Introducción
El día tiene veinticuatro horas, y durante ese tiempo todos hacemos un sinfín de cosas. El tiempo va transcurriendo y pasamos de una actividad a otra sin descanso. Ahora bien, desde la perspectiva de los místicos si en todo el acontecer del día nos olvidamos de agradecerle a Aquel que nos da la vida, el aliento, el día y todo cuanto tenemos, en realidad estamos olvidando lo más esencial.
Agradecer es reconocer y corresponder por lo que se nos da, pero parece ser que consideramos que nadie nos da nada y que somos dueños de la vida que gozamos. Nuestra inconsciencia no le quita realidad al hecho de que tan solo somos invitados en la creación del Señor. Él no deja de colmarnos con todos sus dones y nos cuida con inmenso amor, aunque nuestro endurecido corazón haya olvidado cómo apreciarlo.
Por eso, porque somos sus invitados, le debemos el agradecimiento en la forma que más le complace: la meditación.
Meditar es sencillamente esa humilde dedicación en la que le damos, en muy pequeña proporción, el regalo de nuestro tiempo y atención a Aquel que nos da todo su tiempo y atención.
Las raíces del hombre están en la divinidad invisible. Puede que su cuerpo esté esclavizado en este mundo, pero su alma es inmortal. Detrás de nuestras concepciones mentales hay un secreto ilimitado, sin el cual la mente no puede funcionar. Debemos entrar en contacto con esa consciencia (dentro de nosotros) que es independiente del cuerpo y los sentidos.
Mi sumisión