La fuerza del recuerdo
Porque tú eres mi roca y mi castillo;
por tu nombre me guiarás y me encaminarás.
Salmos 35:3
“Mantén tu mente en el simran, concentra tu atención manteniendo la forma del maestro ante tus ojos, y une tu conciencia con el Shabad”. Esta frase podría formar parte del mensaje de cualquiera de los satsangs de un maestro espiritual. A partir de aquí, el maestro desarrollaría las enseñanzas poniendo el acento en que en el camino espiritual, el simran o repetición es la base fundamental para apartar nuestra atención del apego al mundo y aferrarnos al sonido interior, el cual nos permitirá viajar de regreso a nuestro hogar, etapa tras etapa, hasta llegar a reunirnos con Dios.
Efectivamente, el esfuerzo por mantener el simran en la mente es la clave para ir al interior, para trascender cuerpo y mente y llegar a la puerta donde comienza el viaje interior. El recuerdo del nombre de Dios es tan poderoso que puede llevarnos al encuentro consciente con él, nos lleva de la oscuridad de este mundo a la brillante luz interior; entonces podemos escuchar la cautivadora música interior y unirnos con nuestro Creador.
En Philosophy of the Masters, vol. I, leemos:
El alma es la esencia y el Señor es el origen.
Cuando el alma recuerde al Señor con toda su atención,
se transformará en el Señor.
Tener éxito en la práctica de la repetición (simran) está estrechamente ligado a la necesidad que tenemos del maestro y al amor que sentimos por él, a lo viva que está nuestra meta espiritual en el día a día. Dicho de otra forma, depende de lo desesperada que esté nuestra alma por recobrar su estado original de unión al Padre, que ahora la mente le impide realizar. Como han dicho todos los místicos, los pasos que damos para recorrer el sendero espiritual son una súplica, una plegaria a Dios; están motivados por la necesidad de invocar su nombre para conectarnos interiormente con la fuente a la que pertenecemos. El camino espiritual da respuesta al grito del alma clamando por volver a unirse con Dios, porque precisamente con la repetición el Señor nos ofrece la posibilidad de acallar este llanto y establecer una relación consciente con él. Por medio de un simran constante podemos despertar a la superconsciencia y alcanzar un estado de tranquilidad y paz interior.
Sentir una necesidad verdadera del simran junto con el ansia por salir de un estado de aletargamiento e inconsciencia es el motor para la oración, para el recuerdo que nos hará despertar y trascender la trampa de materia y mente en la que sumimos nuestra existencia. La repetición de los nombres practicada con un sentimiento sincero e intenso atrae la presencia del maestro todo el tiempo con nosotros.
Leemos en el libro Philosophy of the Masters, vol. I:
Todos los pensamientos mundanos se desvanecen de la mente de la persona que practica el simran, y son reemplazados por pensamientos del Señor. Entonces sentimos su presencia en todas partes.
En un estado avanzado ese recuerdo brota del corazón y el discípulo convierte su vida en una ofrenda al maestro, y de forma natural su nombre está siempre en su pensamiento. En este sentido, una de las obras más populares del cristianismo ortodoxo es un libro titulado: El peregrino ruso (escrito entre 1853 y 1861). Es conocido como la llama de la verdadera oración y del verdadero amor del camino hacia Dios, y de forma bellísima explica:
Al cabo de cierto tiempo noté que la oración se originaba sola dentro de mi corazón. (…) Después, sentía (…) en mi espíritu tan grande amor a nuestro Señor Jesucristo, que me parecía que si lo hubiera visto me hubiera echado a sus pies, los hubiera abrazado y bañado con mis lágrimas dándole gracias por los consuelos que nos procuraba con su nombre, en su bondad y su amor por la criatura indigna y pecadora.
Sin embargo, cuando iniciamos el camino espiritual, muy pronto nos damos cuenta por experiencia que ese recuerdo no brota fácilmente de nuestro corazón, pues este se abraza a las bagatelas pasajeras y a los juguetes de este mundo, que son el obstáculo y la fuerza opuesta hacia el curso interior de la atención.
