La sed del alma
Como seres humanos, nuestro instinto más profundo es buscar la Verdad. Nuestra búsqueda, por lo tanto, debe ser seguramente redescubrir nuestra espiritualidad inherente; escapar de la prisión de la materialidad; encontrar una vez más al Ser único dentro de nosotros; recordar quiénes y qué somos realmente.
One Being One
Hay una anécdota sobre Farid, cuyo nombre en árabe significa “único”, que nos habla de la labor de los maestros espirituales: “Una vez, alguien le compró unas tijeras a Baba Farid. Y él habló en nombre de los santos de todos los tiempos cuando respondió: ‘No me traigas tijeras, dame una aguja y un hilo. Yo no separo; yo uno cosiendo”.
Los maestros espirituales traen el hilo del Shabad para que elevemos nuestra mirada hacia Dios y así puedan coser nuestras almas con ellos. Sant Mat es un sendero espiritual que, tal como dice Baba Farid, no separa a los seres humanos, al contrario, los une en una plataforma espiritual pura y simple a través de unas enseñanzas muy sencillas…, tan asombrosamente sencillas, que en muchas ocasiones no las entendemos. Y es que no podemos olvidar de dónde partimos: de una mente especialista en complicar las cosas sencillas.
El libro A Wake up Call hace hincapié en los conceptos que forjamos al venir al sendero de Sant Mat, en esas ilusiones que nos perjudican a la hora de profundizar en la práctica de las enseñanzas, pues como leemos en este libro, el maestro enfatiza que el crecimiento espiritual se logra a través de la vivencia de las enseñanzas espirituales más que a través de debatir sobre el significado de las palabras, por eso él nos recuerda que el rol de un místico es ayudarnos a realizar la Verdad, no a llevarnos de una ilusión a otra.
El maestro nos conoce muy bien: no hay duda de que somos prisioneros de las palabras. Nuestra mente es muy propensa a crear pensamientos, ideas, símbolos y conceptos, pero una vez que practicamos la meditación, con la ayuda del maestro, poco a poco, salimos del enredo de las palabras y conocemos la sencillez de la Verdad.
En este mismo libro leemos: “La Verdad es simple. Nosotros no”. ¿Y por qué no?, podemos preguntarnos. Pues porque la Verdad (con mayúscula), la corriente del sonido, el Verbo, es una y eterna. La Verdad es una, ¡así de simple! Sin embargo, nosotros vivimos fragmentados y confundidos por la mente, y de ahí surge toda la complicación. Incluso cuando llevamos años siguiendo las enseñanzas, podemos preguntarnos: ‘¿por qué no progresamos interiormente con más rapidez si la verdad espiritual, el Shabad es simple de comprender y sencillo de practicar?’. La respuesta es que nos aferramos a conceptos y nos encerramos en muros de ilusiones hechos a base de ‘yo, mi, o mío…’. En definitiva, porque somos prisioneros de las ilusiones que la mente ha construido. Así que nos toca despertar de esta irrealidad personal que vivimos y experimentar, por medio de la meditación, la espiritualidad en toda su simplicidad.
Los místicos utilizan la palabra, el satsang, para atraernos a unas enseñanzas que nos liberan de nuestras ilusiones y nos permiten experimentar interiormente la Verdad. Ellos la conocen por propia experiencia; por el contrario, nosotros solo experimentamos una realidad donde todo está cambiando. Cada situación es temporal y transitoria, y no podemos prever cómo acabará… Por eso, andamos a ciegas todo el tiempo, y solo la ayuda del maestro puede lograr que experimentemos la corriente del sonido divino que nos une con el Señor.
Una historia sobre Nasrudín nos cuenta que, en una ocasión, cuando iba montado en su burro y recorría las calles del pueblo, la gente le preguntó: “¿Adónde vas?”. Y Nasrudín respondió, mientras pasaba por la carretera junto a ellos: “¡Busco a mi burro!”.
Pues bien, eso nos ocurre a nosotros. Dios está más cerca que nuestra propia respiración, y sin embargo nos pasamos la vida buscándolo sin darnos cuenta de que la espiritualidad está en nosotros. De hecho, está dentro de nosotros. El camino hacia Dios está en nuestro interior, no en ningún sitio fuera… Gracias a Dios, con el paso del tiempo, en un determinado momento de nuestra vida hemos sentido la necesidad de salir de las cuatro paredes de esta existencia física, y eso nos ha llevado a encontrar al maestro.
