Nuestra Situación Actual
¿A quién no le gustaría ser feliz? El deseo de felicidad es uno de los combustibles más potentes que impulsan la vida humana. Sin embargo, ¿cuántas personas podrían afirmar que la han conseguido plenamente? La mayoría de las personas pasamos nuestras vidas persiguiendo la felicidad de una u otra manera. Queremos que nuestra felicidad sea duradera. La buscamos de muchas maneras y en distintos lugares: en la persona ideal, en el trabajo perfecto, en el dinero, en el sexo, leyendo libros, viajando, bebiendo, yendo al cine, en las drogas, saliendo a comer, sirviendo a los demás, comprando cosas, buscando poder, popularidad, fama y de mil maneras más. Básicamente todas estas cosas están fuera de nosotros, lo cual implica que pensamos que la felicidad se encuentra en el mundo exterior.
A veces pensamos que hemos logrado lo que estábamos buscando, pero esa sensación pronto se desvanece. Si por medio de cosas externas experimentamos algún sentimiento de satisfacción, nunca dura mucho; y ese es el problema. Tarde o temprano necesitamos algo más y buscamos una nueva fuente de felicidad. La mente se cansa de lo que tiene, y sentimos frustración o que algo nos falta. Una vez más, nos dirigimos al mundo en busca de algo nuevo. Si es un coche nuevo lo que nos proporciona deleite, al cabo de un año el placer se desvanece al haberse convertido en un modelo anticuado que ya no nos satisface. Lo mismo sucede con nuestras relaciones, con nuestro trabajo, con las diversiones; en realidad, ocurre lo mismo con todo lo que se puede comprar con dinero, con los objetos del deseo y con todos los llamados atractivos de la vida.
Podemos preguntarnos, ¿hay en el mundo algún deleite o felicidad que no cambie y que permanezca siempre con nosotros? Puede que algo en nuestro interior diga: Sí; tal felicidad es posible con tal que las cosas sean diferentes…, si consigo ese ascenso…, si pierdo diez kilos…, si encuentro a la persona adecuada… Pero resulta que el mundo no se adapta a lo que necesitamos y volvemos a sentirnos de nuevo insatisfechos.
Así que la siguiente pregunta que nos hacemos es: ¿No será que estamos buscando la felicidad en el lugar equivocado? Y para responder a esto, primero necesitamos hacernos otra pregunta: ¿Quién o qué soy yo?
Si se encierra a un león en una jaula, ¿podríamos tener una idea del verdadero potencial del animal? Si a un pez de agua dulce lo pusiéramos en el mar, ¿sobreviviría ese pez? El león se sentiría preso y sufriría, y el pez con toda seguridad moriría. Esto se debe a que cada criatura tiene sus necesidades específicas. Así pues, ¿cuáles son nuestras necesidades como seres humanos? ¿Conocemos nuestra propia naturaleza? Únicamente si entendemos quién o qué somos, podremos saber lo que nos satisfará. ¿No será que estamos equivocados sobre cuál es nuestra verdadera naturaleza? ¿No será esta, quizás, la razón de que nos resulte imposible ser felices durante mucho tiempo?
Una visión espiritual del mundoAunque estamos hechos de materia, los seres humanos también tenemos una dimensión mental, otra emocional y otra espiritual. Para realizar todo nuestro potencial, necesitamos desarrollar estas cuatro dimensiones. Estos cuatro aspectos del ser humano pueden compararse con las cuatro ruedas de un coche. Si una de las ruedas está deshinchada, el coche no funciona debidamente. La mayoría de la gente dedica mucho tiempo y energía a desarrollar su naturaleza física, mental y emocional. Frecuentemente se desarrolla una a costa de las otras dos. Muy pocas personas tienen alguna noción de su gran potencial espiritual. De hecho, muchas no tienen ni idea de que exista. Por lo tanto, su vida carece de equilibrio, como el coche con un neumático deshinchado.
El secreto de una vida plena consiste en desarrollar esta dimensión espiritual. Sin embargo, para conseguirla necesitamos reorientar nuestra vida. Esta nueva orientación hacia la espiritualidad nos dará una nueva manera de ver las cosas, nos dará la visión o la perspectiva espiritual e influirá en nuestra manera de responder ante el mundo. Nos ayudará a reconsiderar nuestra manera de enfocar la vida diaria y a redefinir nuestros valores y prioridades. Si lo hacemos así, podremos ver realmente quién y qué somos. Con una visión espiritual del mundo, comprenderemos mejor nuestra naturaleza espiritual y su gran potencial. Esta comprensión nos ayudará a conseguir una felicidad más profunda y constante, al abrirnos la posibilidad de una vida más equilibrada y completa. Igual que el pez necesita agua fresca para vivir y el león necesita libertad, así también los seres humanos, para sentirnos bien y desarrollar todo nuestro potencial, necesitamos alimento espiritual. La llave de la felicidad consiste en devolver a nuestras vidas la espiritualidad que una vez perdimos. El secreto de una vida feliz, serena y realizada consiste en hacer del desarrollo espiritual nuestra primera prioridad.