La verdad es que nosotros no cultivamos esta facultad de interiorización, sino que abrumamos al alma con el peso de nuestro pesado cuerpo y con la confusión de nuestros pensamientos distraídos y ligeros. Pero cuando a través del simran nos concentramos en nosotros mismos y nos abstraemos de todo lo que nos rodea, agudizamos nuestro espíritu y entonces el alma funciona con toda su energía, y esta interiorización no es más que una acción natural, aunque desconocida mientras no la hemos practicado.
Recordar al Señor ha dejado de ser natural y se ha vuelto difícil porque la inercia de los tiempos vividos, sin otro horizonte que el mundo, sus seres y cosas, ha hecho que no tengamos ojos ni interés más que para toda la diversidad que forma parte de él. Acertadamente, leemos en el libro En busca del camino:
Pasamos toda nuestra vida educando a nuestros hijos, sirviendo a nuestra familia, acumulando riqueza, cuidando de nuestro bienestar físico, pero no hacemos nada en favor de nuestro interés real. A lo largo de nuestras vidas nos conformamos con seguir siendo simples bestias de carga y olvidamos el verdadero propósito para el cual se nos dio esta forma humana. Desperdiciamos todos los preciosos momentos que se nos conceden para la liberación del alma y despilfarramos la reserva de las veintidós mil respiraciones diarias que nos han asignado. ¿Podría darse una disipación más irresponsable de nuestros recursos?
Así hemos pasado existencias, y seguimos haciéndolo hasta que surge en nosotros la necesidad de buscar más allá. En el mismo libro, encontramos este simple consejo:
Realiza tus tareas mundanas pero mantén la mente en el simran, pues es gratis, y mediante la repetición del nombre de Dios puede volverse al buen camino. Hacer esto no cuesta un céntimo. Es algo facilísimo en comparación con lo valiosa que es la recompensa, pues la oscuridad de innumerables edades cede el paso a la radiante luz.
Cuando somos capaces de dirigir el pensamiento y la memoria sin descanso al recuerdo de Dios, cuando caminamos en su divina presencia, despertamos a su amor a través del pensamiento en él. No hay meta más estimulante ni felicidad más grande que asomarse a la dimensión del espíritu y sumergirse así en la verdad de la eternidad. Como leemos en el libro del yo al Shabad:
¡Si pudieras tener un vislumbre de la maravillosa realidad que eres! Cuando eres capaz, simplemente, de sentarte y permanecer inmóvil, te liberas de todo. Si deseas comprender quién eres en realidad, tienes que ir ahí por ti mismo, sin el cuerpo. Para ir ahí sin el cuerpo, necesitas comprender que tú no eres cuerpo ni nada relacionado con él.
Estas expresiones nos acercan a la pura experiencia y van más allá de las meras palabras. Podemos leer maravillosos poemas, escritos y reflexiones, o hablar día y noche de Dios interminablemente, de su amor, de lo maravilloso que es pensar en él y recibir su inspiración…, pero hasta que nuestro corazón no lo abrace, hasta que él no entre en nosotros como resultado de haber descartado todo lo demás y haber priorizado su nombre, no tendremos ni idea de tan bella literatura mística, de tanta y tanta enseñanza transmitida bondadosamente por los místicos.
¿Cómo conseguir esta inmersión en el recuerdo constante? ¿Es algo que podemos lograr por nosotros mismos, con un firme propósito y un esfuerzo incansable, o se necesita algo más? La siguiente cita de Philosophy of the Masters, vol. I, nos da la pista adecuada:
Si una persona recordara a Dios constantemente despertaría a la superconsciencia. Pero este es un estado únicamente alcanzable por la gracia y la bendición del Señor.
Así que primero debemos saber que Dios crea en nuestra vida las circunstancias que nos permiten estar en contacto con él. Como suelen ilustrar los místicos, primero él nos da el hambre, después nos proporciona el plato, y finalmente nos sirve la comida para que nosotros solo tengamos que comer. Nuestra mediación en este juego del recuerdo del Señor es una consecuencia, una bendita oportunidad que no deberíamos pasar por alto, sino aprovecharla de todo corazón. Se origina completamente desde el lado del amado; si él no nos proporcionara el medio adecuado no pensaríamos en él, ni siquiera sentiríamos necesidad alguna de que acompañara nuestra existencia.
