Sencillez - RSSB Satsangs y Composiciones

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Sencillez

“¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”, le preguntaron algunos discípulos a Jesús:

Llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo, de cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera que se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos1.

Un niño es tan sencillo e inocente porque su mente sigue siendo pura y no está contaminada por el mundo. Los niños viven en el momento y no albergan mala voluntad contra nadie. Cristo dice que si queremos entrar en el reino interior, tendremos que cambiar nuestro modo de vida, volviéndonos puros y sencillos como un niño pequeño.

Sin embargo, nos hemos alejado de ese estado de sencillez y pureza a causa de nuestro ego, que hace que nos percibamos como seres separados, diferentes y mejor o peor que los demás. Hemos dejado de ser sencillos y puros por culpa de nuestros apegos hacia las personas, las pertenencias y los placeres, y también a causa de nuestro intelecto, que nos lleva a caer, cada vez con más profundidad, en la confusión. Hazur Maharaj Charan Singh dice así:

Asumir la sencillez sin más es difícil para nosotros2. …Si le cuentas algo a una persona sencilla, de un modo simple, lo aceptará, pero si se lo dices a un intelectual del mismo modo, nunca lo hará, pues es tan intelectual que no puede aceptar que se le expliquen las cosas sencillas de una manera simple. Hay que planteárselo de un modo complicado. Primero, crea un problema con su intelecto, luego pretende resolverlo con el mismo intelecto para al final sentirse orgulloso de haberlo resuelto, o frustrado por no haberlo conseguido. Ese es el destino de una persona intelectual3.

Lo mejor que podemos hacer con nuestro intelecto es darnos cuenta de que debemos descartarlo, pero esto sucederá solo cuando se haya visto satisfecho; de lo contrario, se convertirá en un obstáculo en el sendero. Por eso Hazur Maharaj Ji y Baba Ji le han dedicado tanto tiempo a responder a nuestras preguntas con el fin de ayudarnos a resolver nuestras dudas. Sin embargo, el intelecto no nos puede conducir a nuestra meta. En última estancia, son la fe y la práctica –y no el intelecto– las que nos llevarán a nuestro destino.

Por lo tanto, cuando hablamos de la sencillez, qué hay más sencillo que el número uno:

Existe una verdad… una realidad… un Dios… un Padre. Hay un sendero en el interior de cada uno de nosotros que nos lleva de regreso a él. En esta vida tenemos únicamente a un amigo verdadero que está aquí para mostrarnos el sendero al conectarnos con esa fuerza única, el Shabad, que lo creó todo. Hay un método que podemos practicar para contactar con el Shabad y recorrer el camino que nos lleva a la unión con él. En el cuerpo está el punto, el centro del ojo, donde tenemos que enfocar nuestra atención para poder entrar e ir hacia el interior.

Existen muchos ‘unos’, incluyendo el único que nos frena a la hora de realizar esta unicidad: la mente. Mientras estemos bajo su influencia, percibiremos la multiplicidad, y no la unicidad.

Existen seres humanos de toda clase y condición: altos, bajos, delgados, gruesos y con la tez oscura, morena, cetrina, colorada, pálida; hombres y mujeres; ricos y pobres, viejos y jóvenes, sanos y enfermos; cultos y analfabetos; respetados y rechazados por sus congéneres. Provienen de distintos países y hablan distintos idiomas, y puede que sean seguidores de una de las múltiples religiones creadas por el ser humano.

Sin embargo, cuando se trata de espiritualidad somos todos exactamente iguales. No hay ninguna diferencia entre nosotros, pues nuestra esencia –el alma– es la misma. Todos somos gotas del mismo océano de divinidad. Dios no tiene casta, raza o religión. Si estudiamos las enseñanzas de los maestros, comprobaremos que todas nos enseñan a superar estas diferencias cuando veamos a un mismo Dios que reside en el interior de todos nosotros.

El alma es como un diamante que ha ido a parar al barro, que representa las distintas capas de la mente y de materia que envuelven al alma. Hay muchos tipos de barro, lo que nos hace parecer diferentes unos de otros, pero si limpiamos ese barro, sacará a relucir el brillo del diamante, al igual que el brillo del alma antes de caerse en el barro. Y cuando esto ocurra, nadie se acordará, y a nadie le importará, qué tipo de barro nos recubría.

Cuando el alma abandona este mundo, todo lo asociado con el cuerpo y la personalidad se queda atrás, y solo permanece lo más relevante. Hazur dice:

Allí lo único que se juzgará es nuestro amor, la intensidad de nuestro amor, del deseo de regresar a nuestro Padre, cuánto hemos sido capaces de retirar nuestros sentidos, de las riquezas mundanas, de esta creación, y cuán ansiosos hayamos estado por volver al Padre. Eso es lo que se tendrá en cuenta allí… Todo lo que importa es el amor y la devoción que tengamos por el Padre4.

