Dormitando
25 años. Esa es la media de tiempo que una persona pasa durmiendo a lo largo de su vida. Lo habitual es que un ser humano duerma entre 6 y 8 horas diarias, por lo que, en el cómputo de su vida, invierte un cuarto de siglo en dormir.
Ahora viene la pregunta: Los satsanguis nos pasamos un cuarto de siglo durmiendo, o ¿en nuestro caso hay que aumentar la cifra? Dos horas y media para meditar… ¿Cuánto tiempo de esas dos horas y media nos pasamos durmiendo? ¿Un tercio? ¿La mitad, tres cuartas partes…?
‘Dormitar’: según el diccionario de la RAE es un verbo intransitivo que significa: “Estar o quedarse medio dormido”. Se podría bromear diciendo que nosotros hemos encontrado un nuevo significado a este verbo con la combinación de dos verbos: “dormir y “meditar”, y para gran parte de los discípulos podría significar ni más ni menos que dormirse meditando.
Bromeamos al respecto, hacemos bromas como esta porque el tema es demasiado serio… Bromear es una forma de sobrellevar algo que nos preocupa. Gran parte de nuestra vida como meditadores nos la pasamos durmiendo. Sí, durante la meditación nos dormimos plácidamente. Sin embargo, dormirse durante la meditación es preocupante, sobre todo cuando lo normalizamos.
En el libro Así habló el maestro, la Sra. Kay Cowin escribe en referencia a una visita de Maharaj Charan Singh Ji a Vancouver, Canadá:
El jueves 11 de junio, todos nos levantamos temprano. A las siete y media de la mañana llegaban las primeras personas a las puertas del Community Center, y al cabo de una hora el salón estaba completamente lleno y se colocaron sillas complementarias. Era una hermosa mañana y los brillantes rayos del sol se reflejaban en los rostros de los que estaban esperando.
Esa es la actitud con la que nosotros deberíamos presentarnos a todas las citas con el maestro. Cuando el maestro viene de visita para un programa de satsang, allí estamos: puntuales, tan puntuales que a veces incluso nos tienen que llamar la atención para que no lleguemos tan temprano al centro de satsang. Impacientes por verlo, tan impacientes que a veces nos cuesta conciliar el sueño la noche anterior. Ese día, incluso esa noche previa todo está listo y a punto para que a la hora convenida podamos presentarnos ante nuestro amado maestro. Nadie se queda en casa durmiendo y no se presenta a la cita. Nadie dice: “Bueno, iré un poco más tarde” o “ya iré otro día que hoy tengo cosas más importantes por hacer”. Una hora, media hora antes estamos todos allí. Nadie cambia un ratito más de sueño por faltar al satsang del maestro.
Pero cuando se trata de meditar, sí faltamos a la cita del maestro o llegamos tarde por un ratito más de sueño… Sí, y también nos quedamos dormidos ante su presencia interior. Y aunque el maestro nos ha dicho que esto forma parte de un proceso, tenemos la obligación de luchar para procurar no dormirnos. Es un tiempo que le dedicamos a Dios, a escuchar el Shabad.
Interiormente nos está esperando con todo el amor, y nosotros nos quedamos dormidos en la tercera ronda de simran. Cuando algo se repite de forma sistemática una y otra vez, acabamos por normalizarlo. Y después de tantos y tantos días ‘dormitando’, acabamos por asumirlo, y asumirlo es empezar a rendirse. Por eso, nos decimos a nosotros mismos: “Es que la mente es muy poderosa y yo soy muy débil”. Y de esta forma, hemos incorporado a nuestra vida lo de dormir meditando: es como si tuviéramos una enfermedad, pero no quisiéramos curarnos. En Joyas espirituales, el Gran Maestro dice:
En cuanto a despertarse con dificultad, sentirse cansado y somnoliento, pero después del bhajan encontrarse completamente fresco, esto se debe a que la mente quiere descansar. No le gusta ‘entrar’ y por ello se vale de engaños, tales como producir una sensación de cansancio, de somnolencia, de sueño, etc.
La mente empleará numerosos argumentos para que dejemos de meditar, como el de dormirnos en la meditación. Este es uno de los mejores trucos que emplea para disuadirnos de meditar: hacernos creer que estamos muy cansados o somnolientos cuando nos levantamos temprano.
Una buena contraofensiva por nuestra parte es ser conscientes de que el maestro nos está esperando en el interior. Nada más abrir los ojos, podemos recordar que tenemos una cita con el maestro y que no vamos a dejarle plantado.
