Conocernos a nosotros mismos
Viajan los hombres para admirar las alturas
de los montes, y las ingentes olas del mar,
y las anchurosas corrientes de los ríos, y la
inmensidad del océano, y el giro de los astros,
y se olvidan de sí mismos…
San Agustín. Confesiones
Los maestros espirituales nos explican que nuestra tarea principal en la vida es comprender quienes somos realmente. Y esta pregunta no se responde diciendo: ‘Mi nombre es…, pertenezco a esta familia, este país, etc.’. No, no se refieren a esto, se trata de un conocimiento que va más allá de los aspectos relacionados con nuestra personalidad. Es la espiritualidad la que nos permite llegar a ese conocimiento de quién somos. Y si nos conocemos a nosotros mismos podremos llegar a conocer a nuestro Creador, quien es el origen del que provenimos, y quien nos ha dado la existencia. Y la búsqueda de este conocimiento es también la búsqueda del sentido de la existencia.
El conocimiento de nosotros mismos no tiene nada que ver con el conocimiento resultante de las experiencias que obtenemos a través del cuerpo y de la mente respecto a las metas que logramos en este mundo. Ese conocimiento de nosotros mismos se refiere ‘al ser real’ o alma.
En el libro Filosofía de los maestros, vol. I, el Gran Maestro da una respuesta muy profunda a esta pregunta:
Hay una consciencia superior en cada uno de nosotros, pero solo podemos ser conscientes de ella después de concentrar la atención en el centro del ojo espiritual. Los santos han llamado ‘surat’, o alma, a esta energía consciente. El alma es también otro nombre de la atención combinada con la consciencia. Está en nuestro interior y es la misma vida y esencia de todo nuestro ser. Debemos entenderla y conocerla (es decir, conocernos a nosotros mismos), y así liberarnos de los lazos de este mundo. Esta es la enseñanza de todos los santos.
Sobre este aspecto, en una reunión de la tarde con Hazur Maharaj Ji recogida en el audio vol. 9 de la web RSSB (www.rssb.org), un discípulo le pregunta:
P: ¿Maestro, hay algo en mí que pueda reconocer al alma?
R: Tu mente.
P: ¿Eso es el alma?
R: No, tú has dicho ‘qué hay en ti que pueda reconocer al alma’. La mente reconocerá al alma a cierto nivel de conciencia, y eso sucederá en la segunda región.
P: Pero en mi presente nivel de consciencia, ¿hay algo que pueda reconocer que yo soy alma realmente?
R: No, porque estamos totalmente dominados por la mente. La mente está dominando al alma y la tiene absolutamente bajo su mando, así que no puedes reconocer a tu alma para nada. Cuando trasciendas el dominio de la mente y maya, cuando la mente ya no exista, entonces, serás tú verdaderamente, serás el alma.
Por eso la cuestión del alma y Dios es tan discutida, es algo que se presta a la argumentación y al debate, porque no podemos ver al alma y a Dios con los ojos físicos. Es otra dimensión de nuestra persona la que puede alcanzar esa experiencia y es un esfuerzo distinto el que debemos hacer, es un enfoque de la atención alejado del mundo lo que se necesita, porque se trata de una búsqueda interior.
¿En qué dirección deben dirigirse esos esfuerzos o qué tenemos que hacer? Tenemos que dirigir nuestra atención al interior, atravesar esas barreras de todo lo que es temporal con el método que nos enseñan los maestros. Un método de meditación en el que trascendemos cuerpo y mente, y como consecuencia percibimos nuestra esencia o ser permanente.
En el libro Discursos espirituales, vol. II, leemos:
El objeto de la práctica interior es liberar al alma de su esclavitud respecto al cuerpo y a los objetos de este mundo. Esta práctica puede dividirse en tres partes:
La que se refiere a la lengua del alma y se llama simran, repetición o recuerdo. La que tiene que hacerse con el ojo del alma y es conocida con el nombre de dhyan, o contemplación. La que se hace con el oído del alma y se llama bhajan, o audición del Shabad, o voz de Dios.
Las dos primeras partes de este método culminan en la audición del Shabad o sonido interior. Cuando podamos escuchar conscientemente ese sonido interior, obtendremos un dicha superior, no conocida antes, que cambiará por completo nuestra forma de buscar la felicidad. Ese gozo nos desapegará del mundo, de sus seres y objetos, y a cambio se establecerá un genuino interés por la dicha que proviene del espíritu.
