Salir de la rueda
No importa en lo más mínimo si se cree o no
en la ley del karma, porque si se actúa contra
la naturaleza de la vida se cosecha como
resultado: sufrimiento.
La vida es justa
La palabra karma suena mucho hoy en día. Al buscarla en internet encontramos que karma es el nombre de una discoteca, la nueva colección de ropa de una marca, una línea de cosméticos, un restaurante, un perfume, una tienda esotérica… Es bueno tener presente una palabra que juega un papel tan importante en nuestra vida.
La ley del karma representa el equilibrio entre el dar y el recibir, es la justicia por excelencia. Normalmente la justicia se mira con buenos ojos. En general una sociedad avanzada siempre apela a la justicia. Se aspira a que todo sea justo: justicia social, comercio justo, igualdad de oportunidades, derechos y deberes de los ciudadanos… Todos estos conceptos apelan a la justicia. Cuando algo no nos parece justo, sobre todo si nos perjudica, nosotros también solemos apelar a la justicia. Por lo tanto, vivir en un plano que se rige por la ley del karma debería ser del todo deseable.
La mente humana es de naturaleza calculadora, calibra el esfuerzo en base al resultado final y lleva la cuenta de todo. La ley del karma también lleva la cuenta de todo, con la diferencia de que es implacable y espectacularmente justa; mientras que nosotros tendemos a buscar el propio beneficio más allá de la justicia. Buscamos pagar tres y obtener cinco y, ante una situación difícil, tendemos a exigir justicia para los demás y suplicar clemencia para nosotros.
Para comprender la ley del karma en toda su dimensión se requiere perspectiva. Si bien hay karmas que saltan a la vista al instante, por ejemplo, si pongo la mano en el fuego, me quemo, hay otros karmas que tardan más en desvelarse. Por ejemplo, el tabaco: todos los paquetes dicen que fumar mata y que es terrible para la salud, pero se sigue fumando, porque no mata de un día para otro y las consecuencias se ven a medio plazo. Por eso es tan difícil dejar de fumar; si fumar matara a los cinco minutos, poca gente fumaría.
Hay todavía otro tipo de karmas que solo se pueden comprender si entendemos que la vida está en el alma, que el cuerpo muere y el alma pasa de cuerpo en cuerpo. El concepto de la transmigración del alma da explicación a cosas que de otro modo serían inexplicables. Por ejemplo, que haya personas “malas” que sean ricas y tengan éxito, mientras otras “mejores” están sumidas en la desgracia. ¡Qué injusticia sería esto sin tener en cuenta la transmigración del alma!
Pero como decíamos, la ley del karma es tan implacable como justa y lleva la cuenta no solo de nuestros actos en esta vida, sino de los actos de las vidas anteriores. Nosotros desde el cuerpo solo vemos las experiencias de esta vida, pero los místicos explican que si conseguimos elevarnos, entonces, podemos ver de verdad. Ver más allá de esta vida y comprender cómo la ley del karma nos lleva de reencarnación en reencarnación. De la misma forma que cuando salimos de entre los árboles para ir a un lugar más alto, podemos contemplar la dimensión y el color del bosque entero.
Nuestra próxima vida se está escribiendo ahora mismo con nuestros actos: la familia de la que vamos a formar parte, la cultura, el país al que vamos a pertenecer, las penas y alegrías por las que vamos a pasar… Ahora mismo, todos y cada uno de nosotros estamos decidiendo con nuestra forma de actuar.
En el libro Tulsi Sahib, el santo de Hatras leemos:
Los tres mundos son el almacén,
las acciones buenas y malas son su mercancía
y Kal ha hecho del mundo un buey.
Ha llenado sus alforjas de ilusión
y ha empujado la bestia al viaje
de la reencarnación.
La justicia no tiene fecha de caducidad. Para la ley del karma, las causas no caducan, se quedan en el almacén del mundo y siguen vigentes de una vida a otra. Pero claro, si ya cuesta dejar de fumar cuando las consecuencias del tabaco están más que demostradas…, más costará intuir mínimamente que nuestros actos nos llevan de vida en vida. Puede ser útil darnos cuenta de una vez por todas, de que aquí, en esta vida, no hay gangas ni regalos, que todo tiene un precio.
Es deseable vivir en un mundo justo, da sensación de tranquilidad. Pero si lo miramos más detenidamente, nos pasamos el día actuando, y cada acción tiene su reacción. Así que nos pasamos los días, los años y las vidas recibiendo las consecuencias de nuestros actos. Y a este paso, ¡esto no se acaba nunca! Cualquier acción que hagamos, buena o mala, es un peso que cargamos como bueyes en las alforjas, y por ese peso nos vemos empujados al viaje de la reencarnación. Y llega un momento en que sentimos que tanto esperar y desesperar, cansa.
Baba Ji a menudo compara la vida a una partida de cartas. Ahora tiro yo, ahora tiras tú, luego el otro…, y todos vamos jugando nuestras cartas. Según nuestros karmas anteriores, a veces nos toca un buen juego y a veces no. Se acaba una partida y empieza otra. Y después otra, y otra… y otra más. Las partidas van pasando entre ases y doses, felices cuando ganamos, tristes cuando perdemos; un juego, otro juego…
A veces nacemos como pobres y acabamos millonarios, a veces somos niños mimados de buena familia, a veces enfermos o inválidos…, diferentes encarnaciones, diferentes juegos a jugar. ¡Esto cansa! Al principio puede ser interesante, pero llega un momento en que vivir de este modo deja de tener sentido. Es como el hámster que empieza a correr por la rueda emocionado, y con el tiempo ve que la rueda no le lleva a ninguna parte, que ese movimiento no tiene gracia. Tan poca gracia como un buey dando vueltas con las alforjas cargadas hasta arriba de ilusión.
