La anhelada paz
El Gran Maestro escribe en una carta del libro Joyas espirituales: “Alma y mente no encajan bien aquí en el plano físico. Nunca encuentran descanso”. Y puntualiza más adelante: “¿Cómo podría estar alguien en paz en la casa de otro? Ambas están buscando su casa, y han estado realizando esta búsqueda –¡quién sabe desde cuándo!– desde que abandonaron sus respectivas moradas…”.
Los maestros nos explican que en nuestra búsqueda espiritual, en la búsqueda de Dios, nos estamos equivocando; buscamos en la dirección y forma equivocada. El hombre anhela la paz, pero muy a menudo trae sobre sí la inquietud, intranquilidad y desasosiego porque la busca en el lugar incorrecto. Es como si algo se nos hubiera perdido dentro de nuestra casa y lo buscáramos fuera. Buscamos en diferentes lugares, siguiendo determinadas costumbres y ritos, pero con formalidades externas nunca encontraremos la paz que anhelamos. La finalidad de todas estas costumbres es proporcionarnos un ambiente propicio para llevar a cabo la verdadera búsqueda en nuestro interior a través de la meditación.
Tenemos que ir al interior y experimentar la luz y sonido que nos darán la paz. Una paz que independientemente de las circunstancias en las que nos encontremos, nada podrá arrebatárnosla.
Y esa paz está dentro, en nuestro interior, yendo al centro del ojo, llevando la consciencia a ese punto en el que el verdadero discípulo, que es la consciencia sintonizada con el Shabad, conecta con el verdadero maestro (el Shabad).
Como lo explica el Gran Maestro en la carta citada:
Con la ayuda y guía del maestro, empecemos nuestro viaje de regreso. Obliga a la mente y al alma o atención a que ocupen el foco, en el centro del ojo, y deja atrás a los sentidos definitivamente, funde la mente individual en la mente universal, en trikuti, y lleva al alma, liberada de la mente y de la materia, a las regiones de paz y de felicidad, su morada original.
Existe una anécdota referida a la lista de cosas que un joven consideraba buenas en la vida, tras ser interrogado por un anciano sabio; así él le enumeró: salud, belleza, talento, poder, riqueza y fama. Sintiéndose seguro de haber escogido las mejores cosas que puede darnos la vida, mostró la lista al sabio que sonrientemente le dijo: “¡Una lista excelente!, sin duda, pero me parece jovencito que has omitido lo más importante de todo, ya que sin ‘eso’ cualquiera de las cosas que relacionas en tu lista puede convertirse en una carga pesada e intolerable, además de hacer de tu vida algo miserable… Has omitido ‘la paz mental”.
Y el hombre sabio terminó diciendo: “La paz es un regalo de Dios, la cual reserva a sus discípulos especiales. Talento y belleza puede dárselos a muchos, riqueza y renombre también los concede en abundancia, pero la paz mental es la más afectuosa muestra de su amor, y muchas personas viven sus vidas sin jamás ser bendecidas con este don. Otras esperan hasta una edad avanzada, pero incluso entonces puede que nunca la experimenten”.
La antigua sabiduría expresa:
Señor, amontona regalos mundanos a los pies de los necios, pero derrama sobre mí solo las dulces aguas de la serenidad. ¡Dame el regalo de una mente tranquila!
Los místicos se refieren a esa paz que no tiene nada que ver con las cosas de este mundo. Efectivamente, puedes poseer todo tipo de comodidades y riqueza pero no gozar de paz. Incluso si tenemos todas las posesiones que podamos desear, eso puede que no añada ni una pizca de paz y serenidad a nuestra mente. Y por otro lado, podemos disfrutar de una paz y serenidad encomiables sin apenas tener confort alguno, o incluso a veces cuando nos encontramos en una situación en la que nuestra salud está afectada. La paz mental puede transformar una humilde morada en un palacio, y sin ella ese mismo palacio puede convertirse en una odiosa prisión.
La paz mental tiene que ver con la aceptación de nuestro destino, que no es otra cosa que estar contentos y conformes con la voluntad divina. El discurso del maestro está cargado de comentarios semejantes a estos: Aprendamos a aceptar la voluntad de Dios, es la única forma de ser felices y vivir la vida en paz. ¿De qué nos sirve revelarnos ante lo inevitable, ante aquello que sucede y que no se ajusta a nuestros deseos? Tan solo nos quemaremos en nuestra propia negatividad, mientras que si lo aceptamos estamos añadiendo positividad a nuestra vida. Es así como no nos afectaremos y no perderemos ni la paz ni el equilibrio.
