Limitando al Amor
El amor, nos enseñan los santos, es la fuerza más completa e inquebrantable de la vida. El amor, más que ninguna otra cosa, nos conduce a una existencia equilibrada y feliz. Pero mientras el amor no llegue a ser nuestra cualidad dominante, nuestra mente y nuestros sentidos seguirán limitándolo.
Los límites del conocimientoEl amor es otro nombre del espíritu de Dios, que es una realidad ilimitada y presente en todo. El intelecto solo puede cuantificar, no puede captar lo eterno e inmortal. Esto solo puede ser captado por el alma. No podemos imaginarnos a Dios, porque Él rebasa la capacidad de la mente y del intelecto humano. Pensando no podemos conseguir ninguna experiencia de Él, aun cuando leamos cientos de libros o nos pasemos toda la vida hablando de Él.
Es necesario que aceptemos con nuestro entendimiento algunas de las limitaciones a las que debemos de enfrentarnos cuando estudiamos un tema tan importante. En La Liberación del Alma, Stanley White dice: “Nuestra mente, como afirma la ciencia, es una entidad finita. Esto significa que tiene límites. Solo puede hacer ciertas cosas y luego no puede hacer más. Por ejemplo: podemos multiplicar números en nuestra mente sin ayuda de papel y lápiz, pero solo podemos hacerlo hasta cierto punto antes de que nos sintamos frustrados. Podemos escuchar sonidos solo en gamas específicas de frecuencia, pero cuando las ondas del sonido se extienden más allá de nuestro campo auditivo no podemos oírlo. Tampoco podemos percibir la presencia de los rayos X, infrarrojos o ultravioletas, pero esto no significa que no existan. Esto solo muestra que no podemos verificar su existencia con nuestros sentidos.
”En este mismo instante estamos siendo bombardeados por ondas de radio de emisoras locales, pero no podemos verificar esta existencia hasta que ‘sintonizamos’ su frecuencia por medio de un receptor especialmente diseñado. Pocos de nosotros seríamos tan insensatos como para negar la existencia de la transmisión de la radio y la televisión, simplemente porque no podemos oírlas sin la ayuda de nuestros sentidos. Llegamos así a un importante principio de la vida: Existen cosas que no pueden percibirse con los sentidos.
”… Los grandes maestros espirituales han afirmado que Dios es infinito. Esto significa que Él carece de limitaciones de cualquier tipo. ¿Cómo puede una entidad finita como la mente, comprender algo infinito como Dios? Es obvio que nos hemos encontrado con un problema bastante difícil de resolver. ¿Cómo va la mente a entender algo que es más grande que ella?
”… Trata de recordar mientras lees que no es posible explicar con detalle cada uno de los conceptos espirituales, ya que no hay palabras para transmitir las experiencias que rebasan los reinos de la mente y la materia. Puesto que las palabras vienen de la mente, no pueden expresar una realidad superior a la experimentada por la mente. Con este punto firmemente asentado en nuestra conciencia, intentemos ahora usar palabras, lo mejor que podamos, en un esfuerzo por dar a la mente nociones espirituales de las que pueda sacar provecho”.
A fin de cuentas, únicamente resulta útil el conocimiento usado con el fin de comprender a Dios y a nuestro propio ser verdadero. Todos los demás conocimientos, aunque puedan ser beneficiosos en algún aspecto de la vida, son demasiado superficiales para ayudarnos a contactar con nuestro verdadero ser y realizar en nuestro interior el poder del Creador.
Podemos percibir este poder experimentándolo en vida, no leyendo, hablando o pensando sobre él. Y para experimentarlo, necesitamos llevar una vida espiritual que nos conduzca a las regiones de consciencia pura que se encuentran dentro de nosotros. Con la expresión ‘vida espiritual’ nos queremos referir a una vida de comunión con esta energía, con este poder, no a una vida empleada solo en pensar, leer o hablar sobre ello.
Dios está en todas partes, en cada partícula de la creación. También está presente en cada uno de nosotros, pues, ¿no somos parte de la creación? El error que cometemos es que dirigimos nuestros esfuerzos para encontrar a Dios fuera de nosotros, pero curiosamente, nunca pensamos en buscarle interiormente. Las enseñanzas de los santos nos orientan hacia donde tenemos que buscar para encontrar a Dios. El principio es simple: el Creador que buscamos no puede hallarse fuera. Dios debe realizarse en el interior del cuerpo humano con la práctica de la meditación.
