Si Dios quiere
¿Por qué te preocupas por el dolor o el placer? El satgurú hará todo lo que sea beneficioso para ti, él es el amigo que siempre nos ama. Deberías sentirte como si no existieras. Como si solo existiera el satgurú, y dejarlo todo en sus manos. Escucha el Shabad-dhun todos los días y aférrate fuertemente a él. Cuando elimines todos tus pecados y karmas, te llevará a sach khand. En ese lugar no hay ni un ápice de dolor o tensión. Ese es el hogar del satgurú, hijo mío, y tú también irás allí. No te preocupes; te llevará allí cuando hayas cumplido con todas las actividades mundanas. Esa es su voluntad divina.
Cartas espirituales. Baba Jaimal Singh
En la vida, ser capaces de luchar no es lo más importante, la verdadera habilidad consiste en saber elegir bien las batallas que queremos librar y aquellas de las que nos tenemos que apartar porque no nos llevan a ninguna parte. Hay causas por las que merece la pena luchar, otras por las que merece la pena incluso morir y hay otras causas que son perdidas. Las batallas que nos enredan y nos apegan a este mundo, son batallas que libramos por causas que sabemos que son perdidas y que, al final, nos dejarán vacíos y sin fuerzas para la batalla que de verdad importa. La del mundo no es nuestra guerra, y todas las batallas que libremos en y por él serán batallas perdidas.
Nos agotamos cada día con cosas que ni nos van ni nos vienen, nos falta realidad, nos falta verdad. No somos realistas, vivimos una ilusión, la ilusión de dar por hecho que mañana seguiremos aquí, que nos levantaremos y tendremos un día más como todos los que hemos tenido hasta ahora; lo damos por hecho y ni se nos pasa por la cabeza que podría no ser así… Pero podría no serlo, de hecho no lo es para miles de personas alrededor del mundo, y en algún momento no lo será para nosotros tampoco.
“Hasta mañana” decimos y, a veces, a modo de coletilla añadimos: “si Dios quiere”. Lo decimos, pero no lo sentimos porque la verdad es que, desde nuestro punto de vista, Dios casi siempre quiere. Pero casi siempre quiere, no es siempre y en algún momento de nuestras vidas o de las de las personas que nos rodean Dios no querrá. Esa es la gran realidad de nuestra vida, que algún día Dios no querrá. Y esa es la lucha en la que tenemos que entrar, la gran batalla que tenemos que librar: prepararnos para cuando llegue ese momento, para cuando Dios no quiera. Hazur Maharaj Ji nos dice en Perspectivas espirituales, vol. I:
La lástima es que lo que vemos, lo que sentimos y lo que tocamos no es real… Llamas a este cuerpo real, pero se convertirá en ceniza, arderá, se mezclará con el polvo y dejará de existir. ¿Dónde está entonces la realidad? No es real… Nada permanecerá… ¿Dónde está Cristo actualmente? ¿Dónde está Nanak? Todos eran reales cuando estaban en el cuerpo, pero ¿dónde están ahora? Ya no están en su cuerpo… todo es perecedero, nada es eterno. En ese sentido, es una ilusión.
Todo lo que se ve tan real en nuestra vida no lo es, solo lo parece. Es una ilusión que tarde o temprano, cuando Dios quiera, desaparecerá. Estamos muy apegados a este mundo y nos dejamos querer, nos vamos enredando cada vez más en él, y al final acabamos conformándonos no solo ya con vivir nuestras vidas de una forma superficial, sino con relacionarnos también con el sendero de la misma manera superficial que tenemos de relacionarnos con el mundo, y así no nos hacemos ningún favor. Nos acostumbramos a todo en la vida, y como Sant Mat es parte de ella, al final nos acabamos acostumbrando también a él. Damos por hechas muchas cosas y no sabemos ver todo lo que el maestro nos ha dado, todo lo que ha hecho y todo lo que sigue haciendo por nosotros. ¡Nos cuesta verlo! Somos seres humanos, la cima de la creación, pero nosotros lo damos por hecho. Hemos entrado en contacto con un maestro que nos puede desenredar del mundo y llevarnos de vuelta a casa, con un maestro verdadero, pero nosotros lo seguimos dando por hecho; nos acostumbramos y lo trivializamos. Se nos escapa el milagro que se encuentra detrás de todo ello. Pero “… en nuestra vida hay un milagro detrás de cada paso que damos”. Dice Hazur Maharaj Ji en Spiritual Perspectives, vol. III.
