Por el bien de la humanidad
Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.
(Juan 1:9)
En el libro El sendero de los maestros del Dr. Julian Johnson leemos:
El maestro vive en el mundo, aunque no pertenece a él. Entra en la corriente de la vida humana para ayudar a los demás, aun cuando se mantiene alejado de las olas de las pasiones humanas. Ha alcanzado todas las virtudes, pero no participa de las debilidades atribuidas a la virtud (…) Cree en el desarrollo del grado más alto posible de poder, el cual nunca debe separarse de las cualidades morales. La crueldad es el resultado del poder sin amor y humildad. El maestro ha llegado a ser poderoso, más poderoso que ningún gigante de cuerpo o de intelecto, porque tiene poder ilimitado; sin embargo, combina ese poder con las más nobles virtudes de los humildes y los benévolos. El más tierno de los cuidados de una madre jamás supera el amor del maestro que todo lo abarca. (…) Todos encuentran en él la inspiración para edificar un carácter noble.
El maestro es el ideal en la religión. En lo más recóndito del alma, en todos los aspectos de la vida, está en todas partes y es siempre el rey. En resumen, es el ser humano fuerte, sin debilidades, bueno y sin faltas. En el ámbito de la religión, el maestro es una paradoja. No tiene teología, no enseña ninguna, pero es el ser humano más religioso de la tierra. Su sistema no es una religión, sin embargo, conduce a la experiencia religiosa más completa y feliz. Es absolutamente universal en todas sus enseñanzas. No tiene credo, aunque nunca antagoniza con ninguna creencia, secta o institución. Jamás condena a ningún ser humano ni a ningún sistema. No encuentra faltas ni en nada ni en nadie, no obstante, traza las líneas más definidas entre el bien y el mal. Para el santo no hay nada realmente malo en el mundo, ni hay falta verdadera en ningún ser humano. Lo que generalmente nosotros señalamos como faltas, el maestro las considera debilidades, enfermedades, para las cuales solamente tiene compasión, no reproche. Nunca critica, ni regaña, ni ofende, ni sermonea, ni siquiera al más vil de los pecadores. El maestro enseña que el hábito de criticar o de encontrar faltas en los demás es una de las debilidades más serias. Además, esto deja ver tanto la vanidad como el mal temperamento de quien critica.
El maestro vive y enseña la verdad positiva; anula el mal con el bien. Para corregir las faltas de sus discípulos, les señala simplemente las virtudes opuestas. Enseña que señalar una falta solamente la promueve y la fortalece, nunca la elimina. Criticar la falta solo la acentúa, y con el tiempo despierta otras malas pasiones tanto en el que critica como en su víctima. El maestro nunca guarda animadversión, ni siquiera contra sus enemigos. Obedece literalmente el precepto de Jesús de amar a nuestros enemigos, pues ama a todos sin importarle la clase de persona. ¿No son todos los seres humanos hijos del mismo Padre? A todos da amor y trata de servirles. Siempre controla la situación, sin importar donde se le ponga. Nunca se molesta por los torbellinos de las pasiones que surgen a su alrededor. Mira el loco espectáculo del mundo con serenidad y busca guiar a los demás por los senderos de la cordura.
(…) Todos los seres humanos deben admitir que si la fuerza puede combinarse con la ternura y la sabiduría, con el amor se logra el ideal. (…) En el mejor de los casos, la fuerza es solo la mitad de un ser humano. Se necesitan las dos para hacer un ser humano verdadero. Así que la maestría de nuestro superhombre consiste en combinar la fuerza con todas las virtudes sutiles, con algo más que está por encima de la fuerza y de la virtud.
Nunca había visto a un maestro, y tal vez no hubiese creído que un ser humano así pudiera existir en el mundo actual. Si hasta ahora se ha creído que es imposible la combinación de la gentileza y el amor con una gran fuerza, es porque no se ha visto a un maestro vivo. Sabemos que es una realidad. Hemos vivido y trabajado a su lado durante muchos años. Como Jesús dijo:
En verdad, en verdad te digo que hablamos lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto (Juan 3:11).