Tienen que ocurrir determinadas cosas en el escenario físico en el que nos desenvolvemos para que surja la necesidad y el anhelo por lo divino. El Gran Maestro lo expresa así en Joyas espirituales:
La primera señal de su misericordia hacia cualquier persona es que crea en ella el descontento con la rutina mundana, y un anhelo por buscar la verdad.
Ese ‘descontento’ se manifiesta de muchas formas. Digamos que alguien se encarga de agitar nuestras vidas, de hacer que no todo vaya de acuerdo con nuestros deseos y apetencias. Llega la insatisfacción, también algún dolor, algún sufrimiento… Nos inquietamos y perdemos la paz, nos desasosegamos, y entonces nos damos cuenta de que falta esa pieza del puzle que debemos buscar para serenarnos, para darle más paz, equilibrio y sentido a la vida. Si no vemos el lado doloroso, pasajero y efímero de esta existencia, podríamos dormir indefinidamente en este falso sueño. Hazur Maharaj Ji nos explica en Muere para vivir:
¿Quién es el que nos hace anhelar? (…) Es el Padre mismo. Nos desarraiga de aquí y nos lleva hasta su propio nivel.
Y dice más adelante:
Si no fuera por su gracia ni siquiera pensaríamos nunca en nuestra separación de él, ni desearíamos volver al hogar. Si no fuera por su gracia ni encontraríamos al maestro ni seguiríamos el sendero. Su gracia es lo primero que llega. Crea en nosotros el deseo de encontrarle. Nos atrae interiormente. Pensamos que lo buscamos, cuando en realidad él crea en nosotros el deseo de buscarle. Con su gracia desarrollamos la fe en el maestro. Con su gracia nos esforzamos en practicar y atender a la meditación con amor y devoción.
Esa gracia incomprensible para nosotros es lo que explica por qué en el mundo encontramos todo tipo de comportamientos hacia Dios. Para algunos, él es la necesidad más básica, su pan, su aliento y su misma respiración, para otros todavía falta ese sentir… No está en nuestras manos sentir esa necesidad ni empezar el camino del despertar. Él desvela nuestro falso sueño del mundo, nos agita de nuestras ‘cómodas camas’, provoca el cambio y hace que le demos una vuelta a nuestra vida para que la miremos con una mirada más profunda y verdadera. Él nos susurra al oído, bajito pero directo: ¿Quieres seguir en este sueño doloroso, o quieres cogerte de mi mano para despertar a la consciencia de tu verdadero ser?
Todo está dispuesto en nuestra vida para dar esos pasos hacia él, pero ha dejado a nuestra elección darlos hacia él o darlos en otra dirección. Leemos en el libro En busca de la luz:
El maestro nos pide que consideremos qué es lo que debemos buscar: ¿la satisfacción de los deseos sensuales o la realización de nuestras aspiraciones espirituales? Entre los dos platillos de la balanza prevalecerá invariablemente el más pesado.
Así que él dispone la mesa y nos deja a nosotros ese pequeño esfuerzo de llevarnos la comida a la boca, una vez que sentimos el hambre y tenemos el plato preparado y dispuesto; esa es nuestra parte en el banquete celestial de la reunión con Dios. Por eso, hacia dónde dirigimos nuestro esfuerzo determina la naturaleza de nuestra búsqueda.
Lo imprescindible que es el esfuerzo en la dirección correcta queda patente en el ejemplo que suelen utilizar los santos, cuando explican cómo un niño empieza a andar: el padre, colocándose a una pequeña distancia de él, le tiende sus brazos y le anima a que dé esos pasos hacia él. Dios no cesa en sus intentos de atraernos hacia él. ¡No tenemos ni idea de cómo mueve los hilos de nuestras vidas para proporcionarnos escenarios y ocasiones sin fin que nos orienten hacia él! Pero nuestra mente pesada y confundida no atisba a descifrar esas pistas que nos ayudarían a salir de la trampa y acercarnos a él.
Baba Ji se ha referido en diversas ocasiones a la naturaleza de nuestro esfuerzo, cuando comenta que nuestro paso por la existencia comporta una evolución de la condición inferior –relativa a vidas previas en especies inferiores– a la forma humana, que significa la oportunidad que el Creador nos da para volver a él. Si en esta vida humana nuestro esfuerzo se centra en liberarnos de todas esas pasiones relacionadas con las tendencias inferiores (todavía presentes) y volvernos realmente humanos, entonces la espiritualidad estará al alcance de la mano.