Una vez que hayamos encontrado al espíritu de Dios en nuestro interior, superaremos nuestros limitados conceptos y comprobaremos que Dios está en todas partes; no hay ningún lugar de la creación donde Él no esté. Sin embargo, los santos nos dicen que no es posible ver a Dios en la creación a menos que primero lo hayamos experimentado dentro de nuestro propio ser.
Los límites de los ritos y las ceremonias externasEn lugar de llegar a Dios a través del océano del amor, nos involucramos en rituales y tradiciones. Todas las religiones predican a la humanidad las mismas verdades éticas y espirituales. Sus principales enseñanzas son que todo el mundo tiene que observar buena conducta, tener fe en el Creador, amarle y llegar a la comunión con Dios.
En lugar de hacer hincapié en los principios fundamentales de la espiritualidad, las religiones actuales nos piden que adoremos o veneremos a místicos del pasado como Cristo, Krishna, Lao-Tsé, Gurú Nanak, etc. Sin embargo, no nos dicen de qué modo esos místicos lograron la realización espiritual ni cómo podemos en realidad conocerlos para poder aprender de ellos. Las religiones subrayan la necesidad de tener fe en una u otra escritura religiosa, pero no nos ofrecen detalles sobre cómo podemos nosotros experimentar las mismas experiencias espirituales que se describen en ellas. Nos dicen que nuestro objetivo es conseguir la comunión con Dios, pero no nos proporcionan las herramientas para conseguirlo. Nos prometen la salvación, pero mediante la fe y solo después de la muerte.
Los ritos y las ceremonias externas han ocupado el lugar de la experiencia interna de Dios. Nos contentamos con ir a nuestros templos, sinagogas, iglesias o mezquitas en los días festivos prescritos, pensando que ganaremos la salvación asistiendo a los servicios religiosos y escuchando a un sacerdote, rabino, pundit o mullah recitar nuestras sagradas escrituras.
Si nuestro objetivo es reunirnos con Dios, ¿cómo vamos a conseguirlo mediante ritos y ceremonias externas? Las liturgias, misas, ritos y demás ceremonias externas en los lugares de culto no hacen sino limitar e impedir nuestro esfuerzo por buscar a Dios en nuestro interior, porque ponen la adoración externa en su lugar. “El reino de Dios está dentro de nosotros” (Lucas 17,21), o como lo dice San Pablo: “Nosotros somos santuario de Dios vivo” (2 Corintios 6,16). Estas son palabras de la Biblia, pero, ¿las entendemos o les hacemos caso? Puede decirse que no. En realidad, nuestros templos, mezquitas y sinagogas constituyen la expresión de cómo intentamos limitar a Dios a lo físico. ¿Cómo podemos limitar al Ilimitado? ¿Cómo Dios, que está en todas partes, puede ser limitado por muros de ladrillo, cemento y piedra?
Los santos se refieren a la verdad, y hablan de un camino sencillo para acceder a la divina realidad que se encuentra dentro de cada persona. Este camino, dicen ellos, es el método natural para el autodescubrimiento. Ha sido creado por Dios y ha existido a lo largo de toda la humanidad. No ha sido diseñado por el hombre. No tiene nada que ver con ritos y ceremonias externas, ni termina en una conducta moral o en buenas obras. Los santos enseñan que Dios existe, y todas las religiones intentan establecer comunión con Él. La senda o disciplina de comunión con Dios es comúnmente llamada religión. ‘Religión’ proviene de la palabra latina ‘religare’, que significa ‘atar’ o ‘unir’. Su objetivo verdadero está oculto en la raíz de la palabra. Religión significa ‘reunión con Dios’. Solo podemos reunirnos con Dios si le encontramos en nuestro interior; el sendero espiritual es el mismo para todos. Cualquier persona que recuerde a Dios y consiga comunión interna con Él puede ser llamada verdadera devota de Dios, independientemente de quién sea o a qué religión pertenezca.
Dios creó a los seres humanos, y solo posteriormente estos se hicieron cristianos, budistas, judíos, hindúes, sijs, musulmanes, etc. Hace quinientos años no había sijs, ni musulmanes hace mil trescientos, ni cristianos hace dos mil, ni budistas hace dos mil quinientos, ni judíos ni hindúes hace cuatro mil años. Las personas son personas ya sean de oriente o de occidente, y todas ellas son iguales, ya que en cada una de ellas hay un alma que es una partícula del mismo Creador.
