que puede oírse dentro de nuestro propio cuerpo y que nos da la vida. Desde el organismo más pequeño hasta los niveles más altos de la creación, la corriente de vida audible da vida a todos los seres. Al escucharla, se articula el verdadero propósito de la forma humana, y se cumple el verdadero propósito de haber nacido. Y llevamos a cabo el seva que prometimos a nuestro gurú con la totalidad de nuestro ser; con nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra alma. Kabir dice en un poema: “La flauta del infinito suena sin cesar, y su sonido es el amor”10.

Como humanos solemos pensar que conocemos algo si le damos un nombre. Pero el Shabad es el sonido infinito del amor y es imposible conocerlo con palabras. Solo podemos conocerlo dedicándonos a él a través de una escucha atenta. Podemos considerar cómo un médico experimentado se pone el estetoscopio en los oídos y lo coloca sobre el pecho de sus pacientes y escucha atentamente sus latidos y su respiración. Está inmensamente atento y concentrado. O cómo los amantes se escuchan durante horas, como si el tiempo para ellos se hubiera desvanecido. El Surat Shabad Yoga, la unión del Surat con el Shabad, es la historia de amor más grande de toda la creación y del más allá. Es la historia de amor dentro de todas las historias de amor y la creación entera cuenta esta única historia de amor en innumerables actos y de innumerables maneras. El maestro Eckhart escribe: “Cada criatura es una palabra de Dios y un libro sobre Dios”11, mientras que en otro texto dice: “Estoy absolutamente seguro de que nada está tan cerca de mí como Dios. Dios está más cerca de mí que yo mismo; mi existencia depende de la cercanía y de la presencia de Dios”12.

En su esencia, el sendero espiritual consiste en establecer una relación con el Señor; una relación a través de la cual aprendemos desde el principio lecciones inestimables, aunque intangibles, sobre los principios básicos del ser humano. Aprendemos a hablar con educación, a escuchar con atención y a guardar silencio. Aprendemos a ser humildes, pacientes, compasivos, amables, diligentes, agradecidos, sinceros y alegres. Al mismo tiempo, los placeres del mundo se vuelven insípidos o amargos. Lenta y constantemente a medida que continuamos creciendo dentro de esta relación divina con el Señor, crecemos dentro de la única realidad del Señor. Como una flor de vivero dentro de una maceta que se trasplanta directamente a la tierra de un inmenso y hermoso jardín; la realidad de Dios se convierte en nuestra realidad, de modo que dondequiera que vamos y en todo lo que hacemos, sabemos que él está con nosotros así como en todo ser viviente. En un poema, Kabir habla de esta relación entre el alma y el Señor como la relación entre una madre y su hijo:

Si un niño, enfadado, corre y golpea a su madre
Ella no guarda rencor, ni se ofende.
Soy tu criatura, soy tu hijo, Señor, ¿no perdonarás tú mis pecados?

Mi mente se hunde en tinieblas de ansiedad;
¿cómo alcanzaré la orilla opuesta sin el poder del Nam?
Soy tu criatura, soy tu hijo, Señor, ¿no perdonarás tú mis pecados?13.

Mientras que Rumi escribe:

Cuando estás aquí nos quedamos despiertos toda la noche,
Cuando no estás aquí no puedo dormir.
Alabado sea el Señor por estos dos insomnios y la diferencia entre ellos14.

Una vez que la mente se alinea con el alma, toda nuestra vida se convierte en un acto de devoción y oración, donde cada palabra de nuestro simran se coloca como ofrenda al maestro. “Porque la oración” -escribe Santa Teresa de Ávila- “no es otra cosa que estar en términos de amistad con Dios...”15. En el libro En busca de la luz, Hazur Maharaj Ji escribe a un discípulo: “Intenta perfeccionar el simran hasta el punto de que los nombres sagrados permanezcan contigo todo el tiempo, incluso cuando no estés consciente de ellos. Esta repetición debe llegar a formar tan parte de tu vida tanto como tu propia respiración…”16.

