Los consejos de la reina
Durante las veinticuatro horas del día debe haber un vivo anhelo de unirse al Señor, un continuo dolor por su separación. Más aún: en cada momento, ya comas, bebas, camines, estés despierto o dormido, debes tener su Nombre en tus labios y su forma ante tus ojos.
Sardar Bahadur Jagat Singh. La ciencia del alma
El siguiente relato del libro Cuentos del Oriente místico, presenta los consejos que la madre del rey Gopi Chand le dio, cuando él quiso abandonar el trono para dedicarse a la vida espiritual:
Cuando Gopi Chand, un rey de la antigua India, se cansó del poder y el placer mundanos, renunció al trono y le pidió a su gurú que le diera el conocimiento espiritual. El gurú sabía que a su discípulo no le resultaría fácil deshacerse de su vanidad, puesto que había sido rey. “Gopi Chand, hijo mío –le dijo el gurú–, por favor, haz lo que voy a pedirte. Vístete con la túnica ocre de los sadhus, toma un cuenco para pedir limosna, y vuelve a tu reino como mendigo. Pide allí a ver qué pueden darte tus antiguos súbditos”.
Creyendo ciegamente en su gurú, Gopi Chand hizo exactamente lo que le dijo, y cuando sus antiguos súbditos vieron a su propio rey, mendigando como un sadhu, fueron generosos con sus limosnas. Cuando terminó de pedir en la capital, fue a su palacio y pidió limosna a sus reinas. Cuando reconocieron a su antiguo rey, se quitaron sus joyas y las pusieron en su cuenco de limosnas. “¿Qué valor tienen estas joyas sin ti?”, le dijeron. Gopi Chand entregó a sus condiscípulos todo lo que había recibido para que se lo diesen al gurú.
Finalmente, Gopi Chand fue al palacio de su madre, puesto que había sido ella quien le había aconsejado que renunciase al trono y se convirtiera en sadhu. Entonces, la reina le dijo: “Hijo mío, ahora eres un yogui. Has renunciado al mundo, mientras que yo sigo siendo un ama de casa. No me corresponde predicarte. Pero como madre y como ama de casa a cuya puerta mendigas, te puedo dar la limosna que quiera. Y la limosna que quiero darte son estos tres consejos:
Primero, te aconsejo que pases tus noches en un castillo infranqueable.
Segundo, que tu cama sea el lecho más blando y delicado.
Tercero, que comas solamente los manjares más deliciosos”.
El rey se extrañó de que teniendo por delante una vida de renuncia, la madre le hablara de tales lujos, y le dijo: “Madre no comprendo el significado de tus consejos”. A lo cual ella le explicó:
“El castillo infranqueable en el que te aconsejo vivir, significa que debes construir una fortaleza a tu alrededor con el satsang y la compañía de tu gurú. Las palabras del maestro nos mantienen en el camino correcto…
Que tu cama sea el lecho más delicado, significa, hijo mío, que debes esforzarte por permanecer despierto y practicar la meditación día y noche hasta que ya no puedas mantenerte despierto. En ese estado, incluso las espinas y las piedras te parecerán terciopelo suave y te resultarán más confortables que una cama de flores.
Y por último en cuanto a que comas los manjares más deliciosos, entiende la importancia de mantenerte con hambre, o por lo menos come frugalmente; entonces incluso un mendrugo de pan seco te resultará delicioso. No tengo otra cosa que darte, hijo mío, salvo estos consejos. Por favor, llévalos siempre contigo”.
Cuentos del Oriente místico (adaptado).
Los consejos de la reina madre hacia su hijo, priorizan los medios que fomentan el vivir inmersos en la devoción y el amor a Dios.
La enseñanza de este relato, gira en torno a la importancia de la preparación que tenemos que hacer como discípulos. Tenemos que vivir en un ambiente de devoción en el que las demandas del cuerpo y de la mente –que siempre tienden a esclavizarnos al mundo de los sentidos– se reduzcan a lo que es necesario. No es que en este relato se esté promulgando el ascetismo, si vamos a su esencia nos damos cuenta de que lo que se remarca es que para seguir el camino de la devoción es imprescindible contener las ansias de la mente. La abundancia del mundo nos malogra, dispersa nuestra mente, nos aparta de nuestro objetivo. Los sentidos cada vez demandan más, la mente se apodera de nosotros y, como consecuencia, la chispa del alma no se aviva.
La vida de un discípulo tiene que tener contención y equilibrio, y cualquier extremo, en un sentido u otro –sea exceso o privación– no es aconsejable para seguir un sendero espiritual. Por ejemplo, los místicos nos hablan de aquellos buscadores que se someten a rigurosas privaciones e incluso llegan a mortificar su cuerpo, creando al final una reacción que solo los aleja de su objetivo.
La historia del príncipe Siddhartha es un claro ejemplo de este extremo y privación:
Siddhartha, abandonó su vida en palacio y con ello todos los lujos de los que gozaba, y se retiró a los bosques donde se sometió al rigor ascético más extremo –acostumbrado en aquellos tiempos– creyendo que así alcanzaría la iluminación. Tras tan infructuosos esfuerzos, cansado de probar tantos métodos y duras disciplinas, soportando tanto sufrimiento, soledad y frustración, cuentan que Siddhartha se sentó debajo del árbol de pipal, allí se rindió, se abandonó a la voluntad divina, se entregó plenamente a la concentración y logró la iluminación.
Igualmente, la creencia de aquellos que piensan que dándole a la mente todo lo que desea pondrán fin a los deseos, no hacen más que echar más leña al fuego. La mente es insaciable, y tan pronto como colmamos un deseo, cientos aparecen. De ahí que los místicos aboguen por el camino del medio, sinónimo de ‘vivir en el mundo pero sin ser de él’.
Esto significa que debemos llevar una vida en armonía con nuestro entorno y las personas que forman parte de él al mismo tiempo que priorizamos nuestro objetivo espiritual, para lo cual, efectivamente tenemos que poner contención a la mente y sus demandas. Esta contención, se lleva a cabo siguiendo los cuatro compromisos que adquiere el discípulo en el momento de la iniciación: Seguir una dieta lactovegetariana, no consumir alcohol, drogas o productos derivados del tabaco, llevar una vida moral y dedicar dos horas y media cada día a la meditación.
La disciplina espiritual, la meditación, el satsang, la lectura de libros, el seva y el simran como hábito regular siempre que la mente esté libre, son las herramientas que nos conducirán a vivir la espiritualidad de forma equilibrada y exitosa, alcanzando así la autorrealización y la realización de Dios.
Tanto la represión de los deseos como el entregarte a ellos mantienen tu atención en el mundo. Ambos extremos validan y fortalecen la ilusión en la que vives. Si tienes un teléfono anticuado y alguien te ofrece uno nuevo, con la última tecnología, no te importará desprenderte de él, ¿no es así? Del mismo modo, el único camino para trascender los placeres mundanos es encontrar algo que te proporcione mayor placer.
Necesitas saborear algo mejor. El simran y el bhajan te ayudan a mantener la atención en la sede de la consciencia, donde hallarás más felicidad que la que puede ofrecerte el mundo.
del yo al Shabad