Los objetos del deseoEl problema más grande que tenemos para reconocer nuestra necesidad espiritual es que estamos demasiado absortos en el mundo y sus objetos. Nuestra mente no tiene tiempo ni espacio en su agenda diaria para considerar ninguna otra cosa. Como el corcho de una botella lanzado al océano, nuestra mente va y viene al capricho de las olas de los sentidos. Como un mono, nuestra mente jamás se está quieta. La mente se halla completamente absorta en cualquier cosa que experimente fuera de sí misma. Cada uno de sus poros está lleno hasta el borde de los placeres de los sentidos. Continuamente estamos siendo bombardeados por las promesas del mundo.
Nuestra interminable actividad mental se refleja en lo obsesionados que estamos con nuestra familia, nuestros amigos, nuestro trabajo y nuestras posesiones. Pero, ¿es que esto nos pertenece realmente? Sabemos que al morir nada irá con nosotros, que tendremos que abandonar nuestros cuerpos y dejar todas las cosas que hayamos acumulado, que nada ni nadie de este mundo han acompañado ni acompañarán nunca a las personas más allá de la muerte, ni jamás lo harán. Abandonaremos todos los bienes que hemos acumulado y diremos adiós a nuestros seres queridos. Lo queramos o no, todo lo relativo al mundo físico tiene que abandonarse a la hora de la muerte.
En teoría sabemos todo esto, pero ¿no es posible que cuando venga la muerte veamos que nos hemos equivocado, que las cosas que considerábamos reales no eran sino una sombra de la realidad? ¿Es posible que nos demos cuenta de que la vida es algo más que lo que acabamos de pasar?
Construyendo castillos en el aireImaginemos, como dijo Shakespeare, que el mundo es como un teatro. Todos venimos aquí para interpretar ciertos papeles: unos como marido o mujer, otros como hijo o hija y otros como acreedores o deudores. Pero una vez interpretado nuestro papel, salimos del escenario exactamente igual que los actores para volver a ser lo que ‘realmente’ somos. El mundo, como el teatro, no es permanente. Si desarrollamos una visión del mundo que dé a las cosas su verdadero valor, obtendremos la fortaleza necesaria para impedir que nos ahoguemos en las tormentas de la vida. Con la correcta comprensión de las cosas, aprenderemos a estar en el mundo sin dejarnos arrastrar hacia abajo por él. Una barca flota sobre el agua, pero si el agua penetra en la barca, la barca se hunde.
¿Hemos pensado alguna vez en lo extraño que es el hecho de que trabajemos día y noche durante toda nuestra vida con el fin de adquirir cosas que nunca podrán ser realmente nuestras? Nos agotamos corriendo tras ilusiones. Padres, cónyuges, hijos, amigos, dinero y posesiones, todo desaparece con la muerte y a veces, incluso, antes de que muramos. Con nuestro último aliento los dejamos a todos para siempre y, sin embargo, durante todos nuestros días vivimos y trabajamos solamente para ellos. Descubrimos demasiado tarde que hemos pasado nuestras vidas construyendo castillos en el aire.
Ahogándonos en un mar de cosasPara muchos de nosotros, gran parte de la vida consiste en tratar de mantener el equilibrio. Es como si estuviéramos luchando para mantenernos de pie en medio de una gran multitud que nos estuviera empujando por todas partes. Parece como si la vida exigiera que nos convirtiéramos en equilibristas profesionales, pues tenemos que desempeñar bien nuestros empleos, educar bien a nuestros hijos, amar a nuestros seres queridos, dedicarle tiempo a nuestros amigos, a nuestra familia y a nosotros mismos. En este complicado mundo que nos hemos creado, también necesitamos cuidar de nuestras casas, de nuestros trabajos, de nuestros cuerpos, de nuestras cabezas, de nuestros corazones y nuestras almas. Al mismo tiempo queremos hacer deporte, ir al cine, ver televisión y hacer muchas más cosas. Queremos todo esto y, como si no fuera bastante, para complicar aún más las cosas, queremos más dinero, más poder, más reconocimiento, más posesiones y más de todo. El problema es que no podemos tenerlo. Y no podemos tenerlo por la sencilla razón de que no tenemos tiempo. Y aunque lo tuviéramos, una vez que satisfacemos un deseo surge otro y nuestro limitado tiempo y energía no pueden responder a nuestras propias exigencias. No importa cuánto nos esforcemos, simplemente no podemos con el tiempo del que disponemos satisfacer todas las demandas de los deseos que genera nuestra mente.
