En la corriente del amigo
El místico sufí del siglo XIII, Jalal al-Din Rumi dice:
Es deber de los amantes
buscar al amigo.
Como torrente imparable,
sin preocuparse por sus vidas,
¡se lanzan de cabeza a
la corriente del amigo!1
Comienza este poema insistiendo en esa fuerza inherente en los seres humanos que buscan el amor divino y la unión con el Señor, o el “amigo”, que reside en cada uno de nosotros. Rumi describe nuestra búsqueda como el “torrente imparable”, que se lanza de cabeza hacia el Señor, ya que nuestro “deber” es mantener la tendencia interna que siente nuestra alma hacia su origen divino.
A lo largo del tiempo los místicos y los maestros espirituales han explicado a la humanidad que cada uno de nosotros tiene un alma en su interior, que es una chispa o una gota de la misma esencia del Señor. Parafraseando a Baba Ji, él ha dicho que el amor es la esencia de nuestro ser, el eslabón con nuestra herencia divina, y es por ello normal que nos sintamos atraídos hacia la fuente, de la misma forma que una corriente de agua fluye sin preocuparse por los obstáculos que encuentra en su camino.
El amor divino es la forma en la que nuestro corazón, en su intimidad, experimenta la relación con el amigo, quien, para Rumi, es tanto el Señor que habita en su interior como el maestro o sheikh, que en su caso fue Shams-e-Tabrizi. El maestro es el espejo donde podemos vislumbrar al incomprensible Señor. Y el maestro nos proporciona el ejemplo y la esperanza de que la unión divina es posible. Los verdaderos buscadores están dispuestos a renunciar a todo en este mundo con tal de alcanzar esta unión.
Rumi suele usar frecuentemente las imágenes del agua para describir el amor divino. En otro de sus poemas dice:
No valores una vida pasada sin amor.
Acepta el amor –el agua de la vida–
en tu corazón y en tu alma. (Ibíd, p. 23)
Él nos dice que necesitamos el amor de la misma manera que precisamos el agua, un amor que fluye como una constante corriente del Señor. Nuestra labor es ser receptivos en lo más profundo de nuestro ser. Prosigue en el poema original, diciendo sobre el amigo:
Él es quien busca y nosotros sus sombras.
Todas nuestras conversaciones
son palabras del amigo.
Aquí él varía el simbolismo al decir que somos iguales al Señor, si bien en forma de sombra, que en verdad es un símbolo muy revelador. La sombra es una forma opaca y fugaz que existe como consecuencia de la manera en que la luz se refleja y delinea otra forma real. La luz ilumina la sombra de un modo similar a como alumbra la forma real, pero no de la misma manera; pues ser sombra de alguien también quiere decir seguir o imitar a alguien. Así que Rumi está diciéndonos que somos, en cierto modo, un reflejo oscuro del Señor. Somos como él, pero una versión menos sustancial o desarrollada.
Igualmente también insinúa que todo lo que la sombra hace está dirigido e inspirado por el Señor, quien es el hacedor que nos acompaña en nuestras acciones. Su amor y propósito, se manifiestan en todo lo que hacemos. Cuando analizamos y entendemos nuestras acciones en la vida, vemos que todo lo que sucede y todos nuestros movimientos ocurren a través de su mano.
Todos nacemos con un destino asignado que tenemos que cumplir para poder despejar los obstáculos que se interponen entre nosotros y el Señor. Estos son nuestros karmas, o deudas de acciones pasadas que deben ser saldadas a fin de poder reunirnos con el Señor. Así que, por nuestro propio bien debemos afrontar positivamente nuestro destino y desempeñar nuestras responsabilidades llevando una vida moral, ética y positiva, sin incurrir en nuevas acciones que nos aten a esta creación.
Todo lo que hacemos está siendo dirigido por el Señor, de quien somos sus sombras. Esta es la manera que él ha diseñado para atraernos. El poema continúa:
A veces fluimos alegremente,
como el agua en la corriente del amigo.
Otras estuvimos estancados,
como el agua en la vasija del amigo.
A veces, mientras hervíamos como zanahorias en una olla,
él nos removía con la espátula del pensamiento.
