Su grandeza y magnificencia
Si alguno quiere ser el primero, que sea
el último de todos y el servidor de todos.
Marcos 9:35
Generalmente escuchamos hablar de humildad, pero no la vemos tanto en el trato con las personas. Digamos que es fácil hablar de lo que es pero muy difícil practicarla. Porque vivir con humildad requiere de un desarrollo personal que no se adquiere únicamente con las experiencias de la vida. Requiere de mucho más de lo que obtenemos de nuestra interacción con las personas de este mundo. Se afirma que el que es humilde conoce sus limitaciones como persona y actúa en consecuencia, siendo además capaz de considerar a los demás más importantes y superiores a él mismo. De ahí nace su determinación de comportarse con respeto y renunciando al propio ego en aras de la humildad.
¿Por qué la humildad no se adquiere únicamente con las experiencias de la vida? Sencillamente porque es necesaria la introspección, la interiorización, otra mirada hacia el interior de uno mismo. Resulta que si no miramos hacia dentro, la fascinación, el afán por defender nuestros intereses frente a los demás, nos mantienen en la órbita de un yo exacerbado y poco propenso a considerar la importancia de los demás.
Nuestra propia vida nos mantiene en una lucha incansable por conquistar, dominar y poseer lo que nos rodea, desde el círculo familiar hasta el mundo del trabajo y los negocios. Estamos esclavizados con fuertes cadenas dentro de cada una de las cárceles de esos aspectos de la vida, encerrados en una lúgubre oscuridad que solo proyecta sombras externas. Mientras vivamos mirando hacia fuera, todo lo que podemos hacer en el terreno de la humildad son pequeños gestos que algunas veces, cuando suena la flauta, tienen alguna consideración hacia los demás.
Maharaj Charan Singh dice en el libro Así dijo el maestro:
Sin amor y devoción al Señor no puede haber humildad. Eres humilde cuando consideras a los demás superiores a ti. Y los consideras así porque ves al Señor en todos (…) En cambio, cuando te consideras a ti mismo superior a los demás, evidentemente no puedes ser humilde. En tanto permanezca el ego, nunca podremos ser humildes, nunca podremos ser mansos.
Podemos preguntarle a alguien: ¿Eres una persona humilde? Tal vez nos dirá que sí, y además añadirá que es una buena persona, y justificará su opinión diciendo que trata muy bien a todo el mundo. Pero rasquemos un poco la superficie, en otras palabras, esperemos a que se produzca una pequeña contrariedad y veremos cómo su yo se descontrola y olvida completamente cualquier muestra que podríamos calificar de conducta humilde. ¿Dónde queda entonces esa consideración hacia los demás?
Baba Ji explicaba en una ocasión que la persona verdaderamente humilde pide disculpas por haber sido el motivo de que alguien se sienta herido, a pesar de no ser él mismo culpable. ¡Ahí nos deja el maestro un estándar no poco elevado, en el que podemos ver si alguna vez en nuestra vida hemos hecho algo parecido!
En cualquier caso, esa otra mirada, la introspección, ilumina nuestro interior de manera que podemos vernos a nosotros mismos y en esa medida empezar el proceso del autoconocimiento.
Maharaj Charan Singh dice en Muere para vivir:
Cuando estás en el sendero y meditas, no te haces peor que antes; te haces más consciente de tus debilidades. A menudo doy también un ejemplo: te hallas en una habitación cerrada y está oscura por completo; a través de la abertura de ventilación llega un rayo de luz y de pronto puedes ver mucho de la habitación. Ves partículas de polvo y muchas cosas que se mueven. Pero antes de que llegara el rayo de luz, no eras consciente de todo lo que había en esa habitación.
Así, en la meditación, ese rayo de luz entra dentro de nosotros, y esas mismas cosas de las que estábamos orgullosos, que pensábamos ciegamente que eran logros, nos hacen sentirnos avergonzados.
Solo cuando dejamos de ser conscientes del ajetreo externo y empezamos a ser conscientes del mundo interior, tenemos a nuestro alcance la posibilidad de ir viendo una a una las debilidades y también las fortalezas que forman parte de nuestra persona.
Esa luz de la conciencia, que comienza por primera vez con la iniciación en el sendero espiritual, es la base principal para empezar a ser humilde. Entonces es cuando empezamos a darnos cuenta de lo pequeñitos, insignificantes y poco importantes que somos frente a la grandeza y magnificencia de nuestro Creador. Mientras sigamos mirando hacia fuera, no importa lo amoroso y misericordioso que sea nuestro Creador, no lo sabremos porque nuestro yo oscuro y perturbado no permitirá el más sencillo y elemental reconocimiento de que sin Dios no somos nada, aun siendo evidente de que con él a nuestro lado lo somos todo. Es su infinito amor y su grandeza lo que hace que cada uno de sus seres cobre una importancia especial.
Cuando con la luz interior, la misericordia del maestro nos permite vernos a nosotros mismos, entendemos que si no fuera por él nada sería posible. Es cuando nos damos cuenta de que ‘no tenemos otra’ que ser muy humildes, porque nada es nuestro, ni siquiera nuestro cuerpo ni nuestros pensamientos, ¡qué decir de nuestras familias y amigos! ¿De qué puede jactarse nuestro ego? La vida no está en nuestras manos.
