El adorador de Dios
El maestro es la síntesis justa de disposición natural y ejercicio constante.
Protágoras
Los signos distintivos del adorador de Dios, el santo, el místico, son una existencia perfectamente ordenada por un agudo sentido del deber y una naturaleza paciente y gozosa. Una inocencia de niño y un amor puro que abraza a todas las criaturas. Toda su actividad es serena y benéfica hacia todos. Él tiene el poder de llevar a las almas a su lejano hogar, guiándolas a través del sendero interior. Así es el místico que ha llegado al estado de bendición.
Y nosotros criaturas, discípulos de un místico así, estamos cautivados por su amor hacia nosotros. Le seguimos sin razón, sin saber por qué; atraídos con una fuerza mágica que nos envuelve y que es propia del amor. No sabemos dar muchas explicaciones al sin fin de emociones, certezas y sentimientos que nos genera su presencia, su persona. No sabemos cómo ni cuándo se originó este amor: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”, decía Pascal. En efecto, como expresa sabiamente Hazur Maharaj Ji en el libro Muere para vivir:
Cuando te enamoras de alguien, automáticamente, suspiras por esa persona, pero ¿quién hace que te enamores? Dices: “No lo sé, simplemente me he enamorado”. Nunca calculas que te vas a enamorar, y después de haberte enamorado, el ir tras el amado se vuelve natural. (…) Hay algo dentro de ti que te empuja a amar a esa persona hasta encontrarte perdidamente enamorado, y hay algo, ahora, dentro de ti que te hace correr tras esa persona.
La cuestión del amor al maestro no es algo que podamos razonar o calcular, solo somos atraídos y respondemos a su amor. El maestro ha cautivado nuestros corazones, como nadie podría haberlo hecho, a través de esas vías misteriosas que solo Dios conoce. Como expresa la frase popular: “Los caminos del Señor son inescrutables”.
Respondemos a su amor, tal vez porque a nuestra vida le faltaba sentido o por el hastío, el sufrimiento, la decepción, la búsqueda de la razón y los porqués o, sencillamente, porque estamos perplejos ante la maravilla y magnificencia de una creación que evidencia a su Creador. ¡No importa la razón! Lo cierto es que el amor prendió en nuestros corazones, y hoy estamos siguiendo al maestro. Toda nuestra aspiración es ser más parecidos a él cada día; anhelamos tener sus cualidades, nos llena estar en su presencia, y queremos obtener interiormente ese Shabad que él ya ha obtenido. Él es nuestro ideal aquí en un mundo caótico, y junto a él nos llenamos de posibilidades.
El maestro es nuestro norte, es la brújula que nos orienta hacia la verdad en un mundo propenso a la falsedad y la mentira; un mundo decadente y de pérdida de valores, que rinde culto a lo superficial y que conduce a la frustración y la infelicidad del ser humano. La verdad del maestro no cambia, sus valores no cambian, están vigentes en cualquier tiempo y sociedad, porque su verdad es solo una y permanente en el tiempo: ayudarnos a encontrar la fuente de la felicidad, en un mundo infeliz, a través del sendero interior del Shabad.
Tan nobles almas, los místicos, no solo despiertan y desarrollan el amor en aquellos que les siguen, sino que, en su infinita misericordia, soportan todos los sufrimientos que comporta la existencia humana para cumplir, por amor a Dios, con la misión de enseñar y guiar a la humanidad en la senda de regreso a Dios; esta es su verdad. La senda de regreso a Dios, así como el propio maestro espiritual siempre han existido, existen y existirán.
En toda la literatura espiritual vemos constantes referencias sobre la atracción del discípulo por el maestro espiritual con el nombre de bhakti o devoción. La atracción que sentimos por el maestro es algo inherente a nuestra alma, pues como el maestro se ha fundido con Dios su presencia entre nosotros no hace sino manifestar y despertar en nuestro interior la corriente del amor divino, de ahí que cuando nos encontramos con el maestro espiritual, el alma siente de forma natural la atracción hacia su Creador.
