El placer de darlo todo
Hay dos palabras que a menudo se usan una al lado de la otra, pero que no pegan en absoluto. Una palabra es perder y la otra es control. Usamos la expresión ‘perder el control’ cuando las cosas se complican o no salen como habíamos previsto. Asusta perder el control, pero resulta que en realidad el control no se puede perder, porque para perderlo primero hay que tenerlo, y nunca lo hemos tenido.
Aquí es todo tan frágil, tan cambiante, tan efímero, que no hay nada donde agarrarse, nada que podamos controlar. Es como si nuestra existencia transcurriera entre arenas movedizas. Intentamos mantenernos en la superficie, pero sabemos que en cualquier momento esto puede cambiar. La tierra puede tragarse sin previo aviso todo por lo que hemos luchado, o podemos ser testigos de cómo se hunden lentamente en el lodo nuestros seres más queridos sin poder hacer nada por evitarlo. Un día miramos a nuestro alrededor y todo está reluciente, y al día siguiente está salpicado de color marrón.
Es normal que en un lugar así, donde todo se desvanece bajo nuestros pies, necesitemos agarrarnos a algo. En un lugar así, tenerlo todo controlado da sensación de seguridad. Y nos agarramos a eso, a la idea de pretender tenerlo todo controlado; aunque pretender tenerlo todo controlado sea, aparte de agotador y estresante: imposible.
Procuramos a nuestra manera, controlar todas aquellas variables que nos pueden enturbiar la manera de vivir. Luchamos cada día por mantener a flote todo aquello que queremos y todos aquellos a los que queremos. El dinero nos da cierta seguridad porque parece que con el dinero podemos controlar mejor la situación y procurarnos ciertas cosas que nos dan tranquilidad. Es natural, pero hay que tener presente la premisa citada a continuación en el libro One Being One, sin la cual todo lo que hacemos pierde su sentido:
Otros han dicho que Él es el titiritero. Saca todas las marionetas de su bolsa, tira de los hilos y las marionetas empiezan a bailar. Todo, dicen ellos, es su obra, su baile. “Todo el mundo es un escenario”. Y cuando termina, coloca todas las marionetas de nuevo en su bolsa y se va.
Y ¿quiénes son ellos, los que dicen estas cosas? El autor explica que han sido muchos a lo largo de la historia de la humanidad: lo dijeron los antiguos griegos, los yoguis, los que escribieron los libros sagrados hindúes, los budistas. Explica que más tarde, fueron los judíos y los rabinos de la Cábala los que volvieron a decir lo mismo usando diferente imaginería; los cristianos y los gnósticos también lo expresaron; lo hicieron los sufíes, evidentemente; y un gran número de pueblos indígenas clamaron la misma idea, aunque nunca la plasmaran por escrito.
Somos marionetas en sus manos. Los maestros de Sant Mat lo han ido recordando uno tras otro. No es un concepto nuevo que acabe de aparecer, es una idea que viene de lejos, pero a pesar de todo, en el día a día seguimos actuando como si nosotros tuviéramos el control, como si fuéramos nosotros quienes tiramos de los hilos, como si las marionetas que somos hubieran cobrado vida propia.
Seguimos leyendo en el libro One Being One:
Sentimos que tenemos una identidad y una voluntad libre e independiente, y sin embargo, tenemos poco o ningún control sobre nuestras vidas. No escogimos a nuestros padres, país, hogar, educación, ni muchas otras cosas que nos moldean, pero insistimos en que somos libres. Somos como peones en una inmensa partida de ajedrez, atrapados por circunstancias que escapan a nuestro control o a nuestra imaginación; aun así, insistimos en que nuestros movimientos son completamente de nuestra libre elección. Yo diría que esto demuestra que estamos en un estado mental bastante confuso.
Esto es lo que sucede, que la mente confunde, ¡y nos tiene bien confundidos! Su manera de funcionar, de razonar, no le permite ir más allá de las marionetas y ver al titiritero moviendo los hilos.
Todo este territorio tan pantanoso, tan inestable en el que nos encontramos, resulta muy estresante si no podemos llegar a ser conscientes de que es el titiritero el que mueve los hilos, porque entonces desde nuestra perspectiva parece que estamos solos. Y esto es demasiado para nosotros: pretender sostener la situación en la que nos encontramos nosotros solos, es demasiado. El recurso que toma la mente para gestionar la situación es crear un muro de ego para protegerse. Venimos haciéndolo desde que llegamos aquí.