Solo quien ha saboreado el Verbo (Espíritu)
puede comprender al ser verdadero.
Adi Granth. Gurú Amardas
Sin embargo, a pesar de que conocemos el método definitivo para trascender a la mente y ser conscientes del alma, todavía no es una experiencia real para nosotros, pues hemos estado viviendo completamente fundidos en el mundo, y esta es la razón de que no sepamos quiénes somos, de que no nos conozcamos y estemos identificados con los aspectos perecederos de nuestra persona.
En el libro From self to Shabad leemos:
Nuestra atención está constantemente en el exterior, por eso no alcanzamos a ver lo que hay en nuestro interior. El hábito de mantener la atención fuera y no dentro, está arraigado en nosotros. Y no únicamente nuestros sentidos nos conducen hacia el mundo, sino que también nuestra mente hace que fluyan pensamientos sin fin, lo que imposibilita que podamos ir a una dimensión de consciencia más profunda y enteramente distinta.
Y más adelante:
Nos vemos a nosotros mismos en el contexto de nuestras relaciones, de las compañías que frecuentamos, los roles que representamos, las habilidades o posesiones que tenemos, nuestro nivel social, nuestro género, etc. Estos son, simplemente, algunos de los aspectos con los que hemos construido la identidad de nuestra experiencia humana. Pero ¿qué ocurre cuando se pierden estos factores que son fundamentales en la identidad de una persona?
Y añade el autor:
¿Qué ocurriría si, por ejemplo, nos identificamos con nuestra belleza, y una enfermedad de la piel nos hace repugnantes a los demás? ¿Qué ocurre si perdemos las habilidades en las que solíamos ser excelentes? (…) ¿Qué ocurre cuando se pierden todas o alguna de estas cosas que constituyen nuestra identidad? ¿Dejamos acaso de ser nosotros mismos?
No, seguimos siendo nosotros; lo cual evidencia que nuestro ser real continúa existiendo (somos más que todas estas cosas) a pesar de sufrir tales pérdidas, que con certeza cuando se producen nos predisponen a buscar cosas más estables y verdaderas.
Justo llegados a este punto es donde los místicos nos dicen que debemos esforzarnos por encontrar esa identidad profunda y auténtica que no está sujeta a la pérdida. Se refieren a la búsqueda del encuentro con nosotros mismos. Esto supone el esfuerzo por ir al interior; un esfuerzo por purificarnos, por apartar todas esas capas de suciedad del mundo que están en la mente, como resultado de su antigua y constante relación con el mundo y que, en efecto, suponen el gran obstáculo para ir al interior. Ese esfuerzo significa empezar a quitar todas esas capas del mundo y materia.
Para lograr la pureza de la mente, los místicos nos dicen que debemos volvernos puros de corazón, prepararnos interiormente para hacernos dignos y, después, esa dignidad permitirá que el Señor more en nuestro interior.
Uno de los poemas de Tulsi Sahib desarrollado por Hazur Maharaj Ji y recogido en el libro Luz sobre Sant Mat –sobre el cual Baba Ji también basa algunos de sus satsang–, ilustra esa preparación para el logro de la pureza que nos hará conquistar el corazón de nuestro amado:
Limpia la cámara de tu corazón
para que venga el Amado.
Borra las falsas impresiones
para que se instale el Altísimo.
Con los ojos de la mente contempla
el espectáculo de la vida.
¡Qué encantadoras escenas hay allí
para cautivar tu corazón!
Un pequeño corazón con ansias siempre crecientes,
¿dónde queda, entonces, espacio
para el trono del Señor?
Y Hazur Maharaj Ji comenta:
Tulsi Sahib dice que sentimos un vivo deseo de ver a Dios, y queremos que él haga de nuestro corazón el asiento de su trono. Pero ¿dónde va él a sentarse estando nuestros corazones tan llenos de deseos mundanos y pasiones impuras que, prácticamente, no queda espacio para la divinidad? A menos que el corazón (el lugar que deseamos que él honre con su presencia), esté completamente limpio (…) ¿cómo va a molestarse él en ocuparlo? (…) La luz de Dios solo penetra en un corazón puro y santo.