En el libro La llamada del Gran Maestro, leemos:
Amar al gurú es amar a Dios (…) Como el maestro está lleno del amor de Dios, cuando nosotros amamos al maestro automáticamente nos llenamos del amor de Dios. Este es el único camino para fundirnos en el Señor. El amor del maestro, por así decir, es una condición previa a la realización de Dios.
Toda la atracción que sentimos por el maestro tiene como finalidad llevarnos de un amor inicial e incipiente al amor verdadero por Dios. Amando a la forma, a la persona del maestro, aprendemos a amar al que no tiene forma, a Dios. Sabemos que el maestro no necesita nuestro amor. Su amor está dedicado exclusivamente al Señor, y lo extraordinario es que dirige también nuestro amor hacia él. Por eso, amar al maestro es el preámbulo para lograr amar a Dios.
Los maestros nos explican que es necesario apartar nuestro apego por las cosas y seres del mundo, y a no ser que el amor que hoy sentimos por el mundo y sus seres lo transfiramos a otro centro o foco de interés, en otras palabras, lo transfiramos a otro amor superior, no lograremos el desapego del mundo. El amor al maestro es ese amor superior que, mediante la devoción, nos capacita para desprendernos del mundo y amar verdaderamente a Dios.
El Gran Maestro nos explica esto con la siguiente comparación en el libro La llamada del Gran Maestro:
Cuando el agua de un depósito que ha estado goteando a través de un gran número de agujeros y grifos se hace salir por un grifo único, ¡qué gran fuerza y velocidad adquiere! De igual forma, las corrientes de nuestra alma, saliendo por los oídos, ojos, nariz y demás aberturas, se han apegado a la esposa, hijos, padres, otros familiares, amigos y demás objetos del mundo material, animado e inanimado. Cuando todo este amor se concentra exclusivamente en el maestro, difícilmente puede imaginarse el poder y energía que genera o las maravillas que realiza.
Así que la devoción al maestro es otro nombre para la meditación, puesto que en su sentido más profundo, el bhakti o devoción se define como la dedicación con incesante atención y amor a un alma noble y espiritualmente avanzada; es consagrar espiritualmente nuestro amor y adhesión a la divinidad. La devoción al Señor es una poderosa fuerza magnética, mediante la cual nuestra atención se aparta de los objetos mundanos y se concentra plenamente en el Señor. Devoción es el acto de retirar nuestro apego de todas direcciones para fijarlo únicamente en el Señor a través de la meditación.
En Philosophy of the Masters, vol. II, leemos:
Solo un genuino devoto puede practicar la devoción, ya que su mente y su cuerpo están completamente absortos en el amor y adoración del Señor, tanto más cuando el mismo Dios viene a encontrarse con él. Este tipo de devoción no es material. No tolera interferencias. Es una intensa corriente magnética que atrae el alma hacia Dios y la conecta con su amado.
Se dice que el amor más auténtico que hayamos sentido por alguna persona de este mundo refleja parcialmente una débil luz o idea del amor por Dios, porque, en realidad, el principio sustentador del amor humano y de la devoción espiritual es el mismo. La única diferencia estriba en que el amor mundano es transitorio y está sujeto a la disolución; no puede otorgarnos un grado tan alto de felicidad y bienaventuranza como el que nos proporciona el amor y devoción espiritual. Igualmente, el sentimiento de devoción está en todos los seres humanos y es una cualidad natural dispuesta por el mismo Dios. Todos la poseemos en cierta medida, aunque en unos está más desarrollada que en otros. Si afortunadamente hemos llegado a sentirla, si el bondadoso maestro ha establecido en nuestro corazón este elevado amor, entonces nuestra alma comenzará naturalmente a elevarse y nos sintonizaremos con la corriente del sonido.
