¿Cómo amar a Dios?
En el ocaso de nuestra vida te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición.
San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor
En el evangelio de Sant Mateo (22:34-40) leemos: “Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.
En estos dos mandamientos se centra toda la ley de Dios, todas las normas que gobiernan el universo tanto visible como invisible, y por ellos, por esos dos mandamientos, se rigen todos los santos que vienen al mundo, y en ellos basan sus enseñanzas. Y como podemos observar, la base, la esencia, la premisa de ambos mandamientos es la misma: el amor. Amarás a Dios y amarás a tu prójimo.
No hay nada más, es así de sencillo; en este mismo momento podríamos dejar de escribir y finalizar los argumentos pues en estos dos mandamientos está todo el conocimiento, todo el saber, el objetivo, la misión de la vida, la razón de nuestra existencia. Pero dicho esto, se plantea alguna que otra cuestión:
¿Cómo amar a Dios? Y aunque la segunda regla, la de amar al prójimo es aparentemente más fácil, al final plantea tantas o más dificultades que la primera, ¿Quién es mi prójimo? ¿Mi familia, mis amigos, mis correligionarios, mis paisanos? ¿Tenemos que amar a aquellos que nos lastiman? ¿A los que son diferentes que nosotros en casta, en credo, en religión, en raza o posición social? ¿Tenemos que amar a los que ni siquiera conocemos?
Para nosotros Dios, mientras no transcendamos nuestro estado de conciencia actual, no es más que un concepto, una idea. ¿Se puede amar verdaderamente a un concepto?
Es verdad que podemos apasionarnos con una idea, con un sueño con una ilusión. Pero esta pasión siempre se centra en algo que hemos visto u oído, algo que sabemos que está ahí. Colón puso rumbo a lo desconocido, pero tenía referencias, tenía indicios, tenía señales… No era tan desconocido, por tanto.
Pero Dios, Dios es totalmente abstracto. Es inescrutable y es inefable, no puede describirse con palabras. “El Tao que puede describirse con palabras, no es el Tao”, dice el Tao Te King. Y si en todo caso pudiésemos amar una idea, lo cierto es que estaríamos amando a nuestra propia idea. A la idea que nosotros nos hacemos de Dios, así que no estaríamos amando realmente a Dios.
Ciertamente, la mayoría de los seres humanos no podemos amar lo que no percibimos con los sentidos. Esto es algo en lo que también coinciden los santos de todas las épocas y nacionalidades.
Nuestra mente esta aferrada a los sentidos físicos, y dichos sentidos están dirigidos exclusivamente a aquello que pueden percibir: las sensaciones y mensajes exteriores. Apenas tenemos otra vida interior que las reacciones químicas que producen las emociones, eso que llamamos sentimientos, motivados siempre por impresiones externas. Para llegar a Dios, necesitamos un estado de conciencia diametralmente opuesto; completamente distinto del que ahora tenemos, tan distinto que ni siquiera podemos llegar a comprenderlo.
El conocimiento intelectual puede ayudarnos, pero por sí solo es incapaz de alcanzar la divinidad, pues es una herramienta físico-mental y no puede llevarnos más allá de la mente y la materia.
Hay dos cosas que son imprescindibles para poder llegar a Dios y amarle: un maestro verdadero vivo y seguir al pie de la letra todo cuanto él nos indique.
A través del amor a un maestro vivo podemos llegar al amor a Dios. El maestro es un ser que está en ambos planos, está en el mundo en su forma física, y está en Dios en su forma espiritual. Su mente es pura consciencia, y no está oscurecida por la atracción de los sentidos materiales, es una manifestación de Dios; todos los somos. La diferencia que hay entre el maestro y nosotros es que el maestro ya es consciente de Dios, consciente de su propia divinidad y de la nuestra, y nosotros no.
Los místicos dicen que hay dos formas de alcanzar a Dios: amor y meditación. Si nuestro amor por el maestro es lo suficientemente grande, profundo y sincero estaremos amando directamente a Dios, pues no hay diferencia entre el maestro y Dios. Pero esta cualidad, esta condición de amor puro es punto menos que imposible que se dé en los seres humanos corrientes. Lo habitual, lo común es que tengamos que aprender a amar, amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. Y esto solo se puede hacer si alejamos la atención de las cosas del mundo para centrarla en el amor al maestro. Desapegándonos totalmente de los afectos mundanos.
