Pasar por los karmas
Nada está en nuestras manos, lo que tiene que pasar ya ha pasado en un nivel diferente, en una etapa diferente. Solo hay que pasar por ello.
M. Charan Singh. Spiritual Perspectives, vol. III
Cuantas veces habremos oído a los maestros y místicos de todos los tiempos explicar el concepto que puede llegar a simplificar espectacularmente nuestras vidas: “Nada está en nuestras manos, lo que tiene que pasar ya ha pasado (…) Solo hay que pasar por ello”.
Si diéramos de verdad esta idea por válida, si consiguiéramos de verdad que llegara a formar parte de nuestra forma de vivir, todo sería mucho más sencillo.
Los niños hacen castillos de arena en la orilla del mar. Sacan el agua del mar a cubos para hacer sus ríos, sus lagos y sus fortalezas con puente incluido; luego viene una ola y se lo lleva todo. ¡Así de efímera es la vida en este plano! A nadie se le ocurre hacer un drama acerca de que una ola se lleve un castillo de arena a pesar de haber invertido tiempo y energía en construirlo. Básicamente, porque cuando se empieza a construir ya se sabe que va a terminar así, tarde o temprano el castillo se desvanecerá en el agua.
Conseguir hacer un castillo en la arena y que se mantenga, no está en nuestras manos. Y cuando algo no está en nuestras manos no nos enfadamos cuando no lo conseguimos, ni nos orgullecemos cuando lo conseguimos, porque, al fin y al cabo, eso no depende de nosotros. Y no solo esto no depende de nosotros. Tampoco está en nuestras manos la pareja que tenemos, los hijos que llegan a nuestra vida, los que no llegan, o el día que nuestros seres queridos nos dejan. El coche que tendremos o que no tendremos dentro de cinco años tampoco está en nuestras manos.
Por muchos planes que hagamos, por muy buenas intenciones que pongamos, alcanzar el proyecto que tenemos en mente no está en nuestras manos. Evidentemente eso no significa que no vayamos a conseguirlo, sencillamente significa que no es algo que podamos decidir. Solo podemos actuar como creamos oportuno y dedicar nuestro tiempo y energía a lo que consideremos importante.
La ropa que elegimos una mañana para salir a la calle, no está en nuestras manos. Un cúmulo de circunstancias han provocado que esa mañana salgamos vestidos como lo hemos hecho. Esa ropa que creemos haber escogido libremente está condicionada, entre otras muchas cosas por la cultura de la que provenimos, por nuestra educación, por nuestro nivel económico o estatus social, por la talla de nuestro cuerpo, por nuestro sexo, por la estación del año en la que estamos, por el clima, por la moda, por nuestro estado de ánimo, por la ropa que nos pusimos ayer y que hoy ya no está disponible, etc.
Si damos por válido lo que decía Jesús: “Y hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Mt. 10:30), o el refrán que dice: “Ni una sola hoja cae del árbol sin el permiso de Dios”, poco hemos escogido nosotros la indumentaria que llevamos hoy.
“Nada está en nuestras manos, lo que tiene que pasar ya ha pasado en un nivel diferente, en una etapa diferente”, dice Hazur Maharaj Ji. Todo sería mucho más fácil si interiorizáramos esta idea. Entonces solo habría que hacer lo que habría que hacer, y después relajarse. Podríamos vivir con la alegría de saber que no podemos cambiar nada de lo que está escrito en nuestro destino y, como dice Hazur Maharaj Ji, pasar por él.
Nadie se traumatiza ni se frustra por un castillo derrumbado en la arena. Disfrutamos de la playa en verano, de sus atardeceres, del ir y venir de las olas. Y a veces ese mismo mar se muestra fiero y devastador y puede tragarse nuestras casas y a nuestras personas queridas: un temporal, un tsunami…
Es fácil entender que un temporal o un tsunami no están en nuestras manos, sin embargo, creemos que hay otro tipo de cosas que sí hemos escogido nosotros. De hecho, desde nuestro nivel, que es un nivel superficial, sí parece que escogemos la ropa que nos vamos a poner o lo que vamos a comer. Admitimos, hasta cierto punto, que la vida nos lleva, que a veces escogemos hacer unas cosas y la vida nos acaba llevando por otro lado. Pero, en general, solemos creer que somos nosotros los que escogemos dónde queremos vivir, con quién y cómo queremos hacerlo.