Cada individuo va creando su propio ego que hace que nos veamos diferentes a los demás y automáticamente nos aislamos y nos empequeñecemos. Todos esos hilos que tiran de cada marioneta y que confluyen en uno solo, del que tira el gran titiritero se pierden de vista. Esta es la gran dificultad que tenemos como seres humanos. El reto es tener presente que no estamos solos. Que no hace falta jugar a ser Dios porque ya está él para encargarse de eso.
Es irónica la situación: tenemos a un titiritero inmenso que lo controla todo, solo tenemos que dejar que mueva los hilos por nosotros y obrar en su nombre, y en vez de eso nos empequeñecemos engordando nuestro ego como si con ello pudiéramos tomar el control de la situación.
En una composición titulada, “Nuestro insignificante sevadar” de la página oficial de RSSB leemos: “Como ha dicho Baba Ji, crecemos en este mundo creando una identidad, y luego en el camino espiritual, crecemos desechándola”.
Esta es la gran ironía de la vida. El maestro a menudo remarca que no podemos andar a la vez en dos direcciones opuestas, que nuestras acciones y nuestros objetivos no pueden ir en direcciones diferentes. No podemos mirar hacia arriba y hacia abajo al mismo tiempo. El libro One Being One explica:
Nosotros, las marionetas, sentimos que somos libres y que tenemos voluntad propia, al tener identidades individuales. La mayor parte del tiempo, no nos sentimos como títeres. Sentimos que lo hacemos todo por nosotros mismos. Hasta que un árbol cae sobre nuestra casa, un terremoto destruye nuestra ciudad, el mercado de valores colapsa y nos deja sin dinero, nuestra esposa o esposo nos deja, nuestros hijos nos tratan mal, la enfermedad se lleva nuestra salud y la muerte finalmente nos saca de este escenario.
Estas cosas desagradables suceden en la vida de todos en algún momento y no suelen ser bienvenidas. Cuando alguien tiene anhelos, ilusiones, esperanzas, sueños, no suelen ser del tipo: ‘quiero que me caiga un árbol sobre la casa’ u ‘ojalá pierda todo el dinero que tengo invertido en la bolsa y mis hijos me deshonren’.
No solemos ir por la vida pidiendo este tipo de cosas, pero cuando suceden son un auténtico regalo porque, aunque no son bienvenidas, nos dan un golpe de realidad muy necesario. Nos zarandean física o emocionalmente y nos dan la oportunidad de reencontrarnos con la marioneta que somos, y así soltarnos humildemente para que Él pueda mover los hilos. Que la vida nos guiñe el ojo a través de estos infortunios es una bendición, disfrazada de otra cosa menos apetecible, pero toda una bendición.
Hay una gran diferencia entre pretender controlar la vida y soltarla para que pueda suceder. La diferencia es abismal sobre todo desde el punto de vista interno. Desde fuera, quizás desde los ojos de los demás, nosotros seguimos yendo al trabajo cada día, ocupándonos de nuestra familia, disfrutando nuestro tiempo de ocio…, pero el punto de partida es totalmente diferente, y la manera de encarar la vida cambia profundamente.
“¿Puede el títere tener ideas propias, cortar las cuerdas que lo hacen danzar y salirse del escenario?”, pregunta John Davidson en su libro. Dice: “¿Pueden los personajes de una novela escaparse del autor y abandonar el guion por una realidad totalmente independiente? Parece poco probable. Así que Él debe tener la responsabilidad final por cualquier cosa que sus marionetas hagan y como sea que ellas existan, ¿verdad?”.
Tener todo controlado significa que nada suceda sin consentimiento previo. ¿Quién es el que da ese consentimiento?, ¿el consentimiento para que se muevan las nubes en el cielo o para que nazca hoy un niño? Está claro que nosotros no. Lo único que podemos hacer nosotros es ponernos a su servicio y darlo todo cada vez. Porque darlo todo sabiendo que no tenemos el control de nada, da mucha tranquilidad. Es un auténtico placer. Una vez lo hemos dado todo, ¡ya está!, ya podemos relajarnos para que suceda lo que tenga que suceder. Ya no nos queda nada pendiente. Entregarnos a lo que creemos que es correcto y hacerlo de la mejor manera posible. La responsabilidad, el control, lo lleva Él. Siempre ha sido así. Debemos vivir como si fuéramos sevadares todo el tiempo, porque de hecho deberíamos serlo todo el tiempo, ¿o es que Baba Ji deja de serlo en algún momento?