El maestro a través de sus enseñanzas espirituales nos da un método para poder alcanzar este amor. Nos da un mantra, el simran, que nos servirá para recordarle. Y nos dice que lo repitamos interiormente centrándonos en el tercer ojo que es la puerta que comunica con el más allá, que comunica con estados de conciencia más elevados.
Cuando la repetición constante de este simran, consiga calmar, consiga aquietar, centrar nuestra mente, automáticamente, nos llevará a la contemplación de la forma espiritual del maestro. Y dicha contemplación permitirá fijar y hacer duradera la quietud de la mente. El simran es la forma natural de aprender: todo lo aprendemos a base de repetir, todo.
El estado de contemplación se denomina dhyan, y sirve para fijar el estado de calma mental que se consigue con el simran. El maestro nos enseña también la forma de escuchar en nuestro interior lo que algunos llaman la resonancia universal, el sonido inaudible que en Sant Mat se denomina Shabad, y es el equivalente en la Biblia al Verbo o Espíritu Santo, tambien es el Kalma, el Nam, el Tao… Este es un sonido que no puede escucharse con el sentido físico del oído, solo se puede escuchar interiormente.
El Gran Maestro expresa en el libro Mi sumisión:
Dios es amor y el amor es Dios, el Shabad es la voz de Dios.
Por tanto, el Shabad es la voz del amor, dulce y potente. Escuchar la voz del amor, escuchar la voz de Dios es sentir la fuerza del amor, y hasta la persona más fuerte y ruda queda prendada y sin fuerzas para resistirla cuando la escucha.
Hemos podido ver como en ocasiones hay personas que caen temblorosas y sin fuerzas al ver al maestro. Esto ocurre cuando el alma, aunque sea solo por un breve instante, siente la fuerza de atracción del amor verdadero. ¡Podemos imaginar que sentirá nuestra alma cuando en el interior llegue a escuchar la voz de Dios y a sentir su fuerza! Y esa es la intención del maestro, esa es su misión: ayudarnos a sentir la voz del Señor, a experimentarla, pues su fuerza y dulzura, al ser infinitamente más potente y atrayente que nada de lo que hayamos conocido o podamos llegar a conocer, nos alejará definitivamente de las atracciones mundanas y nos llevará al Señor.
Una vez nos atrape la fuerza del amor ya no nos dejará, al fundirnos en ella nos fundiremos en Dios mismo, pues maestro, Shabad, amor y Dios son sinónimos perfectos, son lo mismo. Esto es meditación, en eso consiste la meditación.
Y el segundo mandamiento dice: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Es muy difícil amar al prójimo, tenemos la tendencia de ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro, de disculpar en nosotros errores que en los demás aumentamos en importancia; preferimos criticar a colaborar y ayudar. Es mucho menos comprometido y nos hace sentirnos superiores, el orgullo está siempre al acecho dispuesto a saltar sobre nuestras conciencias y apoderase de ellas, y del orgullo o del egotismo, que es lo mismo, nacen el desprecio, la ira, el odio. Estos males son la mayor desgracia para el mundo y para nosotros mismos. Son los que causan las diferencias, las disputas, las rencillas, las guerras, en definitiva el desamor, y son los que corroen y afligen nuestras almas.
Por eso, nuestro comportamiento y nuestra actitud son importantísimos en nuestra relación con los demás. No podemos esperar el amor de Dios, si nosotros practicamos el odio o la enemistad. No podemos esperar que el maestro se manifieste en nuestra meditación, si nuestro corazón está ensombrecido por la soberbia o el orgullo hacia nuestros hermanos en la creación. Debemos estar siempre vigilantes para comportarnos del mejor modo posible, con afabilidad y humildad.
Hay un villancico tradicional español llamado “Los campanilleros”, que dice: “… Si supieras la entrada que hizo el rey de los cielos en Jerusalen, que no tuvo coche ni calesa, solo un borriquillo que alquilado fue, quiso demostrar que las puertas benditas del cielo tan solo las abre la santa humildad”.
Sin humildad, no hay amor, no hay amor puro, y las puertas del cielo permanecen cerradas.
¿Cómo pudieron los grandes ríos y océanos obtener su condición de rey sobre los cientos de pequeños riachuelos? Gracias al mérito de permanecer siempre por debajo de ellos; así es como consiguieron su realeza.
Tao Te Ching
El mensaje de los maestros es muy claro y muy simple en este sentido: todo lo que nos acerca a Dios esta bien y todo lo que nos separa de él esta mal. Y el orgullo, el egotismo es una de las cosas que más nos separa de Dios.
