Inocente como un niño
El célebre poeta inglés del siglo XIX William Wordsworth, se inspiró en su gran amor por el mundo natural y sintió "un sentido sublime" que "lo envuelve todo"1. En el poema: "Oda: Atisbos de inmortalidad"2, Wordsworth reflexionó profundamente sobre su experiencia de la disminución de la "luz celestial", en el paso del tiempo desde la juventud a la vejez:
Hubo un tiempo en que la pradera, la arboleda y el arroyo,
La tierra y cada paisaje habitual,
A mí me parecían
Revestidos de una luz celestial,
La gloria y la frescura de un sueño. [...]
Pero aun así, sé que vaya donde vaya,
Se ha ido la gloria de la tierra. [...]
¿Hacia dónde huyó el resplandor visionario?
¿Dónde está ahora, la gloria y el sueño?
El poeta se pregunta de lo ocurrido con la “luz celestial”, que él contempló allá donde fuera, cuando era un niño pequeño, cuando todo aparentaba ser fresco y reluciente para el alma joven, recién nacida, con la hoja de la vida en blanco.
El poeta reflexiona:
Pero remolcando nubes de gloria venimos
De Dios, que es nuestro hogar:
¡El paraíso se encuentra en nuestra infancia!
En la infancia no tenemos responsabilidades y nada de qué preocuparnos. Todas nuestras necesidades están cubiertas. El alma joven no tiene otra cosa que contemplar maravillada este mundo luminoso, nuevo y colorido, lleno de sensaciones curiosas y encantadoras. Si tan solo pudiéramos sostener esa mirada pura, inocente e interiorizarla. Pero gradualmente, día tras día, la vida comienza a imponer exigencias y, poco a poco, el mundo material comienza a perder su esplendor; entonces ya no puede satisfacer nuestra hambre interior:
Las sombras de la prisión comienzan a cerrarse
Sobre el niño que crece, [...]
Al final, el hombre lo que percibe es [la luz celestial] extinguirse,
Y desvanecerse en la luz del día común.
No se puede evitar; apenas nos damos cuenta de lo que está ocurriendo. Este proceso se produce vida tras vida. Estamos atrapados en un mundo poco fiable que ofrece mucho y cumple con muy poco.
Soami Ji nos pregunta:
¿Por qué, querida alma, no escuchas
la melodía del Nombre?
Te has dejado enredar
en el laberinto de esta creación.
¿Es esta la felicidad que buscabas?3.
Ya no podemos ver esa “luz celestial” que veíamos en nuestra pura infancia. Estamos demasiado atrapados en lo que Wordsworth llama nuestros “años ruidosos”; pero ¿cómo se verán estos años cuando miremos hacia atrás en la vejez? Nuestra vida cotidiana no importará mucho. ¿A cuántas personas mayores hemos oído decir que todo pasó con mucha rapidez? Como dice Wordsworth, esos años “parecen ser momentos del eterno silencio”.
Solo nos queda una sensación de anhelo y nostalgia. Los maestros nos dicen que este anhelo es una señal de la misericordia del Señor y es la que nos llevará hacia el Señor. ¿Qué es lo que hemos perdido? ¿Adónde se ha ido esa “luz celestial”? ¿Cómo podemos encontrarla de nuevo? ¿Dónde deberíamos buscarla? El alma está exclamando.
Hubo una entrevista en la radio con un personaje célebre que en su día prestó sus servicios como marino mercante. La discusión le llevó a tocar sus creencias espirituales y él dijo: “Puedo asegurarles que a bordo de un barco con un tifón furioso en el Mar de la China Meridional no existen los ateos”. Siempre estamos implorando desde lo más profundo de nuestra alma, y Maharaj Charan Singh nos dijo en una ocasión que cuando clamamos sinceramente al Señor, él no puede evitar responder.
Los místicos nos dicen que la luz no se ha ido a ninguna parte. Todavía está dentro de nosotros, donde siempre ha estado. Lo que tenemos que hacer es volvernos receptivos a ella. Hazur solía decir que todo lo que necesitamos está en nuestro interior.
Según el evangelio de San Mateo, los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: “En verdad os digo que, si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos”4.
En Luz sobre San Mateo Hazur comenta sobre este pasaje:
“Que si no cambiáis”, lo que significa que nuestra perspectiva de la vida debe cambiar completamente. Se refiere a que ahora, la tendencia de la mente es hacia el exterior. Sin embargo, tenemos que retirar nuestra mente hacia el interior, hasta el centro del ojo, y dirigirla hacia arriba, eso es ´cambiar´. Tenemos que cambiar un estilo de vida por otro. Y el cambio llega con la iniciación y la meditación5.
Al igual que un niño pequeño lo ve todo al revés y gradualmente aprende a enfocar sus ojos para ver correctamente, nosotros también debemos aprender a enfocar nuestro ojo interior. Desgraciadamente, este ojo interior, aún no se ha abierto correctamente, y no sabemos de su existencia. Mientras tanto, nuestros ojos externos y físicos están enfocados en el mundo material y alejan nuestra atención de esa visión interior.