Solo hay un único Dios, aunque en nuestra limitación le damos diferentes nombres. Por ejemplo: para saciar la sed puede que una persona pida agua, mientras que otra persona de un país diferente pida water, y otra pani; pero todas ellas están pidiendo agua, sea cual sea el nombre que le den.
Para realizar a Dios se puede pertenecer a cualquier religión. Para conseguir la comunión con el Creador no es necesario abandonar la propia religión tradicional. Todos los seres humanos pueden unirse interiormente con Dios, independientemente de su sexo, posición social o religión.
Los santos nos advierten de que, si bien es cierto que a Dios se le puede encontrar dentro del templo del cuerpo humano, entre el alma y Dios se interpone la cortina de nuestra ignorancia y de nuestro egoísmo, y este es el motivo de que el alma no pueda ver a Dios. Ambos viven al mismo tiempo dentro del templo del cuerpo, pero no se ven el uno al otro, y ningún rito ni ceremonia externa puede cambiar este hecho. Solo la verdadera espiritualidad, esto es, la práctica de la meditación interna, puede descorrer esa cortina.
Los límites de nuestra devociónEl verdadero templo o iglesia es la forma humana. Esta es una verdad sencilla, sin embargo, quizá solo una persona entre un millón haga en su interior su auténtica búsqueda de Dios. La devoción externa, dicen los santos, no es solamente limitada sino también inútil. San Pablo escribe: “¿Qué conformidad hay entre el santuario de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos santuario de Dios vivo” (2 Corintios 6,16).
Si alguien tirara una piedra a una ventana de nuestra iglesia o templo, puede que nosotros corriéramos tras él llenos de ira y lo castigáramos como se merece un ‘profanador de templos’; sin embargo, Dios vive en esa misma persona. Diariamente dañamos el verdadero templo de Dios, el cuerpo humano, con toda clase de malos pensamientos, palabras y acciones. Buscamos a Dios por todo el universo físico, pero no lo hacemos dentro de nosotros que es donde Él se encuentra. Neciamente pensamos que los místicos y santos hablan solo metafóricamente cuando nos dicen que al Creador se le encuentra en nuestro interior. No captamos el sentido literal de sus palabras.
Limitamos nuestra devoción a Dios cuando le pedimos cosas como si estuviésemos regateando en un mercado. Normalmente, los beneficios que esperamos de Él tienen que ver con las cosas físicas o materiales, como la salud, la riqueza o las relaciones. Si logramos obtener lo que deseamos, solo conseguimos involucrarnos más en la creación. Este tipo de devoción se parece mucho a una transacción comercial en la que intentamos sobornar a Dios: si Él nos concede lo que deseamos, nosotros daremos tanto de limosna, o haremos tales o cuales cosas. En realidad, estas son formas limitadas de devoción, no son más que ‘materialismo espiritual’. Por lo que a la verdadera espiritualidad se refiere, esa forma de adoración de Dios es inútil.
Se da otra forma de materialismo espiritual cuando confundimos el realizar acciones humanitarias con la espiritualidad. Los verdaderos maestros espirituales no están interesados en cambiar este mundo. Saben que este mundo es una etapa de aprendizaje para el alma. Igual que tiene que haber un puente entre la escuela primaria y la universidad, también en el viaje del alma hay etapas intermedias que tenemos que pasar. Este mundo es una de ellas.
Las almas que encarnan en este mundo tienen que aprender las materias que se enseñan en esta escuela llamada ‘tierra’. A lo largo de los tiempos, a los seres humanos se les enseñan las mismas materias. Estas materias se presentan como pares de opuestos. Por esta razón, siempre tendremos que ocuparnos de situaciones que tienen que ver con amor y odio, lujuria y continencia, avaricia y contento, venganza y perdón, enfermedad y salud, vida y muerte, etc. La naturaleza del mundo está hecha de esta dualidad. Mientras haya días, también habrá noches. En tanto haya ricos, también habrá pobres. Mientras haya guerra, también habrá paz. Nuestro objetivo debe ser graduarnos en esta escuela elevándonos sobre esta dualidad. Es entonces cuando llegaremos a nuestra verdadera casa espiritual.
Si no sabemos nadar, ¿cómo podemos a salvar a alguien que se está ahogando? ¿Sería egoísmo concentrar primero nuestros esfuerzos en aprender a nadar? Solo entonces podremos ayudar a los que se están ahogando. Es muy fácil censurar el estado del mundo, pero si cada uno de nosotros se convierte en mejor persona, esto ayuda a perfeccionarlo mucho más que enredarnos en discusiones interminables sobre lo que los demás están haciendo incorrectamente.
