¿Por qué necesitamos meditar?
“… El amado divino es nuestro guía, que nos atrae siempre. Nuestro esfuerzo es simplemente una respuesta a su llamada. Si damos un paso hacia él, él da cien pasos hacia nosotros”. Y es él quien nos hace dar ese paso. Su gracia es inestimable, su amor incalculable. Vivimos en su amor y gracia…, así que encontrarlo es la eterna búsqueda, el único viaje que vale la pena hacer con todo nuestro corazón y alma. Seguir siendo buscadores hasta el final del viaje. Nunca rendirse, ser siempre positivos, dejar partir el desaliento y la negatividad y ser conscientes del Uno.
One Being One
El Señor está dentro de cada uno de nosotros. El camino que conduce de regreso al Señor está también dentro de todos nosotros. Nuestro viaje espiritual comienza en la planta de los pies y termina en la parte superior de la cabeza. En el cuerpo, el alma y la mente están atadas una con la otra justo en el centro del ojo. Desde ahí nuestra mente se extiende por toda la creación a través de las nueve aberturas: los dos ojos, los dos oídos, los dos orificios nasales, la boca y las dos aberturas inferiores. A través de estas nueve aberturas nuestros pensamientos se expanden por toda la creación.
¿Cómo se expanden nuestros pensamientos? Siempre estamos pensando en una cosa u otra. La mente nunca está quieta. No importa cuánto tiempo nos encerremos en una habitación a oscuras, no estaremos allí. La mente estará dispersa por toda la creación. Y en quienquiera que pensemos, su forma aparecerá ante nosotros. Si pensamos en nuestro hijo, la forma de nuestro hijo aparecerá ante nosotros. Si pensamos en nuestra esposa o amigos, comenzaremos a visualizar sus formas. Automáticamente empezamos a visualizar los rostros de aquellos en los que pensamos, y poco a poco nos iremos apegando a ellos. Tanto es así que empezamos a soñar con ellos, y en el momento de la muerte todas sus formas aparecerán ante nosotros como en una gran pantalla de cine.
Esos apegos y amores nos traen de vuelta al plano de la creación después de la muerte. Los místicos nos dicen que a menos que estemos centrados en el amor al Padre, a menos que estemos apegados al Padre, no podremos volver al nivel del Padre. Nos dicen que con el mismo método que nos hemos apegado a la creación, debemos intentar apegarnos al Creador. En la mente ya existe el hábito de hacer simran (repetición). El hecho de pensar día y noche en lo que vemos se denomina simran. Y cualquier cosa que tratamos de visualizar se designa como dhyan. De forma que la mente ya tiene el hábito de hacer simran y dhyan, pero simran y dhyan ¿de quién? De los rostros y objetos de esta creación; el problema es que todo lo que vemos en esta creación es perecedero. De modo que los místicos nos dicen que pensemos en el Señor, que visualicemos la forma del Padre. Mediante el mismo proceso que utilizamos siempre, hemos de intentar retirar nuestra consciencia al centro del ojo.
La mente es amante de los placeres, y al ser tan aficionada a los placeres se ha convertido en esclava de los sentidos. A menos que encuentre un placer mejor, se negará a abandonar los placeres sensuales. El Señor ha puesto dentro de cada uno de nosotros, en el centro del ojo, ese placer superior que es conocido con diferentes nombres. Cristo se refiere a él como Espíritu Santo, Palabra, Espíritu, Nombre. Los místicos de la India por lo general lo denominan Shabad o Nam.
Esa melodía divina está dentro de cada uno de nosotros, en el centro del ojo. Cuando con la ayuda del simran y dhyan que nos enseñan los místicos o santos retiremos nuestra consciencia hasta el centro del ojo, entraremos en contacto con esa divina melodía interior que tiene su propio sonido y luz. Con la ayuda del sonido sabemos la dirección de nuestra casa interior. Con la ayuda de la luz vemos el camino que tenemos que recorrer. Y así, poco a poco, paso a paso, comenzamos a avanzar hacia el interior.
Con el fin de volver al Padre, tenemos que retirar nuestra consciencia al centro del ojo. Esto es lo que conocemos como meditación, retirar nuestra consciencia de las nueve aberturas y mantener la atención en el centro del ojo, uniendo así nuestra atención, nuestra consciencia, a la divina melodía o luz divina interior. Cuanto más nos concentramos en el centro del ojo, más entramos en contacto con esa divina melodía y esa luz divina interiores. Cuanto más disfrutamos de la luz y melodía divinas internas, antes comenzamos a retirarnos de los apegos de la creación. El apego a la melodía divina crea automáticamente el desapego de los sentidos, el desapego de la creación.
Solo el apego puede crear desapego. El desapego nunca puede crear apego. (…) El apego a la divina melodía comienza a separarnos de la creación y nos va uniendo poco a poco al Creador. Esto es meditación; este es el proceso que debemos seguir.
Spiritual Perspectives, vol. II