Así pues, todo aquello que consideramos real e importante no tiene cabida en el más allá. Todo aquello en lo que empleamos nuestro tiempo y energía –nuestra salud, nuestra belleza, nuestras finanzas, nuestro coche, nuestra casa, nuestro trabajo y todas nuestras relaciones, nada de ello va a acompañarnos. Lo único que han conseguido es complicar más nuestra vida y ponérnoslo difícil a la hora de centrar nuestra atención donde realmente tiene que estar.

En una carta dirigida a un satsangui, el Gran Maestro, Maharaj Sawan Singh, escribió:

Qué extraño que siendo tan sabio no puedas entrar en tu interior. El mes pasado yo estaba haciendo una gira al pie de la cordillera de Shiwali en donde la gente es de una mentalidad muy sencilla. Durante la iniciación, hubo tres señoras que consiguieron que su atención entrara al instante, por lo que resultó bastante difícil explicarles los detalles del sendero: la luz, el sonido, las regiones, etc. Hubo que darles masajes en el cuello para poder recuperar su atención. Eran analfabetas y estarían en su derecho a llamar ignorantes a los sabios mundanos5.

Las personas que residían en la cordillera de Siwalik vivían una vida muy sencilla en un ambiente sencillo. Las decisiones propias de un mundo complejo no estaban a su alcance. Por ejemplo, ¡no tenían que decidir cuántas veces al día consultar su email, y cuando se les expusieron las enseñanzas sencillas de los santos, no se detuvieron a analizarlas, ni a juzgarlas, o compararlas, cuestionarlas, evaluarlas, calcularlas, ni a ponerlas en duda, simplemente las aceptaron tal cual y así obtuvieron los resultados.

Hoy en día vivimos en un entorno muy distinto. El mundo se ha impuesto cada vez más en nuestra vida, y esta intrusión ha dado un gran salto con la llegada de internet y de los dispositivos móviles. Mirar pantallas se ha convertido en la actividad que los humanos hacen la mayor parte del tiempo. Constantemente nos bombardean con las noticias más actualizadas de lo que está sucediendo en el mundo: las catástrofes naturales, la crueldad que se infligen los seres humanos entre sí, más todas las acciones codiciosas y ávidas de poder realizadas en nombre de la gobernanza. Y así sucesivamente.

Toda clase de opciones para nuestra comodidad y disfrute –objetos materiales y de ocio que podamos desear– nos llegan a través de las técnicas de marketing nuevas y más invasivas, que con un solo clic sobre estos artículos, nos los entregan en nuestros domicilios.

Es sumamente fácil caer en el juego de la conveniencia, la gratificación instantánea; pero cuando empezamos a creer que este es el camino hacia la felicidad, nuestra vida interior empieza a debilitarse. Kal es un genio del marketing y sus métodos para embaucarnos y atraparnos en su red se están volviendo cada vez más sofisticados. En Espiritualidad básica nos dicen:

Al apegarnos al dinero, a los bienes materiales y al resto de cosas del mundo, fortalecemos nuestros egos, se debilita nuestro equilibrio interior, y en este proceso nos enajenamos y nos convertimos en extraños de nosotros mismos. Es así como perdemos la paz de nuestra mente, y poseídos por nuestras posesiones, nos agobiamos, nos inquietamos y perdemos nuestro equilibrio.

Los medios de comunicación, a través de la comercialización masiva, han remplazado nuestros valores espirituales con ideas materialistas. El consumismo dicta el estilo de vida. Ir de compras se ha convertido en un sustituto de la experiencia religiosa y los centros comerciales se han convertido en nuevos lugares de adoración…

La codicia es destructiva. La avaricia ciega a la persona. La vuelve tan obsesionada por conseguir ganancias materiales, que está dispuesta a vender su alma por un plato de lentejas…

La codicia y la implacable búsqueda de la autocomplacencia endurecen el corazón, dispersan la mente y malgastan nuestra energía, lo que dificulta nuestro desarrollo espiritual6.

Así pues, al vivir en este tipo de entorno, ¿como vamos a poder “¿entrar en el reino de los cielos?”. ¿Cómo podemos ser capaces de navegar por este laberinto de complejidad además de regresar a ese estado de sencillez de la infancia que tanto precisamos?

La respuesta la podemos hallar en tres palabras que vemos a menudo en internet: darse de baja… darse de baja. Es decir, “cancelar una suscripción” …darle al botón de suprimir… Hacer clic sobre la pequeña x que sale en la esquina superior derecha. Tenemos que ejercer nuestro poder de discernimiento y tomar decisiones audaces para no entrar en el juego, y no caer en la trampa. Ahora más que nunca, tenemos que tomar las riendas de nuestra atención.