Hazur Maharaj Ji tiene una explicación inigualable, además de clara y sencilla, para enseñarnos cómo debemos comportarnos si es que queremos vivir en paz. En el libro Muere para vivir leemos:
Realmente, la meditación es el único factor que puede relajarte. Cuando ocurre algo en contra de nuestros deseos nos ponemos tensos, y cuando pasa algo de acuerdo con nuestros deseos o nos ajustamos a la situación, nos relajamos. Por consiguiente, los místicos dicen que hemos de intentar adaptarnos a la situación. La situación no se adaptará jamás a nosotros, así que no tiene sentido ponerse tenso. Hemos de adaptarnos a la situación; la felicidad se basa en eso.
Y continúa diciendo:
Aun cuando digamos que no llegará el invierno, el invierno llegará, tiene que llegar. Preparándonos para afrontar el invierno no estamos cambiando su curso. El invierno tiene que venir, pero podemos prepararnos para hacerle frente. Si disponemos de ropa de abrigo, si tenemos un calentador, viviremos felizmente ese invierno. Si no nos preparamos para adaptarnos al frío, seremos infelices. Pero si nos adaptamos, seremos felices. De manera similar, cuando viene el verano, si insistes en que no será así, no estás cambiando el curso del verano, pues el verano debe llegar. Pero si te adaptas –dispones de ropa ligera, aire acondicionado, ventilador, sombra, agua fría– serás feliz, ya que te has adaptado a la situación.
De la misma manera, hemos de hacer frente en este cuerpo al ‘temporal’ de la vida, es decir al efecto de los buenos y los malos karmas. No podemos disfrutar siempre el efecto de los buenos karmas sin sufrir el de los malos. Hemos de cambiar conforme al efecto de esos karmas y entonces seremos felices, entonces estaremos relajados…
¿Qué otra opción tenemos sino la de adaptarnos y aceptar nuestro destino sea el que sea? Si nos negamos a aceptarlo, tan solo nos volvemos negativos. Con cada negación o rebeldía es como si le pusiéramos más leña o combustible al fuego. ¿De que servirá…? Tan solo nos quemaremos en nuestra propia negatividad.
Es en nuestro interés esforzarnos por ser positivos, y a pesar de lo predeterminadas o marcadas por los karmas de destino que estén las circunstancias de nuestra vida, tenemos la capacidad de poder aceptarlas.
El maestro nos recuerda que como humanos tenemos el sentido de discernimiento, podemos ejercer la discriminación para saber lo que está bien o mal y consecuentemente esforzarnos por actuar bien. La meditación nos ayuda, nos da fuerza, y con ese discernimiento podemos ser positivos. Aunque muchas veces nos justificamos diciendo que nuestra libertad de acción no existe o está totalmente limitada, el maestro nos explica que, aún así, podemos actuar en nuestro propio beneficio siendo positivos. Ese esfuerzo es lo que él valora. Así que no nos queda más que no pensar, no analizar, y atravesar nuestros karmas aceptando su voluntad: eso es lo que nos beneficia.
Como solía decir Hazur Maharaj Ji y leemos en el libro Muere para vivir:
La meditación te ayudará a vivir en la voluntad del Señor, y esa es la mejor oración: vivir en la voluntad del Padre, acomodarse a los acontecimientos de la vida y aceptar con agrado y con buen ánimo todo cuanto nos conceda. Esa actitud solo puede venir con la meditación.
Dejémosle al maestro la forma en que quiere que paguemos nuestros karmas. Por ejemplo, si hablamos de la adversidad, la enfermedad, en concreto, es una forma de pagar nuestros karmas, y ante ella nuestro discernimiento debe hacernos conscientes de que se trata de una cuenta propia y personal, de nadie más, de la cual somos responsables. En esa cuenta están las deudas que un día creamos y hoy tenemos que pagar. Ningún místico ha manifestado que sus discípulos puedan abandonar este plano y volver al Padre, si esas cuentas no quedan saldadas completamente.
Y nuevamente esa actitud de aceptación y de no contrariar el proceso de saldar los karmas es fundamental. El maestro lo ilustra con la imagen de una persona que se está ahogando:
Lo primero que le dices a una persona que se está ahogando cuando te lanzas a rescatarla y estás ya a su lado, es que no se mueva, que no haga movimientos en contra de nuestra ayuda. Solo si se está quieta, podremos remolcarla y transportarla salva a la orilla. Pero si empieza a moverse hará nuestra tarea muy difícil, por eso es mejor aceptar que los karmas lleguen a nuestro destino tal como el maestro considera que debemos pagarlos. Aceptarlos significa ayudarle a él a hacer su seva, y redunda en nuestro propio beneficio.
