Protección, sosiego, consuelo…
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.
Mateo 11:28
El siguiente poema expresa, con sencillas palabras, la esencia de ser discípulo de un maestro espiritual. Apenas tres estrofas para darnos cuenta de que poco más necesitamos en la vida si el maestro inspira en nosotros una devoción tan profunda y un amor espiritual como el que este poema expresa. El poema está dedicado al maestro espiritual de ese momento, y aparece en la Nota del traductor del libro Sar bachan poesía. Dice así:
Para aquel ante cuyos pies mis días pasan sosegados y en silencio.
En cuyo recuerdo mis sueños se convierten en realidad.
En cuyo perdón mi corazón encuentra consuelo.
Maharaj Jagat Singh, mi amado maestro.
Protección, sosiego, tranquilidad, compañía, consuelo… ¡Nosotros, que vamos por la vida buscando una relación ideal que nos proporcione todas estas cosas! Nosotros, que vanamente depositamos nuestras esperanzas en los demás, sabiendo que no somos capaces de satisfacer sus expectativas. Por tanto, ¿cómo podrán hacerlo ellos? Los demás, al igual que nosotros, son seres humanos sujetos a limitaciones, a imperfecciones, a sus propias luchas en la vida. Sin embargo, el maestro espiritual trasciende estas limitaciones. Él no viene a colmar nuestras carencias de forma superficial, sino a enseñarnos cómo descubrir, dentro de nosotros mismos, la fuente inagotable de plenitud a través de la vida espiritual.
El maestro llena nuestros vacíos no con palabras o promesas, sino con su guía interior silenciosa, con un amor firme e inconmensurable. Con él nuestros días pasan sosegados y en silencio, porque el maestro nos da fortaleza, entendimiento y una protección especial. El sosiego que sentimos es profundo; viene de saber que por más difíciles que sean las batallas en este mundo, estamos a salvo y protegidos en lo más esencial. Viviremos lo que tengamos que vivir, pero él nos brinda esa clase de refugio que protege lo más valioso en nosotros: el alma. Su protección no es para salvarnos de cualquier desgracia; su protección es para el alma, para que no nos extraviemos por los caminos erráticos de este mundo. Hazur Maharaj Ji, en Perspectivas espirituales, vol. II, expresa:
El maestro nos protege de que nos desviemos del sendero –de volver a esta creación otra vez–. Esa es su protección. No significa que no vayamos a sufrir un accidente de coche si tenemos que sufrirlo. Su protección no implica que si hemos de tener pérdidas en los negocios, dejemos de tenerlas. Eso no es protección en absoluto. Él protege al alma.
Cuando nos adherimos a las enseñanzas y las seguimos de verdad, cuando, como buenos discípulos, meditamos, su protección nos da fortaleza. Hazur Maharaj Ji dice en Perspectivas espirituales, vol. II:
¡Cuánta remisión tenemos en nuestro interior, cuánta ayuda obtenemos en la meditación, qué protección obtenemos para atravesar nuestros karmas en esta vida de manera que no nos afecten los peores karmas que debemos enfrentar! Estos son los milagros del maestro. Él nos concede la fuerza para afrontar esos karmas, así que ahora son sencillamente pinchazos para nosotros. Cuando antes nos lamentábamos y llorábamos y nos sentíamos desdichados, ahora sencillamente nos reímos.
En cuyo recuerdo mis sueños se convierten en realidad. Cuando lo recordamos en el silencio interior del simran, los deseos comienzan a apagarse; en ese recuerdo nace una certeza: no queremos nada más que estar con él. Entonces se cumple el sueño más profundo de nuestra alma. No el sueño del mundo, no el de logros, reconocimiento o posesiones, sino el único verdadero: gozar de su compañía interior. Estar cerca de él, vivir en su presencia, sentir su amor sosteniéndonos a cada paso. En el libro El Nombre sagrado leemos:
Un beneficio adicional de esta práctica continua de la repetición (simran) es que sentiremos la presencia del maestro con nosotros durante todo el día y, por lo tanto, seremos conscientes de su protección y gracia.
El simran se vuelve nuestro alimento, nuestro abrigo, nuestro refugio. A través de él, todo se simplifica, todo se aclara. La vida se vuelve ligera hasta el punto de que tenemos todo lo que realmente queremos.
En cuyo perdón mi corazón encuentra consuelo…, mi amado maestro. Con el maestro a nuestro lado ya nunca más nos sentimos solos ni rechazados. En medio del dolor, de la incertidumbre o del desafío, encontramos algo firme en lo que apoyarnos: su amor. Nos sostenemos en sus enseñanzas, nos adherimos a ellas como quien se aferra a un salvavidas en medio del mar. Porque el refugio del maestro, como leemos en el libro Una llamada al despertar: “… no es una estructura construida con ladrillos y mortero, ni con madera, yeso o acero. Solo se utiliza un material en su construcción, y ese es el amor. Y solo hay dos personas en el refugio: el maestro y el discípulo. Y su amor lo abarca todo”.
Tal es nuestro amado… ¡el Todo en Uno!