Ahí es donde fallamos, en no ver los milagros no ya que llenan, sino que inundan nuestras vidas: tenemos un cuerpo humano, estamos en el sendero y tenemos ayuda a cada paso que damos, aunque nosotros, en nuestra limitación, no lo sepamos ver. En el libro en Busca de la luz leemos:
Poner en contacto a las almas con el sendero es privilegio del Señor. Sin su gracia nadie puede acceder a él (…) por mucho que se quiera.
¡Es privilegio suyo…! Si Dios quiere, leíamos al inicio; pues esta vez ha querido, y ha querido con nosotros –ese es nuestro mayor milagro–; ha querido ponernos en contacto con el Señor. Ese es el milagro que tenemos que saber valorar cada día y no solo de vez en cuando. Hazur Maharaj Ji dice en Muere para vivir:
Él es el que está tirando de nosotros desde el interior. Él es el que está creando en nosotros el deseo de meditar. Él es el que nos está dando la atmósfera y las circunstancias en las que podemos cumplir con la meditación.
Todo lo que nos pasa en la vida es su gracia y nada más que su gracia. No solo nos ha dado un cuerpo humano y nos ha puesto en contacto con el sendero, sino que además nos atrae desde el interior, crea en nosotros el deseo de meditar y nos da la atmósfera y las circunstancias para poder hacerlo. ¡No se puede pedir más!
Todo lo que sucede en la vida de un satsangui es porque su maestro así lo ha querido, porque eso es, exactamente, lo que necesita en su evolución espiritual, porque, en ese momento de su vida, es lo que más puede ayudarle a seguir hacia adelante. ¿Pero lo entendemos así? ¿Tenemos la capacidad de verlo desde esa perspectiva?
Para la mayoría de nosotros la gracia es algo agradable. Pensamos en gracia, y automáticamente pensamos en que nuestros deseos se cumplan, en que las circunstancias de nuestra vida cambien, eso sí, a mejor, en que nuestra salud, nuestro trabajo o nuestras relaciones mejoren… Si eso es lo que nos da nuestro maestro es porque lo necesitamos y es, sin duda, su gracia, pero no necesariamente tendría por qué ser así. Todo dependerá de lo que más le convenga al discípulo, de lo que más le acerque a Dios. Hazur Maharaj Ji nos dice en Perspectivas espirituales, vol. I:
Nuestro concepto de su gracia es muy diferente. Pensamos que si él nos da una pareja muy buena, una buena casa, mucho dinero, buena reputación en este mundo, y si la gente nos admira, entonces eso significa que el Padre derrama mucha gracia sobre nosotros. Pero su gracia puede llegar de diferente forma. Puede (…) apartarnos de todos los apegos mundanos y hacer que nos demos cuenta de la realidad, en la que nunca hubiésemos pensado de no haber sido de esta forma. (…) Su gracia es lo que nos hace volver a él, y puede ser un mal trago.
En nuestra limitación pensamos que la voluntad de nuestro maestro tiene que coincidir con lo que nosotros creemos que nos conviene, y cuando eso no sucede nos revelamos y juzgamos si lo que nos ha pasado es bueno para nosotros o no. Pero ¿quiénes somos nosotros para juzgar? ¿Qué sabemos? ¿Con qué criterio estamos juzgando? Y más adelante Hazur añade:
Siempre decimos: “Quiero a mi maestro, me he entregado a mi maestro”, pero cuando nos da un consejo sopesamos si debemos aceptarlo o no. Juzgamos si lo que nos ha dicho es bueno para nosotros o no.
Así es, eso es lo que hacemos, cuando en realidad lo único que podemos hacer, ante nuestra incapacidad de entenderlo, es aceptarlo por ‘amarga que sea la píldora’. Y, a veces, la píldora puede ser muy amarga. Pero dulce o amarga, nos la tenemos que tomar. Porque no hay otra, esa es la nuestra. Si nos queremos curar esa es nuestra medicina, es lo que más nos conviene, es lo que hemos estado pidiéndole desde el principio y es lo que él nos ha estado dando sin parar; gracia, tanto si las píldoras que nos toca tragar son dulces como si son amargas. Eso es madurar.