Cuando nos dijo Tulsi Sahib que limpiásemos la recámara de nuestro corazón y que retirásemos nuestra atención de todo lo demás para que nuestro bienamado se pudiera sentar allí, nos estaba diciendo que nos diésemos de baja de todo aquello que no fuera el maestro, que nos vaciásemos de toda la basura que nos arroja el mundo para poder entrar en el camino puro de la espiritualidad.

La elección primordial que debemos de tomar es la de seguir a la mente o al maestro. Hemos estado bajo el influjo de la mente durante eras, lo que no ha redundado en nuestro beneficio, pues nos ha convertido en esclavos lamentables y nos ha dejado atrapados en esta prisión de nacimientos y muertes. Ahora tenemos la opción de refugiarnos en el maestro y de vivir en su voluntad. ¡Esta es la única salida!

Debemos entender qué significa vivir según su voluntad. El vivir a tenor de su voluntad comienza y termina con la obediencia. Soami nos lo deja bien claro:

Dejándolo todo de lado, uno debe obedecer implícitamente al satgurú de su época y seguir sus instrucciones al pie de la letra, lo que le garantizará el éxito. Es todo lo que tenemos que hacer7.

¿Y cuáles son las instrucciones del maestro? Lo que realmente nos está pidiendo es que hagamos una sola cosa, que es meditar, y nos dice que él se encargará de todo lo demás. Y todo lo que hagamos o tengamos intención de hacer va a apoyar nuestra meditación o sucederá como consecuencia de ella. El maestro nos dice que hay solo un mandato, lo – único que complace al Señor y lo que permanecerá con nosotros, y esa es nuestra meditación del Nam, y nada más.

De modo que lo anterior se convierte en nuestro baremo a la hora de tomar decisiones: simplemente nos preguntamos a nosotros mismos si algo nos ayuda en nuestra meditación. ¿Nos acerca al centro del ojo?, ¿nos acerca al maestro?

Somos como aquel hombre ciego que se cayó al pozo y el maestro el que nos ha venido a sacar de él, pues si no fuese por él, nunca saldríamos de aquí. Él nos extiende la cuerda del Nam y nos pide que nos agarremos a ella para poder salir. ¡Qué sencillo! La mera obediencia implica aferrarnos a la cuerda. Pero como hemos visto, a la mayoría de nosotros no se nos ha entrenado para lo “sencillo”.

En la historia original el hombre ciego se hace una larga serie de preguntas: cómo llegó a caerse en un pozo tan profundo, por qué ese buen hombre deseaba sacarle de él, y qué interés personal tenía en ayudarle; por qué se construyeron pozos; quién fue el primer inventor del pozo, y dónde estaba la garantía de que no se caería en cualquier otro pozo, etc.

El intelecto no nos está ayudando en lo más mínimo. Es mejor aceptar nuestra ignorancia y que sencillamente depositemos nuestra fe en el maestro. Y a pesar de nuestra resistencia, él nunca parece que se canse de decirnos que solo agarremos la cuerda… ¡Gracias a Dios!

Además, no se trata de agarrarnos a la cuerda sin más, sino aferrarnos a ella con todo el amor y la devoción que seamos capaces de reunir. Porque si no nos agarramos firmemente, ¿cómo podrá sacarnos? Agarrarse firmemente significa que cuando estemos sentados en la quietud y en silencio, estemos llevando toda nuestra atención al centro del ojo. Cuando realizamos el simran debemos de concentrar toda nuestra atención en las palabras. Como Hazur dice, debemos de poner todo nuestro ser en las palabras, y al hacerlo de esta manera, podremos empezar a sentir su atracción.

Así pues, agarrarnos a la cuerda del Nam significa obediencia al maestro y esto le complace. Todo lo demás implica obedecer a la mente. La forma humana se nos ha brindado únicamente para acumular la riqueza del Nam. Por lo tanto, lo único en lo que debemos esforzarnos es en la unión con el Nam. Hazur lo explica así:

Si no cumples con tu cometido, te arrepentirás amargamente a la hora de tu partida de este plano físico. Un leproso que posee esta riqueza, que está en contacto con el Verbo y que se deja guiar por él es mil veces más afortunado que una persona que disfruta de salud, riqueza y fama mundanas pero que no está en contacto con este poder inmanente8.

Vivir según su voluntad también significa aceptar nuestro destino con alegría. Hazur dijo:

A él le complace mantenernos como quiere, lo que le parece adecuado, y siempre teniendo en cuenta nuestro propio bien. No nos corresponde a nosotros apelar u orar para que las cosas se hagan de esta u otra manera. Tenemos que aceptar su voluntad y tratar de fundirnos en el Shabad. Los deseos surgen de la mente, y cuando rezamos para que se cumplan estamos anteponiendo a la mente por encima de Dios. Deberíamos entregarnos a Dios y aceptar alegremente lo que viene de él, confiando en que todo lo que él haga redundará en nuestro propio beneficio9.

