Encontrar nuestro lugar
Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario; porque muchas veces se vuelven como viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea él tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga. No tienes aquí domicilio permanente: dondequiera que estuvieres, serás extraño y peregrino, y no tendrás nunca reposo, si no estuvieres íntimamente unido con Cristo.
Tomás de Kempis. La imitación de Cristo
Nacimos para no encajar. Nos pasamos la vida intentando encajar: en el trabajo, en la sociedad… porque la sensación de no encajar es frustrante y resulta incómoda. Nos pasamos la vida intentando encontrar nuestro lugar, integrarnos, formar parte… Con suerte, un buen día descubrimos que nacimos para no encajar y que lo mejor que nos podía pasar en este mundo es precisamente no encajar, porque entonces podemos empezar a poner en práctica aquello que tanto decía Hazur Maharaj Ji: Vivir en este mundo sin ser de él.
Los místicos explican que, aunque estamos en un cuerpo y vivimos en un mundo material, somos seres espirituales pasando por la experiencia de ser humanos. ¡Es normal que no encajemos! Este no es nuestro hábitat natural. Es como si alguien viviera en el fondo del mar: sería un ser humano pasando por la experiencia de vivir como un pez.
Los humanos bajamos al fondo del mar un ratito, pero estaremos de acuerdo que no es el lugar más apetecible para quedarse a vivir. En el medio terrestre hay luz, calor, aire para respirar. Bajo el agua, hay oscuridad, frío y no se puede respirar. A mayor profundidad más oscuridad, más frío y más incomodidad. Nosotros también hemos descendido a una región más densa y oscura para pasar por la experiencia de ser seres humanos.
El Gran Maestro en el libro Mi sumisión dice:
El ser humano está constituido por el cuerpo, la mente y el alma.
Para que un ser espiritual, un alma, pueda bajar al mundo de pinda, el mundo material, necesita enfundarse dentro de un cuerpo y proveerse de una mente, y esto limita por completo nuestra existencia. Al igual que la escafandra, las botellas o el lastre limitan e incomodan al submarinista.
Pongamos que ese submarinista lleva mucho tiempo en el fondo del mar. Esforzándose por encajar, ¡el pobre! Tanto, que hasta se ha creído que es un pez… Tanto, que ha acabado por creer que esas botellas de aire tan pesadas y ese traje tan incómodo forman parte de él. Tanto, que ya se le olvidó que no tiene por qué estar ahí y puede escoger regresar a la superficie de la tierra que es su medio natural.
Igualmente, nosotros nos hemos creído que somos seres humanos y estamos tan agarrados al cuerpo y a la mente como el submarinista a su botella de oxígeno. Estamos tan atrapados por nuestros karmas como el submarinista por su cinturón lastrado. ¡Y también nosotros como seres espirituales podemos escoger regresar a nuestro medio natural donde nada de esto es necesario!
Llegar a tal conclusión no es cosa de un día. El problema principal es que de momento solo conocemos el mundo material. Los místicos nos hablan de un mundo más elevado y espiritual, pero el inconveniente es que no lo hemos visto, o se nos olvidó y, por lo tanto, es como si no existiera. Evidentemente es más fácil agarrarse a lo conocido que a lo desconocido. De hecho, no podemos agarrarnos a algo que no conocemos.
¿Cómo explicarle a un pez o a un submarinista que se cree pez que existe otro mundo fuera del agua? Lo más probable es que no nos crea. Esto es lo que les ha sucedido a muchos místicos a lo largo de la historia. Su mensaje no llega a todos. Ellos pueden explicarlo muy bien y decir que este mundo es incómodo, hostil, y que no es el nuestro, pero hasta que no lo comprobemos por nosotros mismos, no lo creeremos.
Siguiendo con el ejemplo anterior. El fondo del mar puede parecer muy atractivo al submarinista cuando lo visita por primera vez. Quiere verlo todo, quiere tocarlo todo y se olvida del resto. Al cabo de un tiempo ya son pocas las cosas que le llaman la atención y está harto de respirar por la botella. Llegado el momento siente que seguir estando allí no tiene ninguna gracia y quiere regresar a tierra firme, deshacerse de una vez por todas de tanto inconveniente.
Nosotros, al igual que el submarinista, también vivimos con más o menos ilusión los inconvenientes de esta vida y somos más o menos ajenos a nuestra realidad auténtica, en función del momento espiritual en el que nos encontremos. El Dr. Johnson en el libro El sendero de los maestros explica las diferentes etapas por las que pasa el ser humano.
Al principio, al experimentar la forma humana hay una tendencia a entregarse a los placeres sensuales, para ver, hacer y experimentar al máximo. En esta etapa el objetivo es complacer al cuerpo. Los santos nos dicen que se puede pasar por muchas encarnaciones pensando poco o nada en algo superior. Hasta que se llega a la conclusión de que lo mismo que los placeres vienen, se van, dejando tras de sí un sentimiento de vacío. Entonces de manera natural sucede que esa persona va adquiriendo más autocontrol sobre el cuerpo, y las tendencias animales y más instintivas van disminuyendo.