Nuestra iniciación es la culminación de esa larga búsqueda. Pero no creamos que este impulso superior es iniciativa y mérito nuestro, nada está más lejos de la realidad. La búsqueda espiritual nace en nosotros como respuesta natural a la llamada del Creador y nosotros, en realidad, solo respondemos a ella. En el libro Perspectivas espirituales, vol. I, Hazur Maharaj Ji dice:
Si pensamos que podemos captar Sant Mat con el intelecto, nos equivocamos. Es otro poder que hay dentro de nosotros el que nos atrae y nos pone en el sendero. Entonces no nos queda otra opción que seguir el sendero. La atracción surge en el interior, no en el exterior (…) Ese poder oculto siempre está actuando desde atrás, y nos encontramos en tales circunstancias que descubrimos que conocemos el camino, y todo se vuelve tan claro para nosotros que queremos seguirlo.
Más adelante, en el mismo libro, un discípulo le pregunta al maestro: “¿De dónde surge, pues, el impulso que nos mueve a aceptar las enseñanzas? ¿Del alma?”.
A lo que Hazur Maharaj Ji responde:
No, viene de nuestros karmas, de los frutos de nuestra asociación y de la sinceridad por encontrar al Señor que sentimos en nuestro pasado nacimiento. Se debe a nuestro sincero y auténtico anhelo por encontrarle. Por lo tanto, le corresponde a él ponernos en el sendero. Lo que nosotros debemos hacer es desarrollar un anhelo verdadero (…) Nosotros no tenemos que encontrar a ningún maestro. El propio maestro nos encuentra. Nosotros nunca encontramos al maestro; sencillamente somos atraídos hacia él.
Rumi, habla muy bellamente de esta atracción interior. En el libro Jalal al-Din Rumi, él expresa:
El sediento pregunta:
“¿Dónde está el agua dulce y deliciosa?”.
Y el agua también pregunta:
“¿Dónde está el bebedor?”.
Esa agua dulce y deliciosa, ese Shabad o agua de vida que el maestro nos brinda en la iniciación, es la razón de nuestra búsqueda. Pero Rumi va más allá, y especifica que en realidad el maestro está aquí precisamente para encontrar a su discípulo, o sea que la búsqueda es mutua. Mientras el sediento busca el agua espiritual interior, esa agua viva también está buscando al sediento.
Muchas veces hemos oído al maestro recordarnos que él nos está esperando en el interior con más ansia que nosotros mismos… Pero ¿conocemos la intensidad de nuestra sed? Nos ayudará a saberlo, reflexionar sobre la afirmación de los maestros acerca de que el verdadero gurú es el Shabad y el discípulo auténtico es la atención sintonizada con ese Shabad. Al igual que hay un maestro verdadero (el Shabad) también hay un discípulo verdadero (el alma), que recogiendo su atención y uniéndose a ese mismo Shabad borra cualquier separación existente. Ahora bien, ¿tenemos un deseo intenso de encontrar su forma radiante? ¿Qué pasa con la sed de nuestra alma? ¿Acaso nos basta su forma física temporal…? Deberíamos ser más ambiciosos y mantener viva la urgencia por el encuentro interior.
¡Si recordáramos más a menudo el gozo de ese encuentro tan puro y excelso que brotó el día de nuestra iniciación…! Ese día, un alma ansiosa, sedienta de verdad, de amor espiritual, pudo por fin acercarse al manantial divino donde fue puesta en vías de satisfacer su sed de eternidad y pureza. Ese día, absorbimos el regalo de la meditación interior que nos sintoniza con Dios, con toda esperanza y alegría… ¿Acaso puede haber algo más sublime?
Rumi habla en muchos de sus poemas del agua de la vida, de esa agua tan especial que en estas enseñanzas denominamos Shabad. Y de forma muy significativa, expresa en el Masnavi:
El ruido del palmoteo no sale de una mano sola,
el ser humano sediento gime: “¡Oh, agua deliciosa!”.
Y el agua dice: “¿Dónde está quien me beba?”.