Equilibrando nuestras vidasPor consiguiente, para dar sentido a nuestras vidas tenemos que reflexionar sobre lo que es beneficioso para nosotros. Tenemos que seleccionar bien nuestras prioridades. Nos esforzamos por conseguir el equilibro, sin embargo, como el resto de cualidades admirables, es difícil de conseguir. El equilibrio significa reconocer, de nuestros muchos intereses, cuáles son nuestras necesidades reales y, posteriormente, reorganizar nuestras prioridades para reflejar esas necesidades. Esto implica el abandono de algunos de nuestros apegos tenazmente mantenidos. Para ello tenemos que estar preparados para formularnos a nosotros mismos algunas preguntas comprometedoras. Pero merece la pena que nos hagamos tales preguntas, porque el equilibrio es fundamental para conseguir la autorrealización; y sin la autorrealización, esto es, sin saber quién somos no podemos llegar muy lejos en la vida.
Nuestra sociedad actual nos dice que para mantener el equilibrio tenemos que tener un esposo, hijos, una casa, uno o dos coches y un buen trabajo. También es importante tener entretenimientos, ir a la iglesia, participar en actividades cívicas y una lista de cosas sin fin. El auténtico equilibrio tiene poco que ver con todo esto, porque todas estas cosas son externas y el verdadero equilibrio tenemos que encontrarlo, antes que nada, en nuestro propio interior. Equilibrar los aspectos externos de la vida es magnífico para quien solo se contente con lo superficial de la vida. Sin embargo, para muchas personas eso no es suficiente porque quieren liberarse de sus limitaciones, de ser poseídos por sus posesiones y desean escapar del desconcierto, la decepción y la frustración de la vida en este plano. Les interesa dejar de vivir en la ilusión y despertar a lo que es realmente la vida.
Únicamente si despertamos de la ilusión en la que transcurre nuestra existencia sabremos lo que significa estar vivo. La mayoría de nosotros no vivimos, simplemente existimos. Pensemos que en la corta vida que se nos ha asignado, pasaremos (según estadísticas recientes): seis meses ante los semáforos esperando su cambio, un año buscando en el escritorio las cosas que hemos colocado fuera de su sitio, dos años telefoneando a personas que están ausentes o cuyas líneas están ocupadas y cinco años haciendo cola. Sumado, es mucho tiempo el que perdemos. Y lo que perdemos no es solo el tiempo sino también la oportunidad de sacarle mejor provecho a nuestras vidas, de percibir lo que somos y saber lo que realmente necesitamos.
Es muy importante nuestra manera de utilizar el tiempo y lo que hacemos con él. Complicamos nuestras vidas porque creemos erróneamente que para ser felices y llevar una vida equilibrada necesitamos todas esas cosas exteriores. Pero no tiene porqué ser así. Tenemos otras opciones. Sin embargo, para encontrar esas opciones tenemos que mirar dentro de nosotros mismos y dejar de buscar en el exterior.
Es nuestra búsqueda constante de las cosas mundanas y nuestra preocupación por los objetos, personas y actividades, lo que nos mantiene encerrados en un círculo de sufrimiento y frustración. El desarrollo de una vida espiritual interior es una eficaz herramienta que puede ayudarnos a alcanzar, dentro de nosotros, el equilibrio y la felicidad que intentamos conseguir fuera. Sin embargo, uno puede preguntarse: “¿Cómo se consigue esto?”, y la respuesta lógica, inmediata y fundamental, es que hay que recurrir a la ayuda de los que entienden del problema y conocen la solución. Necesitamos ponernos en contacto con las personas que han desarrollado su potencial espiritual y pueden enseñarnos a nosotros cómo conseguir lo mismo.
Los místicosLos místicos o santos son las personas que nos pueden enseñar la manera de encontrar lo que estamos buscando, precisamente porque ellos mismos lo han conseguido y son ejemplos vivos de ese estado de equilibrio que nosotros buscamos.
El término ‘místico’ ha sido muy mal interpretado en la cultura occidental. A los místicos se les tiene frecuentemente por seres retraídos, poco prácticos, desprovistos de sentido común y retirados de la vida familiar y de los asuntos mundanos. Sin embargo, si tenemos la suerte de encontrarnos con un verdadero místico, veremos un cuadro muy diferente. Veremos que los verdaderos místicos no eluden las responsabilidades mundanas. Al contrario, en cualquier cosa que realicen obtienen un nivel extraordinariamente alto de productividad y eficiencia. Mantienen el control sobre sus emociones, pensamientos y acciones, y de su interior irradian una inmensa paz y alegría.