Luego se entra progresivamente en otra fase donde hay más interés por complacer al intelecto: tener éxito, riqueza, prestigio, poder. En esta etapa es la mente en su aspecto más inferior la que gobierna la situación. Tarde o temprano hay que darse cuenta de que eso tampoco es satisfactorio, que no dura para siempre, que la mente nunca está satisfecha con lo que tiene y siempre quiere más.
Pasada esta fase suele llegar una etapa donde se busca servir a los demás y contribuir a cambiar el mundo. Es un gran paso adelante en la evolución porque es la mente más sutil la que va cogiendo fuerza; pero llegado el momento uno acaba por darse cuenta de que sus esfuerzos ejercen poco efecto en el mundo y de que por mucho que haga le sigue faltando algo. Llega a la conclusión de que por mucho que se quiera evitar, el mundo sigue siendo dual e imperfecto. Entonces, habiendo mirado ya hacia todos lados, al ver que nada de lo anterior puede calmar la sensación de vacío, solo queda mirarse a uno mismo.
Si el ser humano se siente vacío es porque intuye, sabe, que puede llegar a estar lleno. De algún modo llega a comprender que si siente que le falta algo es porque en algún momento debió de tenerlo y ahora sin saber qué es ni cómo, lo echa de menos. ¡Por fin aparece la necesidad de ocuparse del alma!
Toca invertir el sentido de nuestros pasos. Si ya hemos comprobado que fuera no encajamos, habrá que darse la vuelta para ir hacia dentro.
El Dr. Johnson dice en el libro El sendero de los maestros:
En la naturaleza todo se alimenta de lo que se le asemeja. Cada componente del ser humano (recordemos: cuerpo, mente y alma) debe tener su propia sustancia de la naturaleza de la que alimentarse o morirá de hambre.
Lo mismo que el cuerpo (el primer componente del ser humano) vive de comida de naturaleza material como la suya, la mente que nos acompaña se alimenta de los pensamientos provenientes de las regiones mentales. Y nosotros, como almas, nos nutrimos de la corriente audible de la vida o Shabad que proviene de sach khand, la región más elevada.
Nos ocupamos bien de alimentar al cuerpo y de agasajar nuestros sentidos; tampoco tenemos ningún problema a la hora de darle a la mente algo que rumiar; de hecho, estamos tan ocupados en todo esto, que la que está suplicando un mendrugo de Shabad es el alma. Esa alma que es la esencia de nuestro ser –sin la cual el cuerpo y la mente que tan ocupados nos tienen ni siquiera existirían–, tiene serios problemas de nutrición: y no es casualidad. El Dr. Johnson dice al respecto en el mismo libro:
Pinda es el material más burdo del universo. Aquí predomina la materia tosca conteniendo solamente un pequeño porcentaje de mente y una cantidad aun menor de espíritu (…) para dar vida al resto.
Como vemos, lo que más abunda en pinda es materia. Nuestro cuerpo físico también es materia, por lo tanto, es evidente que aquí lo más fácil es complacer al cuerpo. En este mundo es el cuerpo el que está en su salsa, por eso le damos tanta importancia al físico y a satisfacer los sentidos. Sin embargo, el cuerpo prácticamente solo necesita cobijo, alimento y abrigo. Hay que invertir las prioridades si queremos regresar. Toca nadar a contracorriente.
Decía el Dr. Johnson que en pinda hay también un pequeño porcentaje de mente. El segundo componente del ser humano: la mente. No se puede ver ni tocar con nuestros ojos y manos porque nuestros ojos y manos están hechos de materia basta y opaca, y con ellos solo se puede percibir la materia basta y opaca. Es una cuestión de densidad: no se pueden acariciar los sueños ni escuchar los pensamientos físicamente, porque su naturaleza es más sutil, ¡pero ahí están!, lo mismo que el mundo astral y el mundo causal que los alberga.
Hay una tendencia a creer que lo que vale, lo que importa es lo tangible y palpable, sin embargo, algo tan poco tangible y palpable como es la mente tiene más poder que el propio cuerpo porque proviene de un plano más sutil y elevado. Fijémonos sino como un pensamiento en forma de preocupación, puede llegar a quitarnos el hambre, por ejemplo, ¡y el sueño! Es tanto su poder que puede incluso afectar nuestra salud.
Del mismo modo que decíamos que no somos este cuerpo, tampoco somos nuestra mente. Acostumbramos a identificarnos tanto con su discurrir que podemos llegar a creer que somos lo que pensamos. De hecho, el ego no es más que un cúmulo de ideas y sensaciones a las que nuestra mente ha dado forma y que acabamos por creernos. Muy satisfechos lo llamamos “nuestra personalidad”. Creemos que somos esto o aquello y que “nuestra personalidad” nos hace especiales, diferentes de los demás, cuando en realidad tan solo son ideas y conceptos mentales.
