El contacto con el Shabad
Un maestro verdadero nos proporciona el bálsamo del Verbo divino para curar nuestros conflictos mentales. Él pone nuestra mente en el camino correcto y entonces empieza a moverse en una única dirección: hacia la realización de Dios.
San Paltu, su vida y enseñanzas
Algunas personas dicen que si Dios es todo amor, entonces, ¿de dónde procede el mal? Por la misma razón también se puede decir que si el sol está en el cielo y da luz constantemente, ¿entonces, de dónde procede la oscuridad?
La ciencia nos dice que cuando la Tierra está en el lado de su rotación frente al sol, es de día en esa parte del planeta. En contraposición su lado opuesto está en completa oscuridad. De la misma forma, si nuestros pensamientos no están orientados hacia Dios, estamos en la oscuridad. Tan pronto como la mente se aleja del centro del ojo –su centro de equilibrio– y se dispersa en el mundo, aparecen con fuerza las tendencias negativas, surgen los deseos y más tarde los apegos.
Al mirar en la dirección opuesta en la que se encuentra el Señor perdemos la paz mental y nos sentimos infelices. Si le entregamos nuestro amor y devoción al Señor, siempre estaremos acompañados, pero si nuestro rostro está embelesado en el amor por las personas del mundo, sufriremos.
Aunque las nubes a veces oculten el sol, todos sabemos que el sol sigue brillando. Y aunque no veamos al Señor porque no lo conocemos, él jamás nos abandona, pues por medio de sus santos siempre está físicamente entre nosotros, ofreciéndonos la posibilidad de iniciar de nuevo una relación con el Padre.
¿Y cómo iniciamos esa relación con el Padre? El maestro espiritual nos enseña a unir nuestra atención al Shabad, la corriente del sonido que resuena en nuestro interior, porque es el mismo Creador el que está al final de esa corriente que escuchamos, mientras que el alma está atada a la mente, en el centro del ojo, en el otro extremo de la corriente. La corriente del sonido es el vínculo que nos une a Dios.
Dios ha entregado la llave de su casa a los santos y pueden llevar allí a quien ellos quieran. Para llamar a esa décima puerta o centro del ojo y conseguir el acceso a los mundos interiores es necesario encontrar al que tiene la llave, y ese es el maestro.
Bajo la guía del maestro, el discípulo viaja a través de los mundos interiores, comprende su verdadera identidad y obtiene un conocimiento que no se encuentra en los libros; y ¡ahí precisamente está la dificultad! Si ir al interior fuese tan sencillo, los sacerdotes y eruditos ya habrían alcanzado la realización, tras largos años de estudio.
Soami Ji dice en el Sar bachan prosa:
Si los religiosos se hubieran dedicado a estudiar el libro de Dios, que es el cuerpo humano, ya lo habrían encontrado. A un intelectual se le puede pedir que aprenda cincuenta páginas de memoria en un día, en cambio si se le pide que inmovilice su mente durante cinco minutos, alzará sus brazos diciendo: ¡es imposible, imposible!
Inmovilizar la mente, significa vaciarla de cualquier pensamiento. Mientras más calmadas estén las aguas de un lago, más claramente podremos ver nuestra imagen reflejada en él. Por tanto, si queremos ir al interior de nuestra propia consciencia, primero tenemos que inmovilizar el cuerpo y después la mente a través de la práctica de la meditación enseñada por un maestro espiritual. Solo cuando la mente se concentra y está enfocada en el centro del ojo se puede escuchar el Shabad.
De ahí que el maestro espiritual enseñe que nada puede sustituir a la meditación diaria. Solo la meditación puede purificar a la mente y prepararla para el contacto con el Shabad. El contacto con el Shabad es transformador. Los maestros describen el Shabad como la verdadera ‘piedra filosofal’, de la cual se ha dicho que convierte el metal común en oro. El contacto con el Shabad transforma la oscuridad de la ignorancia en la luz del entendimiento.
Y con ese entendimiento dejaremos de tener la percepción de que vivimos en la oscuridad, de que estamos solos o separados de Dios: la experiencia de la presencia divina no nos abandonará, iluminará nuestra vida y, en todo momento, estaremos orientados hacia él, mientras completamos el viaje interior de la consciencia a su verdadero origen: Dios.