Ahora bien, como se ha indicado al principio, esta devoción, este amor tiene una dirección y propósito: no es una emoción que solo se queda aquí con nosotros seres mortales, es un amor que el maestro prende en nuestros corazones para que una vez le amemos a él, automáticamente, con el mismo amor que él genera en nosotros podamos llegar a la misma fuente del amor, y amemos al Padre. Porque al apegarnos al maestro nos estamos apegando al poder que hay en el maestro, que no es otro que el Shabad.
Ante este amor de naturaleza tan pura, la mejor de las técnicas mentales de meditación o incluso la más sofisticada fórmula que puedan ofrecernos no logrará llevarnos muy lejos en el camino interior. Si creemos que podemos avanzar en el sendero y escuchar la corriente del sonido por nosotros mismos, sin tener verdadera devoción al maestro, estamos muy equivocados. Es únicamente la gracia y misericordia del maestro la que nos otorga la capacidad de escuchar el sonido, y en consecuencia elevarnos espiritualmente. Así pues es la síntesis del poder magnético de su amor y nuestra devoción más auténtica, lo que atrae al alma hacia las regiones superiores en el viaje interior de regreso a Dios. En Philosophy of the Masters, vol. II, leemos:
La devoción al maestro es el cimiento de todas las prácticas. Los otros métodos exteriores son todos ramas conducentes a ella. El amor al maestro es un tesoro singular. Es imposible describir este sublime estado de devoción con los fríos recursos de la imprenta.
El amor por el maestro es algo que no podemos evitar, simplemente surge. No se trata de algo que podamos calcular, que premeditadamente intentemos poseer. Es algo que nos vuelve desamparados. Sí, totalmente desamparados. Y si por su gracia ese desamparo está presente en el momento de la meditación… ¡qué más podemos pedir! En definitiva, lo que el maestro hace es crear amor y deseo por el Padre dentro de nosotros, ponernos en el sendero, y no cesar de crear y mantener vivo nuestro anhelo de ser uno con el Shabad. En Philosophy of the Masters, vol. II, leemos:
Si hay amor y devoción, la mente no se irá a la deriva. Pues el amor no la dejará.
Todos los santos y todas las escrituras sagradas han puesto de relieve la necesidad de la devoción a un maestro, y sostienen que esta es el paso definitivo hacia el encuentro con el Señor. Pero ha de ser una devoción sólida y firme. Tener devoción al maestro es amarle; es vivir tanto física como mentalmente con arreglo a sus preceptos y directrices. En otras palabras: tenemos que entregarle enteramente el corazón al maestro. Como leemos en Muere para vivir:
Podemos ver la forma del maestro con los ojos de nuestra devoción. Entonces comprobaremos que la luz de sus ojos está extendida por el universo entero. Un maestro puede compararse con un océano, y un discípulo con un arroyo que desemboca en el océano y se mezcla con él. De este modo, el discípulo pierde completamente su identidad en el espíritu oceánico de su maestro.
Finalmente, hay una única razón que explica por qué nace el amor al maestro, y qué tiene de especial frente a los otros amores que conocemos. Lo que explica el sentido final de un camino de devoción y nuestra especial relación con un maestro espiritual es el apego. En cualquier relación de amor nos apegamos físicamente a alguien, en consecuencia, estamos limitados por ese apego y puede que hayamos de volver a esta creación como consecuencia de ese apego. Pero, puesto que el maestro no tiene que volver a esta creación y su forma real es el Shabad y el Nam, la luz y el sonido, y se sumergirá de nuevo en el Padre, ese apego hacia él llevará automáticamente a nuestra mente en esa dirección.
Lo debemos todo a la inconmensurable gracia del maestro. Él derrama sus bendiciones sobre nosotros uniéndonos con el Shabad y el Nam, alejando todas nuestras dudas y retirándonos de este laberinto de ilusión. Es nuestro maestro el que nos coloca en el sendero correcto y despierta nuestra mente mediante el amor y la devoción al Señor. Bendecidos con su gracia infinita, a través de la meditación, buscamos la puerta, la encontramos y llamamos mediante la meditación.
M. Charan Singh. Muere para vivir