Desprogramar la meditación
Nuestro nombre, cuerpo, edad, género, nacionalidad, profesión, raza, etnia y demás, nos proporcionan una identidad separada muy limitada. Nosotros, sin embargo, no somos esta identidad. La identidad que nosotros percibimos como nuestro ‘ser real’, es la ilusión principal que tenemos que trascender para establecer un contacto consciente con la melodía del Shabad.
del yo al Shabad
El objetivo de meditar es, básicamente, desarrollar una habilidad: la habilidad de llevar la conciencia al tercer ojo y mantenerla el suficiente tiempo como para poder conectar con el Shabad, para poder rendirse al Shabad.
Y para que comprendamos este objetivo, los maestros nos dan muchos consejos. Por ejemplo, suelen explicarnos que en el trabajo interior debemos ‘desprogramarnos’. Se refieren a que debemos limpiar la mente, vaciarla, desprogramarnos del habitual funcionamiento que tenemos en el mundo, y no llevarlo a la meditación.
Uno de los problemas que tenemos, cuando encaramos las dos horas y media de meditación, es que estamos programados para identificarnos con nuestro cuerpo. Pensamos, instintivamente, que el cuerpo que habitamos es nuestra identidad, y que los apegos de la mente son los que hacen interesante la vida, son nuestra vida. Estamos convencidos de que somos un cuerpo y una mente con sus apegos. Y pensar así es algo natural porque cuando, por ejemplo, nos miramos en un espejo, creemos que la imagen que vemos somos nosotros, ¿cómo no vamos a creer que somos lo que vemos en el espejo? Está claro, para nosotros lo que vemos es lo que somos. Pero esa es una identificación falsa, y hace que, cuando nos sentamos a meditar, instintivamente no queramos desprendernos ni del cuerpo ni de los apegos de la mente. Los consideramos nuestra identidad. Y ese error lo pagamos muy caro. ¡Siempre estamos tropezando con esa misma piedra!
No somos un animal. Habitamos en un animal. Damos la vida a un cuerpo, a un cuerpo de primate, pero esa no es nuestra verdadera identidad. Estas son simplemente nuestras circunstancias actuales. Y lo que buscamos mediante la meditación es trascender esas circunstancias, llevar la humanidad a su máximo grado de desarrollo para así dar el siguiente paso, abordando nuestra identidad verdadera, que es espiritual, no material ni mental.
Y para conocerla, para conocer nuestra verdadera identidad, tendremos que atravesar el centro del ojo. Y por ahí, por esa puerta, no cabe el cuerpo, ni siquiera caben los apegos. Jesús decía que para entrar en el reino de los cielos tenemos que atravesar un agujero más pequeño que el ojo de una aguja.
Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.
Mateo 19:23
Por ahí, por donde cuesta poner el hilo de coser, ¡cómo se nos ocurre intentar meter a un camello!, decía Jesús. Es decir, cómo queremos entrar por la décima puerta con nuestro cuerpo y con nuestra mente engrosada con apegos de todo tipo: personas, riquezas, posesiones, etc.
Debemos desprogramar nuestra mente, y podemos empezar desprogramando nuestra falsa identidad. Tenemos que cambiar la concepción que tenemos de nosotros mismos, porque si consideramos que somos cuerpo y mente, y que nuestro mayor tesoro son los apegos y las posesiones, no podremos entrar por el ojo de esa aguja.
Nuestra identificación con el cuerpo puede ilustrarse con el símil de un automóvil y la relación que muchos tenemos con él. Cuando se inventó el coche a motor enseguida se convirtió en un signo de estatus, después se convirtió en una necesidad, y ahora mismo nos damos cuenta de que tal vez empieza a ser una maldición.
Estamos haciendo un uso exagerado del coche. Por suerte las cosas están cambiando. Cada vez descubrimos lo bonito que es simplemente caminar, sin tener que arrastrar un coche con nosotros. Las sociedades cuanto más avanzadas son, menos coches tienen en las calles, ¿verdad?
El coche es útil, a veces, pero nos hemos vuelto tan dependientes de él, que ha llegado un momento en que intentamos hacer todas las gestiones con el coche. En alguna ocasión hemos llegado al absurdo de, por ejemplo, ir al centro de la ciudad en coche para hacer una gestión a una oficina, y al llegar al lugar, empezamos a dar vueltas y vueltas para aparcar sin conseguirlo. Al final se nos pasa la hora sin haber podido aparcar el coche, y nos volvemos a casa sin haber solucionado la gestión.
Claro, si vamos en coche, pues lo tendremos que aparcar. Lo aparcamos y simplemente salimos del coche, lo abandonamos, y vamos a donde necesitamos caminando. Es lógico, ¿no?
