Llevar una vida equilibrada
De hecho, todo está en equilibrio solo cuando vuelve a su propio origen. Mientras estemos separados de nuestro origen, nunca podremos tener paz.
M. Charan Singh. Muere para vivir
“El equilibrio no es algo que encontramos, es algo que creamos”, nos dice Jana Kingsford, autora del libro Unjuggled. Esta afirmación encierra una gran verdad. En medio del ajetreo diario, a menudo sentimos que perdemos el control de nuestras vidas, saltando de una actividad a otra hasta caer rendidos por la noche solo para repetir el ciclo al día siguiente. Pero la autora nos recuerda que no podemos esperar a que el equilibrio llegue por sí solo; somos nosotros quienes debemos crearlo.
Las personas que practican yoga u otros ejercicios físicos conocen bien este aprendizaje. Cuando el instructor nos pide apoyarnos de pie sobre una pierna, con el pie apoyado en el muslo contrario y las manos unidas en posición de oración, la estabilidad no surge mágicamente. Hay momentos en los que justo cuando sentimos que nos vamos a caer, el instructor nos pide que aguantemos unos segundos más. A veces lo logramos, y otras veces caemos. Pero cuanto más practicamos, más fácil se vuelve mantener la postura. Sin embargo, si estamos cansados, preocupados o distraídos, perderemos el equilibrio fácilmente.
Así ocurre también en la vida. Buscar al Señor mientras vivimos en este mundo es, en sí, un acto de equilibrio. Cuando el estrés del trabajo o del hogar se intensifica, ese malestar se extiende a todo lo demás: relaciones, salud mental, y especialmente nuestra capacidad de meditar. En esos momentos, se desencadena una cadena de causas y efectos que nos desestabiliza aún más. Por eso, para detener esta reacción en cadena debemos reajustar nuestra actitud y recuperar el equilibrio. Vivir una vida equilibrada es esencial para la espiritualidad y la meditación.
Llevar una vida equilibrada no es un lujo espiritual, es una necesidad. Vivimos en una sociedad materialista y acelerada, donde sentimos constantemente la presión de lograr algo visible, cuantificable. El éxito se mide por nuestros logros externos, no por nuestra paz interior. Esta constante lucha entre el mundo físico y nuestra aspiración espiritual puede crear cierta tensión en el día a día. Para entenderlo de forma gráfica, es como si nos encontráramos atados por cadenas: unas nos arrastran hacia nuestras responsabilidades en el mundo, y otras hacia nuestras aspiraciones espirituales. Si nos enfocamos únicamente en el mundo material, la cadena espiritual comenzará a tensarse para recordarnos que debemos volver a ese lado de nuestra vida. Y también, cuando dedicamos tiempo a nuestro mundo espiritual, entonces, la presión de todas nuestras responsabilidades y apegos se abate sobre nosotros para reclamar aún más nuestra atención.
El equilibrio ideal reside en el centro, en la armonía entre nuestras obligaciones mundanas y nuestro compromiso espiritual.
Hazur Maharaj Ji, en el libro Discursos espirituales, vol. I, explica la enseñanza de un místico musulmán que nos ayuda a tener una perspectiva más clara de nuestra vida. Este místico decidió centrarse en cuatro verdades fundamentales, dejando de lado el resto del conocimiento mundano. Estas cuatro verdades, que a continuación se citarán una por una, nos dan las claves del camino hacia el equilibrio:
1. Sé que mi sustento diario está determinado y no aumentará ni disminuirá. Por lo tanto, he dejado de intentar aumentarlo.
Aquí el místico se refiere a la ley del karma y el destino. Según esta ley, cosechamos lo que sembramos. Nuestras acciones pasadas han trazado el mapa de nuestra vida presente: dónde nacimos, quiénes son nuestros padres, nuestra salud, nuestro trabajo, nuestras alegrías y sufrimientos… todo ha sido predestinado. Entonces, ¿tenemos realmente el control de nuestras vidas? Algunas corrientes dicen que no lo tenemos en absoluto, otras hablan de un libre albedrío limitado. Si aceptamos que todo está en manos del Señor, entonces preocuparnos pierde todo sentido. Si ya está todo escrito, entonces el afán y la preocupación por el dinero, el estatus, las posesiones o los problemas futuros es inútil.
El místico concluye que ha dejado de intentar obtener más, porque ha aprendido el valor de la aceptación y el contento. Esta actitud es esencial para alcanzar el equilibrio. La satisfacción con lo que se nos ha dado, aceptando la voluntad divina con gratitud, transforma nuestra vida. Si podemos aprender esto, nuestras vidas mejorarán enormemente, y seremos capaces de alcanzar el equilibrio. Cuanto más tiempo estemos en el camino, más nos daremos cuenta de lo importante que es desarrollar el espíritu del contento. No es algo insignificante ni una virtud opcional en el camino. Es absolutamente indispensable y el núcleo de Sant Mat. Es una parte esencial para desarrollar la comprensión espiritual y el equilibrio en nuestras vidas. El contento es una cualidad interior, podemos no tener nada y estar satisfechos, y tenerlo todo y no tener paz mental. Como expresa La plegaria de la serenidad atribuida al teólogo Reinhold Niebuh:
Señor concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia.
