Un toque de gracia
Toda la creación está saturada de almas. De esos miles de millones de almas, hay un puñado de afortunadas a quienes el Padre ha bendecido llamándolas de vuelta a casa. Desde tiempos inmemoriales el Padre ha enviado a sus hijos, los hijos de Dios, a esta creación. Estos santos están en una misión única, y vienen a reunir a los suyos. De una forma u otra, estas almas elegidas tienen asociaciones con un santo en particular, que les hace entrar en contacto con él. En ese contacto, cuando el alma del maestro toca el alma de su discípulo, ocurre el mayor acontecimiento cósmico que se pueda imaginar. Una vez establecido ese contacto, el discípulo comienza su viaje espiritual de regreso a su hogar.
No sabemos durante cuántas vidas hemos anhelado encontrarnos con uno de los amados hijos del Padre. Lo que sí sabemos es que una vez que su mirada de amor ha caído sobre nosotros, una relación espiritual comienza a desarrollarse. La profundidad e intensidad de esta relación espiritual es tal que todo en la vida se transforma radicalmente. Todo nuestro enfoque se redirige de fuera a dentro. Esto no ocurre de la noche a la mañana, puede que lleve toda una vida, pero sucede. Lenta pero gradualmente, de la forma más sutil, nuestra atención es atraída hacia el interior. A nuestra realidad tridimensional se añade una nueva dimensión, la dimensión espiritual. Esa dimensión solo se puede experimentar. Es el milagro que ocurre continuamente, el convivir ante la presencia de la divinidad. Los santos lo llaman el Shabad y estos maestros del Shabad inspiran a sus discípulos a convertirse en practicantes del Shabad.
En la iniciación el maestro conecta al discípulo con el Shabad, el Logos, la Palabra o el Espíritu Santo. Y lo más importante es que implanta su forma astral en nuestro ser, para acompañarnos y guiarnos en nuestro viaje cósmico y espiritual de vuelta a la fuente de la creación. Este viaje está tan absolutamente más allá de nuestra comprensión, que todas las palabras y pensamientos no nos dan ni la más mínima idea de lo que esto implica. Lo maravilloso, sin embargo, es que, en lo profundo de nosotros, algo o alguien, alguna entidad indescriptible lo sabe. Es esa chispa de la divinidad que nunca se ha extinguido, la que lentamente comenzará a arder con un brillo cada vez mayor. La práctica del Shabad se llama meditación, pero no se parece en nada a lo que la gente piensa actualmente sobre la meditación o atención plena. Va más allá de un compromiso de por vida, aunque eso también forma parte de este pacto divino. Esta meditación en el Shabad se convierte en el eje de nuestra vida, alrededor del cual gira todo lo demás. Se convierte en una parte tan importante de nuestra forma de vida, que un día nos despertaremos y descubriremos que es lo más natural del mundo.
A través de la iniciación se nos ha devuelto lo que mejor se puede llamar nuestro derecho de nacimiento espiritual. Al fin, podemos empezar a llevar una vida natural, es decir, una vida en consonancia con lo divino. No durante una parte del día, sino durante las 24 horas del día. Para que esto suceda, en primer lugar se necesita disciplina. Además de disciplina necesitamos perseverancia. Además de perseverancia, necesitamos paciencia. Más que nada, el sendero del Shabad es un sendero de espera y paciencia, en el que vamos descubriendo y experimentando que hay una increíble dulzura en esta espera en la oscuridad. Huzur Maharaj Ji se refiere a ello en Discursos espirituales, Vol. 1, del siguiente modo:
Si puedes aceptar lo que te llega a través de él, entonces lo que sea se vuelve divino en sí mismo: la vergüenza se convierte en honor, la amargura en dulzor, y la burda oscuridad en clara luz1.