El artículo que mencionábamos antes, “Nuestro insignificante sevadar”, explica que la palabra seva –un término muy utilizado en la India– significa “servicio desinteresado”, pero la mayoría de veces se da mucha importancia a la primera palabra, al servicio, es decir, a los beneficios que se proporcionan a los demás. Mientras que, en Sant Mat, se da más importancia al adjetivo que la acompaña: “desinteresado”. El servicio debe ser por encima de todo desinteresado. Eliminar el ‘yo’ del panorama es la parte más importante y difícil a la hora de vivir como sevadares, y esto solo es posible si tenemos presente que nuestras manos, nuestra energía, nuestro cerebro, nuestro corazón y nuestras respiraciones están a disposición del Ser supremo.
‘¡Somos marionetas en sus manos!’. Llevamos miles de años oyendo este mismo discurso. Lo decían los yoguis, los sufíes, los budistas, los judíos, los cristianos, comentábamos al principio. Siglo tras siglo, generación tras generación, vida tras vida. Si fuera tan fácil actuar con esa comprensión ya lo hubiéramos hecho, ¡tiempo hemos tenido! Esto no es una cuestión de decir: ‘Ya está, ya lo he entendido, me voy a casa a ponerlo en práctica’. Como decíamos al principio esto no se entiende con la mente, ¡ya lo habríamos hecho si fuera así!
¿Qué hacemos entonces?, por mucho que hablemos, por muchas explicaciones que nos den, por mucho que leamos… ¿Cómo podemos llegar a ese lugar donde esta comprensión sea real y podamos llevarla a la práctica de verdad? ¿Como se hace esto de disfrutar del mero placer de darlo todo a cada instante con la tranquilidad de que Él está al mando? La respuesta tampoco es nueva y ya la sabemos, ¿verdad? En el libro One Being One leemos:
No importa quién seas, de dónde vienes, ni en qué crees; las personas de todos los tiempos, lugares y culturas tratan de llevar sus mentes hacia un punto de tranquilidad, de tal forma que puedan retomar el contacto con la esencia del Ser dentro de ellos. El pequeño ser que es parte del gran Ser, del Uno silente. Este es el asunto humano fundamental, mucho más allá de todas las diferencias externas y doctrinas.
Todos nuestros problemas se resolverían si tan solo pudiéramos una vez más recuperar el contacto con el Ser único. Si pudiéramos subir de regreso por esa escalera del Ser al único origen.
El atajo es la meditación. La meditación es el camino que nos lleva más allá de la mente, hasta la mismísima puerta del Ser supremo. Empezamos la meditación hablando el lenguaje de la mente, que son las palabras. Empezamos repitiendo mentalmente palabras y acabamos escuchando la voz del alma, la voz del Ser supremo. Pero claro, esto no es más que otro montón de palabras que sirven de bien poco si a nivel mental no se pueden comprender. Así que la otra opción es darle un voto de confianza al maestro y empezar a meditar aun sin acabar de comprender.
Seguramente alguna vez habremos intentado orientar a alguien que estaba en una situación difícil y no sabía cómo salir de ella: un hijo, un amigo… Cuando alguien está perdido, no sabe por dónde ir. Eso no significa que no haya camino, el camino está allí, puede que incluso bien visible, pero esa persona, debido al momento en el que se encuentra, es incapaz de verlo por mucho que nosotros se lo mostremos. Da cierta pena que el otro no se dé cuenta estando tan claro para nosotros… Entran ganas de decirle a ese amigo, a esa hermana o a ese hijo: ‘Mira, ahora mismo no ves la salida, yo si la veo, confía en mí, no pienses, solo sigue mis pasos, que de esta salimos juntos’.
Esto es exactamente lo que el maestro está haciendo con nosotros. El maestro ve el camino, intenta explicárnoslo, pero nosotros solo vemos lo que la mente nos permite ver. Y la mente no nos permite ver al que mueve los hilos, si no todo sería mucho más fácil. Así que tenemos que empezar el camino a ciegas e ir dando pasitos detrás del maestro para poder llegar a ese lugar donde todo se ve claro, donde todo cobra sentido. Y eso está más allá de la lógica y la razón a la que estamos acostumbrados.
Si el maestro nos inspira la suficiente confianza como para dejar de pensar, aunque solo sea lo justo para ponernos a meditar, tenemos mucha suerte. Si somos capaces de agarrar la mano del maestro e ir dando pasitos por el camino de la meditación, podemos estar tranquilos. Da igual si tiene sentido para nosotros lo que hacemos, si la mente se queja, si lo entiende o no: si estamos meditando somos afortunados. La meditación es la revolución silenciosa que empieza en el interior.
Puede que nos hayamos metido en un gran lío, y que nos hayamos vuelto tan locos que hayamos olvidado lo que realmente nos hace funcionar, pero Él sigue ahí. El Ser único que da existencia a nuestro pequeño ser.
One Being One