Completos en la divinidad
Platón describe al ser humano como un círculo que se cortó en dos mitades, y que ahora corre por ahí intentando estar completo de nuevo.
Platón, The Symposium, Speech of Aristófanes. Citado en Conceptos e ilusiones
Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que todos nos sentimos incompletos. Todos sentimos una especie de desasosiego en nuestro interior, sentimos que falta algo en nuestras vidas. No importa la condición que tengamos, se trate de ricos, pobres, jóvenes, ancianos, cultos, menos cultos, jefes, empleados, enfermos, sanos…, a todos nos pasa lo mismo. Para satisfacer ese desasosiego ponemos todos nuestros esfuerzos y esperanzas en conseguir y poseer las cosas y seres de este mundo: bienes materiales, poder, relaciones a las que nos apegamos como la familia o los amigos, etc. Sin embargo, podemos lograr todo o algunas de estas cosas pero todavía seguimos estando insatisfechos. ¿Por qué?
Es más, cuanto más nos volcamos y entregamos a la consecución de todo esto, más profundo se vuelve el desasosiego, el vacío y el sentimiento de que algo nos falta. Y así seguimos involucrándonos en más y más acciones mundanas buscando sentirnos completos, pero lo único que hacemos es empeorar aún más nuestra situación. ¿Por qué? En el libro Conceptos e ilusiones leemos:
Damos vueltas y vueltas para intentar conseguir lo que es transitorio, y no hacemos más que alejarnos de lo que es permanente y que está a nuestro alcance. (…) A pesar de la grandeza de los éxitos que hayamos logrado, todavía existe un vacío en nuestras vidas. Lo hemos intentado y hemos fracasado; porque ese algo que nos falta es la eternidad y la plenitud.
Es decir, ninguna persona o cosa externa puede proporcionarnos una satisfacción duradera y verdadera. Y como se desprende de la afirmación de Platón “es el deseo de volver a sentirnos completos lo que causa nuestra inquietud”, debemos preguntarnos ¿qué es lo que puede volvernos completos y satisfacernos definitivamente?
Los místicos nos explican que ese deseo de sentir la totalidad surge porque estamos separados de nuestro origen, de nuestra fuente. Solo una relación que tenga como diana conectarnos con nuestro origen, con nuestra propia esencia podrá hacernos sentir completos y en paz. Los místicos lo dicen claro y alto: La separación de nuestro Creador es la causa de nuestra inquietud. Podemos llamarlo de muchas formas, pero es la ausencia de vivir sin una relación espiritual, una relación del ser; de nuestra consciencia con su origen: eso es lo que nos falta en la vida. En definitiva, una relación que nos conecte y acerque al Creador.
Además, la ausencia de vivir esa relación verdadera con nuestro Creador nos hace tener una existencia verdaderamente miserable: vivimos con miedo, inseguros, con grandes desequilibrios, con preocupación y sin saber ni entender el propósito de nuestra existencia como seres humanos: ¿qué hacemos aquí en el universo?, ¿cuál es nuestro papel…? Somos superiores al resto de criaturas, y eso hace que nos hagamos las ‘grandes preguntas’ que dan sentido a la existencia. Mientras no prestemos atención a nuestra consciencia y miremos a nuestro interior, seguiremos sobreviviendo únicamente, con las consecuentes carencias que esto ocasiona. Hazur Maharaj Ji, corrobora este aspecto en la siguiente cita del libro Perspectivas espirituales, vol. I:
Hemos conseguido todo tipo de comodidades en esta civilización moderna. Ahora tenemos prácticamente de todo. Cuando vemos que todavía no hemos encontrado la felicidad, lógicamente nos damos cuenta de que, quizá, nuestra búsqueda se ha encaminado en la dirección equivocada. Así que ahora hemos empezado a buscar en el interior, en la religión, en otras cosas.
Los místicos saben que nuestra situación de separación y aislamiento es el resultado de haber llevado una existencia desconectada de la divinidad. Y comprendiendo la angustia y sufrimiento que esto provoca, vienen a enseñarnos cómo vivir una relación espiritual que ponga fin a esta vacía existencia. Y eso es lo que significa la iniciación en el sendero espiritual: el inicio de una relación con nuestro Creador, a quien habíamos ignorado indefinidamente. A partir del momento de la iniciación, con la meditación y viviendo un estilo de vida respetuoso con la creación empezamos a restablecer esa relación.
