La clave es la atención
Si las puertas de la percepción estuviesen limpias, todo aparecería como es, infinito.
William Blake. Citado en Meditación viva
Nuestra vida está muy condicionada por el tiempo y el espacio. Conceptos como la puntualidad, las prisas, el espacio, el territorio…, forman parte de nuestra vida cotidiana. A veces necesitaríamos dormir una hora más, pero no hay tiempo, o nos llevaríamos más ropa en la maleta para ir de vacaciones, pero no hay espacio. A veces estamos en un sitio, pero nos gustaría estar en otro, o nos encontramos en un momento de la vida un poco incómodo y nos gustaría adelantar las manecillas del reloj para aparecer en una época mejor…, pero estas cosas no pueden suceder.
El tiempo y el espacio nos limitan de tal manera, que hemos tenido que aprender a organizarnos según sus leyes. El tiempo y el espacio condicionan tanto nuestra existencia, que incluso hemos creado sistemas para medirlo y calcularlo: horas, minutos, kilómetros, fechas, hectáreas… Una forma de calcularlo muy precisa, que es exactamente la dimensión de la cárcel en las que estamos presos. El tiempo y el espacio son los muros de esta cárcel de la vida. Nos parecen inevitables, pero sorprendentemente, una vez nos hemos resignado a funcionar bajos estos parámetros, aparecen los místicos y nos dicen que esta cárcel en la que estamos encerrados es una ilusión, que el tiempo y el espacio que nos limitan son irreales y que tenemos la capacidad y la posibilidad de saltar esos muros que nos encierran para ser libres de verdad.
Los místicos nos explican que lo que nos parece tan real es solo una película creada por la mente, y que si conseguimos utilizar la mente de manera controlada, entonces dejaremos de ver siempre a través de las gafas mentales y empezaremos a ver lo que verdaderamente sucede más allá de la pantalla de la vida. Y lo que nos encontraremos, dicen, es un espectáculo muy hermoso.
Los místicos dicen que el tiempo es relativo, que depende de cómo enfocamos nuestra atención. ¡Sí!, las medidas pueden ser muy exactas: un minuto es un minuto. Pero ese minuto se puede percibir de manera diferente en función de cómo vivimos una situación. Por ejemplo, si por una enfermedad estamos en un hospital, el tiempo que permanecemos en él puede hacerse eterno si nos dejamos llevar por el dolor o el miedo… En cambio, si enfocamos la atención hacia algo más elevado, podemos tener más paz y todo cambia.
Algo parecido también sucede con el espacio: interiormente podemos sentirnos muy cercanos a alguien que está a miles de kilómetros, y por el contrario sentirnos muy lejanos de alguien que vive en nuestra propia ciudad o incluso en nuestra propia casa. Cuantas veces nos hemos quedado ensimismados en un recuerdo, añorando ese momento, ajenos a todo lo que sucedía en ese lugar, a nuestro alrededor. De nuevo la experiencia nos muestra cómo puede ser de relativo el espacio también. Así pues, lo que hace relativo al tiempo y al espacio es la forma como enfocamos la atención. La clave está en la atención. Hay una frase que hemos oído muchas veces de los maestros espirituales, que dice: Allí donde está tu atención, allí estás tú.
Los místicos no son prisioneros de las leyes del tiempo y el espacio porque son dueños de su atención. Y quieren enseñarnos a nosotros a que también seamos dueños de nuestra atención. Ellos controlan a la mente, elevan su atención a voluntad, y por eso tienen la capacidad de estar interiormente con cada uno de sus discípulos. No están limitados por el intelecto; su conocimiento abarca el pasado, el presente y el futuro… ¡Cuesta imaginarse lo que eso significa! Con las enseñanzas de los místicos, podemos quitarnos las gafas de la mente; verlo todo desde su perspectiva…, ver la realidad tal cual es. ¿Cómo? Aprendiendo a enfocar nuestra atención. Sí… sí… ¡eso es! Aprendiendo a controlar la atención a través de la meditación, porque ese control es algo que se puede aprender. Es algo que, como muchas otras cosas, se puede practicar, repetir, entrenar…, o sea, se puede adquirir.
Normalmente creemos que la mente funciona según nuestras normas, que somos nosotros quienes dictamos sus leyes, pero, ¡ay!, dolorosamente aprendemos que sucede al revés. La mente nos controla; lo único que hacemos es estar a su merced y sufrir las consecuencias. Y para saber quién controla a quién, solo hay que hacer una prueba muy sencilla: cerrar los ojos y decidir que durante cinco minutos contaremos hasta cien sin pensar en nada más. Así veremos en esos cinco minutos, si realmente esa decisión que hemos tomado funciona. Normalmente, empezamos a contar concentradamente, pero al rato, empiezan a cruzarse pensamientos, situaciones del pasado…, mil cosas que nos alejan. Sí, a veces nos damos cuenta de que solo teníamos que contar y volvemos a hacerlo, pero ese tiempo es suficiente para observar que nosotros no controlamos a la mente, sino que ella nos controla.