Familia, país, estatus, cuerpo, circunstancias… ¿Cuánto de todas estas cosas hemos escogido? ¿En qué hemos intervenido para disponer de ellas? Y todo esto condiciona la mayor parte de nuestra vida.
Maharaj Charan Singh dice en El maestro responde:
Todo está planificado, por decirlo así. Pero con nuestro limitado alcance, mirando desde aquí, tenemos libre albedrío. A pesar del ambiente y las circunstancias, aún tenemos un poco de libre albedrío y hemos de usarlo. No podemos decir que seamos exactamente libres, ya que nuestra manera de pensar ha sido moldeada por muchas circunstancias: nuestro nacimiento en una determinada familia, nuestras relaciones kármicas con ciertas personas, nuestra pertenencia a un país concreto, el ambiente en que nos hemos educado. Todo esto condiciona nuestra concepción de la vida y nuestra mentalidad. No podemos decir, rotundamente, que tengamos libre albedrío.
Ser humildes nos ayuda a establecer el tipo adecuado de relación con Dios. Nos ayuda a no hacernos rivales de él y a ser conscientes de su ilimitada gracia y bendición hacia nosotros.
Esa verdadera relación es la del amor, y la cultivamos a través de la meditación. Es un amor libre de intereses, un amor como él quiere que sea, de corazón a corazón, de entrega, de fusión y unión de nuestro pequeño ser individual desbordándose en la infinidad de su divino océano.
La verdadera meditación es una humilde súplica a Dios, donde reconocemos nuestras torpezas y constantes transgresiones pidiéndole que nos libere y nos ayude a estar con él.
En el libro Sarmad: Martyr to Love Divine leemos:
Por experiencia durante distintas vidas, he comprobado que tu gracia, oh Señor, sobrepasa con creces mis pecados…
Le pedimos su misericordia, le suplicamos que se apiade de nosotros y nos lleve lo antes posible con él. Nuestra meditación es oración, es una súplica. Cuando convertimos nuestra práctica en esa súplica, ¿cómo podrá él retener su amor? Pero hace falta ser humildes y suplicar. Dejar de ser arrogantes, no creer que hacemos algo y saber que tan solo respondemos a su llamada, a una fuerza inmensa que en la forma de corriente de amor nos arrastra irremediablemente a dar nuestros primeros pasos en el verdadero amor.
Nuestra súplica es por el perdón que le imploramos, perdón para que aleje la distancia que nuestros karmas (errores cometidos en quién sabe cuántas existencias mal dirigidas y equivocadas) han creado. Perdón para que nos ayude a seguir la senda correcta y a dejar a un lado los constantes flirteos con el mundo y sus cosas, que hasta ahora solo han puesto piedras en el camino hacia él.
Si con la interiorización, como se ha dicho, se enciende la luz de la conciencia y empezamos a ver el panorama interior desde una perspectiva más real, también debemos saber que uno de los mayores desarrollos de la conciencia humilde es el de reconocer que cualquiera de nuestras fortalezas, dones o talentos (llamémoslo como queramos) nos los ha dado Dios. Son su regalo, y no tenemos mérito alguno al contar con ellos en esta vida. En esa medida, inmediatamente llega a nosotros el entendimiento de que si son dones de Dios y no son nuestros, debemos mostrar agradecimiento compartiéndolos o poniéndolos al servicio de los demás para beneficiarlos.
En el libro Mi sumisión leemos:
Los demás tienen algún derecho sobre nuestros dones.
Es decir, conociéndonos a nosotros mismos, conociendo nuestros talentos y aptitudes los empleamos y ponemos al servicio de los demás. Es aquí donde el servicio cobra relevancia.
Servir a otros crea en nosotros sentimientos de humildad, generosidad y amabilidad. Realizamos servicio en beneficio del prójimo, por amor a nuestro maestro, y eso es un acto de humildad.
A este respecto dice Maharaj Charan Singh en Muere para vivir:
Cuanto más avanzamos en el sendero, más humildes nos volvemos. Cuanto más amor y devoción al Señor tenemos en nuestro interior, más humildes nos volvemos. Cuanto más enamorados estamos del Señor, mejor comprendemos su grandeza, y cuanto más insignificantes somos en nuestra vida diaria, más humildes nos volvemos.
Cuanto más nos alejamos de él, más aumenta el ego, y pensamos ‘yo hago esto’, ‘yo soy superior’. Pero cuando encontramos al verdadero Ser supremo, nos damos cuenta de lo pequeños que somos ante él. Entonces llega la verdadera humildad.
Todos los santos tratan de decirnos que debemos desarrollar esa humildad en nosotros. Gurú Nanak dice: “Soy esclavo de los esclavos. Mis acciones son muy insignificantes”. Tal es la humildad de los santos, la cual solo llega a nuestro interior con el amor y la devoción al Señor. Cuando todo nuestro ser está lleno de amor, el ego se desvanece y solo queda la humildad y la mansedumbre. Tenemos que desapegarnos del mundo y apegarnos al Señor. Únicamente con la práctica espiritual, únicamente con la meditación, podemos matar el ego y alcanzar la verdadera humildad y mansedumbre de corazón.
Simplemente cambia tu modo de vida de acuerdo con las enseñanzas y atiende a la meditación. Eso es todo lo que se precisa. De la meditación vendrá el amor, la sumisión y la humildad. Todo vendrá.
M. Charan Singh. Muere para vivir