Hazur Maharaj Ji explica en Muere para vivir:
El maestro desea que te hagas puro y limpio con el fin de que te puedas sumergir de nuevo en el Padre. ¿Qué es seva? Seva es conseguir agradar al maestro; cualquier cosa que agrade al maestro es seva del maestro. Le agrada que quemes tu basura, que quemes tu carga de karma cada día, que te vuelvas más y más ligero y que estés finalmente en posición de volar de regreso al Padre. La meditación le agrada al maestro, porque en última instancia él es responsable de llevar al alma hacia arriba y le agrada que reduzcamos nuestra carga cada día.
También más adelante nos aclara:
Hemos de encarar situaciones en esta vida a cada paso, y a cada paso, en esta vida, tenemos que explicarle a nuestra mente que tiene que aceptar todo lo que le llega por el destino y hacerlo sonrientemente, con buen ánimo. ¿Para qué quejarse? Se trata de una constante disciplina de la mente.
Si siempre nos sentimos perturbados con todas las pequeñas cosas, ¿cómo podremos concentrarnos, cómo podremos meditar? (…) Tenemos que olvidar, que perdonar, tenemos que enseñar a nuestra mente a tomarnos las cosas con sosiego, con alegría, a reírnos de ellas, a ignorarlas. Todo eso es disciplinar la mente.
La paz está relacionada con nuestra meditación: la paz y quietud que conseguimos en los momentos de práctica regular la llevamos a toda nuestra vida. De manera muy gráfica, el maestro explica esta práctica al referirse al ejemplo de un vaso de agua, en relación con la práctica de inmovilizar el cuerpo en la meditación. Si mueves el vaso, el agua se agita. Después cuando pones el vaso en la mesa, aunque el vaso ya no se mueve el agua continúa agitándose. Igualmente, en la meditación debemos aprender a inmovilizar el cuerpo para que después se pueda inmovilizar la mente. Si movemos el cuerpo, la mente se dispersará también.
El maestro también nos explica que si queremos enhebrar una aguja y con una mano sostenemos el hilo y con la otra la aguja, ambas manos deben estar quietas, en otro caso será imposible pasar el hilo por la aguja. Ese estado de quietud en la meditación es lo que nos lleva a la paz mental, a una mente controlada que no se afecta.
Volvernos hacia el interior nos capacita para aceptar el desencanto, la decepción, nuestros fallos, rechazos, incluso la muerte con paz mental.
Hazur Maharaj Ji dice nuevamente en Muere para vivir:
El propósito de la meditación no es otro que obtener la paz mental. Realmente, toda esta tensión y depresión que sentimos se debe a la dispersión de nuestra mente. Cuando se dispersa nuestra atención nos sentimos muy cansados, infelices y perdemos esa paz. Mientras más nos concentremos en el centro del ojo y mientras más arriba esté nuestra atención, más pacíficos nos tornamos, y solo entonces disfrutamos de esta bendición y esa felicidad interiores. Mientras más alejada esté la mente del centro del ojo a través de las nueve aberturas hacia el mundo exterior –sea cual fuere la razón– más deprimidos, infelices y miserables nos volvemos.
La única manera de obtener paz es retirar nuestra consciencia al centro del ojo y conservar nuestra atención hacia arriba, en lugar de hacia abajo. Alcanzamos la paz únicamente trascendiendo el centro del ojo hacia arriba: mientras estemos por debajo del centro del ojo, seremos desgraciados. Puede que el Señor nos dé toda clase de regalos –cualquier cosa–, pero nunca obtendremos paz.
No olvidemos que nada de este mundo contribuye a la paz permanente que anhelamos, solo la práctica interior.
Cuando nos veamos envueltos en conflictos emocionales, inseguridades, disputas familiares, luchas sociales y miedos, recordemos que por más ayuda que busquemos para afrontar la vida con valentía y coraje a través de nuevas técnicas o atajos exteriores, lo que de verdad necesitamos es paz interior, estabilidad espiritual. Si tenemos paz mental podremos aceptar los golpes de los karmas con ecuanimidad, sabiendo que cuando el karma se pague, las olas de paz volverán a suavizar las aguas intranquilas de nuestra revuelta mente, una vez más.
Todos anhelamos tener paz, todos la necesitamos. Solo la alcanzamos con la meditación, yendo al interior y siguiendo las enseñanzas tal como el maestro nos las propone.