Podemos aceptar que el Señor tiene el control total de nuestras vidas. Todo está en sus manos, y todo lo que sucede, sucede según su voluntad, pero aun así, es cierto que tenemos que tomar nuestras decisiones cotidianas. Todavía tenemos que decidir si cambiamos de trabajo, si nos mudamos a otro país, si… ¿Cómo tomamos estas decisiones? La mayoría de las veces no estamos seguros de si nuestra interpretación de la situación es correcta o incorrecta, pero aun así tenemos que decidir. Es el acto de tomar decisiones y esperar el resultado lo que nos preocupa. Los santos nos dicen que usemos el conocimiento que tenemos de este mundo, analicemos la situación lo mejor que podamos, hagamos nuestra meditación, tratemos de calmar nuestras mentes para pensar con claridad, y entonces tomemos una acción, dejando los resultados en las manos del Señor. El maestro nos ha dado las enseñanzas y el método que mejora nuestra facultad de discriminación, y nos guía para hacer lo correcto. Si utilizamos las herramientas que nos ha dado, no tenemos que preocuparnos por los resultados. Esto es equilibrio.
2. Sé que tengo una deuda con Dios que ninguna otra persona puede pagar en mi nombre. Por lo tanto, me ocupo de pagarla.
Aquí, el místico asume plena responsabilidad de su deuda. Es una actitud poco común, ya que es más fácil culpar a otros por nuestros problemas: a las circunstancias, a nuestros padres, incluso a Dios o al maestro. Pero él reconoce que las acciones que ha realizado —en esta y en muchas vidas anteriores— han generado una deuda kármica que solo él puede saldar. Y no se trata solo de malas acciones; incluso los buenos karmas deben experimentarse.
Como discípulos con discernimiento, ha llegado el momento de aceptar que los karmas —buenos y malos— son nuestra responsabilidad, y solo nosotros podemos saldarlos. Mientras tengamos deudas, volveremos a este mundo para experimentar las consecuencias de nuestras acciones pasadas. Y la única forma de saldarlas es a través de la meditación.
¿Cuánto tiempo llevará? Depende del esfuerzo que pongamos. Los maestros explican que nosotros no podemos limpiar nuestros karmas, por mucho que lo intentemos. Necesitamos la gracia del Señor, la cual llega cuando nos esforzamos sinceramente en meditar.
Este trabajo debe hacerse cada día. No se trata de aislarnos por meses, ni de olvidarnos del simran por años. La meditación debe ser parte de nuestra vida diaria. ¿Cómo lograr ese equilibrio? Es simple: debemos dedicar al menos dos horas y media diarias, el diez por ciento de nuestro tiempo al Señor. Así equilibramos lo espiritual con lo material.
En la revista Spiritual Link 2011, se cuenta la historia de un hombre que preguntó a un maestro budista cuánto tardaría en trascender si meditaba cuatro horas al día. El maestro dijo: “Diez años”. Entonces el hombre preguntó: “¿Y si medito ocho horas?”. El maestro respondió: “Veinte años”. Sorprendido, el hombre preguntó por qué más tiempo. El maestro explicó que no estamos aquí para sacrificar la vida, sino para vivirla, amar y ser felices. Si nos excedemos, solo nos agotaremos y perderemos el rumbo. Debemos hacer lo mejor que podamos: meditar con entrega y vivir con equilibrio.
El mensaje es claro: no debemos separar la meditación de la vida cotidiana; tenemos que integrarlas. Nuestra atención se dispersa cada día en el mundo, por eso también necesitamos enfocarla cada día en el centro del ojo. Si solo vivimos desde lo mundano, nos enredamos más y más. Tampoco debemos aislarnos del mundo: está hecho para vivir en él. El verdadero equilibrio es dedicar tiempo diario a la práctica espiritual y vivir el resto del día con alegría, sabiendo que estamos haciendo nuestra parte para saldar nuestra deuda.
3. Sé que hay alguien que me persigue: la muerte, de quien no puedo escapar. Por lo tanto, me preparo para encontrarla.
Todo el mundo muere tarde o temprano. Vivimos en un mundo donde todo cambia. Nada es constante y todo es perecedero. No necesitamos un diagnóstico médico para comprender que nuestra vida tiene una duración limitada. Desde el momento en que nacemos, la única certeza es que moriremos.
No nos gusta admitir que la muerte existe. No nos gusta pensar en ella. Las personas más prácticas intentan planificarla haciendo el testamento y escribiendo instrucciones detalladas para el final de su vida. La muerte es la única certeza de la vida, pero sumidos en la negación, vivimos nuestras vidas de ocasión en ocasión, de vacaciones en vacaciones, de acontecimiento en acontecimiento, negándonos a pensar en la muerte y a respetarla como se merece.