Los místicos dicen que somos iguales, que somos uno porque nuestra esencia es la misma. En cambio, nosotros nos empeñamos en hacernos diferentes, en vernos diferentes. La causante es la mente, la que no se deja atrapar con las manos pero que tiene el poder de hacernos pasar de la euforia a la tristeza en un santiamén si se lo permitimos.
El tercer componente del ser humano, todavía más poderoso que la mente, es el espíritu. De hecho, es el más poderoso. El espíritu es como la electricidad que entra dentro de la bombilla para dar luz: si no hay electricidad, por muy bonita que sea la bombilla no es más que un pedazo de materia inerte. Las ondas de espíritu del Shabad están dentro y fuera de nosotros sosteniendo toda la creación.
El Dr. Johnson dice en el libro El sendero de los maestros:
Todo lo que la consciencia humana clasifica como el mal o lo malo es el resultado de la disminución o falta de espíritu. Eso significa, por supuesto, oscuridad, menos vida, menos luz. El ser humano no puede vivir feliz sin espíritu, y mientras más se aleja de este, más experimenta lo que para él es el mal. A los mundos les sucede lo mismo que al ser humano individual. Cuanta menos sustancia espiritual hay en ellos, más oscuros son y más penalidades sufren sus habitantes.
Aquí hay dos aspectos a remarcar:
1. Nos encontramos en un mundo mayormente denso y oscuro.
2. Lo esencial es sutil y está lleno de luz.
Conclusión: tenemos un problema, nos ocupa aquello que nuestros ojos ven, cuando lo esencial es invisible a los ojos.
Tenemos un problema: nuestra atención está enfocada en la dirección equivocada. Todo está en nuestro interior dicen los místicos. Es cuestión de enfocar la atención hacia el lugar adecuado. Es una cuestión de sutileza. En realidad, todo sucede aquí y ahora: está teniendo lugar en este preciso instante ¡Si pudiéramos darnos cuenta! El ser humano está compuesto de la misma sustancia que la creación; para llegar al mundo espiritual no hay que ir a ningún lado: hay que quedarse quieto y enfocar la atención correctamente para poder percibirlo.
El Dr. Johnson dice al respecto:
El hecho es que estos mundos superiores están separados de nuestro mundo más por sus cualidades etéreas que por su colocación en el espacio. Es igualmente exacto decir que estos mundos quedan dentro de las mismas limitaciones espaciales, separados solamente por sus cualidades. (…) Ciertamente están por encima en (lo referente a) la calidad de su sustancia, vibración, luz y belleza.
Del mismo modo que en un despacho coexiste lo denso: una mesa; lo menos denso: el aire; y lo sutil: las ondas de los teléfonos móviles; coexisten también las diferentes regiones. Está todo aquí, pero en una vibración diferente. No en vano los maestros nos dicen a menudo que ya estamos donde tenemos que estar, que ya estamos en sach khand, lo único que falta es ser conscientes de ello.
El profesor Puri en el libro Mysticism, vol. II, dice:
Ahora surge la cuestión: ¿cómo podemos alcanzar ese punto en que nos ponemos en contacto con el Shabad? Si nuestro cerebro no puede comprenderlo, nuestros ojos no pueden verlo y nuestros oídos no pueden oírlo, ¿cómo podremos volvernos lo suficientemente sutiles como para asirnos a él? A menos que alcancemos el foco del tercer ojo que es la entrada al plano astral, la ventana entre la creación material y la materio-espiritual, no seremos lo suficientemente sutiles como para comprenderlo. ¿Cómo podemos llegar hasta ese punto? ¿Cómo podemos recogernos en el tercer ojo? Podemos hacerlo repitiendo el simran que nos ha dado un místico verdadero del Shabad.
La meditación es el medio para llegar al tercer ojo y contactar con el Shabad: Empezamos inmovilizando el cuerpo, a base de repetir los cinco nombres interiores, uno después de otro, una vez tras otra. La mente se va concentrando, la atención se va afinando y afinando hasta que es capaz de recogerse en el tercer ojo y contactar con el Shabad. Llegado este punto el alma deja el cuerpo atrás y emprende el último trecho de regreso a casa. Atraída por el Shabad atraviesa las regiones mentales y se desprende del envoltorio de la mente para llegar al lugar de donde vino y lo mismo que una gota de agua se funde en el océano, el alma se funde en el vasto océano de luz y sonido porque están hechos de la misma sustancia. ¡Por fin encaja!
Todos recordaremos alguno de esos cuentos populares en los que el príncipe es convertido en sapo. El pobre se siente muy impotente y limitado en su cuerpo de sapo. Pasa por muchas penalidades y apuros, pero al final triunfa el amor y acaba recuperando su aspecto original, porque en su interior nunca dejó de ser un príncipe, aunque aparentara ser un sapo. Por mucho que no encajemos en este mundo denso y oscuro, está en nuestras manos acabar encajando solo con cerrar los ojos. En el evangelio de San Mateo (6:22) leemos:
Cuando tu ojo sea único, tu cuerpo se llenará de luz.
Por mucha oscuridad que haya a nuestro alrededor.