Saber aceptar tanto lo bueno y lo menos bueno es signo de madurez espiritual, es empezar a entender que este es un sendero que en muchos momentos de nuestra vida representará un verdadero reto para nosotros. No es un sendero para tibios, un sendero en el que no vayamos a tener obstáculos o en el que se nos vayan a poner las cosas fáciles. Cuando nuestro ego está por medio nada es fácil, y nuestro ego está siempre presente en todo lo que nosotros creemos, lo que nosotros pensamos, lo que nosotros queremos hacer… Los importantes somos siempre nosotros, no le dejamos espacio a él, y cuando su voluntad no coincide con la nuestra, el mundo se nos cae encima y empezamos a dudar de aquello que teníamos tan seguro. En realidad, lo que pasa es que no habíamos medido bien nuestras fuerzas, y las batallas que estábamos librando no eran las que teníamos que librar. Esas experiencias, esas batallas perdidas, nos enseñan sin tapujos nuestra realidad y nos ponen en nuestro sitio.
Se dice que la realidad, por dura que sea, siempre es mejor que las falsas esperanzas. Y es posible que hoy por hoy nuestra realidad sea dura, pero nuestras esperanzas están lejos de ser falsas. Nuestra realidad es la que es, pero es precisamente esa realidad la que hará que alcancemos nuestro objetivo, y eso es justo lo que se nos olvida. Nuestro objetivo en la vida no es cualquiera, y el precio a pagar por él tampoco lo es. Todo tiene un precio en esta vida, nos dicen los maestros, “quien algo quiere algo le cuesta”; nosotros queremos algo muy elevado, y el precio a pagar por conseguirlo también lo es. El Gran Maestro nos dice en Joyas espirituales cuál es ese precio:
La melodía divina no puede tocar nada que esté sucio y sea impuro. Tenemos que ser tan puros de pensamiento y acción como el oro.
La melodía divina no puede tocar nada que no esté limpio o que sea impuro. Dios no se puede revelar a sí mismo en una mente impura o contaminada. Tenemos que limpiarnos, tenemos que purificarnos; ese es el precio, y cada uno tiene que pagar el suyo. Por eso las circunstancias de nuestra vida son perfectas. La falta o la abundancia de dinero es perfecta, nuestra salud –buena o mala– es perfecta, nuestro trabajo, nuestras familias…, todo es perfecto porque todo nos lo ha dado él, porque esa es su voluntad, porque él quiere que así sea, porque lo necesitamos. A nosotros solo nos queda aceptar y agradecer. Gurú Nanak lo expresa muy bien cuando dice:
Si me envías hambre, me llenaré con tu Nombre.
Si me mandas desgracias, las disfrutaré como placeres.
Si me concedes felicidad, me inclinaré ante ti en gratitud.
No nos queda nada más que aceptar y que agradecer cada instante de nuestra vida. Todos los maestros fueron en su día discípulos perfectos. Todos manifestaron las cualidades del discípulo perfecto, y si nuestro objetivo es llegar a dónde ellos llegaron ¿por qué no seguir su ejemplo? ¿Por qué no poner cada día en práctica esa fe inquebrantable en nuestro maestro, esa constancia, esa paciencia y esa entrega completa a su voluntad? ¿Por qué no dejar que sea él quien dirija nuestras vidas? Él sabe por lo que estamos pasando, porque él mismo ha pasado por ahí antes que nosotros.
Tenemos pinceladas generales sobre la vida de los maestros, pero no sabemos nada de los pormenores, no sabemos nada de cómo fue su día a día antes de llegar a ser maestros, y seguro que tampoco lo tuvieron nada fácil. ¿Cómo, si no, podrían ayudar a superar los problemas que sus discípulos tienen si ellos mismos no los hubieran superado antes?, ¿qué tipo de guía les podrían dar?, ¿qué tipo de ayuda?
Todos los consejos y las instrucciones que nos dan los maestros están basadas en su propia experiencia personal. En los maestros todo es una realidad, vienen a predicar con el ejemplo, y poco ejemplo podrían dar si sus vidas hubieran sido fáciles. Y con eso nos tenemos que quedar. Como Baba Ji suele explicarnos, si el maestro ha podido hacerlo, los discípulos también pueden. Esa es nuestra gran esperanza, una esperanza que viniendo de quien viene, está muy lejos de ser falsa.
