¿Qué es un ser humano?
Las raíces del universo están en las regiones del alma, y sus ramas se inclinan hacia la tierra. También las raíces del hombre están en la divinidad invisible. Puede que su cuerpo esté esclavizado en este mundo, pero su alma es inmortal. Detrás de nuestras concepciones mentales hay un secreto ilimitado, sin el cual la mente no puede trabajar. Debemos entrar en contacto con esa consciencia (dentro de nosotros) que es independiente del cuerpo y de los sentidos.
M. Sawan Singh. Mi sumisión
Según los místicos, nuestro entendimiento de la vida es extremadamente limitado. Aún más, la mayoría de nosotros desconoce por completo su propia ignorancia. Nos aferramos a un trozo de arcilla cuando tenemos diamantes a nuestro alcance. Todo lo que tenemos que hacer es soltar uno y agarrar el otro. Pero desgraciadamente estas joyas espirituales no se pueden alcanzar con las manos físicas. Así pues, ya llegó la hora de preguntarnos: “¿De qué estamos hechos? ¿De carne, hueso y sangre o de algo más?”.
Somos un cuerpo físico. Esto está muy claro al observar los dedos de mis manos tecleando estas palabras; las manos están conectadas a los brazos, los brazos al tronco y este conjunto está gobernado por una entidad conocida como “yo” que parece residir dentro de nuestra cabeza o cerebro. Esto es válido para todos, aun cuando la forma y tamaño de nuestros cuerpos sean diferentes. Toda persona tiene un cuerpo físico particular, aunque puede faltarle parte de él –como un brazo o una pierna o un seno– debido a un accidente, enfermedad o defecto congénito.
Cuando nuestro cerebro deja de funcionar o está clínicamente muerto, los científicos consideran que “nosotros” también hemos muerto. Está claro que el cerebro es la parte más importante del cuerpo humano. Los doctores generalmente consideran que la muerte del cerebro marca el fin de la vida, aunque los pulmones, corazón y otros órganos vitales estén todavía funcionando. A la mayoría de las personas que hablan sobre sus últimos días les asusta más perder sus facultades mentales que sufrir algún tipo de invalidez física. Por lo tanto, parece evidente que aunque nuestro cuerpo es esencial para la vida, un cuerpo sin esa mente que nos proporciona el sentido de identidad personal no puede reconocerse propiamente como ser humano.
Ahora la gran pregunta es: ¿Estamos compuestos de alguna otra cosa que no sea la materia física? En otras palabras, ¿si no es la materia física la que conforma nuestro ser, qué es lo que nos hace humanos?
La ciencia no puede responder a esta pregunta porque supone que cuando el cuerpo de una persona muere aquello que lo habitaba muere también. Cuando un ser humano deja de vivir no podemos encontrar de nuevo a la persona que habitaba su forma física. Por tanto, parece razonable asumir que no tenemos existencia fuera de nuestro cuerpo, lo cual implica naturalmente que deberíamos temer la muerte en lugar de darle la bienvenida. Si nos parece terrible perder parte de nuestra mente a causa de la ancianidad o como consecuencia de una enfermedad como el Alzheimer, probablemente sería mucho peor pensar que podamos perder toda nuestra mente y sentido de la propia identidad en el momento de la muerte.
Gracias a Dios, los místicos nos dicen que somos mucho más que un manojo de elementos químicos ensamblados en un conjunto de formas muy ingeniosas y dotados con la capacidad de movernos, sentir y pensar durante una vida que dura varias décadas antes de dejar de existir y desintegrarse en la nada. La verdad es que la materia, nuestro cuerpo, es solamente un ligerísimo caparazón que reviste otras realidades vivas que poseen mucha más vitalidad y son mucho más permanentes que la forma física.
Después de la muerte de nuestro cuerpo físico nos encontramos en el estado más refinado del ser, al que llamamos forma “astral”, que significa “de las estrellas”. Se le llama así porque el cuerpo astral se describe como uno que centellea en millones de partículas que parecen polvo de estrellas. En cierto sentido se asemeja a nuestra forma física anterior, pero es más luminosa y bella. Además, y esto sí es una buena noticia, la forma astral no sufre enfermedades ni otras dolencias. Pero, por otro lado, la misma mente que tenemos ahora continúa con nosotros, sus defectos y cualidades anteriores permanecen incluso después de la muerte.