Pues ese absurdo de querer llevar el coche a todas partes donde vamos se parece mucho a lo que nos ocurre en nuestra meditación. Nuestro instinto es el de ir a todas partes con nuestro cuerpo. Estamos tan identificados con ese cuerpo, que ni siquiera nos imaginamos cómo puede ser la vida sin él. Nos parece una fantasía “vivir sin cuerpo”. Pero si queremos entrar en la oficina del maestro, tendremos que aparcarlo y bajarnos de él. Tenemos que aprender a salir del cuerpo si queremos hacer esas “gestiones”.
En la meditación tenemos que aprender a abandonar el cuerpo si queremos plantarnos en la oficina del maestro.
Y de la misma manera que debemos desprogramar nuestra falsa identidad, también debemos desprogramar lo que pensamos que es la meditación. Tenemos una idea preconcebida de lo que es la meditación y una idea preconcebida de lo que nos vamos a encontrar en el camino interior, y de cuál es nuestro papel. Y eso nos impide avanzar.
Todo lo que hemos aprendido en la vida, todos estos puntos de vista personales que tenemos, toda esa red de conceptos que hemos adquirido desde pequeños constituye la programación de nuestra mente que, por una parte, nos es de utilidad cuando la aplicamos en nuestra vida diaria, pero cuando la aplicamos en la búsqueda interior, nos bloquea y no nos permite observar la realidad, porque solo estamos programados para observar lo que ya conocemos.
Por ejemplo, para percibir el Shabad tenemos que olvidar lo que pensamos que es el Shabad. Si intentamos percibir el Shabad con ideas preconcebidas, limitamos nuestra percepción a esas ideas preconcebidas. Y nos bloqueamos, se corta la percepción. Así que tenemos que aprender a percibir directamente, con la mente vacía, sin pensamientos ni conceptos preadquiridos.
Los maestros nos tienen que dar explicaciones, consejos, desarrollar conceptos, y lo hacen con la intención de hacernos comprensible todo lo que podamos experimentar. Pero si nos fijamos, veremos que los maestros describen muy poco los mundos interiores. Y lo hacen intencionadamente, para no confundirnos. Nos dan las mínimas explicaciones, solo las necesarias, para que podamos comprender las experiencias que tendremos, pero sin sobrecargarnos con una programación teórica demasiado pesada. Pero, aun así, durante la meditación debemos olvidarnos de todo lo que pensamos, de todo lo que sabemos. Porque la meditación es un camino sin explicaciones, sin palabras, sin pensamientos. Es la percepción pura. De ahí que los maestros afirmen que el camino interior no se puede explicar, se tiene que experimentar. Por tanto, cuando nos sentemos a meditar, tendremos que olvidarnos de todo.
Las siguientes citas del maestro Sawan Singh describen todos los pasos de la elevación espiritual. En diversas cartas del libro Joyas espirituales, encontramos una descripción de las fases de la meditación, relativamente detallada: el maestro nos habla de las tres etapas de la elevación espiritual.
La primera, describe la repetición para conseguir concentrar en el tercer ojo la atención dispersa, para concentrar la corriente vital de la parte del cuerpo por debajo de los ojos. A continuación, el maestro explica cómo se produce ese proceso de concentración de la atención y, como se ha comentado, hace referencia a la necesidad de digamos “aparcar” el cuerpo:
… Al retirarse la corriente vital del cuerpo, los brazos y las piernas se dormirán, y finalmente todo el cuerpo. (…) y sentirás que tu cuerpo no te pertenece; estarás separado de él, y el cuerpo será como el cadáver de otra persona.
Vemos pues, que el primer paso en la meditación es inmovilizar el cuerpo para poder abandonarlo. El simran nos ayuda a abandonar el cuerpo, y también nos ayuda a sacar a la mente de sus apegos y enfocarla en el tercer ojo. Digamos que con el simran el cuerpo se abandona y la mente se enfoca.
El maestro sigue diciendo en Joyas espirituales:
… Los movimientos de la mente tienen que controlarse y no se le debe permitir que vaya a su aire. La mente desea escaparse, y si se le da libertad para hacer esto o lo otro, entonces ganará. Lo importante es mantenerla ocupada en la repetición.
… Solo por medio del simran el alma puede abandonar el cuerpo y elevarse. (…) El simran es lo mejor. Hablo por mi propia experiencia.
Por tanto, inmovilizar el cuerpo y aligerar a la mente de sus apegos es la primera fase. Y esa fase está regida por el simran. El simran es nuestra gran herramienta. Es lo único que, en realidad, podemos hacer.