Y más adelante añade:
Mientras estemos separados del Padre, ninguno de nosotros puede ser feliz. (…) Mientras el alma esté separada del océano divino, del Señor, nunca encontrará la paz en esta creación.
Todos recordaremos ese paralelismo que establecía Hazur Maharaj Ji en sus satsangs equiparando nuestra situación con la de un niño que está en la feria cogido de la mano de su padre. Todo en la feria es de su agrado: las atracciones, los dulces, los demás niños…, todo le gusta, ¡lo pasa muy bien! Pero si por esas cosas de la vida se suelta de la mano de su padre, entonces se siente solo y con miedo; comienza a llorar a pesar de que sigue rodeado de esas diversiones que antes eran motivo de alegría y satisfacción. Entonces se da cuenta de que podía pasarlo bien gracias a la seguridad y afecto que le proporcionaba la compañía de su padre. Sin este apoyo, le inunda la inseguridad y la tristeza.
Esto es lo que nos pasa si nos empeñamos en vivir la vida soltándonos de su mano, renunciando a mantener esta relación divina. Aún y estando en las mejores condiciones de vida, en el mejor escenario posible, sentiremos tristeza, infelicidad y ausencia de paz; además de un tremendo vacío. Así que si estamos separados del Señor toda la creación se vuelve infeliz para nosotros. Cuando nos agarramos de su mano, cuando nuestra atención se dirige hacia él, nuestra vida transcurre en paz y sin que perdamos demasiado el equilibrio. Hazur Maharaj Ji nos dice en Perspectivas espirituales, vol. I:
Si Dios es el centro de nuestra atención, si él es nuestra meta y estamos intentando alcanzarla, entonces podremos respirar tranquilos. En tal caso, obtenemos consuelo y satisfacción porque nos estamos dirigiendo hacia nuestro hogar.
Igualmente, la historia del niño en la feria da más de sí, y nos ayuda a comprender otro aspecto de la situación de ese niño extraviado e infeliz. Es decir, una vez que el niño se siente solo y perdido empieza a llorar con gran aflicción, y esas lágrimas provocarán que alguien le ayude a encontrar a su padre, y en efecto así ocurrirá. Ahora bien, la pregunta es: ¿qué es lo que llevó a ese niño hasta su padre? La respuesta es: “Su llanto y sus lágrimas”. Lloró amarga y largamente porque echaba de menos a su padre; él no sabía cómo encontrarle, no sabía en qué dirección caminar…, pero la intensidad de su llanto movilizó todas las ayudas y recursos hasta que finalmente pudo reunirse con él.
Así dice Hazur Maharaj Ji en el mismo texto: “Ese llanto, la angustia que sentimos en nuestro interior por regresar al Padre, el anhelo interior por volver a él y las lágrimas que derramamos por nuestra separación, nos llevarán finalmente a encontrarle”. Los místicos dicen que ese anhelo es ‘el rey’. Porque mueve la misericordia del Padre, y tiene el poder de motivarnos a realizar el esfuerzo necesario para encontrarle.
Tiene sentido explicar aquí, la historia que solía contar Sri Ramakrishna:
Un discípulo le preguntó a su maestro: “¿Cómo podemos conseguir la iluminación?”.
El maestro y el discípulo fueron a un estanque de agua. Allí el maestro sumergió la cabeza del discípulo debajo del agua hasta que este luchó por sacarla.
Jadeando y sin aliento, el discípulo le preguntó: “¿Por qué me has hecho eso?”.
El maestro respondió: “Así es como se consigue la iluminación. Cuando el deseo y la intensidad sean tan fuertes como tu desesperación por una bocanada de aire, la conseguirás”.
En esta historia, el místico nos señala la desesperación por respirar, una verdadera e imprescindible necesidad de aire. En efecto, cuando “la inclinación natural del alma por unirse con su Creador” la sintamos en este grado, cuando se convierta en algo totalmente necesario, entonces seguiremos y avanzaremos en el camino de la reunión con nuestro Creador. Hazur Maharaj Ji dice en Perspectivas espirituales, vol. I:
Por lo tanto, a menos que lloremos en nuestro interior, a menos que sintamos esta separación del Padre, a menos que tengamos amor y anhelo por volver con el Padre, ¿cómo lo conseguiremos? Si somos sinceros, si estamos llenos de amor y devoción, entonces podemos dejarle toda la carga al Padre para que él encuentre la forma y los medios de atraernos a su nivel. ¿Qué más puede hacer un niño que está perdido en la creación, que ha perdido a su padre, sino llorar?