Por lo tanto, la practica de la meditación va de la mano con todo lo que hacemos en la vida. La vida en sí misma es meditación, nos recuerdan los maestros. Meditación es también adoptar una actitud positiva y amorosa que afecta a todos los aspectos de nuestra vida. La práctica de la meditación, el entrenamiento del aquietamiento de la mente, desarrollará en nosotros mejores cualidades humanas de una forma definitiva, nos separará de los apegos y amores mundanos interesados e impuros, y nos capacitará para experimentar, desarrollar y practicar el amor puro, desinteresado y universal que es el amor a Dios.
En el evangelio de San Mateo leemos (10:37):
El que ama a su padre y a su madre más que a mí no es digno de mí, el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí.
En realidad, esto no quiere decir que no amemos a nuestros familiares o amigos. Pero recordemos que el maestro es la manifestación de Dios y amándole a él estaremos amando a Dios. Y amando a Dios estaremos amando a toda la creación, en lugar de amar solamente a determinadas personas. Lo cual significa que nuestro amor será mucho más puro y desinteresado, más auténtico que el amor que sentimos cuando amamos a alguien en concreto, esperando como poco que nos corresponda.
Hazur Maharaj Ji en Spiritual Perspectives, vol. I, nos dice:
Únicamente podemos amarnos los unos a los otros cuando vemos al Señor en los demás. Cuando dentro de nosotros hay amor al Señor, nos amamos los unos a los otros. Entonces no amamos a las personas, sino que amamos al Señor que está dentro de cada uno de nosotros.
Entonces no nos perdemos en individualidades o personalidades. Estamos perdidos en el amor al Señor. Cuando estamos sintonizados con él, le encontramos en cada persona. Cuando vemos al Señor en cada persona, no surgen cuestiones de superioridad o inferioridad, no aparece el problema del ego, no hay lugar para el odio.
Cuando amamos a Dios como él quiere que le amemos, amarle a él en su creación, no buscaremos ni esperaremos nada de nadie, será un amor absoluto. En ese amor estará comprendida la totalidad: los familiares, los desconocidos, los amigos, los enemigos, los ricos, los pobres, los buenos y los malos, las bestias feroces y las mansas, los pájaros, los reptiles, los peces… ¡Toda la creación! En todos veremos a Dios pues todos son seres divinos, y respetaremos y amaremos a todos de una forma más pura y profunda. También a nuestros familiares y amigos los amaremos de verdad y sin interés a cambio.
Nuestro seva principal, nuestra principal misión es hacernos mejores personas, hasta alcanzar tal punto de humanidad que la espiritualidad, a través de la meditación, sea una consecuencia natural, de manera que lleguemos a unirnos con el Señor perfecto.
Nuestra meta final es la realización de Dios, y esto no puede llevarse a efecto sin cumplir el madamiento principal de la ley de Dios: Amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y amar al prójimo como a uno mismo.
Maharaj Sawan Singh Ji, el Gran Maestro, expresa en el libro Mi sumisión:
Dios está en todos, cuando no amamos a alguien estamos dejando de amar a Dios.
Todas las grandes almas han promulgado el mismo mensaje: Todos somos hijos de Dios, todos procedemos de la misma fuente, todos formamos parte del gran designio de Dios, el reino de los cielos está dentro de nosotros, en nuestro interior. Somos partículas de Dios, gotas de un mismo océano. Y por eso, todos somos también partícipes y somos responsables del acto de la creación, y de ayudar a ese gran trabajo de la creación. Si somos partes de Dios, también tenemos parte de responsabilidad.
Practiquemos un amor que se parezca, aunque solo sea un poco, al gran amor del maestro por nosotros, que es capaz de hacer la vista gorda a todas nuestras fechorías.
En el libro Sarmad: Martyr to Love Divine, leemos:
Él conoce mis transgresiones por los cuatro costados,
aun así, con cada aliento me invita
a la mesa de su generosidad.
Con miedo y esperanza
he empleado mucho tiempo reflexionando.
Mientras que él ha estado siempre
dispuesto a derramar su gracia.
Amemos con un corazón grande que atraiga a nuestros semejantes y se pregunten qué nos ha hecho cambiar, por qué nos hemos vuelto mejores personas. ¡Que no sean nuestras palabras sino nuestros actos y la fuerza de nuestro amor, lo que haga al maestro sentirse orgulloso de cada uno de sus discípulos!