Los términos ‘místico’, ‘santo’ y ‘maestro espiritual’, tal y como son utilizados en este libro, hacen referencia a alguien que ha experimentado por sí mismo la totalidad del universo, se ha fundido en él y ha conocido todos sus secretos. Un verdadero místico o santo es alguien que tiene autoridad para hablar sobre temas tales como la vida y la muerte, basándose en su experiencia personal. En consecuencia, los místicos pueden explicarnos la manera de dar más sentido a nuestras vidas. Pueden orientarnos sobre qué procedimientos son beneficiosos para nosotros y cuáles no.
Como los místicos tienen conocimiento directo de los misterios del universo, pueden responder a preguntas como: ¿Qué nos sucede cuando morimos? ¿De dónde venimos? ¿Cómo podemos remontarnos por encima de nuestras limitaciones? ¿Cuál es el objeto de la vida? ¿Existe Dios? ¿Existe el alma? y ¿cómo podemos encontrar esa felicidad y paz mental que pondrán fin, de una vez por todas, al dolor, al aburrimiento, a la inquietud, a la frustración, a la soledad y a todas las demás emociones negativas a las que tenemos que enfrentarnos?
Las respuestas a todas estas preguntas constituyen las enseñanzas de los santos y son el tema central de este libro. Las enseñanzas de los místicos están basadas en su experiencia interior, no en lo que ellos han leído o escuchado. Los místicos son personas que han hecho de la espiritualidad el centro de sus vidas. Viviendo con este enfoque, encarnan las mejores cualidades humanas y trascienden las limitaciones humanas normales. Por medio de una técnica específica, pueden abandonar el cuerpo y regresar a él a voluntad. Han vencido a la muerte y descifrado los misterios del universo. Tales místicos o santos verdaderos siempre han estado presentes en la tierra.
Los santos y místicos vienen a este mundo en calidad de maestros espirituales para recordarnos quién somos realmente. Vienen a ayudarnos a eliminar nuestras limitaciones y a que consideremos la vida en su aspecto positivo. Nos aconsejan que no nos contentemos con escuchar sus palabras, sino que demostremos la verdad de sus enseñanzas poniéndolas en práctica nosotros mismos.
Los místicos nos explican que aunque estamos en un cuerpo no somos ese cuerpo, sino que somos el alma que habita en ese cuerpo. Somos una intrincada mezcla de cuerpo, mente y alma. El alma es nuestra esencia, la mente es su cubierta y el cuerpo una residencia temporal. Cuando el cuerpo muere, el alma continúa existiendo. En otras palabras, la muerte no es el final de nuestra vida, nuestra vida continúa después de morir nuestro cuerpo. De hecho, los místicos nos dicen que hay muchas dimensiones por las que puede pasar el alma y que este universo con todos sus planetas, estrellas y galaxias es tan solo una diminuta parte del inmenso océano de la creación. Nos dicen también que donde hay una creación hay un Creador.
En las discusiones sobre la creación del universo, la ciencia ha apoyado predominantemente la teoría del ‘big bang’. Popularmente existe la creencia de que los científicos no admiten la existencia de Dios. De ahí que tal vez les sorprenda a algunos que Albert Einstein (con todo su genio científico y sus conocimientos sobre la física del universo) concluyera que Dios existía. En una ocasión, Einstein dijo: “Para mí, es suficiente contemplar el misterio de la vida consciente que se perpetúa a lo largo de toda la eternidad, reflexionar sobre la maravillosa estructura del universo que vagamente podemos percibir y esforzarme humildemente por comprender, al menos, una infinitésima parte de la inteligencia manifestada en la naturaleza”. En respuesta a esto, Robert Millikan, decano y científico americano, declaró a la Sociedad Física Americana: “Es una definición tan buena de Dios como necesito”.
Esta asombrosa e importante declaración sobre la omnipresencia del Creador de Einstein, el científico más eminente del siglo XX, convence a la mayoría de nosotros al considerar el profundo significado de sus palabras: “Para mí es suficiente contemplar el misterio de la vida consciente que se perpetúa a lo largo de toda la eternidad; … reflexionar sobre la maravillosa estructura del universo que vagamente podemos percibir y esforzarme humildemente por comprender … la inteligencia manifestada en la naturaleza”.
A lo largo de la historia, la gente ha insistido frecuentemente en que la ciencia y la espiritualidad son dos cosas distintas, pero eso no es cierto. Los escritos de científicos como Einstein muestran que ellos ‘sabían’ que había algo más allá de la dimensión tiempo y espacio. Sin embargo, no pudieron verificarlo. Los místicos son científicos del espíritu que han desarrollado todo su potencial, hasta llegar a dominar la ciencia del alma y experimentar personalmente las dimensiones que existen más allá de la mente y la materia, y así han comprobado por sí mismos la realidad absoluta. Por lo tanto, son los más calificados para enseñarnos el procedimiento por el que también nosotros podemos desarrollar todo nuestro potencial.