Durante la sesión de octubre de 2019 en Dera, Baba Ji dijo un par de veces que deberíamos estar agradecidos de que Huzur Maharaj Ji nos hubiera dado un camino fácil. No tenemos que mantenernos sobre una pierna o torturar el cuerpo de ninguna manera. Lo nuestro es el camino de no hacer nada. ¿Cuán difícil puede ser eso? Nos piden que practiquemos un arte que es único en su simplicidad y que puede realizarse en todas las circunstancias. Es el arte de no hacer nada, una práctica que tiene como objetivo elevarse por encima de los asuntos rutinarios del mundo. En apariencia, parece como si nada especial estuviera sucediendo. Pero tan solo con mirar un poco más profundo y recordar lo que hemos dejado atrás, es cuando nos damos cuenta de que un proceso constante de cambio ha tenido lugar a lo largo de los años.
Hemos superado obstáculos que inicialmente podrían haber parecido insuperables. Los apegos profundamente asentados habrán perdido su poder de atracción, y de la manera más natural habremos comenzado a llevar una vida más simple. El martilleo de la repetición habrá hecho su trabajo, y la comprensión de la fugacidad de la vida se ha asimilado al máximo. Un cambio de enfoque ha tenido lugar y nuestra visión de la vida se ha vuelto cada vez menos dirigida hacia fuera, pero cada vez más dirigida hacia dentro. De un ser humano que mira hacia afuera, nos hemos convertido en un ser humano que mira hacia adentro. Huzur solía explicar esto tan bellamente cuando comentaba sobre el Evangelio de Juan, que dice: “Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna”2.
Se trata de buscar ese tesoro interior, y para conseguirlo vale la pena renunciar a todo. Esa es la riqueza que realmente nos pertenece, es nuestro tesoro personal y propiedad personal. Acceder a ese tesoro interior conlleva una sensación de satisfacción y profunda gratitud. Sumergirse en él nos brinda paz mental. Ese es el milagro diario, que nos liberamos de nuestros apegos y al mismo tiempo nos anclamos en un estado de ser, que solo puede considerarse sobrenatural.
Como el Gran Maestro dice en El amanecer de la luz:
La atención debe ser llevada al interior, y cuando le guste permanecer allí, lo mismo que el viajero que regresa a casa, encontrará paz dentro3.
Por nuestra cuenta, nunca llegaríamos a ninguna parte, y mucho menos al centro del ojo. En nuestro viaje interior, el maestro interior nos guía a cada paso del camino, lo que inicialmente es para la mayor parte un proceso inconsciente. A través de la gracia infinita del maestro, un trabajo sutil hace que nuestra conciencia se abra. El núcleo interno de nuestro ser se toca y se sintoniza con más precisión. Así pues el discípulo comienza a darse cuenta más y más profundamente de que realmente no está haciendo nada. Algo diferente está en funcionamiento y el discípulo se convierte en un espectador de su propia vida. También se da cuenta de que no está caminando solo, y de alguna manera el sentimiento de la presencia del maestro está en el trasfondo de todas sus acciones. Un cambio de conciencia ha tenido lugar, trayendo consigo un enfoque concentrado en la tarea en cuestión, y eso es hacer nuestro verdadero trabajo, el trabajo del maestro. La meditación diaria del Shabad se convierte en tal fuente de fuerza e inspiración, causando un deseo tan profundo de estar en contacto con la divinidad que todo lo demás se convierte en algo secundario. Es más que una prioridad, es el salvavidas que no podemos ni queremos soltar, cueste lo que cueste.
Cuando nos iniciamos y se nos envía al mundo con una nueva conciencia, nos enfrentamos a la formidable tarea de encontrar espacio para nuestra meditación en medio de todas nuestras actividades. El maestro nos hace pasar por nuestros karmas, tantas obligaciones mundanas que requieren nuestra atención, que lenta e imperceptiblemente nuestra meditación se va convirtiendo en todo menos en el centro de las prioridades. No hay que preocuparse en este sentido, estamos pagando nuestros karmas y las llamadas de atención regulares llegarán. Pueden llegar de cualquier forma, inesperadamente y bajo cualquier circunstancia. No debemos ignorar estas llamadas de atención, pues vienen directamente de él. No es más que el maestro titiritero tirando de las cuerdas, no permitiendo que su discípulo se desvíe demasiado.