Así que, en efecto, nuestro objetivo debe ser que los cinco nombres sagrados giren constantemente sobre el eje como un rosario, por nuestra mente devota. El camino espiritual es enamorarse del Señor. Pero para enamorarnos plenamente del Señor debemos, en primer lugar, enamorarnos de nuestra propia alma, lo que consiguiente significa identificarnos plenamente y sintonizarnos con su anhelo de volver a casa. Con el mundo entero corriendo tras todos los deseos imaginables, los amantes del Señor solo contemplan cómo entrar en comunión con su Amado. Llegar a la quietud con la intención de escuchar su voz es entrar en comunión con él. No hay duda de que él está allí, en el centro del ojo, independientemente de lo que piense la mente, ya que esta relación está más allá del alcance de la mente para comprenderla. La mente es un instrumento de la dualidad, mientras que el alma solo anhela saltar y perderse en el océano de la conciencia al que pertenece. El amor del alma es unidireccional, puro e infinito. Jamás morirá. Es amor puro que solo sabe dar. “El amor no presta ni pide prestado; el amor no compra ni vende”, dice en el Libro de Mirdad y añade: “pero cuando da, da todo; y cuando toma, toma todo. Su verdadero tomar es dar y su verdadero dar es un tomar”17.

O como nos dice San Paltu: “En el juego del amor, sea cara o cruz, es Dios en los dos sentidos: si pierdo, soy suyo; si gano, él es mío...”18.

Para concluir, en primer lugar debemos escuchar su llamada y empezar a jugar hoy el juego del amor del Señor. Si ganamos o perdemos, da igual. Es el juego de Dios.


  1. Shvetashvatara Upanishad by Swami Sivananda.
  2. Jalāl al-Dīn Rūmī and Coleman Barks. The Essential Rumi. 1st HarperCollins paperback ed. San Francisco, CA, Harper, 1997, p. 37.
  3. Guru Amar Das, Anand Sahib. (AG:922) Gurbani Selections 2, 2022, RSS p. 45.
  4. Eckhart, Meister, and Maurice O'C Walshe. The Complete Mystical Works of Meister Eckhart. Crossroad Pub. Co, 2007. Sermon 27.
  5. St. Thalassios the Libyan (VI-VII Century C.E.). The Philokalia. Vol. II. ed. 1981, p. 308.
  6. Ware, Kallistos. The Power of the Name: The Jesus Prayer in Orthodox Spirituality. Fairacres Publication, 1977, p. 3.
  7. Joyas Espirituales, L.200, p. 342-343.
  8. Attar, Farid al-Din. Farid Ad-Din ʻAttār's Memorial of God's Friends: Lives and Sayings of Sufis. Translation edited by Paul Edward Losensky. United States, Paulist Press, 2009. p. 112.
  9. Mikhail Naimy. The Book of Mirdad. RSSB.2002, p. 37.
  10. Kabir. In Songs of Kabir. Translated by Rabindranath Tagore. 1915, p. 96.
  11. Fox, Matthew (ed), Meditations with Meister Eckhart (Santa Fe, 1983), p. 14.
  12. Eckhart, Meister, and Maurice O'C Walshe. The Complete Mystical Works of Meister Eckhart. Sermon 69, 2009, p. 352.
  13. V.K Sethi. Kabir: El tejedor del nombre de Dios 1984, p. 253.
  14. Jalāl al-Dīn Rūmī and Coleman Barks. The Essential Rumi. 1st HarperCollins paperback ed. San Francisco, CA, Harper, 1997, p. 106.
  15. St Teresa of Avila. The Life of St. Teresa of Avila. Translated by David Lewis. United States, Cosimo, Incorporated, 2008, chapter 8.7, p. 51.
  16. Maharaj Charan Singh, En busca de la luz. 1972, carta 500, p. 396.
  17. Mikhail Naimy. The Book of Mirdad. RSSB. 2002, p. 64.
  18. Paltu. Spiritual Link 2015, volume 11, issue 5.