(…) El maestro trasciende todas las limitaciones de un ser humano común. Su campo de acción va más allá de lo que el ojo puede ver o el oído puede escuchar. Por supuesto, esto nos saca del laboratorio físico. Debemos ir donde el microscopio no puede continuar, donde el bisturí no puede hacer una disección. Igual que el astrónomo no pudo encontrar a Dios con su telescopio, tampoco encontraremos a nuestro maestro con el equipo de rayos X. Puede que el materialista dude que hay un mundo interno más sutil, innumerables mundos que la ciencia física no puede llevar a sus tubos de ensayo. Pero esto se debe a que no los ha visto y no sabe cómo llegar hasta ellos. (…) No obstante, no solamente es que esos mundos existen y son bien conocidos por los maestros, sino que cualquier estudiante que siga la fórmula dada por ellos puede comprobarlo por sí mismo.
El maestro es el supercientífico. (…) El verdadero conocimiento se adquiere solo cuando el ser humano entra en las regiones de la realidad. Pero esas regiones están muy por encima y más allá de los más remotos confines del universo físico. El conjunto de fenómenos que forman el espectáculo de este mundo no es sino un débil reflejo de la realidad sublime.
Hay un vasto campo por encima y más allá del juego de la mente, donde solo puede entrar el espíritu desarrollado. El maestro entra en esa región superior del espíritu y es allí donde se realizan sus verdaderos logros. Al entrar mediante métodos bien conocidos por él, encuentra que este mundo terrenal no es más que el sedimento de lodo de la vasta y complicada estructura de la naturaleza. Por encima y más allá de este mundo de sombra y dolor se encuentran innumerables mundos de intensa luz. Son mundos reales, llenos de belleza, color, ritmo y alegría.
Al escapar por un momento de las limitaciones del cuerpo, el maestro viaja por esos mundos superiores con plena consciencia, y luego regresa para informar de lo que ha visto, oído y experimentado de esa otra manera. Entre otras cosas sabe que la muerte es solo una apariencia, una ilusión. (…) Al viajar a donde quiere, llevando vestiduras divinas de luz, sabiduría, poder y belleza, el maestro explora las regiones superiores, totalmente desconocidas para el común y corriente ser humano terrenal. Esto es solo un vislumbre del verdadero maestro. Para poder entender por completo al maestro verdadero, es necesario que uno mismo llegue a ser maestro. ¿Puede el insecto comprender al ser humano?
Para mucha gente es muy difícil creer en los maestros. Una de las características de la mente humana es su extraña tendencia a desconfiar de todas las cosas nuevas, en especial las relacionadas con la religión, y poner énfasis y glorificar el pasado. No puede aceptar lo que tiene ante sus propios ojos, pero cree instantáneamente lo que se escribió en un libro hace dos mil trescientos años. No puede creer en un maestro vivo, pero no encuentra dificultad en aceptar la historia de algún maestro que vivió en un pasado borroso y distante.
Una de las anomalías de la historia es que los seres humanos hayan desarrollado la extraña idea de que toda maestría y toda revelación de la verdad pertenezcan a épocas pasadas. Y es una de las más desafortunadas. ¿No es más razonable buscar el conocimiento que surge de la propia experiencia, que buscarlo entre gente que perteneció a una civilización de épocas muy antiguas? Con seguridad, si estuviéramos buscando expertos en la técnica del cultivo vegetal, no nos volveríamos al ser humano primitivo que vagaba a lo largo de las playas de un mar primitivo. En lo primero que pensaríamos sería en Burbank [una ciudad americana]. Sin embargo, si un ser humano busca información experta sobre religión, se remite a algún profeta o yogui que vagó por el mundo antes de que el ser humano ni siquiera soñara que el mundo era redondo y que se movía alrededor del sol. Si las épocas pasadas pudieron producir un maestro, un Cristo o un Buda, ¿por qué no podemos buscar uno ahora?
Seamos claros y prácticos sobre el tema. Es inútil decir que ahora no se necesitan los maestros porque tenemos un libro que nos habla sobre un maestro del pasado, como razón suficiente para afirmar que el ser humano no necesita comida ahora, porque tiene un menú impreso que le informa sobre la comida que se sirvió hace un año. Además, sabemos que es un hecho que los maestros están aquí hoy en día. Los hemos visto, hemos conversado y vivido con ellos durante años. El hecho de que los grandes maestros espirituales viven hoy en día en el mundo es el anuncio más importante, feliz y esperanzador que jamás se haya hecho. Y la luz de los maestros contemporáneos de ninguna manera se atenúa en comparación con cualquiera de los maestros del pasado. Toda la sabiduría, el amor, la compasión (…) que tuvieron los maestros del pasado, esas mismas cualidades en ningún sentido disminuidas, se encuentran en el maestro contemporáneo.
El sendero de los maestros