En este mundo tan cambiante, los seres humanos tenemos una gran necesidad de sentir que tenemos el control de hasta el último acontecimiento de nuestra vida. Por eso las compañías aseguradoras tienen tanto éxito. Nos dan sensación de seguridad. Aseguramos, nuestra casa, nuestro coche, nuestra mascota, nuestro móvil… Aseguramos todo lo que podemos creyendo que nuestra vida va a seguir siendo como hemos escogido que sea. Y a veces funciona. “Lo que tiene que pasar ya ha pasado en un nivel diferente, en una etapa diferente”.
Hay más niveles de conciencia. Las cosas no suceden en este nivel físico por el que estamos acostumbrados a manejarnos. Que nuestro estado de conciencia no nos permita ver más allá, no significa que no exista otro nivel donde las cosas que nosotros creemos que hacemos o escogemos, ya han sido hechas y escogidas. Podemos cuestionarlo, evidentemente, porque por mucho que los maestros digan, hasta que no lo experimentemos por nosotros mismos no tendremos la certeza de que es así.
Los niveles de conciencia podrían compararse con el cuerpo humano: desde nuestra perspectiva lo que vemos cuando miramos el cuerpo humano es principalmente una capa de piel. También vemos pelo en la cabeza, vemos ojos, boca, nariz, uñas… Eso es lo que nosotros vemos. Pero podría venir un médico y decirnos que el cuerpo humano es sangre, intestinos, corazón, pulmones, arterias… Este sería otro nivel de percepción que no se ve a simple vista. Todavía podría venir otro especialista y explicarnos que a un nivel más profundo el cuerpo humano son huesos.
Que no veamos los huesos y las arterias cuando nos miramos, no significa que no sean reales. Los místicos no vienen a contarnos lo que se ve a simple vista. Eso ya lo sabemos, eso ya lo vemos. Vienen a desvelarnos aquello que está por descubrir. Aquello que no se ve a simple vista. Aparentemente, a nosotros nos parece que hacemos y deshacemos. Desde su nivel “lo que tiene que pasar ya ha pasado”. Y como, a otro nivel, eso que nos parece tan importante en realidad ya ha pasado, entonces, lo que Hazur Maharaj Ji dice, es que solo hay que “pasar por ello”.
La expresión “pasar por ello” sugiere la imagen de un túnel de lavado. Cuando pasamos el coche por el túnel de lavado, seguro que alguna vez nos hemos quedado dentro sentados viendo como sucede todo: primero la espuma, que nos deja sin visibilidad; luego los rodillos, que parece que se van a tragar el coche. Después, el aclarado en forma de lluvia torrencial, la cera, y finalmente las grandes bocas de aire en forma de vendaval que secan el coche dejándolo impecable.
Nosotros estamos allí, dentro del coche, relajados, contemplando y dejando que todo suceda, porque sabemos que es temporal, que no nos vamos a quedar atrapados en los rodillos y que el resultado final será un coche limpio y brillante. Nuestra vida también está llena de tempestades, torbellinos y vendavales. En la vida, al igual que en el túnel de lavado, todo es temporal, todo pasa, y la idea es acabar saliendo limpios de karmas y tan relucientes como el coche del túnel de lavado.
Si fuéramos capaces de pasar por los karmas… La palabra pasar por sí misma lo dice todo. Pasar es lo contrario de quedarse. Cuando alguien va de paso, se implica solo lo justo y necesario. Hazur Maharaj Ji en este mismo fragmento de Spiritual Perspectives, vol. III, da más detalles de cómo debemos pasar por los karmas:
Así que no debemos preocuparnos innecesariamente por los sucesos de la vida, porque no estamos en condiciones de cambiarlos. No podemos cambiar el ciclo de nuestra vida, el ciclo de nuestros karmas.
