El compromiso - RSSB Satsangs y Composiciones

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El compromiso

Hubo una vez un viejo monje que emprendió un peregrinaje a la cima de una gran montaña, pues se decía que allí vivía el iluminado ser de la sabiduría. Cuando, tras largos meses, por fin apareció ante él la majestuosa montaña, se acercó a una anciana que se encontraba junto al camino y le preguntó si sabía cuánto tiempo más tendría que caminar para alcanzar su objetivo.

La mujer lo miró y, sin decir nada, volvió a su trabajo. El monje le volvió a preguntar una segunda y una tercera vez, pero ella no contestó. Creyendo que la anciana no podía oír, continuó su camino. Sin embargo, tras unos cuantos pasos, la escuchó decir: “Hombre santo, tardarás dos días más en llegar a la cima de la montaña”.

Sorprendido, el monje le dijo “¿Por qué no has contestado antes a mi pregunta?”.
“¡Bueno”, contestó, “hiciste la pregunta mientras estabas en pie, sin moverte. Y tuve, primero, que ver lo decidido y lo rápido que caminabas!”.

Y aquí reside el secreto del viaje espiritual interior. En el compromiso y lo decididos que estemos a la hora de caminar por el sendero interior; y lo rápido que vayamos, depende de las ganas que tengamos de triunfar a la hora de escalar la mayor montaña de todas: la realización de Dios. El compromiso es la base sobre la que se construye nuestra meditación y la vida espiritual; el compromiso hace que desarrollemos un amor y una devoción más profundos por el Padre y aumenta nuestro deseo de fundirnos en él.

Pero, para aquellos que luchamos con el compromiso, ¿cómo podemos construirlo y mantenerlo? ¿Cómo captar esa cualidad invisible y hacer que crezca en nuestra vida espiritual? Los maestros nos dicen que la mejor forma de construir y mantener ese compromiso es a través de la meditación diaria –simran, dhyan y bhajan– porque la meditación diaria crea en nosotros la motivación y el empuje que nos impulsa hacia un compromiso más firme y completo en nuestro objetivo espiritual.

Y es precisamente a través del compromiso y la constancia en la meditación diaria, como cultivamos las tres valiosas virtudes de la fe, la esperanza y el amor, cada una de las cuales nos lleva a profundizar en la naturaleza de nuestra alma. Así pues, nos surge la pregunta: ¿Qué tienen de especial esas tres virtudes de la fe, la esperanza y el amor, y por qué son una parte tan importante de nuestro desarrollo espiritual?

Examinémoslas una por una. Empezaremos con la fe. En el Antiguo Testamento, la fe se describe como “la certeza de lo que se espera, la esencia de lo que no se ve”1. ¿Qué significa exactamente? La siguiente historia nos servirá de ejemplo.

Durante los primeros días del oeste americano, uno de los colonos al llegar al río Misisipi descubrió que no había ningún puente para cruzarlo. Afortunadamente era invierno y el río estaba helado. Pero el hombre, al no saber lo gruesa que era la capa de hielo y no estar seguro de que pudiera aguantar su peso, no se aventuró a cruzarlo. Al final, con una cautela infinita, fue arrastrándose de rodillas hasta que consiguió llegar a la mitad. Pero entonces, de repente, escucho un fuerte chasquido detrás de él. Asombrado y lleno de miedo, se giró y allí, para su sorpresa, vio como otro colono cruzaba el río, chasqueando un látigo y cantando a pleno pulmón, mientras cuatro caballos tiraban de una pesada carga de carbón, ¡sobre el hielo!

No todos los discípulos tenemos la fe y confianza del colono que cruzaba el hielo con los caballos. La mayoría de nosotros probablemente nos parezcamos más a ese otro colono que arrastrándose de rodillas, avanzaba con extrema cautela siendo incapaz de hacer de la fe y la confianza en el maestro su punto de apoyo. Y ¿por qué? Porque tenemos miedo de lo desconocido y de lo que no vemos.

Pongamos el ejemplo del impala, un tipo de ciervo africano. El impala puede, si lo desea, saltar a una altura de más de tres metros y una distancia de nueve. Sin embargo, estos maravillosos animales permiten que los encierren en el recinto amurallado del zoo, incluso si las paredes del recinto no superan un metro de altura, algo que ellos pueden ver. La razón por la que esto sucede es porque dichos animales tienen un miedo intrínseco a saltar cuando no pueden ver el lugar en el que caerán, permaneciendo, de esta manera, atrapados en la cárcel del zoo.