¿Qué más podemos hacer si estamos perdidos en la materialidad de este mundo? Si llevamos vidas separados de nuestro origen, ¿qué podemos hacer? Aprovechemos ese vacío y llenémoslo tanto como podamos con esa relación divina. Porque ese vacío es la llamada, es lo que nos hace ser conscientes de quién es el que nos falta, es la señal, que si seguimos nos ayudará a caminar directamente hacia el regazo del Padre.
Ahora bien, ¿cómo explican los místicos el hecho de que estando el alma atraída de forma natural hacia el Padre no se produzca esa unión? La respuesta a esta pregunta es pura enseñanza, y representa verdaderamente la base práctica de las enseñanzas de Sant Mat.
Veamos, Hazur Maharaj Ji nos explica:
La inclinación del alma es hacia su propio origen, y nuestra alma anhela volver al Padre, pero cuando hay tanto peso sobre el alma, se siente indefensa y desgraciada. Cuando le quitemos el peso al alma, simplemente regresará igual que una aguja atraída por un imán. La aguja siempre está atraída por el imán, pero si colocamos una piedra sobre ella, ¿qué puede hacer la pobre aguja? Cargamos con una capa de karmas tan gruesa, capas mentales, que nuestra alma esta indefensa en está creación.
El propósito principal de la meditación es aligerar el peso del alma para que vuelva naturalmente a su fuente. ¡Es muy sencillo! De hecho, en las enseñanzas no hay que inventar nada; por designio divino la atracción del alma por Dios es una realidad natural en todos, como lo es también la existencia de un camino trazado para volver a reunirnos con él.
Así que la enseñanza es aprender a quitar ese peso, quitar esa carga. La naturaleza de ese peso es “de mente”, de pensamientos. Cuando nos sentamos a meditar por primera vez, descubrimos un profundo río de pensamientos que nunca se detiene y que bloquea con la oscuridad más profunda la luz de nuestro interior. Esos pensamientos nos perturban tanto que no hay forma de que nuestra atención se mantenga en el centro del ojo, ni siquiera por un tiempo deseable. Sentir la paz que hay en ese centro es en las primeras etapas, algo que parece muy lejano a pesar de nuestros persistentes esfuerzos. Es un logro que solo el tiempo, la persistencia y la infinita ayuda del maestro nos ayudarán a conseguir.
Hazur Maharaj Ji solía decir que sentir paz y disfrutar de la alegría interior es una consecuencia de mantenerse interiorizado en el centro del ojo. En el libro Muere para vivir nos dice:
Mientras más nos concentremos en el centro del ojo y mientras más arriba esté nuestra atención, más pacíficos nos tornamos, y solo entonces disfrutamos de esta bendición y esa felicidad interiores.
Por eso el primer logro para el desarrollo espiritual es inmovilizar a la mente. Y la razón por la que aquietar a la mente es tan importante radica en que si estamos pensando, nuestra atención permanece en la superficie de nuestro ser. El modo de trascender el torbellino de pensamientos es penetrar en la profundidad de nuestro interior, donde la mente se tranquiliza. En la Biblia leemos: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10). Con el perfeccionamiento en la repetición del simran, desaceleramos la intensidad de nuestros inacabables pensamientos. Pero revertir este proceso no es fácil; lleva tiempo y esfuerzo. Cuando lo conseguimos, accedemos a un nivel superior de consciencia en el que contactamos conscientemente con el Shabad, percibiendo la luz y el sonido interior. Entonces la pantalla interior de nuestra mente aparece –simbólicamente hablando– como un cielo claro sin nubes (sin pensamientos) en el que reina la paz. En el libro Espiritualidad básica leemos:
Lo único que existe aquí permanentemente es nuestro verdadero ser (el Shabad), que es existencia eterna y felicidad perpetua.
Pero en lugar de felicidad solo encontramos lucha, día tras día. Imploramos al maestro en la oscuridad que nos ayude a seguir y no desfallecer, tras años de práctica sin apenas detener mínimamente ese viejo curso de ‘pensar y pensar’. ¿Cómo solucionarlo? Podemos hacerlo con lo que sí está en nuestras manos, y eso, especialmente, es: estar mucho más atentos al simran y a la presencia del maestro durante todo el día. Es decir, la forma en la que vivimos durante el día tiene que ver con la disposición y el éxito en frenar ese curso de pensamientos en las horas de la meditación regular. Por eso los maestros remarcan que meditar y luego olvidar la atmósfera creada y al maestro en el resto de las actividades del día, no es nada productivo.