La única forma de salir de la rueda de la transmigración es plantarse: decir basta. Quizás cuando uno dice “basta, ya no juego más”, no sabe ni lo que quiere, quizás solo sabe qué es lo que no quiere, pero de momento es suficiente.
Así que el primer paso para salir de la rueda es querer salir.
En el libro Kabir, el tejedor del Nombre de Dios leemos:
Has dormido y dormido;
perdiendo incontables días en el letargo.
Levántate ahora
para que los ladrones saqueadores
se marchen de tu casa con las manos vacías.
El simple hecho de plantarse, ya sirve para que la rueda empiece a perder velocidad. Entonces, si nuestra intención es sincera acabamos encontrando ayuda. El verdadero buscador, acaba encontrando al maestro. Se dice en oriente, que cuando el discípulo está preparado el maestro aparece.
Así que el segundo paso para salir de la rueda es encontrar al maestro verdadero.
En el libro Kabir, el tejedor del Nombre de Dios leemos:
Quien encuentra al maestro,
jamás regresa a este mundo miserable.
Evidentemente lo que el maestro dice es que si el motor de la rueda son los karmas, entonces habrá que dejar de crear karmas, causar el mínimo sufrimiento posible: dejar de matar animales para comer, procurar vivir honestamente y dejar de tomar sustancias que enturbian la mente y nos esclavizan, como son el alcohol las drogas y el tabaco.
Por de pronto, este es el plan básico. Es como si el maestro dijera, ‘mira yo te puedo ayudar a salir de la rueda, pero primero tienes que dejar de empujarla’. Uno tiene que ser capaz de llevar este tipo de vida.
Entonces el maestro le da un tiempo al discípulo para que pueda reflexionar y se asegure de qué es lo que realmente quiere. Es como el refrán que dice que no se puede nadar y guardar la ropa al mismo tiempo. Hay que ser capaz de comprometerse con este tipo de vida durante un año como mínimo para poder dar el paso siguiente.
Y el paso siguiente para salir de la rueda es ponerse bajo la tutela de un maestro verdadero: la iniciación.
En el libro Kabir, el tejedor del Nombre de Dios leemos:
Con un cubo vacío en la mano,
está impotente la aldeana
al lado del pozo.
¿Cómo puede llenar el cubo
cuando no dispone de cuerda?
El agua del gozo divino no puede beber,
pues desconoce el método.
El maestro enseñó a Kabir la manera,
y, sin esfuerzo, él alcanzó al Señor.
El maestro a través de la iniciación transmite el método al discípulo. El maestro establece el vínculo que une nuestras buenas intenciones y el objetivo final. Maharaj Charan Singh dice en el libro Spiritual Perspectives, vol I:
Satisfaciendo tus deseos mundanos no conseguirás desapegarte del mundo. Cuanto más combustible se echa al fuego, más arde. Cuanto más deseas cosas mundanas, mayor es tu hambre y sed de ellas. Satisfaciendo esos deseos mundanos, nunca conseguirás desapegarte.
Esta es la definición clara de lo que significa plantarse. Si hasta ahora se trataba de calcular y especular para conseguir lo deseado, ahora toca parar. No se puede parar de desear porque esto es algo que la mente hace de forma natural, pero sí se puede dejar de seguirle el juego, porque como el maestro dice, y como nosotros mismos hemos comprobado, el juego de la mente no se acaba. Más adelante, Maharaj Charan Singh dice en el libro Spiritual Perspectives, vol I:
Los deseos nunca se pueden satisfacer. La mente tiene que superarlos y aprender a vivir en la voluntad del Padre. Lo que nos dé, lo debemos aceptar con gratitud. Él sabe lo que es mejor para nosotros. Debemos tener fe en él. Sea lo que sea que nos dé, es por nuestro bien y debemos aceptarlo. No deberíamos desear nada más.
El maestro está hablando de la vía de la rendición. Entregar nuestros actos al maestro, dejar de especular para inclinar la balanza a nuestro favor y aceptar su voluntad con alegría. La rendición es una opción que no está al alcance de todo el mundo. Y lo explica a continuación, diciendo en el libro Spiritual Perspectives, vol I:
A menos que estés apegado a algo mejor, te resultará imposible desapegarte del mundo, porque la mente es amiga de los placeres. Salvo que obtenga algo más satisfactorio, permanecerá apegada a los placeres mundanos. Siempre desea más y más cantidad y más y más variedad. Pero cuando puedas apegarte al Espíritu y obtener dentro de ti mismo el placer del néctar, encontrarás ese deleite tan intenso y satisfactorio que automáticamente quedarás desapegado de los sentidos. Y ese apego será suficiente para desapegarte del mundo.
El maestro acaba de explicar la otra vía para salir de la rueda. Una vía que sí está al alcance de todos: la meditación. Por tanto, el último paso para salir de la rueda, evidentemente es la práctica espiritual.
La meditación es apegarse a ese algo superior que hay en el interior. La práctica continuada de la meditación, trae consigo el desapego y nos acerca a la rendición. La espiritualidad es un camino de acción. Es algo que se vive, que se hace realidad a través de la vivencia personal… En esencia, la espiritualidad acontece con la práctica.
Señor, tejo el paño de tu Nombre.
El estéril trabajo
de tejer para el mundo
ha llegado a su fin.
Kabir, el tejedor del Nombre de Dios