Nos está llenando de un nuevo sentido de vigor y determinación, y no queremos soltarle la mano. Puede que de repente descubramos que el tiempo de meditación que antes se nos escapaba de las manos, se ha convertido en un punto de apoyo tan fuerte en nuestra vida. Siempre tenemos tiempo para ello, es la mejor parte de nuestro día, y no el tiempo libre que nos queda después de terminar todas las obligaciones mundanas. Es el tiempo más valioso; realmente vivimos la vida al máximo. Un día todo el trabajo duro de la meditación dará fruto. Es el retiro más allá de todos los retiros, se siente como volver a casa en una dimensión que solo podríamos soñar. Y sin embargo, este regreso a casa es la sensación de estar cerca del maestro y del Shabad. Ese sentimiento que no queremos perder por nada del mundo. Es el amor divino que ha encendido todo nuestro ser.
En el transcurso de una vida, el panorama general se desarrolla lentamente. Estamos tan absortos en la creación, con todas sus tentaciones y atracciones, pero también con profundos miedos, especialmente a lo desconocido, que el gran propósito por el que hemos venido aquí se nos escapa totalmente. Sin embargo, es el efecto de la práctica de la meditación de toda la vida, la que nos vuelve gradualmente conscientes de estar involucrados en un proceso de transformación que cambia la vida, y cuya magnitud está más allá de nuestra comprensión. Un completo cambio de perspectiva y reorientación nos obliga a buscar la conexión con una realidad interior, que es mucho más real que la realidad exterior.
El sendero de los maestros es un sendero vivo, con un maestro vivo. Es el maestro vivo el que nos da un nuevo sentido de la vida y de la dirección, enseñándonos el significado más profundo de la vida con y sin palabras. Damos nuestras respiraciones por sentado, creyendo de alguna manera que tenemos una reserva interminable de ellas. Al elevar nuestra conciencia, el maestro nos hace ver cuán único y precioso es el regalo de una vida humana. Y que es por compasión que el Padre nos ha agraciado con un cuerpo humano, que se asemeja a un templo del Dios vivo.
La verdadera religión del hombre no trata de ningún adorno exterior. La unión con la divinidad tiene lugar a nivel interno, dentro del templo que llevamos con nosotros dondequiera que vayamos. Se nos ha provisto de tal manera que bajo ningún concepto, hay que perder la oportunidad de entrar en contacto con esa realidad interna. El maestro vivo se convierte en una presencia viva, cuyo amor ilimitado puede inundar nuestro ser en momentos inesperados. Hay un director invisible en el trabajo dando instrucciones escénicas, dándonos la sensación de que nuestra vida está en sus manos. Con ese sentimiento viene una sensación de confianza, empezamos a sentir y ver su mano que nos guía en los asuntos de nuestra vida. Todo esto forma parte de la relación con la divinidad que se está recuperando.
Los santos han venido a esta creación con una misión de amor. Si hemos tenido la increíble suerte de que uno de estos santos o maestros vivos nos haya iniciado, estaremos totalmente de acuerdo con la siguiente cita de A Treasury of Mystic Terms, Vol 11:
Los místicos dicen que la naturaleza de Dios es el amor, que es un océano de amor. La experiencia de este amor es profundamente dichosa y fascinante, y una vez que el alma lo prueba, todos los demás placeres palidecen en comparación. Esto automáticamente separa la mente del mundo y de la creación. El amor y la dicha son atributos primarios del alma, así como de Dios, y cuanto más se acerca un alma a él, más se experimenta la dicha divina4.
- Maharaj Charan Singh, Spiritual Discourses, Vol. 1; 1st ed. 1964, 1987; p.91
- Maharaj Charan Singh, Luz sobre San Juan, p.88
- Maharaj Sawan Singh, El amanecer de la luz, carta 64, p.205
- Treasury of Mystic Terms, Vol. 11, p. 45