Esta sed de nuestra alma es el magnetismo del agua:
nosotros le pertenecemos, y ella nos pertenece.
El agua del Shabad inunda la creación entera para que nuestra alma la beba… Y el alma está sedienta todo el tiempo porque es parte y esencia del agua de la vida, pero nosotros al olvidar su sed perdemos el gozo de beber ese agua fresca y cristalina debido a una mente que nos arrastra a las ilusiones del mundo.
Sentimientos como los que refleja Rumi requieren de una profunda reflexión. Pensemos: si ya estamos iniciados, si ya el maestro condujo nuestra alma hacia esa agua viva en nuestro interior… ¡Qué más necesitamos para intensificar nuestra sed espiritual! ¿Acaso nos falta algo? No; solo debemos darle al alma la oportunidad de oír la corriente audible de la vida para que desate por fin su nudo con la mente.
El magnetismo del agua nos llega a través de la práctica diaria de la meditación, pero requiere de intensidad para que la corriente del sonido inunde nuestra alma. Decimos que amamos al maestro, pero es impensable decir que lo amamos si no lo ayudamos a cumplir su misión en la vida. Él solo está aquí para lograr que nos interioricemos y nos hagamos uno con el Padre. Su misión es llevarnos de vuelta al Señor. Así que ¡no podemos defraudarle!
Hay un pequeño relato popular que nos hace recapacitar acerca de cómo corresponder verdaderamente al amor tan grande que el maestro tiene por cada uno de sus discípulos. Dice así:
“¿Qué tengo que hacer yo para ser santo? ¿Debo ser bueno?”, preguntó un joven a su maestro. “Debes ser bueno, sí, pero eso no es todo”, respondió el maestro. “¿Debo ser puro?”. “Sí, pero igualmente eso no es todo”. Después el maestro permaneció callado.
Sin embargo, como llegaba la noche, prendió la lámpara de su cuarto, y al prenderla una mariposa atraída por la luz se quemó en ella. Y el maestro dijo entonces a su discípulo: “Mira, esa mariposa, no ha leído como tú grandes tratados filosóficos, ni ha preguntado qué hacer para fundirse con la luz de la llama… Tú también, como la mariposa, cuando tengas el corazón pletórico de amor por Dios, te fundirás en la llama de su amor para ser uno con él, quemando de ese modo tu ego y sus inacabables preguntas y dudas”.
Y mirando fijamente al discípulo con una sonrisa terminó diciéndole: “Solo preguntamos o dudamos cuando todavía no sabemos andar el camino. Cuando ya lo conocemos se duermen nuestras vacilaciones, porque si el amor a Dios despierta en nuestros corazones, nos dedicamos simplemente a amarlo… ¡Esa es la más pura santidad, hijo mío!”.
Así pues, ¡basta de vacilaciones! Amar al maestro requiere demostrárselo con hechos y no con palabras… Y eso significa seriedad y honradez a la hora de seguir sus enseñanzas. Por tanto, tenemos que vivir la meditación con entusiasmo cada día, y no realizarla simplemente como una rutina más… No es igual lavarse los dientes o vestirnos a diario, que estar presentes, con toda nuestra consciencia, en nuestra cita diaria con el maestro. Es más, si el encuentro con su forma radiante interior es nuestro motor, toda nuestra atención durante el día debe dirigirse hacia la práctica de su constante recuerdo, hacia el simran, y no contentarnos con estar con él solo dos horas y media diarias. Hazur Maharaj Ji en el libro En busca de la luz, le escribe a un discípulo:
El entusiasmo por Sant Mat tiene que digerirse dentro tomando la forma de la más profunda humildad, del más intenso amor y de la más ferviente devoción al Señor y al maestro. Sant Mat no quiere devoción o servicio que se exprese únicamente con palabras y emociones.
La humildad es un requisito fundamental para recorrer el camino espiritual. Solo aniquilando el ego, Dios brillará en nuestra existencia. Cuando un buscador comprende esta verdad, sabe que todo, incluido él mismo, pertenece a Dios. Que él es solo un mendigo que no posee absolutamente nada, y se queda feliz a la puerta de este gran dador que es el maestro verdadero. Hay que perderse profundamente en el amor, sumergirse en sus aguas profundas… Asimilar nuestra realidad como iniciados, y de manera muy humilde pedirle perdón por nuestra lejanía. Nuestra realidad interior ha de hacernos más humildes, y en vez de buscar resultados en la práctica del simran y del bhajan, debemos pedirle al maestro que nos permita seguir teniendo la oportunidad de meditar bajo su amparo y protección.