De igual forma, como discípulos e incluso con todo el apoyo y seguridad que el maestro perfecto vivo nos da, nos sigue costando confiar y tener fe en lo que no podemos ver, o en aquello de lo que no podemos tener una experiencia tangible en nuestra vida espiritual. Si fuéramos realmente conscientes de que escapar de la cárcel de esta creación es, simplemente cuestión de entregar cuerpo, mente y alma al cuidado de nuestro maestro –que siempre está ahí, para guiarnos por lo invisible y desconocido–, y todo el miedo y falta de confianza desaparecerían completamente de nuestra mente.

Jesús ensalzó el poder de la fe cuando les dijo a sus discípulos:

En verdad os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, podríais decir a este monte: “Muévete de aquí para allá”, y se movería; y nada os sería imposible2.

Julian Johnson, en El sendero de los maestros escribió acerca del proceso de desarrollo de la fe:

Habiendo encontrado al maestro, ¿ahora qué? Seguirlo, con determinación y fe inquebrantables. En otras palabras, después de haber aceptado a un hombre como maestro, acepta su método y trabaja en él con fidelidad absoluta. Si te encuentras con muchos problemas que hacen que tu barco zozobre, rema con el pulso firme del autodominio y espera mientras trabajas. Al principio te asaltarán preguntas desconcertantes. Habrá veces en las que te verás inclinado a decir: “No me lo puedo creer”. Pero mantén todo eso en reserva y espera. No te precipites en sacar conclusiones. Deja que ellas vengan a ti. Trabaja y espera. Con el tiempo, tus preguntas se resolverán solas; te sorprenderá lo fácil que es. Cuando la luz se hace fuerte, la oscuridad desaparece3.

De la fe pasamos a la esperanza. Y de nuevo surge una pregunta: ¿qué es la esperanza? Bien, podríamos decir que la esperanza comienza en el silencio de los momentos más oscuros de nuestra vida. Es como una pequeña vela, que al encenderla, ilumina de repente la habitación que estaba a oscuras, permitiendo volver a creer en la vida cuando habíamos perdido toda esperanza en ella.

Y ejemplo de esperanza es el del feto de veintiuna semanas al que se le diagnosticó espina bífida en el vientre de su madre. A esta, se le dijo que su hijo no sobreviviría al proceso del nacimiento. Desesperada, contactó con un cirujano que, según le dijeron, utilizaba increíbles prácticas quirúrgicas en bebés que todavía se encontraban en el vientre materno, y le pidió que intentara salvar a su hijo. El médico aceptó.

El día de la operación, justo cuando el cirujano acababa de completar el procedimiento con éxito y estaba a punto de cerrar el vientre de la madre, sucedió algo mágico: delante del equipo médico al completo, el bebé estiró la manita y agarró con fuerza el dedo del cirujano, como si estuviera dándole las gracias por el regalo de la vida.

El cirujano, maravillado, se quedó completamente inmóvil pues nunca antes había experimentado algo parecido. La fotografía tomada durante la operación captó el momento con una claridad perfecta, se envió al editor de un periódico local que publicó la historia y tituló la fotografía “La mano de la esperanza”.

Mientras hay vida hay esperanza. La belleza que surge de la esperanza nos trae la valentía y la confianza como discípulos para creer en nuestra propia salvación, incluso cuando nos sintamos abrumados por la oscuridad de la imposibilidad. Es la esperanza la que atrae a la luz, es la esperanza la que aumenta esa luz, y es la esperanza, la que al final, hará que nosotros mismos nos convirtamos en esa luz.

Para nosotros satsanguis, la confianza en que el resultado final de nuestra vida será la liberación de la rueda de la transmigración –del ir y venir del alma durante incontables vidas en la parte inferior de la creación– es lo que nos proporcionará fe incalculable en el futuro de nuestra alma. Con el regalo del Nam –de la iniciación en la corriente del Shabad– y con la gracia del maestro, esa maravillosa experiencia de alegría, libertad y esperanza estará disponible para nosotros.

Desde la fe y la esperanza llegamos ahora a la tercera y valiosa virtud del amor. En la Biblia leemos:

Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor4.

Tomás de Kempis, monje medieval y autor de La imitación de Cristo escribe:

Nada hay más dulce que el amor, nada más fuerte, nada más alto, nada más amplio, nada más agradable, nada que satisfaga más ni en el cielo o la tierra; porque el amor nace de Dios, y solo puede descansar en Dios, por encima de todas las cosas creadas.