También podemos lavarnos la cara con agua fría, tomar una ducha, prepararnos alguna bebida caliente, hacer algo de ejercicio, leer literatura espiritual, etc. Siempre de alguna manera hay que “espabilarse” para ponernos a meditar lo más alerta posible y sin somnolencia. Despertarse, ir al baño medio dormido y al minuto ponerse a meditar, es un poco precipitado. Hay que darle más tiempo a la mente para prepararse. Es como cuando se arranca un coche en un día helado: hay que dejar que caliente en ralentí unos minutos, si no se cala el motor.
Quedarse dando vueltas en la cama esperando a que falten cinco minutos para sentarnos es demasiado arriesgado.
Tenemos que evitar las cenas copiosas, o cenar y después ir a dormir inmediatamente. Dormiremos mal, y con un sueño pesado que nos pasará factura a la hora de meditar. Sobre todo, recordemos que la meditación de la mañana comienza la noche anterior. Además de los motivos que se han mencionado, hay otro motivo por el que podemos quedarnos dormidos durante la meditación. Hazur Maharaj Ji lo explica en el libro Así hablo el maestro:
Existe poca diferencia entre concentración en el centro del ojo y concentración en el centro de la garganta. Siempre que nos dormimos nuestra concentración está en el centro de la garganta; pero al ponernos a meditar, intentamos fijar nuestra atención aquí, en el centro del ojo. Por eso, cuando vamos a concentrarnos, pero estamos un poco distraídos, la atención baja inmediatamente al centro de la garganta y nos quedamos dormidos.
Podríamos decir que este fragmento nos proporciona una muy buena noticia, y otra menos buena. La buena noticia es que cuando nos quedamos dormidos durante la meditación nuestra atención está a menos de un palmo del centro del ojo. ¡Lo cual no está nada mal! Podría estar en el estómago, en los pies, pero no está tan abajo. Al ir concentrándose, la atención va subiendo, y de camino hacia el centro del ojo encontramos el centro del sueño en la garganta. Esa es la buena noticia: estamos cerquita del centro del ojo. La noticia menos buena es que el centro de la garganta es un lugar cómodo para la mente, y sacarla de allí para recorrer esos veinte centímetros que nos separan del maestro en el centro del ojo, requiere gran implicación por nuestra parte. Porque es cómodo, relajante y tentador quedarse dormido…, y al hacerlo olvidarnos de nuestro destino final.
Evidentemente llegar al centro de la garganta con sueño atrasado, cansado y sin haberse despejado bien es, cuanto menos, poco prometedor. De todos modos, puede que la noche anterior hayamos comido ligero, que nos hayamos acostado temprano y recordando al maestro. Puede que por la mañana nos hayamos levantado puntuales y frescos para meditar. En definitiva, puede que antes de cerrar los ojos hayamos puesto todo de nuestra parte para llegar a la cita con el maestro de la mejor manera posible, aun así, cuando lleguemos al centro de la garganta vamos a tener que luchar para mantenernos despiertos y poder seguir ascendiendo. Todos tenemos que pasar por el centro de la garganta y enfrentarnos a la sensación de sueño que comporta atravesarlo. En relación a la lucha con la mente, en el libro Gurú Nanak, sus enseñanzas místicas leemos:
Ellos son cinco, yo soy uno.
¿Cómo podré, ¡oh mente mía!, guardar mi casa?
Me pegan y roban, una y otra vez.
¿Ante quién debo presentar mi queja?
Cuando vemos la dimensión de la lucha que tenemos ante nosotros, a veces nos viene el desánimo, y nos quejamos al maestro diciéndole: “Pero maestro, es imposible luchar con tal enemigo, está muy bien armado, cada vez que me enfrento a él me derrota, caigo y me está dando una paliza impresionante”.
Pero el maestro nos ha mandado luchar… y hay que hacerlo, aunque caigamos una y otra vez derrotados. Nos ha dado el regalo del Nam y con él, las armas del simran y bhajan. Estas son las armas que tenemos para luchar, son armas muy poderosas para aquietar a la mente si las utilizamos de la manera adecuada.
Es como un combate de boxeo: si solamente subimos los brazos y no hacemos nada, nos darán una paliza mientras pensamos que estamos combatiendo. Sentarse a meditar somnoliento, no poner todos los medios para mantenernos despiertos durante la meditación, es como presentarse al combate de boxeo y pretender ganarlo solo subiendo los brazos.
Es su voluntad, su plan divino, el que nos involucremos en esta lucha tan desigual, porque también es su voluntad que al final terminemos venciendo. Aunque la mente utiliza un montón de estrategias para hacernos desistir. Hazur Maharaj Ji respondiéndole a un discípulo, en el libro Spiritual Perspectives, vol. II, dice:
Nunca debemos tener el sentimiento de culpabilidad de ser un mal satsangui. Como he dicho, en Sant Mat no hay fracasos. Todos estamos avanzando. Necesariamente tenemos que avanzar. Pero no olvidemos que tenemos que ser satsanguis.