Baba Ji, igualmente, con la finalidad de sensibilizarnos para que así hagamos esos preparativos, nos explica –con ejemplos que están al alcance de nuestra experiencia cotidiana– que cuando nuestros amigos nos vienen a visitar, preparamos comida, nos afanamos por limpiar la casa, lo preparamos todo para que ese invitado esté cómodo y se sienta a gusto. Y, entonces, para el Señor, que mora en nuestro interior, ¿qué preparación hacemos?, ¿cómo está de limpia esa morada interior?, ¿acaso está descuidada?
El Señor no cesa de darnos más y más, ¡tenemos tanto en la vida! Tenemos tanto por lo que darle las gracias, pero nuestro corazón continúa estando lleno de deseos. Y no nos damos cuenta, pero nosotros los permitimos, los fomentamos, y así día a día, año tras año, y durante la vida entera nos roban la dignidad, la pureza. Él nos ha dado todo lo que somos: la salud, las facultades, hasta la capacidad para cumplir con nuestras responsabilidades, y si no tenemos dos o tres horas para darle las gracias, para limpiar esa mente impura…, ¿cómo podemos decir que le amamos?
Él nos ha dado la capacidad para discernir, y con ella podemos distinguir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto. Pero no lo hacemos, seguimos en esta ilusión del cuerpo y sus relaciones cambiantes con el mundo. No nos acordamos de esa sencilla frase que repiten los maestros: “Fomenta lo que te acerque a la meditación y descarta lo que no te ayude a realizarla”.
Hazur Maharaj Ji dice en Luz sobre Sant Mat:
Ya que nuestro amor y atracción hacia este mundo y sus objetos es lo que nos fuerza a nacer indefinidamente en este mundo, Tulsi Sahib nos exhorta a vaciar nuestras mentes del mundo y de sus efímeros placeres, y a llenarla con amor divino y un ansia intensa de ver a Dios. (…) Las formas que constituyen el centro de nuestro amor y atracción en el curso de nuestra vida, (…) nos hacen volver una y otra vez a esta prisión de nacimiento y muerte.
Y Baba Ji nos explica que todos esos rostros, todas estas relaciones son pasajeras. ¿Qué es duradero?, pregunta el maestro. Solo el Shabad.
Las relaciones con los seres de este mundo acaban en la pira funeraria, y cuando se van no volvemos a verlos jamás, desaparecen, todo se olvida. Debemos despertar y darnos cuenta de que todas esas relaciones pertenecen al cuerpo y son solo para un tiempo; tal vez meses, años, pero son limitadas. Sin embargo, esa relación con el Creador, que ha existido desde el principio y que perdura, nos olvidamos de vivirla.
El maestro nos apremia a que nos responsabilicemos de conseguir esa pureza mental, limpiando día a día con el simran los pensamientos y deseos del mundo. Es así como crearemos en nuestro interior un ambiente donde él morará, y en el que respiraremos plena proximidad con él. Él no está lejos, está más cerca que nuestra misma respiración, pero hemos creado esa separación, esa ilusión de separación. Nosotros nos hemos alejado, nuestra consciencia se ha alejado y tenemos que volver a ser conscientes de su presencia mediante la meditación.
Como Baba Ji comenta en ocasiones, el maestro no se ha ido a ninguna parte, nosotros nos hemos dado la vuelta. ¿Dónde estamos mirando?, porque él sigue ahí, en nuestro interior. El maestro no nos pide imposibles, reclusión o que cortemos con el mundo, solo nos pide que le recordemos. Y no solo en tiempos de adversidad sino siempre, para que tristeza y placer no nos aparten del recto camino de unión con él.
Si somos constantes en la práctica de la meditación, siguiendo las pautas del maestro, nuestra mente se purificará, podremos conectar con el sonido interior y nos fundiremos en el Verbo, alcanzando la consciencia del ‘ser real’ que da respuesta a todas nuestras preguntas.
Finalmente, recordemos: el cuerpo físico no es permanente, pero nos da acceso a una consciencia espiritual, a unirnos con la consciencia del maestro espiritual, que es el Shabad. Ambos cuerpos no son permanentes, así que esta es la oportunidad para que se produzca el encuentro de las consciencias.