Esa es la naturaleza del amigo.
La corriente del amigo no siempre fluye suavemente. Es así como discurre la vida, esa que Rumi llama “la naturaleza del amigo”. Al igual que se precipita el agua, fluyendo entre los obstáculos, las rocas y las charcas profundas, tampoco es apacible la corriente de nuestras vidas.
Los maestros espirituales señalan que la vida trata de enseñarnos a tomar decisiones correctas, unas que nos lleven hacia el Señor. El gran santo y místico persa, Zaratustra, decía que la vida era como la “prueba de fuego de la verdad”2, en la que constantemente tenemos que elegir entre ir hacia aquello que es verdadero y eterno o alejarnos, yendo hacia lo que es falso y efímero. Es la naturaleza de la existencia y el destino, el que nos enfrentemos a situaciones en las que tenemos que aprender a ir hacia lo positivo y alejarnos de lo negativo.
Rumi continúa diciendo:
Él sigilosamente acerca su boca a nuestro oído
para llenar nuestras almas con la fragancia del amigo.
Él nos explica que este amigo nos proporciona la guía interna por medio de susurrar en nuestros oídos y llenar nuestras almas con la fragancia del amor divino. Se refiere al sonido interno, a la música, a la voz del Señor, a la inspiración divina o a la intuición que nos ayuda a distinguir lo correcto de lo incorrecto. Este es el poder creativo del Señor, el Shabad o Nam, la corriente audible de la vida, que aprendemos a contactar en la práctica meditativa, y que poco a poco nos ayuda a mantener con firmeza un equilibrio, para guiarnos en el sendero espiritual. El Shabad es nuestro amigo verdadero interno o maestro.
En otro de sus poemas, Rumi dice:
Un sonido maravilloso nos llega
del cielo a cada momento.
Este sonido tan solo puede ser oído
por quien que se haya elevado interiormente. (Ibíd, p. 322)
El Señor nos guía constantemente desde el interior, si bien nosotros no siempre estamos sintonizados en la frecuencia correcta para recibir su mensaje. En otro de sus poemas continúa:
El amado tiene una interacción constante
con tu corazón y con tu alma.
Tú solo ves lo que ocurre
en la capa externa. (Ibíd, p. 175)
Nuevamente insiste en que el Señor siempre está conectado con nosotros, y constantemente nos guía desde el interior. Pero estamos distraídos con las apariencias externas y no siempre notamos su presencia. Él siempre está ahí, y no podemos apartarnos de él, incluso cuando lo intentamos. Aunque a menudo lo ignoramos.
En el poema original continúa Rumi hablándonos sobre la presencia del Señor.
Ya que él es el Alma de nuestra alma,
no podemos escaparnos de él.
En el mundo, jamás vi a un alma
que fuese enemiga del “amigo”.
Así que nosotros somos el alma con “a” minúscula y el amigo es el Alma con “A” mayúscula. Nosotros somos parte de él, no podemos escaparnos de él. Estamos en el amigo y el amigo está en nosotros. Igualmente recalca Rumi que el amigo está en todos. Él no tiene enemigos, ya que todos tenemos esta misma esencia que fluye en todos, lo que nos hace a los seres humanos ser iguales en el interior. Podemos parecer diferentes en el exterior; podemos tener distintas experiencias en la vida, o pertenecer a culturas diferentes o tener orígenes distintos, o hablar idiomas diferentes, pero en el interior todos somos similares al Señor, lo que nos hace iguales entre nosotros.
Rumi nos sigue hablando del amigo y dice:
Su timidez te derretirá
y te hará tan débil como el mechón de pelos,
pero a cambio de ambos mundos
no entregarías ni un pelo
del amigo.
El maestro y el Señor juegan una partida de amor para atraernos hacia el interior. Nos hacen sentir completamente fuera de control y débiles, para así aumentar nuestra receptividad y dependencia interior de él. ¿Pero podemos abandonar este sendero? No es fácil. Ni siquiera si recibiésemos todo lo que deseáramos de este mundo, pues para un buscador, el amor del amigo tiene un valor superior a cualquier cosa. Pero a veces, no reconocemos al Señor y su sendero. No le dejamos que se haga presente. Rumi continúa el poema diciendo:
Sentados con el amigo seguimos preguntándonos:
“oh amigo, ¿dónde estás?”.