Cosas como construir hospitales, iglesias, hospicios, escuelas, o hacer otro tipo de obras caritativas como trabajar con enfermos, moribundos y necesitados son meritorios esfuerzos humanitarios, y ciertamente nos dan un cierto sentido de realización. El problema está en que el humanismo se confunde con la espiritualidad. Por sí mismas, tales actividades no pueden conducirnos a Dios. A menos que una persona penetre conscientemente en su interior, expanda su propia conciencia, se funda con Dios y se una con Él, todos sus esfuerzos externos no servirán de nada por muy excelsos que sean.
Las diferentes religiones nos exhortan a que hagamos obras caritativas, a que recemos y llevemos una vida moral, y tienen estas acciones por lo más importante de la religión. Aun cuando estas obras son muy buenas no son suficientes, porque no pueden llevarnos más allá de los cielos inferiores de las regiones superiores. Una vez agotados los méritos ganados por estas buenas obras, el alma tiene que regresar a este plano de consciencia y empezar todo de nuevo, porque los cielos a los que vamos para ser recompensados por nuestras buenas obras se hallan todos en los dominios de la mente universal. Refiriéndose a todos estos planos espirituales, Jesucristo dijo: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones” (Juan 14,2).
Nuestra comunicación con Dios es limitada cuando rezamos con oraciones fijas. Si pensamos que Dios tiene el poder de satisfacer nuestros deseos, seguro que también tiene el poder de saber lo que necesitamos. Es nuestra falta de fe lo que nos mueve a pedirle como si Él no supiera lo que necesitamos. Cuando usamos oraciones fijas, ¿no estamos impidiendo expresar libremente nuestro amor a Dios? ¿Necesitamos palabras establecidas para hablar con nuestros seres queridos? ¿Acaso Dios está tan sordo que necesitamos repetir nuestras oraciones una y otra vez? ¿Le adoramos por miedo a lo que nos pueda hacer? o ¿le adoramos por interés de lo que pueda darnos? Debemos adorar a Dios solo por amor. Rabia Basri, una santa de Persia, decía: “¡Ojalá pudiera inundar las puertas del infierno para que nadie adorara a Dios por miedo, y pudiera incendiar el paraíso para que nadie adorara a Dios por la promesa del cielo! ¡Entonces, todos adorarían a Dios únicamente por amor!”.
Superando nuestros límitesEl amor, por sí mismo, destruye todas las barreras y límites que nosotros le hemos impuesto. El amor es la fuerza más poderosa de toda la creación. Sin amor la vida es seca y despreciable. Un palacio le parecerá tan espantoso como un cementerio a una persona que carezca de amor. Pero incluso una choza sin muebles y en ruinas es bonita si está iluminada con la chispa del amor. El amor es el más valioso de todos los tesoros. Sin él, no hay nada, y con él, hay de todo. En su libro Filosofía de los Maestros, Maharaj Sawan Singh escribe:
“Antes de la creación de este mundo, Dios era un océano de consciencia absoluta. Era todo amor, todo felicidad y autosuficiencia. Dios era todo en sí mismo, estaba en un estado de afortunado reposo y su forma básica era el amor. No era amor hacia ningún otro ser porque no existía ningún otro. Era amor a sí mismo. El amor era parte de sí mismo y Dios no tenía que depender de nadie para esto. Tal es la indescriptible condición del amor”.
Amor es otro nombre del espíritu de Dios. El espíritu de Dios, Shabad o Verbo, es lo que mantiene al universo en equilibrio y armonía. Este es el motivo de que las poderosas fuerzas que actúan en el universo no estén en conflicto entre sí y de que coexistan en perfecto equilibrio. Si nos pusiéramos en contacto con el espíritu de Dios, también disfrutaríamos de perfecta armonía. La misma fuerza que sostiene la creación entera, está también apoyando y nutriendo nuestra propia vida. Esta fuerza es el amor. La fuerza del amor es real, e incluye inteligencia, felicidad y equilibrio. Los santos y los místicos vienen a ponernos en contacto con este espíritu de Dios, con este Verbo o Shabad, para que nosotros podamos sobrepasar nuestras limitaciones terrenales y redescubrir el amor en su abundancia, equilibrio y felicidad.