De hecho es obvio afirmarlo, pero si realmente pudiéramos tener el control siempre seríamos felices. No nos dejaríamos llevar por la ira o por el orgullo. No le daríamos vuelta a los pensamientos negativos que nos perjudican y que no nos llevan a ninguna parte. Pero claro, ¿cómo pueden quitarse las gafas de la mente? ¿Cómo se aparta de nuestra vida todo los que nos limita para ver más allá de ella? Los místicos nos recuerdan que el control de la mente se practica durante la meditación y es un proceso que se llega a aprender.
Sardar Bahadur dice en el libro La ciencia del alma:
Para todo ser consciente es la más grande y alta fortuna nacer en forma de ser humano, mas sus responsabilidades son proporcionalmente grandes. Habiendo llegado hasta la cumbre de la escala evolutiva ahora deberá empezar a subir la escalera del Nam.
Si hemos llegado aquí como seres conscientes, ahora es nuestra responsabilidad subir por la escalera del Nam. No es un capricho, no es una cuestión de gustos, es lo que toca hacer. Hemos llegado hasta aquí para subir por la escalera del Nam, y es de hecho lo que se espera de nosotros.
El Gran Maestro dice en Joyas espirituales:
Si la forma humana es la cumbre de la creación es únicamente porque el ser humano tiene la capacidad para asir el Shabad y elevarse en él para alcanzar su origen. Si esto no se ha hecho, el ser humano ha perdido esta excelente oportunidad y se ha quedado como un animal de dos piernas. Un esclavo de los sentidos y de los objetos de estos al igual que las demás formas de la creación.
La atención dispersa es como el agua que se escapa entre los dedos. Es inútil. La atención concentrada es como el fuego, cuando concentramos los rayos de luz a través de una lupa. Es poderosa. Se trata de elevar toda la atención a un punto fijo y mantenerla allí, inmóvil. La repetición es la forma de concentrar la atención y la contemplación es la forma de mantenerla. La imagen que se contempla o visualiza capta la atención, y entonces es más fácil mantenerla allí. Lo importante es que tenemos que repetir, visualizar, para poder dirigir nuestra atención al Shabad que es el objetivo de la meditación.
En las citas anteriores, el Gran Maestro habla de asir el Shabad y elevarse en él para alcanzar el origen, y Sardar Bahadur habla de subir por la escalera del Nam. Así, queda bastante claro que hay que dirigir la atención hacia arriba, hacia el Shabad o Nam que está en el interior.
Ahora bien, cuando nos preguntamos qué hay que repetir, lo importante no es tanto lo que repetimos sino quién nos da esas palabras que repetimos, porque por mucho que los místicos nos digan que el espacio y el tiempo son ilusión igual que todo lo material, nuestros puntos de referencia siguen estando dentro de esa ilusión. No vemos más allá, y por tanto necesitamos un referente, algo a lo que agarrarnos en esta ilusión, que al mismo tiempo también pueda servirnos de referencia una vez podamos salir de ella. Así que necesitamos a alguien de carne y hueso y que tenga experiencia propia, y el maestro espiritual es el que tiene el poder suficiente para darnos esas palabras que al repetirlas elevarán nuestra atención. No es lo mismo echar agua con las manos, que arrojar agua a presión para apagar un fuego. No son las palabras por sí solas lo que importa, sino quién nos las da.
Respecto a la visualización, si la repetición concentra la atención en el centro del ojo, la visualización o la contemplación es la que la mantiene ahí. El interior de todo ser humano está lleno de luz y sonido, pero meditando comprobamos que cuando cerramos los ojos normalmente solo vemos oscuridad. De momento es así, pero el maestro nos explica que si mantenemos la atención fija en el centro del ojo automáticamente aparecerá la forma radiante del maestro, y nos ayudará a elevarnos más allá de la mente, hasta la verdadera luz y sonido del Shabad.
Los místicos nos recuerdan que ahora tenemos la forma humana y no debemos quedarnos estancados, sino seguir avanzando para seguir evolucionando… Y eso es precisamente lo que se espera de nosotros en este momento. Sin embargo, esta perspectiva espiritual es una elección que tiene que tomar cada uno a su debido tiempo. Podemos dejar pasar esta preciosa oportunidad y seguir como estamos: sufriendo y gozando, amando y odiando, o llegar a controlar a la mente, concentrando nuestra atención en el centro del ojo espiritual, y elevarnos espiritualmente en esta misma vida.