Embriagados de ego preguntamos: “¿Dónde? ¿Dónde?”
incluso cuando estamos en la tierra del amigo.
Actuamos como si estuviéramos separados del Señor buscando en el exterior algo que no podemos encontrar. Seguimos en el exterior persiguiendo la felicidad interna y la plenitud. Estamos tan satisfechos por lo acertado de nuestras ideas, que nos dejamos “embriagar por nuestro ego”, hasta el extremo de no darnos cuenta de que lo que estamos buscando está en nuestro interior, más cerca que nuestro propio aliento, como Hazur solía decir. Estamos con el amigo en todo momento, si bien pensamos que disponemos de una identidad diferente y que esta es única y especial.
Es esta identidad la que nos priva del conocimiento del Señor. Es la que crea una barrera que nos hace incapaces de ver cualquier cosa más allá de la vida material, dando por hecho que esta es para nuestro propio disfrute y provecho. Él está con nosotros en todo momento, pero somos nosotros quienes le damos la espalda con nuestras distracciones. En otro poema titulado El secreto de la armonía, Rumi dice:
Ve y fúndete con la sombra del amigo;
no muestres ninguna traza de ti mismo. (Ibíd, p. 328)
Él nos está diciendo que la clave para que la sombra se haga verdaderamente una con el amigo, es “no mostrar ningún aspecto de nuestro ser”. Quiere decir que al fin y al cabo somos una sombra, y ¿cómo puede existir una sombra alejada de la entidad que la está creando? No podemos existir sin el Señor.
En el prólogo del libro Divan-e Shams-e Tabrizi, de donde se han tomado estas citas, el autor habla del énfasis que Rumi pone sobre la humildad (faqr) como el camino de unión divina, diciendo:
Tan solo cuando el ego haya sido aniquilado por completo, se confirmará de manera automática que la única existencia verdadera y eterna es la Dios. Cuando el buscador entienda esta realidad, comprenderá que todo le pertenece a Dios, incluido él mismo, que es como ese mendigo que absolutamente nada posee. Esta experiencia provocará un profundo sentido de liberación y una excepcional gratitud hacia Dios3.
Esta exhortación se entrelaza a lo largo de todos los poemas de Rumi, es decir que cuando podamos eliminar del camino a ese nuestro diminuto ser, podremos apreciar por completo la unidad con el Señor y estar agradecidos por todo lo que hace por nosotros a cada instante. Vivamos la existencia con esa idea. Baba Ji recientemente dijo que la humildad es tan simple como escuchar a los demás y tener en cuenta su punto de vista, mientras que el ego considera que siempre tenemos razón. ¿Entonces cómo podremos desarrollar nuestra relación con el amigo, cuando ni siquiera podemos ni queremos escucharlo?
Continúa en el poema original:
En una naturaleza débil, se crean imágenes impuras
y pensamientos indecentes.
Este no es el camino del amigo.
Rumi nos dice aquí que tenemos que fortalecer nuestro carácter para poder apreciar por entero al Señor. Nos explica que cuando sucumbimos a pensamientos negativos, corrompemos nuestras mentes y nos alejamos del Señor. Solo cuando nos concentremos y elevemos nuestros pensamientos errantes, llegaremos a ser receptivos del amor y guía que existe en nuestro interior. Necesitamos aquietar nuestra mente por medio de la meditación y así ser conscientes de nuestra unidad con el Señor.
Rumi finaliza su poema enfatizando la importancia de la meditación silenciosa. Dice:
Mantente quieto para que él pueda hacerse presente.
¡Tus palabras vacías y el ruido
no pueden compararse
con las palabras y el ruido del amigo!
- Jalal al-Din Rumi, Divan-e Shams-e Tabrizi (Selections), trans. Farida Maleki, Beas: RSSB, 2019, p. 130
- Taraporewala, Irach J.S., The Divine Songs of Zarathushtra, Bombay: Hukhta Foundation, 1993, Yasna 30.7
- Jalal al-Din Rumi, Divan-e Shams-e Tabrizi (Selections), p. 12