Hazur sigue y manifiesta:
Si no ‘cambiamos´, nos iniciamos, hacemos nuestra meditación y nos volvemos como niños, no podremos eliminar nuestro ego y volvernos tan inocentes como los niños, y “no entraréis en el reino de los cielos”6.
Está conversión requiere receptividad, aceptación, renuncia del ego, y humildad. El Gran Maestro comparó la situación del discípulo a la de un estudiante de un instrumento musical. No será de gran ayuda la lectura de un libro que trate el tema. Lo que precisa el estudiante es un instrumento y un profesor; y luego, mucha práctica. Esto le llevará a convertirse en un experto, cuanta más práctica, mayor será el desarrollo de la comprensión.
Hay un dicho entre los golfistas que dice que cuanto más practicas, más suerte tienes.
Ocurre lo mismo con la práctica espiritual. Tenemos el instrumento perfecto para poder practicar. La forma humana es la cima de la creación, la forma más elevada que podemos alcanzar en toda la naturaleza. Y tenemos un maestro como profesor. ¿Cuánta más suerte podemos tener? Ahora, el estudiante es libre para poder practicar, asistir al satsang y absorber las enseñanzas. Tulsi Sahib dijo: “Limpia la recámara de tu corazón para la llegada de tu amado”7.
No va a ser una solución rápida. Los hábitos se han convertido en nuestra segunda naturaleza. Necesitamos paciencia, determinación y una actitud positiva para superarlos. El dramaturgo irlandés, Samuel Beckett, notoriamente sombrío pero humorístico en su perspectiva, escribió: “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez, fracasa mejor”8.
Los teóricos de la educación dicen que “FAIL” (fracasar en inglés) significa “First Attempt In Learning” (primer intento de aprendizaje), una forma de reconocer que no siempre tenemos éxito en el primer intento, pero que necesitamos perseverar y esto nos llevará al éxito final. Así que, tenemos que seguir lo que los carteles de la calle solían decir durante la Segunda Guerra Mundial: “Mantén la calma y sigue adelante”.
¿Qué otra opción tenemos? Estamos disfrutando de las mejores circunstancias posibles: la forma humana y la compañía de un maestro. Hazur respondió una vez a una pregunta sobre la evolución de las edades de oro, plata, cobre y hierro preguntando: “¿No crees que ya es una edad dorada?”9. Tenemos todo lo que necesitamos.
El problema es que la sumisión al maestro no le llega fácilmente a nuestra mente, que es el asiento del ego. Creemos que queremos tener el control. Y al igual que un niño caprichoso, la mente se frustra y se llena de ira cuando no es capaz de salirse con la suya. Las tentaciones la atraen y luego se siente insatisfecha con los resultados. Por un lado, se aferra a los viejos hábitos conocidos, y al mismo tiempo busca novedades y nuevas emociones.
La sumisión es lo opuesto al ego. No surgen preguntas. La mente se llena de devoción y nos sometemos a las instrucciones del maestro. Según el sabio budista Padmasambhava: “La devoción completa trae consigo la bendición completa; la ausencia de dudas trae el éxito completo”10.
Los místicos nos animan a usar nuestro intelecto y nuestro poder de discernimiento para poder entender los asuntos espirituales y las enseñanzas de un maestro, pero después de que uno se haya refugiado en un maestro, uno debe rendirse a él incondicionalmente.
Refugiarse significa tener plena confianza en el maestro y ser guiado por él, no en el sentido de adorarle físicamente, sino de seguir sus instrucciones y actuar en consecuencia. Cuando el discípulo se rinde al maestro para siempre, el maestro lo cuida en todos los sentidos. Igual que una madre cría a su hijo, así el maestro cuida a su discípulo.
Soami Ji escribió:
“La mente se aniquiló cuando Radha Soami me lanzó una mirada.
Ahora soy como un niño cuidado por el maestro en su regazo”11.
Cuando lleguemos a ese nivel, nos convertiremos en ese niño pequeño y una vez más disfrutaremos de esa “luz celestial” y escucharemos ese resplandor resonante.
- William Wordsworth, “Líneas compuestas a algunas millas de Tintern Abbey, Revisitando las orillas del Wye durante un visita", 13 de julio 1798, estrofa 5.
- William Wordsworth, “Ode: Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood”.
- Soami Ji Maharaj, Sar Bachan Poesía (Selecciones), Bachan 14, Shabad 5, p. 65.
- La Biblia, Mateo 18:3–4.
- Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Mateo, p. 219.
- Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Mateo, p. 220.
- Tulsi Sahib, El Santo de Hathras, p. 230.
- Samuel Becket, Worstword Ho!
- Maharaj Charan Singh, Muere para vivir, p. 333.
- Padmasambhava, citado en Sogyal Rinpoche, The Tibetan Book of Living and Dying.
- Sar Bachan Poetry (Hindi), Bachan 6, Shabd 5.