Al fin y al cabo, ¿qué alternativa tenemos? No podemos cambiar nuestro destino. Lo que tenga que suceder, sucederá de todas formas. De hecho, en otro nivel, ya ha sucedido. Si tenemos alguna elección es cómo recibimos los acontecimientos de nuestra vida. Y cuando seamos capaces de ver que estamos bajo el ala del maestro y que hay una razón positiva en todo lo que nos ocurre, lo aceptaremos con un sentido de gratitud. Pero si por el contrario dejamos que nos invada la angustia, y refunfuñamos, significa que tenemos la perspectiva incorrecta, y sufriremos. Según reza el dicho: “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”.

Sufrimos porque tenemos deseos y expectativas que no pueden cumplirse. Si no está en nuestro destino, por mucho que nos preocupemos no conseguiremos satisfacer esos deseos. Soami Ji nos lo aclara diciéndonos que no quiere que nos preocupemos por nada:

Llevo tus cargas en mi corazón
  para que estés libre de preocupaciones
  y generes amor hacia mí en tu corazón.
Abandona tus recelos y sé firme en tu amor,
  un amor templado por la fe.
Yo mismo te ayudaré a realizar el esfuerzo10.

Hazur dice así:

En realidad, es él quien lo está haciendo todo. Todos somos marionetas, y caer en la cuenta de que lo somos es nuestra mayor realización… A través de la meditación aprendemos que somos marionetas, que estamos indefensos. El ego desaparece y empezamos a aprender que todo lo que ocurre lo hace él11.

¿Qué puede ser más sencillo que una simple marioneta? Las marionetas no tienen problemas o preocupaciones. No padecen de dificultades ni de lucha alguna, pues solo dejan que el titiritero tire de los hilos. Él hace con nosotros lo que le complace y nosotros lo aceptamos de buen grado. Nos entregamos por entero a él.

Por último, el recuerdo nos hace darnos cuenta de que somos sus marionetas y nos hace vivir según su voluntad. El recuerdo significa ser conscientes de su presencia al llevar nuestra atención al lugar de nuestro cuerpo donde él reside, el centro del ojo. El maestro, el Shabad, mora en el interior de cada uno de nosotros. Nuestra práctica es despertar a esa realidad y vivir en ella día y noche.

Este sendero y nuestra práctica tienen que ver con nuestra relación con el maestro y con el Nam. Cada satsangui tiene una relación personal con su maestro, que está siempre presente en todos nosotros. No es una relación mundana que llegará a su fin, sino una relación espiritual que perdurará para siempre. Esta relación es tan importante que realmente, en comparación, nada más tiene importancia. Hazur dice:

El Señor está siempre esperándote ahí donde fluye el néctar día y noche. El sonido radiante, ese Espíritu, está presente día y noche, esperándote para llevarte a tu destino, a tu hogar eterno de paz y bienaventuranza12.

En otras palabras: ¡La puerta está siempre abierta de par en par! Hazur lo resume maravillosamente:

¿Qué mejor oración puede haber que tener el Nombre del Señor en nuestros labios día y noche mediante un constante simran?

¿Qué mayor austeridad puede haber que vivir en la dulce voluntad del Señor, ateniéndonos día y noche a sus mandatos?

¿Qué mejor adoración puede haber que llevar con nosotros la forma de un santo las veinticuatro horas del día dondequiera que vayamos?

¿Qué mejor recitación puede haber que escuchar a todas las horas del día y de la noche, la incesante música del Verbo interior?

¿Qué mayor renuncia puede haber que la indiferencia al mundo, la cual surge cuando la mente saborea el néctar del Nam?13.


  1. Biblia, Mateo 18:1–4
  2. Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol. III, #152
  3. Maharaj Charan Singh, Muere para vivir, #27
  4. Maharaj Charan Singh, Spiritual Perspectives, Vol. I, #354
  5. Maharaj Sawan Singh, Joyas espirituales, #116
  6. Hector Esponda, Espiritualidad básica, pp. 65–66
  7. Soami Ji Maharaj, Sar Bachan Prosa, #116
  8. Maharaj Charan Singh, Discursos espirituales, Vol. I, 1a ed., p. 33
  9. Maharaj Charan Singh, Luz sobre Sant Mat, p. 99
  10. Soami Ji Maharaj, Sar Bachan Poesía, Bachan 33, Shabad 16
  11. Spiritual Perspectives, Vol. I, #41
  12. Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Juan, 1a ed., p. 66
  13. Maharaj Charan Singh, Spiritual Discourses, Vol. II, 3rd ed., p. 92