Desde el engaño en que vivimos, esta ilusión o maya, puede parecer que no hay prisa, que todavía hay tiempo: Mañana, solemos decir. Y aunque los maestros espirituales cumplen su misión dándonos sus consejos, desgraciadamente lanzan sus consejos al viento, porque generalmente hacemos oídos sordos a lo que dicen. Los jóvenes dicen: ‘La vida pasa muy deprisa: y como soy muy joven y tengo mucho tiempo… ¡aprovechémosla!’. Los ancianos dicen: ‘¡Ojalá pudiera volver atrás!, se me acaba el tiempo’. Y así, seguimos pasando la existencia luchando contra el tiempo y el espacio, contra la edad, contra las leyes divinas en general. Anhelamos un mañana mejor, y cuando llega, entonces añoramos el ayer. Entretanto, el presente, el único momento útil de que disponemos, se nos va escurriendo entre los dedos.
A menudo el presente nos parece pesado, monótono y lo vivimos a disgusto. La insatisfacción es un hábito de la mente. Nos parece que si nuestras circunstancias fueran diferentes estaríamos mejor, que si tuviéramos más tiempo, que si estuviéramos en otro lugar… La cuestión es que entre queja y queja nuestras respiraciones se van gastando. Despertemos de una vez: estamos en el lugar adecuado y en el momento adecuado, como nos dicen los santos. Este es el momento. Nuestro entorno, nuestra situación, incluso nuestro cuerpo han sido diseñados a medida, según nuestros karmas y nuestras necesidades para que podamos seguir avanzando como seres humanos, para seguir aprendiendo espiritualmente; que es a lo que hemos venido. No hemos venido a pelearnos unos contra otros, ni hemos venido a pasar el tiempo ni a demostrarle nada a nadie. Aquí estamos…, aquí y ahora viviendo la vida. No existe ningún otro momento ni ningún otro lugar que sea mejor que nuestro presente.
Los maestros hacen hincapié en la importancia de vivir en el presente. Nos ofrecen ese consejo como un regalo, porque a los regalos también se les llama presentes. Todo nuestro trabajo, todo lo que tenemos que hacer está en el presente. Está justo aquí y ahora, en el centro del ojo, ¡qué más podemos pedir! El presente es el regalo más valioso que Dios nos da si sabemos aprovecharlo. Por eso, el maestro dice que hay que enfocar la atención en el centro del ojo y repetir el simran para aprovechar ese regalo.
Algunas personas cuando reciben un regalo dicen que es muy bonito, pero lo guardan en un armario y se olvidan de él. Ahora bien, cuando nos gusta un regalo de verdad y nos gusta la persona que nos lo ha regalado, lo usamos cada vez que tenemos ocasión de hacerlo. Por eso, por amor al maestro, deberíamos practicar nuestro simran en todo momento en que la mente esté libre para hacerlo. Centrar la atención en el pasado o en el futuro es lo mismo que centrarnos en el descontento, la preocupación, el malhumor, el rencor, la crítica… Son maneras de encerrar el presente, el regalo de Dios, en un armario y olvidarse de él.
De hecho, los místicos dicen directamente que nosotros somos la atención. Algún día entenderemos plenamente lo que eso significa… De momento, aunque no acabemos de entenderlo, sus palabras nos dan una idea de cómo es de importante la atención, de lo cuidadosos que debemos ser con la atención de la mente: ser conscientes de dónde la dirigimos y qué hacemos con ella.
La cuestión es que los días van pasando y tenemos menos tiempo para lograr nuestros objetivos. No sabemos cuánto tiempo, pero ciertamente cada vez menos. Menos que ayer, y deberíamos plantearnos cómo utilizar nuestra atención.
En el siguiente fragmento del libro Cartas espirituales, Baba Jaimal Singh da una idea de cómo se aprovecha el tiempo y de cómo se pierde. Dice así:
Toda acción que lleve la atención al tercer ojo y ayude a contactar con la corriente y ascender en ella es una buena acción. Toda acción que rompa el contacto con la corriente o que la haga bajar del foco del ojo a los centros inferiores o la saque y la mantenga apartada es una mala acción. La caída de la atención, por lo tanto, no importa a qué acción se deba, es un delito.
Baba Jaimal Singh dice que la caída de la atención es un delito, ¿nos lo habíamos planteado antes? Y puntualiza que no importa a qué acción se deba, sigue siendo un delito. Otra vez el maestro nos aclara lo importante que es dirigir la atención en la dirección correcta. Baba Ji suele explicar que es muy sencillo saber si estamos dirigiendo la atención en la dirección correcta: la manera de medirlo es nuestra meditación. Lo que hacemos durante el día nos facilita luego sentarnos a meditar; si lo hacemos de manera más concentrada, significa que hemos dirigido la atención en la dirección correcta. Si nos cuesta centrarnos en el simran y en la audición del sonido, significa todo lo contrario.
No importa cómo hemos vivido hasta el momento, forma parte del pasado y ni siquiera hay tiempo para lamentarse. Lo que importa es cómo queremos vivir ahora, en el presente. Lo importante es que ahora empleemos nuestro tiempo en aquello que es verdaderamente importante: interiorizarnos espiritualmente.