Donde nosotros vemos problemas, él solo ve oportunidades: la oportunidad de la aceptación, la del esfuerzo, la de la perseverancia, la de la superación. Todo eso es lo que el maestro ve.
Máximo esfuerzo y entrega absoluta. Él nos lo da todo, y con todo le tenemos que corresponder nosotros. Ese es el nivel que tenemos que alcanzar. Ese es el nivel de la profundidad, el de la madurez. El nivel en el que se le pide ayuda al Señor, sí, pero no para cumplir con nuestros objetivos en la vida, no para conseguir lo que queremos obtener de ella, sino para que nos ayude a cumplir con su voluntad; no porque no nos quede más remedio, sino porque cumplir con su voluntad es lo único que queremos hacer.
No le tenemos que pedir nada, porque el que tiene el poder de dar también tiene el poder de saber lo que necesitamos a cada momento. Pero si en nuestra limitación creyéramos que tenemos que hacerlo, tendríamos que pedirle ayuda para poder estar a la altura de las circunstancias, a la altura de lo que se espera de nosotros, para que nos conceda la madurez de aceptar de buen grado las píldoras amargas con las que nos encontremos en nuestras vidas, y para poder valorarlas como lo que son: regalos, regalos que él nos hace para que vayamos acercándonos cada día un poco más. Santa Teresa de Lisieux es una maestra en el arte de la aceptación. Ella da la bienvenida a esos tragos amargos de la vida, pues sin pasar por ellos no podríamos reconocer nuestra gran debilidad espiritual y nuestra total dependencia de la gracia de Dios. Su vida es un ejemplo de aceptación:
Queremos sufrir, pero generosamente, a lo grande; quisiéramos nunca caer; ¡qué ilusión! ¿Y qué importa si caigo a cada minuto? Encuentro en ello un gran beneficio, pues de ese modo veo mis debilidades. Dios mío, tú sabes de qué soy capaz a no ser que me lleves en tus brazos; y si me dejas sola, bueno, pues si eso es lo que te complace, verme en el suelo, ¿por qué debería yo inquietarme?
Cuando sufrimos, cuando nos quejamos, es nuestro ego el que se queja, porque los débiles no somos nosotros, el débil es nuestro ego, el vulnerable es nuestro ego, y es nuestro ego también el que sufre. Demos las gracias a ese revés, a esa decepción o a ese desencanto con el que la vida nos ha obsequiado, porque gracias a ellos estamos más cerca de nuestro objetivo que antes.
“Nunca se sabe lo fuerte que se puede llegar a ser hasta que ser fuerte es la única opción que nos queda”, expresa una canción de Bob Marley, y nosotros lo somos. Hazur Maharaj Ji nos dice en el libro En busca de la luz:
Haz frente a la vida con audacia, con valentía, con alegría. No hay nada que te pueda hacer daño. Mantén tus pensamientos en la meditación. Ahí es donde reside la fuerza, la felicidad y la dicha.
Sigamos el consejo del maestro y hagamos frente a la vida con valentía y con alegría, porque nada nos puede hacer daño. Esforcémonos, seamos un ejemplo de conducta y, sobre todo, hagámoslo con una sonrisa, agradeciendo la suerte que tenemos y la oportunidad tan excepcional que se nos está dando. Más adelante, Hazur Maharaj Ji expresa:
Hay esperanza para todos y cada uno de los discípulos de este sendero. Si el Señor ha dispuesto que te inicies en esta ciencia significa que quiere que algún día vuelvas a él. Y si ese es el deseo del Señor, ¿qué poder podría retenernos aquí por mucho tiempo? Es solo cuestión de tiempo hasta que nuestra carga se aligere.
En Sant Mat no caben ni la decepción ni el desánimo. La felicidad es, casi siempre, cuestión de perspectiva, y esa es la perspectiva que Hazur quiere que tengamos: la de la alegría y la de la esperanza. Es posible que la vida nos pida que tengamos que ser más fuertes de lo que nunca imaginamos que tendríamos que llegar a ser, y que nuestras fuerzas flaqueen, pero todo lo que tenemos que hacer es levantarnos y seguir caminando. Nadie nos pide que no caigamos, solo se nos pide que nos levantemos y que sigamos caminando; es solo cuestión de tiempo.