Esta es otra artimaña que emplea la mente con nosotros, el sentimiento de culpabilidad por no ser un buen satsangui. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? En este caso, el hecho de quedarnos dormidos durante la meditación es como una gota que va calando poco a poco, y puede acabar desarrollando en nosotros ese sentimiento de culpa que tan poco útil es. En más de una ocasión habremos oído a Baba Ji animarnos a seguir meditando a pesar de quedarnos dormidos durante la meditación, argumentando que tampoco sabemos que está sucediendo en realidad cuando creemos que estamos dormidos. Es una forma de remarcar que lo importante es seguir meditando con amor, con ganas y sin expectativas ni juicios sobre lo que creemos nosotros que está sucediendo mientras lo hacemos. Porque el maestro nos recuerda que no tenemos ni idea de lo que sucede.
Estamos en sus manos, y con el paso del tiempo habremos descubierto ya que sus manos son confiables. Que estamos en buenas manos. Todo llegará a su debido tiempo, y el sentimiento de culpa no es más que otro obstáculo en el camino, que debemos esquivar. Nos lleva a un estado de negatividad y pasividad que al final solo sirve para hundirnos más y tener lástima de nosotros mismos. El sentimiento de culpabilidad, solo sirve para que abandonemos la meditación porque nos sentimos indignos. Sería como llevar un gran peso encima a todas partes: es una carga innecesaria. Pero la trampa favorita de la mente para mantenernos ocupados en el mundo es la preocupación, preocupación por las cosas que nos acontecieron en la vida o que pensamos que nos pueden acontecer. Por ahí nos tiene atrapados a toda la humanidad. Lo malo es que al final vemos necesario y normal preocuparnos por las cosas, así nos parece que se van a solucionar y nos convencemos a nosotros mismos de que si no actuamos así, lo estamos haciendo mal. Vemos la preocupación como algo bueno, que nos solucionará el asunto que traemos entre manos.
La preocupación es sinónimo de intranquilidad, temor, angustia o inquietud por algo que ha ocurrido o va a ocurrir, es decir que no estamos en el presente, estamos lamentando las cosas del pasado o asustados con las cosas del futuro. Pero vivir en el presente es quitarle protagonismo a la mente, anularla y no dejarla irse al pasado o al futuro. Se nos olvida muy a menudo que si el maestro nos dio el Nam es porque podemos conseguirlo en esta vida; no importa qué tipo de sentimientos negativos se nos vengan encima y qué circunstancias de la vida vivamos. ¡Nunca debemos dejar de meditar! Ese es ahora nuestro verdadero trabajo, ¡para esto se nos concedió la forma humana!
El día tiene veinticuatro horas y, el diez por ciento, dos horas y media son para meditar Esas dos horas y media son para estar con los ojos bien cerrados, pero más despiertos que nunca; son las horas que le dedicamos al maestro, son “sus horas”. El resto, veintiuna horas y media, son para organizárnoslas como mejor nos parezca; podríamos decir, muy entre comillas, que son “nuestras horas”. ¡Hay tiempo para dormir!
Al final, nos damos cuenta de que sus horas, las de meditar, son nuestras mejores horas; y las nuestras, las del resto del día, se las entregamos a él si procuramos vivir en una atmósfera de meditación. Cuando meditamos con esa actitud, vemos cómo enfocamos los problemas diarios de otra forma, y tenemos una especie de escudo contra toda negatividad. No nos afectan tanto las cosas de la vida, tanto las buenas como las malas, estamos más enfocados en el tercer ojo y experimentamos más el amor y la gracia del maestro, en definitiva, nos sentimos más ligeros y felices.
Cuando nos sentemos a meditar recordemos que siempre estamos dentro de su voluntad, estamos sirviendo a los intereses del maestro para con nuestra alma: él siempre está impulsando nuestra devoción y atrayéndonos hacia él. De esta forma, cuando nos encontremos caídos, derrotados, vencidos y volvamos de nuevo a la lucha, pensando que somos nosotros los que nos levantamos, llegaremos a darnos cuenta de que es él el que nos levanta amorosamente, toma nuestra mano y nos pone a luchar de nuevo, una y otra vez. Esa es su dulce voluntad.
Nos dormimos durante la meditación porque no tememos a la muerte que con seguridad nos ha de llegar, y porque no comprendemos que nos encontramos ante el trono de nuestro Señor (…) Si tuviéramos algún temor o amor por el Señor, nunca nos dormiríamos. Recuerda siempre que la muerte se aproxima y que tendremos que rendir cuentas por cada respiración que malgastemos.
M. Sawan Singh. La llamada del Gran Maestro