El amor no siente ninguna carga, ni tiene en cuenta el trabajo, intenta cosas más allá de sus fuerzas; el amor no ve nada como imposible, porque se siente capaz de todas las cosas5.

El amor verdadero, que los maestros explican que es el amor divino, es el impulso más natural que existe en el interior de los seres humanos y se vuelve a despertar a través del don de Nam del maestro. Ese regalo otorga poder al discípulo para que se eleve en el interior, hacia las regiones espirituales que le permitirán entregarse por completo –cuerpo, mente y alma– al amor.

Cuando las compuertas del amor al maestro se abren, el amor divino nos atrapa de tal manera que el progreso interior ya no se puede detener. Es un amor que nos acaricia el alma y que hace que su luz se funda con la luz del maestro. Ese amor es el gran poder que se encuentra en el interior de todos nosotros, que nos ilumina el camino del sendero espiritual y que, al final, nos lleva de vuelta a las manos de Dios.

Evelyn Underhill cita a Jan Van Ruysbroeck:

Cuando el amor nos transporta más allá de todas las cosas… recibimos en paz la Luz incomprensible, que nos envuelve y nos llena. ¿Qué es esta luz, sino una contemplación del infinito, y una intuición de la eternidad?6

En el nivel en el que nos encontramos, puede parecernos imposible alcanzar la perfección de este tipo de amor en toda su divinidad. Sin embargo, siempre podemos buscar la excelencia con acciones positivas que complementen nuestra vida espiritual, y nos permitan crecer hacia la perfección en esta cualidad divina.

Y la mejor acción para cualquier discípulo es a través de los cuatro sevas o servicios a Dios. Dichos servicios se prestan con el cuerpo, la riqueza, la mente y el alma y se realizan desinteresadamente en nombre del maestro. Los santos y místicos nos dicen que el seva que se presta en el exterior es el que mayor igualdad crea entre los discípulos, porque a través del seva aprendemos a trabajar hombro con hombro con los demás aceptando sus ideas y opiniones y, por tanto, creciendo en sumisión y humildad.

El Gran Maestro, Maharaj Sawan Singh, dijo:

La recompensa del seva desinteresado es en verdad grande. Tal y como reza el dicho: “Presta servicio y cosecha su fruto”. Los seres humanos pueden convertirse en santos y en swamis mediante el servicio.

Si prestamos servicio con algún motivo o con orgullo y arrogancia, nos veremos privados de su verdadera recompensa. Pero si desempeñamos nuestro servicio sin ningún deseo de recompensa podremos alcanzar grandes alturas7.

El servicio al maestro integra la esencia de la espiritualidad en las actividades de nuestra vida diaria. Permite que nos entreguemos de una forma desinteresada, promoviendo siempre el interés general. Se alcanza cultivando la discriminación; aprendiendo a tomar decisiones que apoyen y mantengan nuestra vida espiritual. Vivir una vida de seva es la extensión natural del amor que sentimos por nuestro maestro, y lo podremos servir realmente si llevamos esas cuatro formas de servicio a todas nuestras actividades.

Bahauddin, el padre del gran místico Rumi, dijo:

Al caer enfermo me di cuenta de que había dos formas de enfocar el trabajo. La primera hacerlo de forma atrevida y rápida, sin miedo a la acción. La otra es con preocupación, inquietándome por las cosas que pudieran salir mal. Si la acción surge de la ansiedad, el resultado es poco claro y turbulento. Pero si la acción se realiza con alegría y valor, las dificultades se empiezan a resolver y el mundo se hace más completo8.

Es a través de este tipo de seva, audaz e intrépido, que podemos esforzarnos constantemente por perfeccionarnos, para hacernos más completos. Si emprendemos nuestro servicio, tanto interior como exterior, con humildad y con un deseo sincero de crecer espiritualmente, los imposibles de la vida empezarán a desaparecer. A través del seva, el alma se llena del fuego del amor y la devoción por el maestro, y este fuego alimenta nuestra determinación y compromiso para viajar por el sendero místico con la atención concentrada, para elevarnos por las maravillosas alturas que nos acercan a Dios.