Sabemos que todos los santos son modelos de humildad. Ellos declaran que son el polvo de los pies de sus discípulos, demostrando así que son humildes servidores del Señor y que viven para cumplir la voluntad divina. Ellos no están atados aquí por sus karmas…, solo vienen a servirnos. ¡Y qué mayor humildad puede existir que la de un rey de reyes sirviendo a los mendigos de su reino! Rumi vuelve a inspirarnos, diciendo en el libro el Masnavi:
Silencio, libérate del dolor del habla:
No duermas, ya que te refugiaste
con un amigo muy amoroso.
Como Rumi dice, es la hora del silencio. ¡Ya basta de palabras infructuosas! Practiquemos el simran. Despertemos del ensueño de la mente… ¡Avivemos la presencia del amigo verdadero!
El maestro interior está esperando a que nuestra alma, el verdadero discípulo, logre realizar la Verdad o Shabad. Y si esta meta tan elevada nos parece lejana, lo más importante es saber que aunque es un proceso lento, un día la alcanzaremos. Mientras tanto, lo que nos toca es centrarnos en ser discípulos dedicados que cumplen su práctica por obediencia y amor a su maestro. Eso es suficiente para el maestro; con este pequeño esfuerzo, él hará que lleguemos a la unión con Dios.
Rumi también nos habla en el verso anterior del ‘refugio del maestro o amigo’ y nos dice que no durmamos. Así pues, es hora de despertar y vivir dentro de un refugio que no es material, que está totalmente construido de amor y donde habitan solo dos personas: el maestro y el discípulo.
Se dice que cuando las abejas se ven atrapadas en una tormenta, se agarran con firmeza a pequeñas piedras para mantener el equilibrio y así evitar que el viento las arrastre. Pues bien, como las abejas, podemos aferrarnos al amor por el maestro y así mantener nuestro equilibrio en las tormentas de la vida. Y si nuestro amor por él nos parece débil o inexistente, no dudemos de que su amor por nosotros nos sostendrá.
Todos conocemos el amor porque somos hijos de Dios y Dios es amor, pero después de incontables relaciones efímeras hemos comprendido que buscar el amor eterno en las relaciones del mundo es una insensatez. La vida humana es transitoria y el amor humano también lo es. Solo podemos encontrar ese amor que nos lleva y une a Dios, en el que crece entre maestro y discípulo, porque en definitiva es el amor entre el Señor y el alma. El maestro interior está ansioso de ese encuentro y nuestra alma también.
Nuestra capacidad para amar es limitada, pero la corriente del sonido que los maestros nos enseñan a percibir, no se basa en emociones cambiantes… es permanente. La práctica diaria de concentrarnos nos abre paso al anhelo por encontrarle interiormente. Hoy por hoy, la gratitud que sentimos hacia el maestro por habernos puesto en el sendero es un tenue reflejo del amor genuino, pero si intensificamos nuestra práctica espiritual con un simran concentrado durante el día, su amor empapará nuestra alma y la vitalizará para acabar con esa separación a la que nos obliga la mente. En el libro A Wake up Call leemos:
El amor significa dar, dar y dar. ¡Hay que entregarlo todo, darlo absolutamente todo! Sin impedimentos. Solo tenemos que dar de todo corazón; hasta el punto de eliminar el ego. Sin expectativas, únicamente dar. Eso es ser discípulo.
Así que empezamos regalando el único regalo que tenemos para dar: nuestro tiempo y atención. Dos horas y media de nuestro tiempo, acompañado de toda la atención que podamos reunir y dar. Es un regalo pequeño. Posiblemente nos parezca un regalo insignificante cuando consideramos la atención dispersa que prestamos a la práctica de la meditación. Pero, no obstante, es un regalo de amor.
El maestro no ha parado de hacernos regalos desde el día en que nacimos… ¿No es justo, pues, que le obsequiemos con una devota meditación cada día después de la iniciación?