La segunda fase tiene como objetivo mantener la atención en el tercer ojo, contactando con la forma astral del maestro. Todo lo que pueda ocurrir a partir de aquí es la gracia del maestro. La percepción del sonido y de la luz, son absolutamente su gracia, no dependen para nada de nuestro esfuerzo. La contemplación no depende de nuestro esfuerzo, pero, si ocurre, tenemos que observar, tenemos que contemplar libres de prejuicios, con la mente limpia, vacía, desprogramada.
Maharaj Sawan Singh dice en Joyas espirituales:
… Cuando tu concentración sea casi completa, entonces, en vez de oscuridad en el centro del ojo empezarán a aparecer chispas y fugaces destellos de luz. (…) Por favor, no intentes elevar el alma a la fuerza. (…) Cuando el alma empiece a concentrarse, encontrará el camino por sí misma.
… A su debido tiempo aparecerá el cielo estrellado. Fija tu atención en la estrella brillante y continúa con la repetición igual que antes. Cuando te acerques a la estrella, esta estallará y la atención la atravesará. El firmamento estrellado se habrá cruzado.
Sucesivamente ocurrirá lo mismo con el sol y la luna que serán alcanzados y cruzados con la atención, que sigue repitiendo continuamente. Después de cruzar la región de la luna, se hará visible la forma radiante del maestro. (…) Esta forma permanecerá siempre con el discípulo y responderá a todas sus preguntas.
Así pues, la segunda fase consiste en contactar con la forma radiante del maestro. Y este es el proceso por el que tenemos que pasar. En esta segunda fase rige la contemplación, pero siempre sostenida por el simran.
Y la tercera fase se caracteriza por elevar la atención, apegándola al sonido interior. Por tanto, podemos decir que la primera fase corresponde al simran, la repetición, con la que concentramos la atención. La segunda fase corresponde al dhyan, la contemplación, mediante la que fijamos la atención en el tercer ojo. Podemos empezar con el recuerdo de la cara del maestro, y cuando aparece la luz, entonces contemplamos la luz, y cuando aparece la forma astral del maestro, contemplamos su forma astral.
Pero a partir de la conexión con el maestro radiante, el simran ya no es necesario, porque ya nos comunicamos directamente con el maestro. Estamos unidos a él, y él nos une al Shabad.
Maharaj Sawan Singh continúa diciéndonos en Joyas espirituales:
… Cuando el alma contacte con la forma astral del maestro, soltará las ataduras y se acercará al Shabad, donde la corriente es poderosa y tiene la fuerza para elevar al alma.
… Hay diez sonidos diferentes sonando incesantemente en el centro del ojo. (…) De los diez, solo dos, el de la campana y el de la concha, tienen que buscarse, los otros ocho hay que rechazarlos.
Y en la última cita el maestro nos habla sobre el final del proceso de elevación. Dice:
… Cuando el maestro conecta a alguien con la corriente del Shabad, escucha este Shabad siguiendo sus instrucciones, y lleva su atención cada vez más cerca de la corriente del Shabad, corta las cadenas, el alma se libera y finalmente se funde con el océano del Shabad del que es una gota.
Si hacemos un super resumen de la meditación podemos decir que: el simran concentra, el dhyan fija y el bhajan eleva. Estas son las tres fases y, como podamos, tenemos que dedicarles tiempo en cada una de nuestras meditaciones.
El maestro suele decir que el simran es lo único que podemos hacer, ya que la visualización o dhyan, y la audición o bhajan, no dependen de nosotros, son absolutamente su gracia.
Así que nuestro esfuerzo, decidido, en realidad debe ir dirigido a repetir el simran –con la intención de contactar con la forma radiante del maestro–, y también a rendirnos, a rendir nuestro yo al poder del Shabad. Sí, la meditación es un trabajo de rendición. Nos tenemos que esforzar por alejarnos del yo para acercarnos al Shabad.
Esta es una larga descripción de lo que es la meditación. Pero recordemos que cuando nos sentemos a meditar, tenemos que olvidar las descripciones por completo. Porque si queremos atravesar el centro del ojo, la mente tiene que estar vacía, sin ideas preconcebidas. Porque la meditación no es una postura, la meditación no es seguir una luz, ni siquiera es seguir un sonido. La meditación es el proceso de unirse a una corriente de amor que, por ahora, desconocemos. Y para dejar que el maestro nos lleve a esa corriente, no podemos estar cargados de juicios previos.
Así es que desprogramemos la mente, desprogramemos la idea que tenemos de lo que es nuestra identidad, de lo que es la meditación, de lo que es el maestro, de lo que es el amor para que así lo podamos percibir de verdad.