El místico sufí Hafiz nos dice:

Nadie podrá impedir que allá donde estemos
A Dios con nosotros llevemos.
Nadie su Nombre a nuestro corazón puede robar
Mientras intentamos abandonar nuestros miedos
Y al final victoriosos, resultar.
No tenemos por qué de noche abandonarlo
Y en la mezquita o la iglesia solo dejarlo…
Nuestros ojos anhelantes, nuestros cuerpos de calor necesitados
Pueden, de luz y contento, quedar saturados.
Nadie puede impedir, en ningún lugar
Que allá donde estemos, con nosotros al Amado llevemos.
Nadie nunca podrá
Al ritmo de mi corazón –
De mis pasos y de mi aliento
Su Nombre robar9.

Y, ¿cómo podemos llevar a Dios con nosotros, como nos dice Hafiz? Lo llevamos en la meditación diaria del simran, dhyan y bhajan, el mayor de todos los sevas, que une nuestra mente y alma a la divina melodía que se encuentra en el centro del ojo. Este proceso es el que nos guía gradualmente hacia la perfección del ser y hacia la fusión con el amor divino.

Thomas de Kempis, una vez más, nos dice:

La vida sin propósito es lánguida y transcurre a la deriva. Todos los días debemos revisar cuál es nuestro propósito, diciéndonos: ¡Permíteme, hoy, tener un buen comienzo, pues lo que hemos hecho hasta ahora, es nada!10

Y por supuesto, como todos sabemos, de la mano de ese sonido al comenzar el día, va también nuestro compromiso y constancia para la práctica espiritual.

Caminar por el sendero espiritual no significa tener un enfoque triste y pesimista de la vida. Solo hace falta un corazón lleno de amor y devoción por el maestro, empatía y tolerancia hacia los demás, y una calma silenciosa que nos permita continuar con nuestro esfuerzo diario, teniendo fe en el maestro, y con la esperanza de que cada nuevo día nos acercará más a él, y con un amor que a su vez a él, lo acercará todavía más a nosotros.

La mayoría de nosotros estamos todavía intentando encontrar nuestro camino, y es posible que esas tres virtudes divinas nos parezcan algo inalcanzables. Pero una vez que nos hayamos adaptado a ese compromiso y a la disciplina de la meditación diaria, la fe, la esperanza y el amor se convertirán en algo natural en nuestras vidas. Entonces, tendrá lugar la lenta transformación, y la esencia más profunda de nuestra naturaleza se afianzará. Finalmente, la silenciosa y tranquila alegría nos rodeará y envolverá.

Como todos hemos escuchado alguna vez, una de las metáforas más utilizadas en relación al progreso espiritual es la transformación de la humilde oruga en mariposa, porque de una forma extraordinaria, la larva, desde su propia sustancia, teje su metamorfosis y la crisálida de su interior evoluciona y se convierte, al final, en una preciosa criatura con alas.

De igual forma, el sendero espiritual transmuta la naturaleza misma de nuestro ser, al hacernos experimentar una transformación igual de dramática y espectacular, de la que salimos finalmente irradiados por toda la luz de nuestra alma, tras una larga lucha y un amor con devoción constantes hacia el Señor.

En última instancia, lo que hace que todo esto sea posible, es la gracia, la misericordia y el amor del maestro perfecto vivo, quien al iniciarnos en el sendero del sagrado y divino Shabad, permanece con nosotros durante todo el viaje espiritual, alimentando nuestro deseo de evolucionar y de transformarnos, por fin, en un alma que realiza a Dios.


  1. Hebreos 11:1 (Versión Reina Valera)
  2. Mateo 17:20 (Versión inglesa estándar)
  3. Julian Johnson, El sendero de los maestros, 17a ed., p. 192
  4. 1 Corintios 13:13 (Gateway NIV)
  5. Thomas a Kempis, La imitación de Cristo, tr. Leo Sherley-Price, p. 98
  6. Jan Van Ruysbroeck en Evelyn Underhill, Mysticism: A Study in the Nature and Development of Man's Spiritual Consciousness, p. vi
  7. Maharaj Sawan Singh, Philosophy of the Masters, Vol. I, 6th ed., p. 1
  8. Coleman Barks, John Moyne, The Drowned Book: Ecstatic and Earthy Reflections of Bahauddin, the Father of Rumi, p. 92
  9. Daniel Ladinski, The Subject Tonight Is Love: 60 Wild and Sweet Poems of Hafiz, p. 53
  10. Words of Wisdom: More Good Advice, edited by William Safir, Leonard Safir, p. 309