Y entonces introduce la idea de la aceptación:
Tenemos que nadar con las olas; no podemos nadar contra las olas. Por tanto, tenemos que aceptar los hechos de la vida cuando van llegando. El simple hecho de tener que ir con las olas, automáticamente nos hace felices. No hay otra manera, tenemos que aceptar los hechos.
El concepto de la aceptación es delicado, porque se puede interpretar de muchas formas.
Algunas personas interpretan la aceptación como cobardía, como si aceptar los hechos tal como son fuera sinónimo de rendirse. No se trata de quedarse sentado en la cama diciendo: “Total, yo no puedo hacer nada, ¿para qué esforzarme?”. Los místicos no nos están invitando a cruzarnos de brazos. Esa es la excusa perfecta para quien no quiere mucho compromiso en su manera de vivir. Es una forma de no afrontar responsabilidades y justificarlo.
Por otro lado, está la actitud opuesta. Aquella persona que no acepta las cosas tal como son y quiere cambiarlas a toda costa. Suele ser alguien amante del control y con una mente muy racional. Hay cierto punto de arrogancia en eso, en jugar a ser Dios. No podemos cambiar aquello que no podemos cambiar. En definitiva, no podemos cambiar nada. Aceptar eso nos hace humildes, no aceptarlo nos hace arrogantes.
La aceptación bien entendida trae consigo valor y humildad. El valor de aceptar las cosas tal como son y vivirlas tal y como se presentan, con alegría, entendiendo que es algo temporal que nos toca vivir y que al hacerlo de la mejor manera estamos limpiando nuestro karma. Aceptar la vida de este modo, aceptar la vida tal y como se presenta requiere valor. El vivir de este modo nos hace humildes. Tener presente que no somos más que marionetas en sus manos bailando al son de nuestros karmas. La parábola del camello ilustra muy bien la actitud adecuada:
Un maestro viajaba con uno de sus discípulos y llegaron de noche cansados a un oasis. El discípulo, que estaba a cargo del camello, en vez de atarlo, lo que hizo fue rezarle a Dios para que cuidara del camello, y se fue a dormir.
Por la mañana el camello no estaba y el discípulo se excusó diciendo que él no tenía nada que ver, que el responsable era Dios, que él ya le había rezado al Señor pidiendo que cuidara del camello. Le dijo a su maestro: “¡Tú me has enseñado que confíe en Dios y así lo he hecho!”.
El maestro le dijo: “Confía en Dios, pero antes ata el camello, porque Dios no tiene otras manos que las tuyas para hacerlo. Confía en Dios, no confíes solamente en tus manos o te sentirás solo. Primero ata el camello, y luego confía en Dios”.
Hagamos lo que tengamos que hacer de la mejor manera posible, y entonces confiemos en Dios y aceptemos el resultado. Como tantas veces nos recuerda el maestro, Dios es quien sabe lo que es mejor. Es fácil poner al Señor como excusa y eludir nuestras responsabilidades. También es fácil hacer como si Dios no existiera y pretender hacerlo todo solos. Sin embargo, existe la opción de hacer todo lo que esté en nuestra mano y al mismo tiempo tener presente que Dios es el verdadero hacedor. Entonces es cuando nos convertimos en las manos de Dios. Cuando actuamos de esa manera, nuestras manos se convierten en ‘sus manos’.