Significa esto que el tiempo que pasamos en este nivel de conciencia es temporal. Si nuestra mente manifiesta fuertes hábitos terrenales, deseos y apegos, siendo este casi siempre el caso, nos veremos prontamente reencarnados en otro cuerpo físico. La vida nos da lo que merecemos por medio de la implacable ley del karma. La mayoría de nosotros nos inclinamos decididamente más hacia las cosas mundanas que hacia las cosas espirituales, y como consecuencia el camino lógico después de la muerte es el del regreso a esta existencia o plano físico. No obstante, aquellos que han sabido liberar su mente de manera significativa –aquellos con más tendencias espirituales que mundanas–, tienen la posibilidad de alcanzar el nivel de pureza necesario para seguir ascendiendo hacia las regiones superiores.
El siguiente punto significativo es el ascenso de la conciencia cuando esta se despoja del cuerpo astral. Nuestra naturaleza espiritual más pura está, entonces, cubierta solamente por la última capa de la mente. El nivel más alto y refinado de la mente es, en esencia, uno con la mente universal, que como ya hemos mencionado es la causa y origen de toda la vida por debajo de ella. A este nivel del ser se le da el nombre de “cuerpo causal” o “ser causal”, simplemente porque es el punto de partida de todo lo que pasa en la vida de una persona. Se dice que es más sublime que el nivel astral, de la misma forma que el plano astral es considerablemente más sutil que el plano físico. Considerando este hecho, pocas descripciones del mismo son significativas, como no sea decir que es extraordinariamente sutil y luminoso. Todas las experiencias que hemos tenido vida tras vida están registradas en este alto nivel o nivel causal. Este plano contiene las causas originales de los diversos aspectos de nuestro carácter y de nuestra personalidad.
El siguiente nivel es el del espíritu puro, nuestra alma, que tan solo podremos conocer una vez que nuestra conciencia se separe de las capas física, astral y causal. Esta es nuestra única parte eterna y puramente espiritual. Es una gota del espíritu o de la conciencia pura, es el alma inmaculada, sin materia o mente que la ensucien. Esta es la razón de tener que dejar atrás todas las impresiones de la mente y la materia antes de poder conocer el potencial completo del alma.
Hoy el alma se encuentra escondida tras todas las toscas capas de nuestros cuerpos, de la misma forma que el astronauta lo está por su traje espacial y la estructura de la nave. Cuando las personas observan el lanzamiento de una nave espacial tripulada saben que a bordo hay astronautas conscientes, si bien lo único que divisan desde el suelo es una masa de metal.
Normalmente no tenemos consciencia de nuestra alma, ya que nuestra atención está siempre enfocada en lo que creemos que somos: un ser físico y mental. De forma un tanto especial, el misticismo nos enseña que esa misma atención es la fuerza vital que constituye el alma. Así que mientras miramos dentro y fuera de nosotros mismos intentando averiguar quiénes o qué somos –leyendo libros, yendo al psicoterapeuta, hablando con amigos, pensando sobre la vida, practicando nuestra religión–, la misma entidad que está haciendo toda esta averiguación es lo que estamos buscando. Es como estar de pie en medio de un río preguntando, “¿dónde está el agua? ¡No la siento!”.
El problema radica, hablando metafóricamente, en que nos hemos calzado unas gruesas y altas botas y nos hemos envuelto con una escafandra metálica, cuando tan solo la piel desnuda sentiría la frescura y la humedad del agua. De la misma forma, tan solo es el alma desnuda la que puede sentir plenamente el calor y el amor de Dios.
Muchos de nosotros nos preocupamos porque nuestro cuerpo físico aumenta de peso cuando nuestro verdadero problema reside en otro tipo de obesidad, la del peso de todas esas capas que gravitan sobre nuestra alma. El alma no puede escaparse de la mente y de la materia, como el pájaro no puede irse de su jaula.
La vida es justa