La verdad de lo que no vemos
Lo que eres, tú no lo ves:
lo que ves es tu sombra.
Sócrates
A propósito de la creencia en la existencia del alma, es conocido un diálogo entre un rey incrédulo llamado Pāyāsi y un discípulo realizado del Buda llamado Kassapa, quien afirma que la existencia del alma puede entenderse como la esencia inmortal de un ser vivo.
El rey Pāyāsi debate esta afirmación con el monje Kassapa, y el rey da el siguiente argumento para apoyar su posición:
“Tomemos el caso de un ladrón y criminal, oh Kassapa, al que sorprenden in fraganti y traen ante mí. A continuación, ordeno a mis hombres que lo confinen dentro de una vasija grande, taponen la boca de la vasija y la recubran con cuero mojado, y que luego la cementen con arcilla húmeda, la metan en un horno y le prendan fuego. (…) Después de hacer esto, sabiendo que la persona estará muerta, se baja la vasija, se destapa y abre, y observamos de cerca cómo resplandece su alma [esencia inmortal] en el momento en que pasa a mejor vida. Pero no vemos salir a su alma. Esto, venerable Kassapa, es la evidencia de mi convicción sobre la no existencia de otro mundo, ni alma, ni renacimiento; tampoco de los resultados de las buenas o malas acciones”.
Entonces, el monje Kassapa le pregunta al rey si alguna vez duerme y sueña que está disfrutando en un jardín, bosque, paisaje o en la orilla de un lago mientras sus sirvientes lo cuidan. Al recibir una respuesta afirmativa del rey, el monje Kassapa dice:
“Igualmente, si mientras estás vivo, nadie puede ver a tu alma salir y entrar en tu cuerpo, ¿cómo vas a ver el alma [esencia inmortal] de una persona muerta entrando o saliendo de él? ¡Que esto sea una prueba para ti, oh rey, de que estas cosas existen!”.
Finalmente, el monje Kassapa le explica al rey:
“Oh rey, estas cosas no se pueden ver con los ojos normales de la carne, como tú crees. Los ascetas o brahmanes que (…) desarrollan el prístino ojo divino, ven a través de él tanto este mundo como el otro, así como a las almas puras”.
Budismo: Camino al nirvana
De la reflexión de estas palabras, podemos concluir que es un hecho comprobable por todos que con la muerte, la vida que conocemos en el cuerpo acaba y que a nivel físico es imposible encontrar y demostrar que exista algo que pueda alcanzar la inmortalidad. Sin embargo, del mismo modo que tenemos la certeza del final de lo físico, también es cierto que no podemos evitar hacernos un sin fin de preguntas: ¿Qué es la muerte? ¿Qué clase de experiencia tiene una persona cuando se encuentra en su lecho de muerte? ¿A qué clase de país va la gente después de la muerte? Realmente, ¿conocemos algo de todo esto? En absoluto. Podemos adivinar, podemos discutir, podemos razonar y pensar, podemos explorar nuestra imaginación y fantasía, pero no conocemos este misterio.
Puede que tengamos una creencia, pero no poseemos un conocimiento cierto y claro. Todos tenemos que ir a ese ‘país’ desconocido de cuyos límites ningún viajero regresa. La muerte no respeta a nadie. Y si tenemos que morir, ¿por qué cerramos entonces nuestros ojos a nuestra muerte venidera? ¿Por qué no damos la cara valientemente a esta cuestión? En el mundo, cuando tenemos que hacer un viaje, aunque sea de corta distancia, hacemos los preparativos para este viaje mucho antes del tiempo de la partida. No emprendemos el viaje fortuitamente, sino que cuando partimos nos llevamos cosas para utilizarlas por el camino. También cuando viajamos por países extranjeros buscamos a alguna persona ‘entendida’ para que nos sirva de guía.
¿Qué preparativos hemos hecho para nuestro viaje al otro mundo? Tenemos que ir a un lugar desconocido y extraño, al que podemos ser llamados incluso hoy mismo. ¿Estamos preparados? ¿Hemos arreglado algo para el transporte y para alimentarnos durante el camino? ¿Nos hemos procurado algún guía que nos lleve por el camino correcto?
Es verdaderamente muy asombroso que rara vez pensemos en la muerte, aunque esta pueda ocurrirnos en cualquier momento. Siempre hay dos posibilidades para nosotros: la vida o la muerte. Nos encontramos tan absortos en los pensamientos de esta ‘vida’ que no tenemos tiempo para pensar en la otra alternativa, o sea la ‘muerte’. Nuestra sabiduría está confinada a las cosas de este mundo; y somos extremadamente inconsistentes porque no usamos nuestra prudencia para nuestro bienestar espiritual. Para los asuntos del mundo somos muy sabios. Tratamos de ganarnos nuestro pan de cada día, pero nunca nos damos cuenta de que este cuerpo, por el que tanto hacemos, nos será arrebatado.
Todas estas reflexiones tan solo son una invitación que los místicos, aquellos que lo saben todo sobre la vida y la muerte, nos hacen para que reflexionemos y cuanto antes nos pongamos manos a la obra para conseguir la experiencia que pondrá fin a nuestra ignorancia. Entonces, ¿son acaso los místicos y maestros espirituales negativos cuando exponen simples hechos aun cuando estos no sean de nuestro agrado?, ¿es que acaso ellos quieren ensombrecer el lado agradable de la vida? No, ellos nos revelan la verdad de algo que en nosotros se manifiesta como una tenue intuición. En el fondo de nuestro corazón todos nos resistimos a creer que todo se acaba con la muerte; hay un instinto divino en nuestro interior que casa perfectamente con la verdad que proclaman los maestros espirituales, solo tenemos que escucharles de corazón: la presencia de un poder imperecedero o realidad espiritual dotado de un potencial infinito no sujeto a decadencia o muerte que puede, mediante el adecuado proceso de purificación, realizarse como consciencia pura, (lo que somos en realidad), y fundirse eternamente con su origen (Dios), la realidad última.
¡Qué extraño es que investiguemos todas las cosas del mundo y nunca nos preocupemos en mirar dentro de nuestro propio ser! No dejamos fuera del alcance de nuestro estudio ningún objeto de la naturaleza; pero desgraciadamente cerramos los ojos a la realidad y a la esencia de nuestro propio ser. Si nos sentásemos y nos recogiésemos pensando en la situación en que nos encontramos ahora, nos veríamos en una total oscuridad y una extrema ignorancia sobre las cosas que nos son más vitales. Nos concierne a nosotros y solo a nosotros hacer los preparativos ahora. Si emprendemos este camino con sinceridad no fallaremos, y comprobaremos que todo a nuestro alrededor ha estado preparado, aguardando sencillamente a que diéramos un paso en esa dirección. Verdaderamente, cada uno de nosotros es como “Un niño llorando por la noche, un niño llorando por la luz… Sin hablar, solo con un llanto”. Deberíamos tratar de salir de esta noche e ir hacia el día y hallar el país de la luz y la felicidad, para que no tengamos que llorar más.