En el libro Spiritual Perspectives, vol. III, leemos la respuesta del maestro a la siguiente pregunta de un discípulo: “¿Qué significa volver a esta vida como espectador más que como actor?”:
Venir como espectador significa que sea cual sea el destino que hemos traído con nosotros, pasemos por él con sencillez y sonriendo, sin involucrarnos ni dejarnos afectar por él. Recibimos un papel para interpretarlo en un teatro. En el escenario actuamos como espectadores. No debemos involucrarnos, pues de lo contrario comenzaríamos a pensar: esto no es una representación, esta es verdaderamente mi esposa, este es realmente mi hijo. Si interpretamos nuestro papel sabiendo que es un papel, entonces somos espectadores de lo que interpretamos. De otro modo quedaremos comprometidos en él. Todos nosotros estamos representando el papel que nos han asignado nuestros karmas. Pero no lo hacemos como espectadores. Nos dejamos implicar en la interpretación del papel. Nos identificamos con el papel.
Recordemos a esas hormigas que vemos en verano correteando de aquí para allá ocupadas trayendo semillitas y trocitos de paja para prepararse para el invierno. Su existencia se basa en eso, sin duda, no hay nada más importante en su vida que corretear de un lado para otro todo el día cargadas de miguitas y semillas.
Seguramente, desde una perspectiva más amplia nosotros también debemos parecernos a esas hormiguitas. Ocupados de sol a sol con nuestros quehaceres diarios, nuestros planes y nuestros quebraderos de cabeza que tan importantes nos parecen. Seguramente a los ojos del maestro demos esa misma impresión. Todo eso que nos mantiene tan ocupados, esas cosas que parece que sacuden todo nuestro mundo cuando suceden, seguramente vistas con cierta perspectiva no son tan importantes como parecen.
Es cierto que todos los días hay cosas que salen tan bien como esperamos y otras que no. A veces suceden cosas que no esperamos, que cuestan de sobrellevar… pero, pase lo que pase, lo único que podemos hacer es meditar. Las circunstancias no cambian, pero la meditación las hace diferentes. Hazur Maharaj Ji dice en el vol. II de Spiritual Perspectives:
Solo con la ayuda de la meditación podemos alcanzar el nivel de conciencia en el que el alma se libra de las garras de la mente, donde el alma esta íntegra. Donde el alma resplandece libre de envolturas. Entonces, esos karmas que hemos ido recogiendo durante tanto tiempo a lo largo de nacimientos anteriores, dejan de tener efecto porque están vinculados a la mente.
Nos referíamos antes a que los místicos ven las cosas desde otro nivel, desde una perspectiva más amplia. Con sus palabras y su ejemplo nos invitan a interiorizarnos y descubrir por nosotros mismos aquello que realmente importa. En el libro Spiritual Perspectives, vol. II, leemos en referencia a los niveles de conciencia y las regiones interiores que atravesamos durante la meditación:
El desarrollo espiritual del alma en las regiones es solo tu nivel de conciencia. Hasta que nivel de conciencia has sido capaz de llegar.
La meditación es la forma que tenemos para llegar a comprender desde un nivel de conciencia más elevado. Es la forma de comprobar que aquello que dicen los místicos es real.
En esta misma conversación, el discípulo pregunta al maestro si hay más almas en las regiones interiores. Este es un fragmento de la respuesta:
… Cuando la polilla va hacia la luz, está tan cautivada por la luz, que no tiene ningún interés en saber cuántas polillas más hay allí. No son conscientes las unas de las otras, solo son conscientes de la luz. (…) El objeto de su amor y devoción está ante ellas. No están interesadas ni son conscientes de nadie más. Podrían serlo si quisieran, pero ni siquiera ninguna lo intenta.
Este es un ejemplo de lo relativo que es todo y de cómo cambia el orden de prioridades en función del nivel de conciencia. Desde aquí, desde nuestro nivel, la prioridad somos nosotros, los nuestros y nuestras cosas. Nuestra vida gira alrededor de todo eso. Gira alrededor de cosas que nos hacen sufrir, porque son perecederas. La única forma de dejar atrás el sufrimiento es cambiar de nivel. Interiorizarse. En el interior la luz y el sonido son constantes. Son tan intensos y poderosos que todo lo demás no importa. Aquí fuera todo es tan efímero que duele. ¡Aceptémoslo!