Vivimos en una lucha constante que se lidia en el campo de batalla de esta forma humana –en este cuerpo que tenemos y con esta mente que no dominamos–, y no deberíamos olvidarnos jamás del sentido y finalidad de la vida: vivir, amar, trabajar en medio de las cosas como lo haría un peregrino que se encuentra en una posada, sin el ánimo real ni el corazón puesto en ella. Vivir siempre con el auxilio del nombre y la mente fija en nuestro destino verdadero. El espíritu es duradero, permanente, y dedicarnos a él es la única experiencia permanente en esta afortunada vida que se nos ha concedido, por eso merece la pena ser vivida.
En Philosophy of the Masters, vol. I, leemos:
Una persona que hace simran permanece desapegada aun cuando viva entre la gente.
¡Tanto que nos esforzamos por nuestros seres queridos y qué poco hacemos para Dios! El maestro ha venido a enseñarnos cómo debemos orientar nuevamente nuestras vidas, y revertir este proceso de apego a la creación por el apego al Shabad. El simran es la clave, es el primer paso, y en él está todo el poder, toda la fuerza que necesitamos para comenzar el viaje de la liberación. No deberíamos subestimar su poder sino esforzarnos en practicarlo con gran esmero, practicarlo hasta que llegue a convertirse en nuestra segunda piel, en un hábito constante.
Sin embargo, no esperemos que las veinticuatro horas del día se conviertan de forma automática en una repetición constante, por el contrario, tenemos que crear el hábito con mucho esfuerzo, pues han sido demasiadas vidas en las que la mente ha mantenido la atención en el exterior. Ahora cercar a la mente con el simran llevará tiempo y esfuerzo, pero debemos lograrlo poco a poco. Practiquemos durante cortos periodos o instantes, en cualquier momento y lugar, y obtendremos pequeñas conquistas que nos ayudarán en el camino hacia el logro de la gran victoria. Esto debe estar claro para nosotros: no hay otra forma de controlar a la mente que con nuestro propio esfuerzo. Pero recordemos que las enseñanzas se nos han dado para que las vivamos, y así recibamos todo el apoyo que el maestro nos da a través de ellas. Así que volvamos ese corazón vigilante y atento a Dios, dirigiéndolo con la repetición incansable y amorosa hacia el recuerdo constante de nuestro creador.
En Philosophy of the Masters, vol. I, leemos:
Los devotos del Señor están vivos solamente a través del simran, porque sin pensar en el Señor no pueden vivir ni por un momento. Están por siempre absortos en su nombre.
Vivir la vida desde el prisma de que todo, absolutamente todo lo que tenemos es un don de Dios y que nada nos pertenece, es la perspectiva correcta que corrige nuestra visión mundana y egocéntrica. Nos empuja a hacer de nuestra vida una ofrenda a Aquel que nos ha dado la existencia. Y no hay mejor ofrenda que su nombre esté siempre en nuestro pensamiento.
¡Mantengámonos siempre alegres, sin temor y libres!, porque su nombre es el único refugio para los que de verdad ansían la visión y el encuentro interior con Dios. Ese esfuerzo por recordarle nos lleva a la consciencia de que nada nos separa de él. Nada nos separó nunca. Y repetir su nombre, nos hará no temer nada ni ahora ni en el más allá. Seremos conscientes de nuestra existencia eterna, de la verdad de que somos inmortales interiormente, y toda fuerza y coraje se instalará en nuestro corazón.
Su nombre es la única tabla de salvación que no nos dejará hundirnos en el océano de este mundo. Repetir su nombre con la mente y el corazón nos guiará y encaminará hacia nuestro destino: Dios.
No existe una forma correcta de prepararnos para meditar, pero hay muchas cosas que podemos hacer que facilitarán nuestro viaje. Durante el día, podemos prepararnos para nuestra meditación haciendo simran cada vez que podamos, y manteniendo al maestro y sus enseñanzas frente a nosotros durante nuestras diversas actividades mundanas. De esta manera, la práctica de la meditación será la culminación de todo un día pasado en una atmósfera meditativa y, cuando nos sentemos para nuestra práctica, será más fácil concentrarnos en el centro del ojo.
Meditación viva