La muerte es como el tiempo: podemos hablar de ella o no, pero no podemos hacer nada para evitarla. Entonces, ¿cómo nos ayuda a lograr una vida equilibrada aceptar la muerte y saber que va a llegar? Lo creamos o no, nos libera. Al recordar nuestra muerte, podemos tener el coraje de seguir el camino con más audacia y valentía. Cuando recordamos nuestra muerte, nos damos cuenta de que no tenemos nada que perder. Somos libres para centrarnos en lo que más importa.
Cuando nos damos cuenta de que este mundo finalmente terminará, que todo lo que pertenece a él con el tiempo perecerá y que nosotros moriremos, procuramos desapegarnos de todas estas cosas mundanas y tener presente que lo único que es permanente es el Shabad. Aquí es donde alcanzamos el equilibrio.
Ahora sabemos que estar apegados a las cosas mundanas solo nos hace retroceder, y que lo que realmente necesitamos es apegarnos al Shabad. El equilibrio llega cuando cumplimos con nuestro deber en este mundo sin estar apegados a nuestro cuerpo y a nuestras posesiones. Cuando hay buenos momentos, los disfrutamos, y cuando hay malos momentos, los dejamos ir sabiendo que todo tiene que pasar.
En el libro Many Voices, One Song, una cita de Samarth Ramdas dice:
Alcanzamos la espiritualidad cuando dejamos de pensar que somos solo el cuerpo.
El equilibrio llega cuando sabemos que la muerte se acerca y que no somos el cuerpo. El equilibrio llega cuando nos damos cuenta de que este mundo y nuestro cuerpo son temporales, y que no somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual, sino seres espirituales teniendo una experiencia humana.
El místico musulmán dice que se está preparando para la muerte. ¿Cómo nos preparamos para la muerte? A través de la meditación. La meditación es el proceso que los maestros nos enseñan a practicar para morir diariamente. Es un proceso de retirarse lentamente del cuerpo. Maharaj Charan Singh Ji explica en Muere para vivir:
La meditación no es más que una preparación para abandonar el cuerpo. Ese es el verdadero propósito de la meditación. Antes de representar tu papel en un escenario, ensayas el papel muchas veces, solo para perfeccionarlo. Similarmente, esta meditación es un ensayo diario para morir, para perfeccionarnos en cómo y cuándo morir. La meditación solo es una preparación para morir.
Y el maestro continúa explicando:
En la meditación, retiramos nuestra consciencia al centro del ojo del mismo modo en que todos morimos cuando llega la muerte. (…) Cuando el alma se retira de las nueve aberturas y llega al centro del ojo, abandona el cuerpo.
Cuanto más experimentamos el proceso de morir mientras vivimos, menos miedo tenemos a nuestra muerte física y más auténticamente podemos vivir en este mundo. Nuestra perspectiva empieza a cambiar en esta misma vida, cuando nos damos cuenta de que no estamos limitados a este cuerpo físico. Encontramos el equilibrio viviendo en un mundo que es temporal y sujeto a cambios, pero sabiendo que nuestro ser real es atemporal e inmortal.
4. Sé que Dios me observa, por lo tanto, me avergüenzo de hacer lo que no debería en su presencia.
Esta última afirmación es, en esencia, un axioma espiritual: es vivir con plena conciencia de la presencia divina. Si creemos que nuestro maestro está con nosotros en todo momento, esa certeza se convierte en una guía poderosa. Nos ayuda a tomar decisiones correctas y a mantenernos dentro del círculo de equilibrio que nos protege.
Al inicio, se mencionó que estamos atados por cadenas: una al mundo y otra a lo espiritual. Ante esto, Hazur Maharaj Ji nos asegura que nuestra meditación nos protegerá, sin importar dónde nos coloque el destino. El maestro siempre está con nosotros. En respuesta a una pregunta, en el libro Perspectivas espirituales, vol. III, dice:
Hermana, si estás atada a una cadena fuerte, solo puedes moverte dentro de un área limitada. Si estamos atados a nuestra meditación diaria, sin importar cuánto nos involucremos en otras actividades, siempre permaneceremos dentro de un círculo. No podremos salirnos de él. Si la cadena se rompe, estamos fuera, totalmente involucrados en el mundo. Por eso, la cadena de la meditación no debe romperse.
La meditación diaria es esencial. No importa cuánto nos ocupemos en otras cosas, si mantenemos esa conexión, no nos desviaremos. La meditación se convierte en una forma de vida, debe reflejarse en todo nuestro día. Si la practicamos con regularidad, encontraremos el equilibrio necesario para atravesar la vida con serenidad.
Cada decisión que tomamos, por pequeña que sea, nos acerca o nos aleja de la espiritualidad. Saber que nuestro maestro nos observa nos ayuda a actuar correctamente, inclinando la balanza hacia el lado espiritual.
El maestro es un ejemplo vivo de equilibrio. Él muestra cómo es posible cumplir con las responsabilidades del mundo sin descuidar la vida interior. Si aquietamos nuestra mente y la centramos en el simran y el Shabad, como él nos ha enseñado, lograremos ese equilibrio entre lo externo y lo interno.