Como dice Hazur Maharaj Ji en Muere para vivir:
Debemos intentar conservar esa atmósfera de amor y devoción alrededor de nosotros, en la cual tenemos que vivir. Si nos alejamos de esa atmósfera, la mente nos atraerá nuevamente a los pensamientos del mundo. Construir esa atmósfera es esencial para la meditación.
En Cartas espirituales leemos:
Repite siempre el simran en tu mente, sabiendo que la verdadera riqueza es el Shabad, y que todo lo demás es falso. Solo las palabras del satgurú son verdaderas. Mantenlas siempre en tu corazón y haz tu simran.
En el libro V del Masnavi, se expresa que los actos externos dan fe del estado del corazón interior. Esta expresión redunda en la misma idea de las citas anteriores: los pensamientos, palabras y actos no deben ser contradictorios, para que de este modo tanto nuestra meditación como la forma en que vivimos sean aceptables para el maestro. El ‘corazón interior’ tiene que estar con el maestro, repitiendo los nombres que nos alejan del mundo y sus problemas y nos acercan a la quietud interior con él. Fuera del simran solo encontraremos identificación con el mundo, y lo peor de todo es que fortaleceremos las cadenas que nos atan a la creación y nos separan del Creador.
No permitamos que la práctica de la concentración sea un mero formalismo, debe ser profunda y calar en nuestro ser. ¿De qué sirven esas horas, si luego no atesoramos al maestro en nuestro corazón? Debemos hacer el esfuerzo. ¡Podemos tocar a Dios con nuestros pensamientos y con nuestras obras, a cada momento!
Y como discípulos, siempre podemos hacer más… No nos autocontentemos con el mero cumplimiento, ¡no es suficiente! El llanto del corazón, el suspiro del alma nos apremia. La insatisfacción que sentimos al constatar que este mundo es efímero y doloroso, nos urge a realizar el esfuerzo para ser conscientes de la verdad. Tanto la muerte como el sufrimiento ponen ante nuestros ojos, con una claridad diáfana, que la felicidad y la eternidad están en el interior junto al Creador y en ningún sitio más. Esta vida es un tránsito que debemos aprovechar tanto como podamos para ganar consciencia y vivir plenamente, con agradecimiento y aceptación.
Es la actitud de una mente controlada e inspirada por el simran la que nos ayudará a vivir con sentido, paz y fortaleza. En el libro del yo al Shabad, se describe un estado mental deseable una vez que la concentración se convierte en algo sobre lo que tenemos maestría:
A la mente interiorizada le gusta permanecer en el interior, en la paz y la dicha que llegan con la contemplación en el sonido interior. La mente dirigida al interior trabaja desde el centro del ojo hacia arriba y, por tanto, transciende los pensamientos, sentimientos, sufrimientos y juicios. No se identifica con el ego, por lo que no se toma las cosas personalmente ni se siente ofendida. No se aferra ni corre hacia el mundo en busca de placeres sensuales. No busca los pensamientos para entretenerse. De todo es testigo, pero ni juzga ni condena. Se halla en paz en la quietud interior. La mente interior es como un cielo claro y luminoso, que permite pasar de largo a las nubes de pensamientos y sentimientos sin verse afectada por ellos.
En efecto, ¿qué inquietud puede sentirse cuando las cosas de este mundo ya no nos afectan? El simran y la concentración nos preparan para vivir en paz. El sentimiento de vacío e insatisfacción empieza a quedarse suspendido en un lugar lejano de nuestra mente y ya no nos afecta. Entonces somos capaces de pasar por nuestro destino resolviendo todos los asuntos, pero sin preocuparnos ni dejarnos absorber por ellos. Y llegamos a la consideración de que nada es tan importante excepto nuestra relación con lo divino. Así se asienta, de forma irreversible, un sentimiento de desapego, al tiempo que sentimos a cada instante la dicha de estar en el camino de volvernos completos.
Solo cuando empezamos a relacionar incluso los acontecimientos más insignificantes de la vida cotidiana con la corriente del sonido y el maestro, surge en nosotros la verdadera luz y lo vemos todo bajo esa iluminación interior. Entonces, qué satisfacción, qué gozo y alegría comenzamos a experimentar. Toda la vida empieza a tener una riqueza de significado que jamás creímos que pudiera tener.
En busca del camino